Tras nuestra primera, y muy grata, experiencia como surfers (www.couchsurfing.org) pusimos rumbo al sur, la parte más visitada de Islandia, donde se supone que están los mayores tesoros. Y tesoros tiene hasta detrás de las cascadas pero el mayor de todos es, sin duda, la vista que te encuentras de golpe y sin aviso al dejar atrás los fiordos y enfilar ya en línea recta hacia el sur: una mole de hielo suelta desde los 800 metros y hasta la misma base de las montañas una infinidad de lenguas glaciares. Es el Vatnajökull, la mayor superficie helada del planeta tras la Antártida y Groenlandia. Si los glaciares que había visto hasta ahora son espectaculares, éste los supera a todos.
Los glaciares de los Alpes terminan en medio de la montaña y están solos, en un paisaje precioso, pero solos. Los hijos de Vatnajökull caen hasta el nivel del mar, algunos prácticamente al lado de la carretera. De uno de ellos, Breiðamerkurjökull, se desprenden cada año los icebergs que llenan la laguna de Jökulsárlón, otra de las vistas más impactantes de la zona sur. Desde uno de los botes anfibios que navegan por la laguna pudimos ver icebergs de todos los tamaños, de blanco intenso, azul cristalino o con franjas negras a causa de las erupciones de otra era.
Al igual que ocurre con el desierto, las fotos no muestran la grandiosidad que en realidad tienen estos glaciares y la sensación que produce contemplarlos.
A unos 30 km de la laguna está la entrada al Parque Nacional de Skaftafell. Aunque el camino hacia la cascada de Svartifoss se parece mucho al de los campos suizos, las columnas hexagonales de basalto que la rodean hacen que merezca la pena la hora y media de ruta.
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