Día 6.
Recorrido: Sarlat-la-Caneda - Turenne - Carennac - Loubressac - Autoire - Rocamadour.
Distancia: 129 kilómetros. Tiempo en el coche: 2 horas 29 minutos.
Perfil en google-maps:
Este día puede parecer un tanto cargado, pero los cinco últimos pueblecitos están bastante cerca entre sí y no requieren demasiado tiempo. Además, decidimos comer de bocadillo para ir sin demasiadas prisas.
SARLAT-LA-CANEDA
Nos alojamos en el Hotel Compostelle, de tres estrellas, situado en el número 66 de la Avenue des Selves. Su situación me pareció perfecta porque está a menos de 10 minutos caminando del centro histórico de Sarlat, pero lejos del bullicio y con zona de aparcamiento gratuito en una calle perpendicular. A primera vista, al verlo por el lateral, no me gustó demasiado ya que parecía un edificio bastante viejo. Sin embargo, por la parte delantera y en el interior la cosa cambia completamente. Está reformado y la habitación era amplia y muy cómoda, incluso con aire acondicionado. Precio 95 euros.
Descansamos un rato y salimos a pasear por Sarlat, la capital del Perigord Negro. Dicen que esta población es la que reúne más monumentos protegidos por metro cuadrado en Francia (65 en 1 Km2) dejando aparte las grandes ciudades. Y lo cierto es que mires donde mires, encuentras una bella estampa medieval, que te da la sensación de haber retrocedido en el tiempo. Sarlat surgió al abrigo de una abadía benedictina fundada en el siglo VII. Durante los siglos XIII y XIV conoció una gran prosperidad debido al comercio, pero la Guerra de los 100 años la dejó devastada. Fue reconstruida a partir de la segunda mitad del siglo XV con casas y palacios que se conservan en la actualidad, en buena parte gracias a la ley promulgada en 1962 por el entonces Ministro de Cultura André Malraux, sobre la restauración de edificios y bienes protegidos. Esta ley, llamada Ley Malraux, fue aplicada por primera vez en Francia a Sarlat y sirvió de modelo para otras rehabilitaciones en territorio galo.
La Rue de la Republique divide en dos la ciudadela medieval. En la parte este están los edificios más conocidos y la mayor parte de las tiendas y restaurantes, por lo cual es donde se aglomera el grueso de los visitantes. La zona oeste resulta mucho más discreta y tranquila, pero igualmente atractiva. Yo le encontré mucho encanto y se pueden sacar bonitas fotos sin nadie de por medio.
Rue de la Republique.
Al otro lado de la Rue de la Republique, la zona menos visitada de la ciudadela.
Era domingo y el centro de estaba lleno de gente, con lo cual decidimos cenar temprano. Vimos una mesa libre en uno de los numerosos restaurantes del casco antiguo, L’Instant Delice, 5 Rue des Consuls. Tomamos un menú degustación, con bloque de pato y oca, quesos y otras delicatessen. El precio rondó los 40 euros (con postre y copas de vino. Todo estuvo bien, aunque sin destacar. Cenamos dentro del restaurante porque la terraza estaba llena y pasamos calor. Los camareros fueron muy amables, indicándonos con qué tipo de pan tomar los patés, perdón, el “foie gras”, y los quesos, y en qué orden.
Cuando acabamos, recorrimos la ciudad mientras caía la tarde. Es bonito ver atardecer en Sarlat, contemplando como los edificios góticos de color ocre y tejados de pizarra van cambiando según la luz, mientras docenas de personas caminaban, tomaban un refresco en las terrazas, se arremolinaban para ver las actuaciones de todo tipo de artistas callejeros o compraban productos típicos en las innumerables tiendas. Quizás había demasiada gente, pero eso le otorgaba una animación a la noche inexistente en otros lugares de Francia.
