![]() ![]() ESTAMBUL II ✏️ Diarios de Viajes de Turquia
Nuestro último día en Estambul. En lugar de aprovecharlo al máximo nos levantamos a las 9. Por mucho empeño que le pongamos nosotros, las sábanas siempre le ponen más. No es culpa nuestra. Es culpa de las camas. Son tan cómodas. Se está tan a...![]() Diario: 7 DIAS DE MARZO DE 2014 POR TURQUIA⭐ Puntos: 5 (2 Votos) Etapas: 7 Localización:![]() Nuestro último día en Estambul. En lugar de aprovecharlo al máximo nos levantamos a las 9. Por mucho empeño que le pongamos nosotros, las sábanas siempre le ponen más. No es culpa nuestra. Es culpa de las camas. Son tan cómodas. Se está tan a gustito tapado con una sábana. Son peores que los cantos de sirena, no hay quien se resista a sus encantos. El desayuno idéntico al del día anterior. Y al del anterior. Y al del anterior. Faltaría más que el último día se descolgaran con un buffet continental de hotel de cinco estrellas. Aunque bien pensado hubiera sido todo un detalle por su parte para despedirnos. A las diez conseguíamos salir por la puerta del hotel. Nuestro primer objetivo era la Mezquita de Suleyman. De camino pasamos junto al Gran Bazar. Más exactamente por las calles circundantes. Si los de dentro tienen montado un lío del copón, los de fuera no se quedan atrás. Y la actitud también fue la misma. La de una cierta pasividad. Tan solo un vendedor de colonias, de esos que se pasean con un montón de frascos en una bolsa, insistió más de lo debido. Fue el único. Los demás o no nos dijeron nada o si lo hicieron, con un simple no fue suficiente para que nos dejarán marchar. Con cada viaje que hago aumenta mi sensación de turista de segunda. O de tercera. No me gusta que me agobien, pero todavía me gusta menos que me hagan de menos. Y eso es lo que cada vez me pasa con mayor frecuencia. Vendedores agresivos que acosan al turista para sacarles los cuartos superando en alguna ocasión los límite de la buena educación. En cambio a nosotros cada vez nos ignoran más. Somos capaces de pasar por una calle llena de vendedores que se abalanzaran a por cualquier cosa con una cámara de fotos colgada del cuelo, pero que a nosotros nos ignoran. ¡Por queeeeeé?. ¿no queréis nuestro dinero?. ¡Acosadnos por favor!. Solo un poquito, pero hacedlo, os lo ruego. ¡¡¡Yo quiero ser como los demás!!!. Pasamos por delante de la universidad. Como estaba en obras no pudimos ver la fachada. Lo mismo nos pasó con la Mezquita de Beyazit. Aunque bueno, la mezquita ya la habíamos visitado el día anterior, y ya estaba en obras. Por cierto las encontramos en el mismo estado en que las dejamos el día anterior. Por el ritmo que llevaban juraría que la reforma se la han encargado a una empresa española. Pobres turcos, no saben lo que les espera. Retrasos en los plazos, extras carísimos, acabados deficientes. Vamos lo normal en cualquier obra pública. Tras subir alguna que otra cuesta llegamos a la Mezquita de Suleyman. La mezquita sigue un esquema clásico, por lo que lo primero que nos encontramos fue un bonito patio exterior. Desde allí se podía ver perfectamente la fachada con las fuentes para lavarse los pies y sus cuatro minaretes. A continuación por una puerta monumental se accede al patio interior también de hechuras clásicas con su fuente en medio. Muy bonito. Y el interior no defrauda. Enorme y espectacular. No tanto como la Mezquita Azul, pero aun así espectacular. Con menos azulejos y menos decoración, pero con encanto. Lo que es increíble es la cúpula. Y las ventanas con vidrieras de colores también. Una mezquita preciosa Habrá quien dirá que vista una mezquita vistas todas. Y hasta cierto punto eso es cierto. Siendo diferentes, son todas iguales. Todas siguen el mismo esquema y la