La noche sin embargo todavía nos reservaba un último incidente, ya que pasada la medianoche alguien se dedicó a picar en las puertas de las habitaciones, no sé con qué propósito…y ahora pienso que afortunadamente no lo sabré nunca, ya que aunque Ricardo se levantó instintivamente para abrir la puerta, me hizo caso cuando lo dije que solo podía ser algún tarao que nos acabaría dando problemas. Así pasé el resto de la noche, con un ojo abierto y escuchando los trenes pasar, hasta que se hizo de día y nos fuimos de Wonderland.
Paradojas del destino, para una vez que estamos en Wonderland, y resulta que era eso…
Nos dirigimos hacia el centro de Flagstaff, que resultó ser un pueblo bastante más grande que todos los anteriores visitados. Comprobamos que habían muchos más moteles cerca del centro, y que la carretera lo atravesaba de punta a punta por encima de las vías del ferrocarril. En la estación de Flagstaff se encuentra el centro de visitantes también, y éste está muy cerca del centro histórico. Más que un pueblo grande, se trata de una ciudad pequeña, con su propia red de autobuses internos.




Conserva varios edificios interesantes en el centro, y en la ruta varios moteles y el bar Museum Route 66 que ofrece música en directo diariamente. Es un local de madera muy bien ambientado, y que encaja perfectamente con el entorno, ya que Flagstaff está en las faldas de montañas repletas de árboles.




De hecho, en temporada, está a poca distancia de estaciones de esquí, lo que contrasta con los paisajes desérticos o de tierra rojiza sin apenas vegetación que veníamos viendo en California y en Arizona respectivamente. Por estas y por otras circunstancias geográficas y/o históticas, a Flagstaff se la conoce como la ciudad de las 7 maravillas… aunque Wonderland sea la excepción a las obvias maravillas naturales. Tras dar unas cuantas vueltas a pie por la ciudad y luego coger el coche hacia las montañas, volvimos a la ruta en dirección este (por lo que volvimos a pasar por Wonderland). La verdad es que de día no pinta mal, pero de noche es de pesadilla…
Tras confundirnos una vez más de carretera (resulta imposible saber cuántas veces fueron las que intentamos seguir la ruta y nos vimos abocados a entrar en la I40), seguimos vía. En este caso ambas vías van paralelas, así que no hubo problema
Decidimos no parar en Meteor Crater y seguir hasta Winslow, para poder comer allí. Aparcamos en la entrada oeste del pueblo, junto al centro de visitantes, que casualmente estaba cerrado. Afortunadamente salió de allí un tipo muy amable que nos invitó a pasar y nos dio todo tipo de explicaciones del lugar y recomendaciones que seguimos a pies juntillas. Incluso acabamos descubriendo que un personaje ilustre del lugar era un vasco con mi apellido, por lo que acabamos bromeando con la posibilidad que mis antepasados tuvieran que ver con este lugar del lejano oeste.


Realmente hay poco que ver en el lugar según sus propias palabras. El mayor orgullo es tener en un pueblo tan pequeño 1 de los 10 mejores hoteles históricos de toda USA según no sé qué diario. El hotel en cuestión es La Posada, que ciertamente es un lugar con mucho encanto al lado de las vías del ferrocarril (de hecho fue en su momento uno de los hoteles de la famosa cadena de Harvey House, el más especial de todos). Se pueden visitar todas las estancias comunes y además ver las exposiciones de pintura que hay en algunas salas, algunas de la mujer del propietario, Tina Mion. Merece la pena cruzar el pueblo (ya que está justo en la parte este del pueblo) para ver esta antigua hacienda española.

