PIRINEOS ORIENTALES FRANCESES: CERDAGNE Y CONFLENT.
Nos encanta recorrer Francia en nuestro coche, moviéndonos de un sitio a otro, muchas veces de manera improvisada, sin preparar nada. Siempre es un placer y en casi todas las ocasiones nos han tratado estupendamente bien, es un país grande, con lugares maravillosos de todo tipo y donde normalmente se come de fábula. Por eso aprovechamos cuando surge la ocasión y durante este viaje, que estábamos tan cerca, no perdimos la oportunidad y le dedicamos un par de jornadas a la zona aledaña a Llivia, un día a la Cerdaña francesa y otro a la zona de Conflent, a la que corresponden las dos fotos siguientes.
Había mucho para elegir y, al final, nos decantamos por cuatro lugares, una selección variada pero corta, ya que al incluir dos rutas de senderismo no daba tiempo a más si queríamos disfrutar de las excursiones. Así en la Cerdaña iríamos a la Grotte de Fontrabriouse y a los Lagos de Boullouses (senderismo), y en Conflent, visitaríamos el pueblo fortificado de Villafranche de Conflent y recorreríamos a pie las Gargantas de Carança. En la cueva nos facilitaron un mapa muy detallado, con los sitios turísticos más destacados, del que pongo una foto.
VILLAFRANCA DE CONFLENT (VILLEFRANCHE DE CONFLENT).
Bajo la denominación de “Fortificaciones de Vauban”, en 2008, la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad doce fortalezas construidas en distintas zonas fronterizas francesas diseñadas a finales del siglo XVII por Sébastien Le Prestre, Marqués de Vauban. Dos de ellas se encuentran en localidades próximas a Llivia: Mont-Louis y Villefranche de Conflent. Aunque Mont-Louis está solo a dieciocho kilómetros, por una recomendación, decidimos llegar hasta Villefranche, pues, además, nos pillaba en la misma carretera que las Gargantas de Carança, la caminata que queríamos hacer sí o sí a continuación. Pongo la captura de nuestro itinerario en Google Maps, ida y vuelta por el mismo sitio, ya que no había otra opción.
Amaneció un día caluroso con un sol espléndido. Después de desayunar, compramos viandas para los bocadillos que tomaríamos durante la ruta de senderismo y nos pusimos en marcha. Debido a la pandemia, en Francia pedían el pasaporte Covid para entrar en el país incluso a los ciudadanos comunitarios, así que lo llevamos descargado en el móvil y también impreso en papel.
Por la D-33, llegamos a Saillagouse, un pueblo muy majo que estaba a tope de veraneantes y que cruzamos varias veces, pero donde no tuvimos ocasión de parar. Por el camino vimos un par de controles de la policía, pero a nosotros no nos pararon. La N-116 nos condujo hasta Mont-Louis y, desde el coche, pudimos contemplar sus fortificaciones. Teníamos la intención de visitarlas después o al día siguiente. Sin embargo, al final no pudo ser. Queda para otra vez.
Creo que hice más fotos de Mont-Louis, pero solo he encontrado esta, que del día siguiente desde el coche al atardecer y es muy mala.
Siguiendo por la N-116, empezamos a encontrarnos un paisaje muy diferente al que habíamos traído, pues el amplio valle con montañas de fondo se convirtió en un impresionante desfiladero por donde se retorcía la carretera en un sinfín de curvas. Evidentemente, no se podía correr, así que fuimos disfrutando del espléndido panorama. A medio camino, pasamos junto al indicador de las Gorges de Carança, adonde volveríamos más tarde.
Al fin, tras recorrer unos 47 kilómetros en una hora, más o menos, llegamos a Villefranche de Conflent, que se encuentra en la confluencia del Têt, el Cady y el Rotja, al pie de macizo del Canigó.
Fue fundado en 1090 por Guillermo Ramon, conde de Cerdaña, para proteger los valles de las invasiones y tras la firma del Tratado de los Pirineos de 1659, el ya mencionado Vauban diseñó el refuerzo de sus fortificaciones con vistas a asegurar la zona de Conflent.
Ya de lejos nos llamaron la atención tanto sus altos muros exteriores como la cantidad de turistas que había allí. Así que, sin complicarnos más la vida –no fuera que nos quitasen los pocos huecos que quedaban libres- fuimos de cabeza al estacionamiento de pago, regulado por unos engorrosos parquímetros. Luego, ya con el papelito colocado en el parabrisas, fuimos a dar una vuelta por una localidad, de claro corte medieval y que también figura en la lista de pueblos más bonitos de Francia.
Nada más cruzar una de sus puertas fortificadas, nos encontramos inmersos en unas callejuelas pintorescas, entre las que destaca la de San Juan, con sus recias fachadas de casas inscritas en el inventario de monumentos históricos franceses y por donde se movían la mayor parte de los visitantes, que hacían cola en las tiendas de recuerdos y, sobre todo, frente a los vendedores de refrescos y helados, pues ya a esa hora apretaba el calor.
Lo cierto era que dejando esa calle, reinaba un poco más de tranquilidad y pudimos contemplar el puente de San Pedro sobre el Têt, la torre-campanario del Ayuntamiento, la Iglesia de Santiago con su portada esculpida en mármol rosa del siglo XIII, etc.
Más tarde, tras cruzar el río y otra puerta, me encontré sobre las vías del llamado “tren amarillo”, debido al color de sus vagones. Esta línea de vía estrecha, muy turística por los bellos paisajes que recorre, une las comarcas de la Cerdaña y el Conflent, siguiendo el curso del río Têt y a través de Font Romeu. En Vilafranca conecta con el tren de ancho internacional procedente de Perpiñán.
Fuerte Liberia (Chateau-Fort Liberia).