decoración es similar en todas ellas. Pero no por ello dejan de ser interesantes. A mi personalmente no me casan. Podría ver miles y miles de mezquitas una detrás de otra y no me cansaría. Bueno, tal vez he exagerado un pelín con el número de mequitas. Quitad cinco o seis, pero no muchas más. Aviso para navegantes. Un poco antes de llegar a la mezquita, a un limpiabotas se le cayó un cepillo de la caja delante nuestro. Como el hombre no se dio cuenta lo recogimos y lo llamamos para devolvérselo. El pobre limpiabotas se deshizo en agradecimientos. Muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias. El pobre hombre no sabía como agradecernos el que le hubiéramos recuperado su cepillo. Se alejó unos pasos antes de dar media vuelta y volver hacia nosotros. Me miró los zapatos y tras una pequeña duda me dijo que me los limpiaría como compensación por el enorme favor que le habíamos hecho. Ya ves tú, devolverle un cepillo que se le había caído al suelo. El problema es que iba con alpargatas. Así que le dije, chiquillo, como quieres limpiar esto, anda déjalo. Pero el limpiabotas se negaba a dejarnos ir sin devolvernos el favor. Ni que le hubiéramos salvado la vida. Como las mías no tenían remedio, pasó a las botas de mi mujer. Él insistía en limpiarlas. Y nosotros que no. - Ven aquí rubia, que te limpio las botas. - No hace falta majete, que no ha sido nada. - Que si, que sí, mi honor de limpiabotas me obliga a ello. - La recuperación de un cepillo solo se puede pagar con una limpieza gratis. Si no, la deshonra recaerá sobre y sobre toda mi familia. Nunca más podré volver a trabajar. - Que no, que no, puedes ir tranquilo, nunca revelaremos tu secreto. Tu honor está a salvo con nosotros. Más o menos ésta fue la conversación que mantuvimos con el limpiabotas, con alguna pequeña variación. Al final conseguimos librarnos de él. La verdad es que no quisimos que le limpiara las botas a mi mujer, porque nos parecía abusar de él. Faltaría más que ese pobre hombre tuviera que trabajar gratis por haberle devuelto un mísero cepillo. Si le hubiéramos permitido limpiar las botas a mi mujer nos hubiéramos sentido fatal. Así que nos fuimos contentos con nuestra buena obra. Lo curioso vino cuando tras visitar la mezquita y bajando por una calle, otro limpiabotas se puso delante nuestra y repitió la operación. Sonó un clac y el cepillo saltó por los aires cayendo a nuestros pies. Que se repitiese la historia ya era raro, pero es que resultó evidente que el cepillo no se había caído. Había saltado por los aires. Y lo del clac ya era el colmo. Nos echamos a reír y sin decir nada pasamos de largo. El limpiabotas, al ver que no habíamos picado, se dio media vuelta y fue a recoger el cepillo. No veas tú lo que nos reímos. Y pensar que el primer limpiabotas nos había tocado el alma y hasta nos había dado lástima. ¡Qué inocentes somos! Estuve a un tris de llamar a los de Cuarto Milenio. Este era un caso para Íker Jiménez. Empezaría con algo como, “Esta noche tenemos un documento espeluznante. Vamos a hablarles de unos fenómenos paranormales que están ocurriendo en Estambul y que tienen aterrorizada a su población. En especial al gremio de los limpiabotas, que son los que más directamente están sufriendo esos ataques indiscriminados. Cepillos que salen volando de las cajas de los limpiabotas sin explicación alguna. Pero quién o qué está sembrando el pánico entre los turcos. Seres del más allá, espíritus insatisfechos, el fantasma errante de un limpiabotas. Esta noche pondremos algo de luz sobre esté terrible asunto. No se lo pierdan”. En resumen, con un mecanismo hacen saltar el cepillo de la cesta. El inocente turista lo recoge del suelo y se lo devuelve al limpiabotas que en agradecimiento