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Nuestro objetivo para este día era Sibenik, Trogir y darnos un baño de camino a Split.
Sibenik es una ciudad pequeña que puedes ver en solo un par de horas. Aparcamos cerca del castillo al cual accedimos después de pagar la entrada, creo que eran 40 kunas por persona. El castillo en sí n o ofrece absolutamente nada salvo unas bonitas vistas (como en otros sitios). Es un buen punto de partida para la visita, ya que te haces una idea de la ciudad y de su situación geográfica pero no tiene ninguna sala ni torre ni nada que se le parezca que hayan conservado y se pueda visitar.
Callejeando a partir de ahí llegamos a la plaza de la Catedral, que nos gustó bastante pero sin más.
Hicimos un breve intento de buscar la estatua en honor a Dracen Petrovic pero está fuera de la zona turística y no la conseguimos encontrar a pesar de las indicaciones de un chico croata que nos ayudó.
Trogir es un pueblo curioso porque es una isla unida al continente por dos lados, por puentes y por una especie de hilo de tierra. Merece la pena la visita porque es bastante pequeño, muy auténtico y bien conservado. Tiene varios edificios históricos reseñables y una plaza muy chula. Destacamos dos inconvenientes de Trogir: el calor de las horas centrales y la exagerada oferta de restaurantes que casi no te deja andar por sus estrechas calles sin tener que ir esquivando mesas y camareros. No vimos ni una sola calle sin restaurante, lo cual rompía un poco el encanto de esta ciudad. Una vez más diremos lo mismo, hay que verla al caer la tarde, cuando está todo más animado y hace menos calor… ¡pero es imposible ver todos los pueblos a la misma hora!
Seguimos rumbo a Split con la intención de pararnos a comer en una playa bonita de los cientos que se ven a lo largo de la carretera en toda Croacia, pero con nuestra suerte habitual no vimos ni una sola que nos gustara o tuviera una mínima sombra donde ponernos. Afortunadamente la distancia hacia Split no es muy larga y llegamos sobre las 3, a tiempo de buscar una sobe a las afueras, pero relativamente cerca (35€ después de negociar un poco, con baño fuera de la habitación pero de uso particular).
La visita a Split nos impresionó y nos marcó para el resto del viaje. La ciudad en sí es bastante fea pero tiene un paseo marítimo con playas para los locales bastante largo y en buen estado y sobre todo tiene una zona de casco histórico, que podríamos decir que es como una manzana de una gran ciudad, que es toda ella patrimonio de la Unesco.
Después de aparcar sobre las 6 de la tarde, nos encontramos de golpe en el Palacio de Diocleciano. Es un lugar único y muy peculiar. Para empezar el Palacio se reconvirtió en viviendas y zona residencial, no sé muy bien en qué época, así que te encuentras en un casco histórico de una ciudad, con sus pisos, tiendas, restaurantes, etc., pero que a su vez pertenece al interior del palacio. La entrada principal y la galería de columnas que conduce a la puerta sur es un bullicio constante de turistas y actuaciones de los más variopintas, que te permiten simplemente sentarte a disfrutar de esta atmósfera única o tomarte algo, como no.
El resto del palacio te lleva a antiguos callejones de un gran encanto en los que pudimos encontrar una gran variedad de puestos de comida rápida, que en el resto de Croacia no abunda, muchas heladerías, cafés, pubs muy animados por la noche, y alguna sorpresa que otra que vas encontrándote de frente según vas girando callejones. Os recomendamos sobre todo que probéis un helado de chocolate negro, pero negro negro, que podéis encontrar al salir por la puerta Oeste y girar a la izquierda. En cuanto veáis el helado sabréis a cual me refiero. Tiene puesto en la vitrina una crítica gastronómica que hicieron sobre ese mismo helado y por lo visto al crítico le gustó tanto como a nosotros.
Después de recorrer aproximadamente 20 veces el palacio de arriba abajo y perdiéndonos entre sus calles, nos fuimos a descansar porque por fin llegábamos al destino estrella del viaje… Dubrovnik.
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