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Hoy es nuestro último día. El consuelo que tenemos es que contamos con una escala de más de 5 horas en Helsinki y podremos visitar la ciudad.
A las 8,30h sale nuestro vuelo. Tenemos ya las tarjetas de embarque del de Barcelona y las maletas las hemos facturado en conexión.
En el aeropuerto cogemos uno de los autobuses de la compañía Finnair que en pocos minutos te acerca al centro de Helsinki.
Me encantan las ciudades con tranvías!
Al fondo vemos la estación de Rautatientori, con sus esculturas de un estilo entre soviético y la ciudad de Gotham (Batman)
El día es soleado y la catedral luterana de Helsinki, que está en la plaza del senado y es visible desde gran parte de la ciudad. Es de estilo neoclásico, de color blanco y con una cúpula verde rodeada de 4 más pequeñas y también verdes y doradas.
Tiene planta de cruz ortodoxa, y en conjunto parece un poco "rusa", no en vano Finlandia había sido anexionada a la Rusia imperial en 1809 y no logró su independencia hasta 1917.
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Hemos visto también la iglesia ortodoxa Uspenski, de ladrillo rojo y un retablo enorme y espectacular en su interior.
Vamos a comer algo en Hauppatori (o Kauppatori), que es el barrio del mercado situado en el puerto. Esta lleno de paradas donde la gente se compra algo para comer y puedes sentarte en unas mesas de madera habilitadas para ello. Casi todo es pescado fresco y está bastante bien de precio.
No nos dio tiempo a visitar la fortaleza Suomenlinna, edificada sobre 6 islas y en la bocana del puerto para proteger la entrada a la ciudad.
Nos despedimos aquí de la pareja de napolitanos, con los cuales hemos seguido teniendo contacto, ya que ellos se quedan aquí para continuar su viaje hacia Tallin y San Petersburgo.
Ha sido un viaje de turismo urbano y también de naturaleza, y lo más importante, hemos aprendido muchas cosas sobre estas naciones poco pobladas pero con grandes historias que contarnos.
Ver el sol de medianoche es una experiencia que hay que sentir. Si te lo explican piensas que debe ser bonito pero cuando lo ves en directo llegas a ser consciente de la curvatura de la tierra, de la magnitud del universo, de su movimiento, de la importancia de la luz y de otras muchas cosas que ni nos planteamos.
Realmente no hay nada, y es justamente esa ausencia y esos espacios abiertos lo que
hace grande a Laponia
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