le limpia los zapatos. Gratis por supuesto. Pero el turista no puede aceptar el regalo. ¡Pobre hombre!. Eso no sería correcto, el turista ricachón aceptando un regalo del pobre limpiabotas. Así que para compensarlo le da una propina. Propina que en alguna ocasión puede llegar a ser incluso más elevada de lo que hubiera cobrado el limpiabotas. Un pequeño timo que se resuelve con unos pocos euros. Y con un poco de suerte el inocente turista ni tan siquiera se enterará de que lo han timado. Así que al final todos contentos y felices. A nosotros nos vino de un pelo del cul….. ¡uy perdón! no picamos de milagro. Riéndonos de la inventiva de esta gente y de lo tontos que podemos a llegar a ser los guiris profesionales, llegamos hasta la orilla. Y sin saber como, nos vimos rodeados de tiendas, vendedores, gente paseando, carretillas cargadas con más cajas de lo recomendable, bandejas llenas de tazas que parecían volar por encima de las cabezas de la gente, y sobre todo de mucho color. Estábamos en los alrededores del Bazar de las Especias. Solo tuvimos que seguir esa calle para llegar al bazar. En realidad lo que buscábamos era la Mezquita de Rusten Paça. Pero un paseo por el interior del bazar no podía hacernos daño, así que nos colamos. Estaba lleno a reventar de gente. Me atrevería a decir que más que el Gran Bazar. Se trata de un edificio en forma de L no muy grande. Como su nombre indica, se venden principalmente especias, té y dulces. Es más pequeño que el Gran Bazar. Pero mucho más bonito gracias al tremendo colorido de las especias y de los diferentes tés. Rojos brillantes. Amarillos más brillantes todavía. Verdes, marrones, ocres. Una gran variedad de colores y tonalidades que hacen del Bazar de las Especias un lugar donde volverse loco sacando fotos intentando captar ese mundo de color. Recorrimos la L en ambas direcciones. Simplemente por el placer de pasear, de disfrutar del lugar. A quién quiero engañar. Queríamos llevarnos algo de ese lugar y dimos vueltas arriba y abajo buscando algo que nos convenciese. Acabamos comprando una especia para pinchitos. 100 gramos por 7 TL. Me gustó el proceso de compra. Antes de que te decidas, te dejan oler diferentes especias para que elijas la que más te interesa. Es algo original. Diferente. En España todo está empaquetado. Lo único que puede ayudarte a elegir es una etiqueta y el color. Y a veces solo lo etiqueta. En cambio en el Bazar de las Especias, puedes cerrar los ojos, inspirar profundamente y disfrutar de esos agradables olores. Eso si que ayuda de verdad a decidirse. Una experiencia muy gratificante. El Bazar de las Especias me gustó más que el Gran Bazar. Está claro que está totalmente enfocado al turista. Pero no venden tantos chismes como en aquel. Está más centrado en la venta de especias, delicias turcas, todo tipo de pastelitos típicos, y té de todas clases. Estos producíos le confieren un colorido espectacular y lo hacen muy fotogénico. Salimos por la puerta que hay frente a la Mezquita Nueva. Otra mezquita enorme pero en este caso con solo dos minaretes. La peculiaridad de esta mezquita radica en que no cuenta con una zona ajardinada. Se accede directamente al patio exterior. Muy bonito como los que ya habíamos visto anteriormente. Con su fuente en medio del patio, sus pasillos laterales, las altas columnas que soportan los arcos. Me encantan estos patios, tienen un encanto especial. El interior de la mezquita es muy bonito. Más que el de la Mezquita de Suleyman pero sin llegar a la altura de la Mezquita Azul. El colorido de los azulejos, los versos coránicos. Resulta muy colorida. Es una de las principales mezquitas de la ciudad y eso se nota. Me pareció muy bonita. Sin ninguna duda recomiendo