Tranquilamente fuimos viendo como se hacía de noche y la luz artificial iluminaba las casonas y los palacios. Al otro lado de la Rue de la Republica, las callejuelas estaban casi desiertas.
Sobre las once regresamos al hotel para descansar y todavía quedaba bastante gente disfrutando de la noche en Sarlat. Una hora récord para esta zona de Francia.
A la mañana siguiente, madrugué nuevamente para dar una vuelta antes de que llegase la avalancha de visitantes. Me encontré con la sorpresa de que estaba lloviendo, una lluvia suave y tranquila, pero que me obligó a coger chubasquero y paraguas.
Algo que no he comentado todavía y que me gustaría señalar es el respetuoso recuerdo que los franceses expresan por sus caídos en las dos Guerras Mundiales, al menos en toda la zona que visitamos durante este viaje. Aun en el pueblo más pequeño, no faltaba un monumento, enorme o humilde, dedicado a ellos, con sus nombres, apellidos y edad. Producía cierto escalofrío leer apellidos iguales, referidos seguramente a padres, hijos o hermanos, la mayoría muy jóvenes. Un tributo enorme en vidas, que impresiona sobre todo en pueblos diminutos, poco más que aldeas. Sarlat-la-Caneda, como no podía ser menos, también ha erigido sendos monumentos a sus caídos, a la entrada al centro histórico.
Volví a pasear por los rincones que habíamos visto la noche anterior y por otros nuevos, ahora a la luz del día y sin casi nadie alrededor. Este Sarlat solitario y un poco brumoso resultaba igualmente atractivo, quizás más por el aspecto misterioso que adquirían sus edificios de piedra ocre. Pronto dejó de llover y me pude dedicar a disfrutar del entorno.
Interior de la Catedral de Saint Saveur.
Un rato después me reuní con mi marido y fuimos a desayunar. Rápidamente encontramos varios sitos para tomar café con todo tipo de bollos, sandwiches y demás, a precios muy razonables: entre 6 y 10 euros, dos desayunos completos con zumo incluido. Compramos también unos bocadillos para almorzar ya que íbamos a tener un día cargadito y no queríamos perder tiempo buscando restaurantes.
Después, nuevo paseo por la ciudad, ya que más que visitar su lista de monumentos, lo mejor de Sarlat-la-Caneda es perderse por sus calles. También visitamos alguna tienda, compramos un surtido de foiegras y otros derivados de pato y oca y visitamos el mercado, que no habíamos encontrado la noche anterior pese a llevar un detallado mapa. Se nos pasó porque ocupa la antigua iglesia de Santa María y, como estaba cerrado, no lo identificamos como tal. En realidad, no es un mercado de abastos ya que solamente ofrece productos típicos de la ciudad, principalmente para los turistas.
Después, nuevo paseo por la ciudad, ya que más que visitar su lista de monumentos, lo mejor de Sarlat-la-Caneda es perderse por sus calles. También visitamos alguna tienda, compramos un surtido de foiegras y otros derivados de pato y oca y visitamos el mercado, que no habíamos encontrado la noche anterior pese a llevar un detallado mapa. Se nos pasó porque ocupa la antigua iglesia de Santa María y, como estaba cerrado, no lo identificamos como tal. En realidad, no es un mercado de abastos ya que solamente ofrece productos típicos de la ciudad, principalmente para los turistas.
El Mercado.
Otra de las cosas en las que no puedes dejar de fijarte es la relación de Sarlat-la-Caneda con los gansos, las ocas, el confit de canard y el foie gras. Están por todas partes, aparecen en las plazas, en los escaparates de las tiendas y hasta colgadas de las ventanas de las casas (muñecos, claro). A las pobres se las representa muy felices, pero no creo que les guste mucho nacer cerca de aquí, pues ya se sabe cómo van a acabar .
Plaza del Mercado de los Gansos y alrededores.
