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Nuestro avión salió puntualmente a las 7 de la mañana, y después de un vuelo más o menos movidito, llegamos sobre las 11:00 a la T1 del Aeropuerto del Prat.
Tras recoger el equipaje y hacer todo el papeleo en el mostrador de National Atesa, salimos con “nuestro” nuevo coche dirección Manresa. Paramos en un Carrefour para comprar comida que nos serviría de almuerzo (y muchas veces de cena) los siguientes días. Ese día almorzamos en la cafetería del supermercado.
Pasando el túnel del Cadí (11,67€) llegamos a Puigcerdà: el lugar nos sorprendió gratamente, no sólo por el ambiente (había bastante gente, supongo que por ser verano), sino también por el magnífico paisaje que lo rodeaba. Aunque no habíamos consumido mucho, llenamos el coche de combustible y aprovechamos este último rincón de España para llamar a la familia.
Pasamos a Francia casi sin enterarnos: no hay frontera ni nada que delimite ambos países. Sólo cuando empezamos a ver los carteles en francés, supimos que ya estábamos en el país vecino (** la verdad es que esto nos sorprendió bastante: hace años pasamos la frontera de Portugal por Extremadura, tenían montado todo un control policial y el límite entre ambos países estaba muy bien limitado).
Los pirineos franceses nos dejaron sin palabras: montañas repletas de vegetación, cascadas de agua, paisajes de postal… Increíble.
En nuestro plan original, pensamos pasar por Foix, pero el cansancio ya era generalizado, así que lo vimos desde la carretera, y nos dirigimos directamente al hotel Premiere Classe en Pamiers. Lo elegimos porque no había Formule 1 por la zona: personalmente creo que tener baño propio (minúsculo) no compensa la diferencia de dinero (fue el más caro de todos). Cenamos en el Mc Donald que hay justo en frente del hotel y nos acostamos pronto; mañana había que madrugar para empezar de verdad nuestro viaje por Francia.
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