su visita a todo el mundo. Al salir de la mezquita localizamos al otro lado de la plaza las cúpulas de la Mezquita Rusten Paça. Ese era uno de nuestros objetivos para ese día. Así que cruzamos la plaza y ……., ¿dónde está la entrada?. Muy lejos no podía estar, pero fácil tampoco lo ponen. Nos metimos por unos callejones y la entrada seguía sin aparecer. Por suerte ni tan siquiera hizo falta preguntar. No os equivoquéis, no es fuera fácil de encontrar. Es que la gente al vernos perdidos nos fue indicando el camino. Buena gente. Gracias a ellos encontramos la entrada. Una pequeña puerta que podría ser la de una casa cualquiera. Parecía cualquier cosa, menos la entrada de una mezquita. Subimos unas estrechas escaleras que para nada hacían presumir lo que había arriba. Un patio interior no muy grande con una sola zona cubierta, la que está delante de la entrada. Enfrente las fuentes para lavarse los pies. Un patio totalmente diferente a los que habíamos visto hasta ese momento. En realidad el menos interesante de los que vimos. Una simple cuestión de tamaño. El interior también es más pequeño que el de las otras mezquitas que habíamos visitado. Pero en este caso el tamaño no fue un problema. La decoración es preciosa. Las paredes están casi totalmente cubiertas de azulejos de color azul. Las enormes lámparas colgadas del techo. Las vidrieras de colores. Una mezquita preciosa. Junto con la Mezquita Azul, la que más me gustó. Y con una ventaja añadida, no había nadie. Cuando llegamos no había ningún otro turista. Un poco antes de salir llegaron dos parejas. Algo que difícilmente ocurrirá en las mezquitas más grandes. Me costó salir de ese lugar. Salimos justo cuando empezaban a cerrarla para el rezo. Una mezquita preciosa. No sé si fue el efecto de la decoración de azulejos, o porque al ser más pequeña todo parecía más cercano. Pero fuese por lo que fuese, me encanto. La recomiendo encarecidamente. Al salir a la calle nos dirigimos al puerto junto al Puente Galata. Un poco antes de llegar al puente, la izquierda del puente vimos que vendían bocadillos de caballa por 6 TL. No estaba previsto, pero ¿por qué no?. Compramos dos bocadillos, buscamos un hueco libre y acabamos comiéndonos los bocadillos sentados sobre unos barriletes. Ese sitio estaba a tope. Era una barca en la que cocinaban la caballa. Un no parar de bocadillos. No sé cuantos bocadillos pueden llegar a despachar en un día normal. Pero seguro que son muchos. Y cuando digo muchos, son muchos. Seguro que se sacan algo más que un buen sueldo. En cuanto al bocadillo, pues que queréis que os diga, un bocadillo sin más. Ni chicha ni limona. Cumple el expediente, pero que nadie se espere una exquisitez. Después vimos que también los servían en los restaurantes que hay debajo del puente por el mismo precio. En ese mismo lado del puerto encontramos la oficina de Turyol. Compramos dos billetes para hacer el crucero por el Bósforo. 12 TL cada uno con salida a las 13:30. Todavía faltaba media hora, así que subimos al barco y esperamos a que fuera la hora. Poco a poco el barco se fue llenando. Lo de llegar temprano tuvo su recompensa, pudimos escoger un buen lugar sentados en un lateral junto a la borda. Puntuales a la una y media, el barco empezó un recorrido de una hora y media por el Bósforo. Llegamos hasta el segundo puente, dimos media vuelta y de nuevo al puente Galata. Tanto a la ida como a la vuelta hicieron una parada de unos segundos en la zona de Uskudar. Durante el recorrido se van viendo varios palacios que hay en la orilla del Bósforo, entre ellos el de Dolmabaçe, cuya visita habíamos descartado por falta de tiempo. También se ve mucho chalet de lujo y algunos parques. Al final junto al segundo