En la fachada de la guest house de Rimche hay un espejo. Después de varios días me he mirado y, menudos pelos, pero me sigo reconociendo. Nos han educado tanto en depender de la vista que, con frecuencia, no nos detenemos a escuchar, a oler, a saborear. Parece que en nuestro mundo sólo importa lo que vemos. En otros mundos, la gente no se mira en espejos, muchas personas ni siquiera conocen su cara. A veces les haces fotos y no son capaces de reconocerse cuando se las enseñas.
Thulo Syabru se veía soleado desde Rimche. Vamos hacia allí! La etapa consistía en descender de los 2500 m de Rimche hasta los 1700 de Pairo, y después ascender hasta los 2200 m de Thulo Syabru.
Ahora yo bajaba tan torpe como un pato aquellos miles de escalones por el bosque que unos días antes había subido con tanta fluidez, casi sin enterarme. Yo y mis bajadas……..En cambio, Nabaraj iba en su salsa.
Por mucho que mirábamos hacia las ramas de los árboles buscando red pandas, no conseguimos ver ninguno, aunque notábamos que algunos bichos saltaban de rama en rama sobre nuestras cabezas. Muchos pajaritos veíamos, eso sí.
Los porteadores seguían transportando de todo. Incluso nos cruzábamos con niños, y algunos ancianos descalzos, aunque afortunadamente eran minoría. Tablones de madera, ventanas, y todo tipo de productos que necesitamos los extranjeros viajaban a sus espaldas. ¡Qué duro! A algunos turistas, especialmente españoles, les parecía caro pagar euro y medio por la habitación y presionaban para conseguirla gratis.

Nos acompañaba todo el tiempo el río impetuoso que habíamos visto nacer en las montañas de Langtang, juntándose corrientes de fusión de los glaciares. La corriente golpeaba los grandes bloques de piedra que encontraba en su curso.
Nabaraj aprendía español a ritmo acelerado. Chico listo. La persona más risueña y servicial que he conocido en mi vida. Siempre preocupado por nosotros y porque nos sintiésemos bien. Tenía edad para ser nuestro hijo, y en cambio, parecía nuestro padre. Eramos un buen equipo y se iba forjando una sincera amistad. “If you happy, I happy”……era su frase en su tosco inglés.
Parada para chocolate caliente en Bamboo, en las soleadas terracitas al lado del río. Un gato merodeaba por allí. Cuánto tiempo sin ver un gato. Tampoco habíamos visto perros en los pueblos de montaña.
Más suave era el descenso hasta los 1730 m de Pairo, por la orilla umbría y de exuberante y verdísima vegetación. Algún ratón de montaña huía al vernos, ocultándose entre el follaje. En la soleada orilla de enfrente crecían los cactus, y las abejas guardaban la miel en colmenas en las paredes rocosas de inaccesible verticalidad.
Almuerzo en Pairo, con vistas al río y a Thulo Syabru encaramado en lo alto de una colina, hasta donde nos dirigiremos. Tiene éxito este chiringuito, está a tope. Sus tartas son realmente tentadoras.

Continuar hasta Syabru Besi sería el itinerario habitual, y finalizar allí el trekking de Langtang, pero nosotros añadiremos una variante, prolongándolo un poco más, para conocer otras perspectivas y otros pueblos, por lo que nos desviamos hacia Thulo Syabru.
De los bambús que crecen en el empinado camino que asciende hacia Thulo comían las vacas. Los monos saltaban ágilmente de árbol en árbol. Y muchísimos pájaros que no dejaban de trinar ni de revolotear de un lado a otro. Incluso parecía que se hablaban entre ellos. Se notaba que este sendero está mucho menos transitado, muchos más animales y casi ningún humano.
Desaparecían los bambús a 2000 m de altura, y los rododendros ocupaban su lugar. En el fondo del valle distinguíamos Syabrubesi, y a lo lejos deberíamos distinguir las cumbres del Ganesh, que las nubes nos ocultaban. Y como no, chiringuito para tomar algo.

Impresionante la altura de las montañas que caen sobre el valle del río Langtang. El bosque se espesaba rotundamente alrededor del río Ghopche Khola, el cual cruzábamos por un puente colgante después de ceder el paso a una manada de vacas escaladoras. La subida continuaba por el bosque frondoso, hasta llegar a las primeras casas de Thulo Syabru. Las vistas se despejaban. Una tejedora entrelazaba hilos de colores para componer cinturones, bufandas, gorros, bolsos. Aquí sí que la labor era manual, no como los productos que venden en la mayoría de tiendas. Así que sigo recordando aquel lugar con un tejido artesanal que ahora vive conmigo.

La subida continuaba, escalones y más escalones, que nos iban llevando de casa en casa, mientras los niños salían a saludarnos.
Thulo Syabru no se parece a los pueblos del valle de Langtang, fundamentalmente turísticos. Es un pueblo agrícola, cuyos campos de cultivo caen en terrazas sobre la ladera.
Es un bonito lugar este asentamiento de una comunidad Tamang, antigua etnia procedente del Tíbet.
Sus casas no se diferenciarían demasiado de las de cualquier aldea de cualquier lugar del mundo, con los establos y almacenes en la planta baja y la vivienda en la planta alta. Sólo que aquí no faltan los altares budistas, estatuas y ofrendas diarias en un rincón de cada casa.
Cada persona tiene su oficio, como el hombre que elaboraba grandes cestos con tiras de bambú que había extendido en el suelo a secar. Otros plantaban patatas, algunas mujeres hilaban, otras tejían con telares artesanales. Los niños jugaban y pedían hacerse fotos.


Nos alojamos en la guest house 3 Brothers, habitación con baño, con water, se han acabado las placas turcas, y además tenemos lavabo, ¡y espejo!,………y.........¡chachán..........wifi!…¡absolutamente luxury! Si además hubiera funcionado la cisterna, entonces habría sido la leche.
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