
Continuamos hacia el norte, saliendo a primera hora hacia Debarq, a 100 kms de Gondar, donde pernoctaremos. Desde esta pequeña población de 25000 habitantes, situada a 2800 m de altitud, es de donde parten las excursiones a las Simien Mountains, ya que aquí se encuentran las oficinas del Parque Nacional, donde se realizan todos los trámites necesarios para la visita: registro, pago, escolta, o se contrata al equipo humano y material que haga falta para hacer los trekkings.

Como no son extrañas los timos por parte de alguno de los guias que rondan por allí, no está de más echar un vistazo a las tarifas oficiales establecidas, disponibles en las mismas oficinas, en las que se especifican todos los precios, desde la tarifa de acampada, hasta la de cocineros, mulas, escolta, palanquín, patinete, etcétera.


La burocracia es rápida, unos datos y una firma en un listado de registro, pago de la entrada, unos 4 euros, sin contar al personal humano, y listos. Montamos con el guía, y con los sobacos de un escolta, que nos obligan a batir el record mundial de contención de respiración en furgoneta. Pasamos por el hotel casi con el vehículo en marcha, con una mano lanzando los equipajes por las ventanillas, a las habitaciones, y con la otra, como ciclistas, recogiendo unas bolsas de picnic con unas hamburguesas, agua, y plátanos, y reintentamos batir nuestro propio record de aguantar la respiración.

MONTAÑAS SIMIEN
Compuesto por una sucesión de mesetas separadas por profundos valles, y por varios picos que se elevan por encima de los 4000 m, el Parque Nacional de las Simien, Patrimonio de la Humanidad desde 1978, engloba las más grande y espectacular cordillera de Etiopía. En ella, el monte Dashen con 4553 metros de altitud, es el pico más alto del país, y el cuarto de todo el continente.

La fauna que resiste, es una de las atracciones del parque, ya que además de sus tres endémicos y famosos inquilinos, el rarísimo lobo etiope, la cabra ibex de Abisinia, y el babuino gelada, pululan antílopes, como el pequeño saltarrocas o Klippspringer, dicen las lenguas que algún leopardo, hienas, o una colección de rapaces.

Tristemente el parque, menos de 20 años después de haber sido nombrado, fue incorporado a la lista de Patrimonio mundial en peligro, lo cual tampoco nunca ha alterado mucho al gobierno etiope. El cultivo, la apertura de rutas, la erosión del suelo, los incendios, la ganadería, además de la inacción de las autoridades, han menguado dramática y drásticamente las especies endémicas, y ha degradado enormemente el parque, hasta haber conseguido alterar un 80% de su superficie, ocupada a día de hoy por actividades agrícolas y ganaderas.

EL PASEO RELAMPAGO POR LAS SIMIEN
Según averiguamos, los fotogénicos escoltas armados con fusiles, que acompañan a los turistas en las Simien, son fruto, imagino que al igual que en otros PN o Reservas, de acuerdos con las tribus del lugar, con el objetivo, primero de proporcionarles trabajo, y segundo de concienciarlos, con el incentivo del beneficio que obtienen, de no matar a los animales de sus territorios. Por este motivo, los escoltas suelen ser los jefes de las aldeas, los jefes tribales, y los sobacos.

Tras una hora de viaje por 40 kms de trayecto, y poco después de haber pasado, ya en las mismas montañas, un control con barrera de permisos, y el autoproclamado “hotel más alto de África”, el Simien Lodge, la furgoneta una vez dentro del área del parque, estaciona en un punto indefinido de la carretera, momento en el que un camión con la caja abarrotada de gente, pasa delante nuestro envolviéndonos en una polvareda. A propósito de los camiones, es bueno saber que una vez dentro del parque, no hay autobuses, y los camioneros tienen totalmente prohibido recoger a los senderistas, bajo pena de una fuerte multa.

Comenzamos el paseo descendiendo la ladera, hacia territorio de los babuinos geladas que se distinguen perfectamente un poco más abajo. Los bichos, sin inquietarse por la presencia humana, siguen a su rollo, e incluso los machos de pelambrera al viento y pecho rojo, permiten el acercamiento sin inmutarse, siempre claro está, que uno no intente traspasar la línea que su misma posición marca, detrás de la cual se despiojan, juegan, se alimentan, o [autoeditado], sus familias.