puente se ven dos fortalezas, una a cada lado del estrecho. La de la izquierda, en el sentido de la ida, es bastante grande y se conservan muchas torres. Pero lo mejor de todo es el último tramo del recorrido antes de entrar en el puerto. Se pueden ver el Palacio Topkapi, Santa Sofía, la Mezquita Azul, la Mezquita Nueva, y un poco más allá la de Suleyman. La estampa es espectacular, digna de una postal. Sin duda lo mejor del crucero. Lo resumiría como un recorrido agradable, pero no lo considero como algo indispensable. Está bien como relleno, y para darse un agradable paseo sentado y descansando, disfrutando de unas bonitas vistas. De regreso a tierra firme decidimos cruzar el Cuerno de Oro. Algo sencillo, lo único que hay que hacer es atravesar el Puente del Galata. Lo hicimos por debajo, paseando entre los restaurantes. Hasta que nos vimos obligados a subir a la parte superior. Arriba habían desaparecido los restaurantes. En su lugar habían colocado un montón de gente con una caña de pescar. No quedaba ni un solo hueco libre. Uno al lado del otro apretados como sardinas en lata. Con tanta gente, resulta increíble que alguien pueda sacar algo. Pero lo sacan. Nosotros vimos varios peces. Así que o los habían pescado o se los habían traído de casa para que les hicieran compañía. Me decanté por la opción de que los habían pescado, ya que los peces nunca me han parecido una gran compañía. Pero además en este caso hubiera resultado de una crueldad intolerable. Llevar a los pobres pececillos para que viesen como pescaban a sus congéneres. ¿Y si el pez que acababan de pescar era un primo del que habían llevado de casa?. O peor aún, un hermano. Con esa historia de que ponen huevos, los pececillos tienen montones de hermanos. No, no creo que nadie en su sano juicio pueda ser tan cruel. No tardamos en llegar a la Torre Galata. Uno de los pocos sitios en los que encontramos cola. Al menos avanzó con rapidez y no tardamos mucho en llegar a la taquilla. Nos llevamos una desagradable sorpresa al pagar las entradas. Los turcos pagaban 6,50 TL, nosotros el mismo importe en euros, o su equivalente en liras turccas, esto es 19 TL cada uno. Me pareció un robo. Pero ya que estoábamos allí pagamos. Subimos con el ascensor, luego un pequeño tramo de escaleras, y al intentar salir al exterior un atasco de gente. Pero de donde ha salido toda esta gente. La Torre del Galata es como ya habrán adivinado los más espabilados una torre. De piedra. Y alta. Tan alta que ofrece unas vistas espectaculares sobre Estambul. El problema fue que nosotros no fuimos los únicos que nos enteramos de lo de las vistas. Se ve que alguien se fue de la lengua, se corrió la voz, y todos los guiris que había en la ciudad se habían citado en ese lugar a esa hora. Un pequeño inconveniente que nos tomamos con filosofía. Cuando conseguimos salir al exterior, empezamos la vuelta por la izquierda, lo que nos ofreció una perspectiva de la parte asiática de la ciudad. Es la parte menos interesante. Pero está bien para abrir boca. Lo de comenzar por la izquierda no fue un capricho. Ese es el sentido en el que gira la gente allí arriba. Y como el pasillo es tan estrecho que solo cabe una persona, no queda más narices que dejarse llevar. Después van apareciendo en la lejanía el Palacio de Topkapi, Santa Sofía, la Mezquita Azul, la Mezquita Nueva, la Mezquita de Suleyman. También se distinguen la de Rusten Paça, y algunas otras más que no se cuales son. Estambul está lleno de mezquitas. La verdad es que las vistas son espectaculares. Merecen mucho la pena. Y eso que este tipo de miradores no me suelen emocionar, pero éste en concreto si que me ha gustó. Lo que se ve merece la pena. Aún así el precio me parece un robo. No