Amaneció nublado y pronto comenzó a llover de camino a Siena. ¡Qué complicado fue aparcar! Por fin estábamos en la ciudad callejeando en busca de la catedral cuando apareció frente a nosotros un inmenso edificio de mármol blanco y negro (tan típico en la Toscana), una torre altísima (el Campanile) y un friso decorado en oro que nos dejó con la boca abierta

Salimos de allí totalmente abrumados por el despliegue de medios que se gastaban ya en el siglo XIII y rodeamos el edificio para fotografiar la fachada trasera desde la que parte una escalera (apenas llovía ya) que desemboca en una calle bastante transitada.

Descubrimos que por allí se iba a la Plaza del Campo. Probablemente si os digo la Plaza del Palio os suene más el nombre por las carreras de caballos que aquí se celebran cada año en agosto. La plaza en sí es bastante grande y está muy inclinada para correr con los caballos a lo loco entre la multitud. No me lo puedo ni imaginar siquiera. Por lo visto durante la competición vale todo y al ganador lo tratan como a un dios. En el centro pero no exactamente en medio hay una fuente vallada recubierta de mármol bastante grande. En fin, el lugar es precioso, lleno de tiendas, cafés, gente tumbada almorzando. Tiene vida y bullicio. En un extremo de la plaza se encuentra el Palazzo Pubblico y la torre del Mangia de 88 metros a la que no pudimos subir pues en días de lluvia y viento la cierran al público, una lástima. Volvía a llover y aunque la ciudad prometía, recorrimos deprisa algunas de las calles que circundan la plaza para terminar tomando un trozo de pizza y un café que nos quitó el hambre y nos resguardó del aguacero.
Sobre la 1 nos dirigimos a la carrera, empapados hacia el coche con la sensación de no haber visto todos los tesoros de Siena y tan tristes como el día para poner rumbo a la ciudad de los rascacielos. ¿Nueva York en La Toscana? No, San Gimignano.

El camino hacia San Gimignano fue precioso, por una carretera secundaria llena de viñedos y suaves colinas. En cada curva se divisaba cada vez más cerca nuestro destino.
San Gimignano fue durante la Edad Media un lugar en alza, pujante donde las mejores familias de la comarca tenía sus palazzos y en ellos edificaban unas torres que indicaban el poder que cada familia ostentaba, cuanto más alta era la torre, más poder tenía la familia. Así, San Gimignano llegó a albergar hasta 72 torres de una altura considerable de las que, hoy en día, quedan 14 en pie debido entre otras causas a que cuando una familia caía en desgracia o perdía su poder las desmochaban para vergüenza de sus propietarios.
Unos aparcamientos disuasorios a la entrada de la ciudad nos indicaban que debíamos dejar el coche extramuros. Los 3 primeros parkings estaban repletos así que lo dejamos en el P4 del que partía un ascensor hasta lo alto de la muralla.
Serían como las 2:30 de la tarde y las calles no estaban muy llenas. La buena noticia era que había dejado de llover y enseguida empezamos a ver de qué iba todo aquello. La sensación era la de haber retrocedido 600 ó 700 años en el tiempo. De verdad, este pueblo podría ser perfectamente el escenario de una película ambientada en la Edad Media. Calles estrechas y empinadas, altísimos edificios de piedra, plazas llenas de gente, un mercadillo callejero de frutas y verduras, rincones con flores y escaleras también de piedra. Fue como estar en un cuento esperando que aparezcan las princesas y los caballeros retándose en duelo. Una auténtica pasada. No hubo necesidad de entrar en ningún edificio, ni en el ayuntamiento ni en la iglesia para contagiarnos del espíritu de la ciudad.

Nos dejamos llevar por nuestros pies recorriendo el pueblo tratando de capturar en nuestras cámaras la esencia y el recuerdo de este lugar. Sentados en una terracita en la Plaza de la Cisterna, llamada así por el gran pozo que se sitúa en su centro, sin prisas, disfrutamos de un plato de pasta mientras contemplábamos el lugar. Los italianos entregados a sus quehaceres diarios y los turistas por todas partes, la cola de gente en la heladería ganadora de varios premios... Paseando por sus rincones nos topamos con varias galerías de arte, tiendas de artesanía, tiendas gourmet, incluso un Museo de la Tortura

En este punto tengo que decir que yo estaba empeñada en ir a Volterra porque había leído que tenía un pasado etrusco, romano y medieval muy importante. Estábamos un poco cansados cuando por fin, llegamos. De nuevo aparcamos en el disuasorio. Una advertencia: la mayoría de pueblos de la Toscana están en lo alto de una colina, amurallados mientras que los parkings suelen estar abajo en las afueras. Llevad calzado cómodo y buenas piernas para subir cuestas. No os perdáis las increíbles vistas sobre la campiña toscana que se divisan desde lo alto del pueblo.
Enseguida nos adentramos en la plaza del pueblo, el típico palazzo toscano que aloja el ayuntamiento nos lo indicó y una pared de mármol blanco y negro con una puertecita dejaba entrever que se trataba de una iglesia. Volterra no tiene el tamaño ni la importancia de Siena pero el interior de la catedral es muy bonito e incluso recuerdo una capilla muy sencilla que nos gustó mucho. A su espalda encontramos el edificio del baptisterio, ya nos habíamos acostumbrado a que así fuera en la Toscana y entramos en él junto con una excursión de chavalitos italianos. En la muralla localizamos la Porta dell'Arco, de origen etrusco del siglo III a.C., todo muy bien señalizado, no hay pérdida. El resto de la tarde lo pasamos deambulando por las calles muy bien conservadas y menos artificiales que en San Gimignano. Al llegar al final de la calle que atraviesa Volterra giramos a la izquierda y de repente... ¡booooom!, un teatro romano en bastantes buenas condiciones. Eso sí, cubierto de hierba, increíble.
¿Es que en Italia tienen de todo? La respuesta es sí. Los romanos estaban locos como decía Obélix. Sí, sí, locos pero por su tierra.


De vuelta al coche ya estaba atardeciendo y nos tomamos un café en la calle principal. Coincidimos en que este pueblo, sin duda, es uno de los que más nos gustó por su autenticidad, su encanto y su importante pasado histórico. Se recorre de arriba a abajo en hora y media y te vas satisfecho de haberte acercado hasta él.
Un broche de oro para nuestro primer día en La Toscana.