El Pensador:
Hay que ir por detrás de la Catedral para llegar a la Linterna de los Muertos. Desde allí también se tiene una bonita perspectiva de las casas medievales y de la propia Catedral.
Por cierto que los sábados hay mercado en las calles de Sarlat. Lo comento porque tiene bastante fama y a mucha gente le gustan. Nosotros, sin embargo, preferimos evitarlo porque ya hemos visto muchos mercados medievales y tampoco difieren demasiado unos de otros; además, una ciudad como ésa, en verano, fin de semana y con mercado se debe poner imposible para moverse.
Dejamos Sarlat y emprendimos un sugerente recorrido por cinco de los “pueblos más bellos de Francia”. Sí, sí: todos seguidos y en una tarde. ¿Quién da más?
TURENNE
54,2 Km. desde Sarlat-la-Caneda. Aproximadamente, una hora en coche.
En principio no teníamos este pueblo en nuestro itinerario, pero nos pillaba de paso hacia Collonges-la-Rouge y como vimos que era uno de los catalogados como “más bellos de Francia” paramos a hacer una corta visita. Dejamos el coche en un parking gratuito fuera del pueblo y fuimos caminando hacia el castillo, que se encuentra (¡cómo no!) coronando una colina. De paso vimos las bonitas callejuelas medievales impecables y sus casonas señoriales adornadas con flores. Todo de postal. Para llegar al castillo, del que sólo se conserva la Torre César y el torreón, hay que subir una buena cuesta y pasar un arco. Sin necesidad de entrar a sus torreones, ofrece unas buenas vistas de los parajes circundantes desde uno de los miradores exteriores.
No aconsejaría desviarse para visitar esta población porque no le vi nada especialmente llamativo, pero está bien si se pasa cerca y se va con tiempo suficiente.
COLLONGES-LA-ROUGE
A 10 Km. de Turenne. Unos 10 minutos en coche.
Reconozco que llegar hasta Collonges-la-Rouge fue un capricho mío un tanto discutible, ya que nos hacía desviarnos unos cuantos kilómetros en nuestra ruta hacia Rocamadour, pero como sarna con gusto no pica y había buena carretera, pues… allá que fuimos.
Cartel con plano turístico de Collonges-la-Rouge, a la entrada del pequeño pueblo
Este pueblo sí que tiene algo especial que lo distingue de los demás y es que está construido íntegramente con piedra de arenisca roja procedente del macizo de Habitarelle. Aquí nació en 1981 la asociación de los pueblos más bellos de Francia y realmente responde a su título: es precioso, un auténtico lugar de cuento, que quizás no nos dejó disfrutar de toda su magia por la ingente cantidad de personas que se apretujaban en sus callejuelas.
Así que mucho mejor si se puede visitar por la tarde o a primera hora de la mañana. Como habíamos comprado comida en Sarlat, no nos quedamos a almorzar, aunque no parecía un mal sitio pese a ser muy turístico, porque, además de los típicos restaurantes con menús (formules), vimos mucha oferta de venta de bocadillos, merenderos y zonas para pic-nic.
CARENNAC
A 24 Km. de Collonges-la-Rouge. Una media hora en coche.
De vuelta al valle del Dordoña, otro de los pueblos más bellos de Francia, en la zona de Alto Quercy. Y en esta ocasión, la realidad confirma el título: es bonito, muy bonito. Y por si fuera poco, en un entorno natural realmente idílico.
Imprescindible darse una vuelta pausada por sus calles, cruzar el puente de las flores, asomarse al río, entrar en el recinto fortificado del silgo XVI y ver la iglesia románica de Saint Pierre, con su bello pórtico esculpido.
El pueblo está junto a la carretera, por lo cual no hay que desviarse si se va de paso, es pequeñito y se puede visitar en poco tiempo, aunque es cierto que merecería más atención de la que le pudimos dedicar.
LOUBRESSAC
A 11 Km. de Carennac. Trayecto de unos 10 minutos.