se si volvería a pagarlo. Bueno si que lo sé. No lo pagaría. Y es que desde la torre pudimos ver en la terraza de un edificio, un bar o un restaurante, o las dos cosas; no se exactamente que era. Está entre la Torre Galata y el Cuerno de Oro. Es un poco más bajo que la torre, pero seguro que tiene las mismas vistas. Y con los 38 TL que pagamos entre los dos creo que además de las vistas nos hubiéramos podido tomar un piscolabis. Además las hubiéramos disfrutado sentados. Las vistas desde la torre merecen la pena, pero tal vez sea mejor opción ir al bar. De vuelta a la calle enfilamos la Istikal Cadesi en dirección a Taksim. Es una calle que podría estar en cualquier ciudad europea. El mismo tipo de fachadas. Las mismas tiendas e incluso alguna más. Y mucha gente. Muchísima gente paseando a lo largo de toda la calle. Pero si hay algo que distingue a esta calle es el tranvía que la recorre arriba y abajo. Lo vimos pasar en varias ocasiones. En todas iba cargado hasta la bandera. Si uno quiere usarlo para no darse la caminata, vale; pero encanto poco, con tanta gente dentro no creo que uno pueda disfrutarlo de verdad Un poco antes de llegar a Taksim aprovechamos para cambiar 50 $, Nos dieron 110 TL (a 2,22). También paramos en un bar y nos comimos un kebab, un sándwich de pollo y dos aguas pequeñas. El precio, muy barato, 14 TL. Pero es que lo que comimos no valía mucho más. Bastante deficiente. En cuanto a la plaza Taksim es un espacio abierto muy grande, con gente por todas partes, pero sin nada destacable. Tan solo una estatua en medio de la plaza. No le vi la gracia por ningún lado. Como no sea el continuo trasiego de gente de un lado para otro, no tiene nada por lo que realmente merezca ir hasta allí. Así que como allí no había nada que hacer dimos media vuelta y volvimos caminando de nuevo por Istikal Cadesi. No es que la callecita de marras me entusiasmase, pero mira, por hacer algo diferente. Y como larga lo es un rato, se nos hizo de noche. Por cierto de noche la calle no cambia nada. Parece lo mismo que de día, una calle comercial de una ciudad europea cualquiera. Eso sí, con más gente. AL final de la calle nos esperaba la Torre Galata que estaba iluminada, y un poco más allá el puente homónimo. Esta vez lo cruzamos por la parte de arriba, lo que nos permitió disfrutar de otra bonita estampa. La Mezquita Nueva a la izquierda y la Mezquita de Suleyman a la derecha. Ambas perfectamente iluminadas. Una imagen preciosa, y lo mejor de todo, gratis. Volvimos a atravesar el bazar de las Especias. Me encantó este lugar. Como homenaje decidimos realizar alguna compra. Acabaron cayendo dos cajas de dulces típicos, una caja para regalar y otra para mi, y 100 gramos de anacardos. Los dulces eran iguales que los que había comprado a granel en días anteriores. Con menos variedad y algo menos de calidad. Pero para alguien como yo, que mataría por su ración de azúcar diaria, eso era lo de menos. De ahí al hotel no podía haber mucho, así que decidimos ir caminando. El problema es que el Gran Bazar se cruzó en nuestro camino. No es que nos liásemos comprando o que nos perdiésemos en su laberinto de callejones. Fue mucho peor, ya lo habían cerrado y no vimos por donde pasar. Intentamos rodearlo pero acabamos en varios callejones sin salida. Eso nos obligó a volver a atrás unas cuantas ocasiones, lo que inevitablemente acabó por desorientarme y por ende con los dos tontos perdidos dando vueltas a ciegas sin saber si íbamos o veníamos. De lo que no nos privamos fue de subir unas cuantas cuestas. A mí es lo que me pide el cuerpo después de todo un día caminando, un par de cuestas para rematar la faena. Si es que nunca aprenderemos, nos las podíamos haber ahorrado, pero