Sábado 26 Enero 2013
Teníamos que terminar de cruzar la península de Florida en busca de la costa contraria por la que habíamos subido, y aguantamos en la habitación hasta las diez y media de la mañana.
Habíamos tenido la precaución de pedirle al recepcionista que por favor desconectase la alarma del vecino la tarde anterior antes de salir a Disney, y parecía que nos había hecho caso, así que pudimos descansar un poco más.

Según nos íbamos acercando a nuestro destino, la temperatura fue subiendo gradualmente, y a eso de las doce de la mañana cuando llegamos al hotel, el termómetro del coche marcaba ya unos más que agradables 30 grados.

Encontramos algo de tráfico en la salida de Tampa, pero tan solo fueron unos minutos y estuvimos entretenidos viendo los coches de alrededor.

El Americas Best Inn, era un hotel chiquitito, que no tendrá más de veinte habitaciones, que lo lleva una pareja joven muy simpática que nos hicieron sentir como en casa desde el primer momento. La chica nos dijo que teníamos que esperar hasta las 14:00 para entrar en la habitación, pero dejamos todo el papeleo listo, y nos fuimos a dar un paseo siguiendo sus indicaciones.

Se le olvidó comentarnos que ese día había mercadillo, pero no tardamos mucho en encontrarlo y allí paramos a comer.


Primero dimos cuenta de unos perritos calientes y el colofón lo puso un crepe de azúcar y canela (prometo que me había no comer mucho durante el viaje, pero no tengo remedio).

Paseamos junto al club náutico de camino de vuelta al hotel y, tras dejar todas las maletas en la habitación, salimos a dar una vuelta en coche por los alrededores.



Una de las curiosidades de ese establecimiento es que de cinco a siete de la tarde, te invitan a una cerveza, a un refresco o a una copa de vino, y allí estuvimos sentados en el hall haciendo amistades con una mujer cubana que había estado muchos años viviendo en Nueva York. Entre unas cosas y otras, llegaron las siete y mi cuerpo necesitaba urgentemente una siesta.

Le pedí a Asun que me despertase sobre las nueve con la intención de aguantar luego un rato más despierto, pero se quedó en eso, simples intenciones. Casi no fui capaz de abrir los ojos, y la siesta se alargó hasta las siete de la mañana del día siguiente.