Muy cerca de Carennac, pero al contrario que éste, hay que subir una empinada carretera para llegar hasta él, con lo cual se pierde más tiempo si se va simplemente de paso. Por el camino, en la distancia se divisa un hermoso castillo, colgado de un risco, dominando los valles del Dordoña, del Bave y del Cère. Bonita estampa con el ganado pastando en sus laderas verdes.
Nada más llegar, contemplamos unas vistas preciosas sobre el valle. Para deleitarnos con el panorama, decidimos tomar un refresco en la terraza-mirador del bar que está junto a una zona de aparcamiento gratuito. Pero mira por donde, nuestro supuesto momento de relajación se convirtió en un calvario por la aparición de varias decenas de avispas que pretendían compartir nuestras bebidas. Nos cambiamos varias veces de sitio, hasta que los molestos insectos terminaron por echarnos definitivamente. Así que fuimos a dar una vueltecita por el pueblo (otro de los “más bellos de Francia”). Muy atractivo visualmente, con sus casas de piedra con rematadas con teja marrón.
AUTOIRE
A unos 5 Km. de Loubressac, entre 8 y 10 minutos en coche, dependiendo de la carretera que se tome, ya que hay varias opciones.
Y llegamos a nuestro quinto “pueblo más bello de Francia” del día. Éste tiene una ubicación privilegiada ya que se encuentra a la entrada de un cañón natural, formado por altos acantilados calcáreos. Cuenta con un pequeño pero pintoresco castillo, que luce mucho más al recortarse su silueta contra la montaña. Por lo demás, en la línea de los pueblos anteriores: bonitas casas medievales de piedra, la típica iglesia de estos lares que siempre da una bonita foto y callejuelas muy cuidadas, adornadas con macetas y flores.
Sin embargo, lo que más nos atraía de este lugar era su cascada, de 33 metros de altura. Desde el pueblo, hay una pequeña caminata de aproximadamente una hora entre ida y vuelta. Dejamos el coche en el primer aparcamiento que vimos (gratuito) y que resultó ser el que más lejos quedaba del comienzo del sendero hasta la cascada, que está junto a la iglesia. Así que tuvimos que subir un buen trecho, que luego tendríamos que bajar a la vuelta. En fin, así, de paso, vimos el pueblo al completo, que es muy chiquitito. El camino no tiene mayor problema y resulta muy agradable. Solamente al final, cuando se alcanza el bosque, hay una pequeña subida entre rocas. Pese a lo avanzado del verano, la cascada mantenía un caudal aceptable y lucía muy bonita. Estuvimos un ratito, sentados en las grandes piedras, descansando y disfrutando del rumor del agua.
De vuelta al pueblo, recogimos el coche y seguimos la misma carretera que traíamos. Un par de kilómetros más adelante nos encontramos con un pequeño aparcamiento y varios automóviles. Resulta que hay una entrada propia para ir a la cascada, desde la que se pueden tomar varios senderos: uno de ellos conduce en apenas diez minutos al pie de la cascada (donde nosotros habíamos estado antes sin saber que existía este otro acceso mucho más corto); otro con un balcón natural desde donde se aprecia (no muy bien) la caída del agua; y un tercero que conduce casi a la cima del acantilado, hasta unos miradores que proporcionan una vistas extraordinarias con la cascada y la población de Autoire aposentada en un valle de postal.
Aunque no se quiera hacer la caminata completa desde el pueblo hasta la cascada, aconsejo no pasar por alto estos miradores. Hay algunas escaleras y es conveniente ponerse un calzado cerrado, que no resbale, pero son senderos cortos y asequibles, que ofrecen unos panoramas preciosos.
Desde Autoire, continuamos hacia el último destino del día. Tardamos una media hora en hacer los 24 kilómetros hasta L’Hospitalet, a un par de kilómetros de Rocamadour, donde nos alojamos esa noche.