La caminata continua, excepto para Víctor, que con el jodido honor de ser la primera víctima de su estómago, ha de regresar al vehículo, con la cara descompuesta por las diarreas. Los demás continuamos, rezando un padrenuestro para que no ser el siguiente, y bordeando un circo de acantilados con un horizonte inmenso a lo lejos. Espectacular, y más aún, si uno se imagina el infierno amarillo de azufre de la depresión de los Afar o desierto de Danakhil, uno de los lugares más inhóspitos del planeta, al final de todas esas cadenas montañosas que se escalonan sinfín hasta perderse de vista.

Mientras, enfrente nuestro, las rapaces planean entre las paredes abruptas del acantilado del circo, aprovechándose de las corrientes de aire. El paseo es suave y sin cuestas, y al cabo de unas horas, nos sentamos a nutrirnos bajo un árbol, con la visión del esplendoroso paisaje.

Evito comer el picadillo sospechoso, al que llaman hamburguesa, metiéndola bajo una piedra, aunque la hubieran hecho desaparecer mejor los cuervos de metro y medio que daban saltazos a nuestro lado, y tras el rato de reposo, con ganas de más, hacemos otra hora de caminata, hasta un punto de encuentro con la furgoneta que iba rodando por la carretera en paralelo a nuestro itinerario.

En el camino, saludos a aldeanos y pastores, liados en sus mantas a modo de chal, señal inequívoca del duro clima de las montañas, y al final tertulia y negociación con un par de grupos de aldeanos más numerosos, que vendían objetos de artesanía, e iban consensuando el regateo a gritos, puesto que estaban a metros de distancia.

La conclusión de mi visita, es que uno se queda con la sensación de que si se va a las Simien, un paseo de unas cuantas horas como el nuestro, es insuficiente; puesto que se queda absolutamente corto, dado lo maravilloso de lo poco visto, y de lo mucho intuido. Creo que su fama de ser uno de los más espectaculares y bellos lugares de toda África, para realizar recorridos de trekking, debe ser bien merecida.

Regresamos al hotel Sona en Debarq, para certificar que el trasto del calentador no funciona, y salimos de paseo por el pueblo, que es una galaxia de tierra, chapa, rocas, harapos, polvo, y niños. A la salida, pero a discreta distancia de la puerta del hotel, nos espera Emmanuel, un espabilado e inteligente chaval de 13 años que nos ha adoptado, vendedor de chicles de banana y naranja, y que nos fichó mentalmente al llegar: 6 forasteros, cuatro hombres y dos mujeres; uno no me ha dicho un no tajante al tantearle; otro que llevaba camiseta roja, no ha salido a pasear; Harrnau es el que va con un gran teleobjetivo, ...

Le decimos que queremos tomar algo, y nos sorprende llevándonos a un extraño recinto de altas tapias, con un patio destartalado con mesas y sillas que se caen a pedazos, hierbajos, y presidido por una planta baja en la que al lado de una foto naif de un emperador etiope, hay una puerta abierta con el interior en total oscuridad; a la izquierda un pasillo de tierra lleva a una nave donde atruenan los goles de un partido de fútbol de la liga inglesa y donde no cabe un alfiler; y a la derecha en el mismo patio, unas casetas-chabolas adosadas, tapadas con cortinas, hacen las veces de privados para encuentros sexuales.

Mientras estamos tomando algo, el partido acaba, y un reguero interminable de espectadores desfila hacia la puerta de salida del complejo de “ocio”, por donde nostros también salimos al cabo de un rato, seguidos de Emmanuel que no cede un ápice, aunque siempre inteligentemente correcto.

En la calle, gente que dice que no, gente que no dice nada pero sonrie, pequeños que se acercan, locos que deliran, y pastores que pastorean a los niños con amenazantes bastonazos al aire que nunca golpean, para que se alejen de los extranjeros. Montones de maquinaria, obras, andamios de madera, excavadoras, toneladas de tierra y piedras, y una espesa selva de construcciones de paja, adobe, chapa y plástico.

Matamos el dia en la terraza del hotel, con una nueva sorpresa casi mayor que la del garito de Emmanuel, una pizza a la piedra excelente, unos buenos spaguettis, y mi arroz de ph neutro. El día lo acabamos comprándole unos cds por 50 birs, a un mantero ambulante que se pasa por el restaurante.