Comimos en un restaurante recomendado por el tipo amable que lo definió como un “dive” llamado Brown Mug Café, y está justo delante de La Posada. Había mucha clientela local, lo cual es siempre buena señal, y tanto el servicio como la calidad y el precio son de primera (de hecho había fotos de famosos, como Harrison Ford, que probablemente se alojaron en el hotel de delante). El restaurante es muy recomendable si te va la comida casera de Nuevo México (ya que aunque estábamos en Arizona el tipo de cocina en este lugar es la de sus vecinos)
Pasamos también por la otra atracción del pueblo (a parte de La Posada), que es el cruce conocido como “Standing on the corner” por la canción de The Eagles “Take it easy” (ya sabéis, “I’m standing on a corner in Winslow Arizona, and such a fine sight to see”), que curiosamente ni la escribieron los Eagles y es posible que no ocurriera en Winslow, sino en Flagstaff, pero por necesidades de rima Jackson Browne la cambió de pueblo.

Quedó pendiente de ver la zona del ferrocarril que nos recomiendó el tipo amable, pero al dirigirnos hacia allí un lugareño nos adviertió que había gente bebiendo por los alrededores y que quizás tendríamos problemas, así que agradeciéndole el gesto al caballero decidimos seguir nuestras vacaciones sin ver el ferrocarril a su paso por Winslow
Una vez vistos todos los alicientes que ofrece este pueblo, seguimos ruta hacia Petrified Forest & Painted Desert, siguiendo las indicaciones del tipo amable. En lugar de seguir por la ruta 66 y entrar por la parte norte del parque (lo cual nos obligaría a volver sobre nuestros pasos), entramos por la entrada sur y lo fuimos recorriendo hasta alcanzar de nuevo la ruta 66.
Por el camino pasamos por un trading post bastante llamativo, de nuevo Geronimo

Fue sin duda una buena recomendación, ya que este es uno de los parques que más disfrutamos del viaje, por varios motivos. Su precio (10$ por vehículo por 7 días), la posibilidad de recorrerlo a tu aire, parando donde y durante el tiempo que te apetezca, la sensación de soledad en un lugar tan grande… en fin, un acierto ver este parque natural, quizás no tan conocido como otros de esta zona, pero muy muy recomendable a nivel paisajístico y geológico (esto último para quien sea un estudioso del tema y lo sepa valorar en su medida).
Se trata de un parque con unas formaciones cónicas en mitad de una zona desértica y restos de un bosque petrificado, que con el paso del tiempo han adquirido un colorido espectacular, que parece pintado a mano para crear formas extrañas. Os dejo unas fotos para que podáis valorar el entorno en el que nos encontramos.






Tras dos horas largas atravesando el parque a media tarde, llegamos a la salida norte (o entrada, según se mire), que nos dejó a los pies de la ruta 66. Como siempre intentamos seguirla en dirección este, pero de nuevo (y no sé cuantas llevo ya) acabamos en la I-40 en dirección a nuestro nuevo destino: Gallup. No teníamos demasiada información de interés de esta zona, y descubrimos que es una ciudad pequeña, pero sin ningún atractivo especial. Dejábamos atrás Arizona y sus tierras rojas con cielos azules de dibujos animados para entrar en Nuevo Mexico


La ruta en esta pequeña ciudad está bien señalizada, y es de hecho la vía que la atraviesa en sus aproximadas 6 millas de longitud que trascurren paralelas a la vía del tren. No tiene demasiados alicientes, quizás por su extensión, quizás porque no haya un edificio singular en el centro que le dé un carácter singular, como podría ocurrir en Flagstaff.
En Gallup el edificio más reconocible es el hotel El Rancho, del cual se puede visitar la bonita recepción de madera que te hace pensar en el nivel de este hotel en el que se alojaron las estrellas hollywoodienses de los tiempos del western. Nosotros no nos alojamos aquí, ya que excedía nuestro presupuesto, pero si echamos un vistazo a las zonas comunes y al restaurante.


Después de localizar El Rancho y hacer la visita protocolaria, fuimos en busca de un motel bueno, bonito y barato, pero como tras recorrer la ruta en ambas direcciones no vimos nada que nos convenciera, nos decidimos por algo impersonal pero seguro; dormir en un Travelodge por 48$ fue sin duda la mejor opción después de la experiencia de la última noche en Wonderland