no damos para más. No nos quedó más remedio que acabar preguntando. Hace muchos años, alguien muy listo dijo que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Siento disentir, el camino más corto entre dos puntos es el que te indica un turco al que le has preguntado como llegar al otro punto. Ese fue el resultado del estudio de campo realizado esa misma noche en los alrededores del Gran Bazar por un servidor y su esposa. No se si la línea que nos trazó el turco al que le preguntamos era recta, cóncava o convexa, pero puede garantizar que fue la manera más rápida de salir del lío en el que nos habíamos metido. Gracias a las indicaciones de ese buen hombre acabamos junto a la Mezquita de Suleyman. Una vez ubicados llegar al hotel resultó sencillo. El Gran Bazar ya estaba cerrado, pero algunas de las calles aledañas todavía conservaban su actividad. Aunque se notaba que los vendedores ya andaban de retirada. A pesar de eso todavía me dio tiempo de comprar dos polos de imitación a un vendedor callejero por 10 TL cada uno. Talla única. Por suerte ha sido la mía. Descansamos un rato en el hotel. Mis pies más que pedírmelo, me lo exigían. Y en cuanto volvimos a ser personas salimos a cenar. Serían eso de las nueve y media. Nos dirigimos a la zona de Sultanahmet y buscamos un restaurante con vistas. Sabíamos que sería más caro, pero queríamos despedirnos de Estambul y de Turquía a lo grande. El elegido fue el Sultan Restaurant. ¿Por qué?. Pues porque si. Fue ese como podría haber sido cualquier otro. Nos hicieron subir hasta la planta superior. A patita claro. Nos debieron ver muy frescos, y se dijeron, éstos han caminado poco hoy, que se ganen la cena. Cenamos en una terraza en la azotea del restaurante, con unas vistas alucinantes tanto sobre Santa Sofía como sobre la Mezquita Azul. Eso era precisamente lo que buscábamos para nuestra última cena en Estambul. Pedimos una brocheta de cordero, un plato de queso a la plancha, una ensalada de atún, y un agua grande. Pagamos 75 TL. La comida correcta y las raciones normales. El problema fue que nos hicieron esperar una hora antes de servirnos la comida. Es un restaurante caro, muy caro para ser Estambul. Lo que comimos no valía lo que pagamos. Pero las vistas que se tienen desde esa terraza si que valen ese precio y mucho más. A veces merece la pena darse un capricho y cenar en lugar como ese, aunque sea a costa de pagar un poco más. De todas formas estamos hablando de que la cena de los dos nos costó 25 euros. Dicho así no suena tan caro. Y de verdad, las vistas eran espectaculares. Santa Sofía de frente y la Mezquita Azul a un lado. Iluminadas. Las podíamos ver perfectamente, sin que nada interfiriera en nuestro campo de visión. Antes de volver al hotel pasamos por última vez frente a Santa Sofía y frente a la Mezquita Azul. Esa fue nuestra última imagen de Estambul, la Mezquita Azul iluminada por la luz de los focos. Mi adorada Mezquita Azul. A la mañana siguiente nos levantamos a las seis y media. A las siete en punto pasaron a recogernos los del transfer. Éramos los primeros. Cuatro recogidas más, todas en la zona de Sultanahmet, y a las siete y media ya habíamos atravesado el puente Galata. Media hora más tarde nos dejaban en el aeropuerto. El vuelo de vuelta, Estambul – Barcelona lo hicimos con Pegasus. El precio, 93 euros por persona. Salió puntual a las 10:30 llegando a Barcelona a las 13:15. Dos horas de espera antes de coger el vuelo de Ryanair que nos llevaría hasta Palma. También salió puntual a las 15:30, aterrizando en Son Sant Joan a las 16:15. Y colorín colorado este viaje se ha acabado. Índice del Diario: 7 DIAS DE MARZO DE 2014 POR TURQUIA
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