Al lado, vi un cartel que anunciaba el Fort Liberia, cuyos muros se podían distinguir, colgados de forma imponente de lo alto de un cerro. Allí, un joven cobraba entradas. Yo no sabía de qué se trataba, así que le pregunté y me dijo que era el acceso al fuerte, al que se puede llegar bien a pie, por un sendero que trepa por la montaña, o mediante un servicio de vehículos 4X4.
La bajada se hace por el mismo camino o a través de un túnel excavado en la roca, provisto de una escalera de más de 700 peldaños. Bueno, pues sonaba de lo más interesante, teniendo en cuenta, además, las vistas fabulosas que se intuían desde arriba. Así que, como bien habréis imaginado, allá que fui ; en cambio, mi marido argumentó que, con tanto calor, prefería mantenerse a la sombra, en las callejuelas y a la orilla del río.
Una vez abonados los 7 euros de la entrada, dejé a mi izquierda la boca del túnel y afronté la senda que lleva hasta el fuerte. Aunque bastante empinado, el recorrido no me resultó demasiado incómodo, ya que no presenta dificultades técnicas, ni piedras ni nada por el estilo.
En realidad, lo más molesto fue el sol inclemente que me hacía sudar a chorros y, al tiempo, apresurarme, así que llegué arriba en menos de quince minutos, parando solo unos segundos para tomar aire bajo la protección de las ramas de algún árbol o tomar un par de fotos, la más bonita la de la estación de tren de Conflent.
Al interior del fuerte se accede por una pasarela sobre el puente Levis, que está protegido por una torre redonda, conformando un conjunto construido por Napoleón III en 1850. Nada más entrar, aparte de pedirme el ticket, escanearon el código QR de mi pasaporte-Covid, requisito necesario por entonces en Francia para pasar a monumentos, sitios turísticos, restaurantes y demás. También me entregaron un folleto y un cuaderno con fichas en castellano, que incluía un plano, un itinerario sugerido y todo tipo de explicaciones sobre los lugares que se iban visitando. Fueron muy amables, la verdad. En el patio de armas, había un bar y un restaurante.
Desde el primer vistazo, impresiona la robusted de los muros, las puertas, las garitas... En fin, no en vano estaba en una fortificación declarada Patrimonio de la Humanidad, enclavada en un emplazamiento privilegiado y donde se pueden obtener bonitas composiciones fotográficas. Enseguida me di cuenta de que había merecido la pena el pequeño esfuerzo.
Como ya he mencionado, el origen de este fuerte, sobre la confluencia de tres valles, se remonta a 1678, cuando el rey Luis XIV decidió completar un antiguo proyecto de hacer una gran plaza en Villefranche, conforme a lo cual encargó la construcción de un fuerte inexpugnable para proteger la ciudad, encargo que llevó a cabo el Marqués de Vauban.
Poco a poco, por el camino de ronda y a través de diferentes niveles fui recorriendo escalinatas, galerías y pasarelas, accediendo a estancias (algunas teatralizadas), visitando el antiguo horno de pan, la capilla, la cárcel en la que languidecían las envenenadoras de la Corte de Versalles, el puesto de los guardias, los baluartes, los cañoneros, el Torreón, el adarve…
No voy a extenderme más en explicaciones porque no tendría mucho sentido, solo decir que la visita me gustó mucho. Y, es que, sí, lo reconozco, me fascinan los castillos y si me permiten meterme por todas partes, mucho mejor.
Las panorámicas de Conflent también eran interesantes, pero el espesor de los muros era tanl que había que sujetar bien la cámara y estirar la mano bastante hacia afuera para tomar alguna panorámica interesante.
Cuando acabé de verlo todo, me dispuse a bajar por el túnel y sus escaleras, sin dejarme intimidar por la advertencia del cartel. Tampoco será para tanto, pensé, sobre todo teniendo en cuenta mi edad...
Este pasaje subterráneo, el más largo del mundo según asegura el folleto explicativo, tiene su origen en el temor de Napoleón III a que estallara otra guerra, por lo que ordenó la modernización de la fortaleza, añadiéndole tres bastiones con casamatas y cañones dirigidos a cada uno de los valles. Además, se instaló una nueva batería entre el río y el castillo, uniéndose ambos espacios mediante una escalera subterránea con bóveda de piedra tallada y peldaños de mármol rosa. Se construyó entre 1850 y 1853 en unas condiciones muy duras, que ocasionaron la muerte de al menos 22 trabajadores. Supera un desnivel de 180 metros y, aunque se la conoce como la de los “mil pasos”, en realidad “solo” cuenta con 734 escalones.
A todo pasado, en mi opinión, lo peor de la escalera son los tramos iniciales, muy largos (conté más de setenta peldaños seguidos) y sin descansos. Luego, me resultó más cómodo, pues hay descansillos, huecos e incluso miradores con vistas hacia los tres valles y el Monte Canigó. Además, desde esta parte más baja se aprecia mucho mejor el caserío y los imponentes muros que la rodean.
De todas formas, no voy a negar que se me hizo un poquito largo. Ya de regreso al pueblo, no pude por menos que darme la vuelta y mirar hacia arriba. Uff...
Luego, me reuní con mi marido, que me comentó que había visto el anuncio de las Grottes des Canalettes. Se encuentran muy cerca de Villafranca y me hubiese gustado visitarlas, pero ya no nos daba tiempo y, de todas formas, veríamos otras cuevas al día siguiente. Así que, de nuevo en el coche y retrocedimos por la misma N-116 hasta Thués-entre-Valls, donde se encuentra el desvío y el aparcamiento para visitar las Gorges de Carança. Como se trata de una ruta de senderismo -y de las que más nos gustaron en todas las vacaciones-, prefiero hacer un relato separado en la etapa siguiente.