Apenas 18 kilómetros separan a estos tres hermosos pueblos de la llamada Sierra de Francia, situada al sudeste de la provincia de Salamanca, muy cerca del límite con Cáceres, y de Ávila. La distancia desde Madrid a La Alberca es de 261 Km. por la N-110 (se pasa por los alrededores de Ávila y Béjar). También es posible (quizás más rápido, aunque más largo) tomar en Ávila la autovía A-51 que pasa junto a Salamanca.
La zona forma parte del “Parque Natural de Las Batuecas y Sierra de Francia”, que destaca por sus grandes masas boscosas y la abundancia de agua que riega sus valles con numerosos ríos y arroyos, proporcionando una gran belleza al paisaje. Su punto más alto es el Pico de la Hastiala (1.735 metros sobre el nivel del mar), pero el más conocido es la Peña de Francia (1.727 m). Otro punto de interés lo constituye la peculiar arquitectura de sus pueblos, que llama más la atención en contraste con la recurrente austeridad de la piedra castellana. Las casas serranas poseen sillares de granito y fachadas formadas por conjuntos de vigas de madera revestidas con tejas, tablas y revoco de cal con llamativos dibujos y colores. Las plantas superiores sobresalen sobre las inferiores, con lo cual el alero de los tejados llegan a tocarse con los de al lado y los de enfrente, formando un atractivo entramado de luces y sombras en las calles.

La alusión francesa de su nombre puede que se deba a la repoblación decretada por el rey Alfonso IX de León entre los siglos XII y XIII, que produjo un gran flujo de personas en todo el reino, y también en esta comarca donde muchos eran originarios de Francia, pues habían venido con el séquito de Raimundo de Borgoña cuando este noble francés se casó con una hija de Alfonso VI de León, que sería reina entre 1109 y 1116 con el nombre de Urraca I.
La Alberca desde el Puerto del Portillo, que conduce a las Batuecas.
La Batuecas
Es un valle angosto, perdido entre montañas, que recibe su nombre del río que lo atraviesa. Aunque pertenece íntegramente al término municipal de La Alberca, su recóndita ubicación lo ha abocado a un aislamiento secular, de donde deriva el dicho de “estar en las Batuecas”, que significa algo así como estar absorto o en otro mundo. Es un lugar de una naturaleza desbordante, cubierto por un bosque de tipo mediterráneo y prácticamente despoblado, a excepción de los monjes del Monasterio de San José, convento carmelita de clausura del que solamente se puede ver la puerta de entrada, ya que sólo es visitable previa reserva de alojamiento.

Se pueden realizar varias rutas de senderismo. Partiendo de dos aparcamientos, hay pasarelas de madera junto al río, entre una espesa vegetación, que conducen hasta el Monasterio en un agradable paseo de un kilómetro y medio. Esta ruta continúa hasta una gruta con pinturas rupestres, por un sendero más empinado y menos cómodo que el anterior. También nos dijeron que hay otra ruta que conduce a una cascada (El Chorro). Nos quedamos con ganas de hacer el recorrido completo, pero solamente fuimos hasta el convento porque no teníamos demasiado tiempo disponible. En cualquier caso, los paisajes son realmente preciosos y merece la pena cualquier aproximación a la zona, aunque sea un simple paseo o incluso un rápido recorrido en coche desde La Alberca. Eso sí, hay que transitar por el Puerto del Portillo, lo que quizás sea algo complicado en invierno.
LA ALBERCA.
La población más conocida de esta comarca es sin duda LA ALBERCA, Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1940. Considerada como uno de los pueblos más bonitos de España, conserva perfectamente sus estrechas calles empedradas y sus coloridas casas medievales, que tienen la particularidad de que según van ganando altura se van haciendo más anchas. En los dinteles de las puertas de muchas de ellas, figura la fecha de su construcción, así como escudos nobiliarios, y también cruces y símbolos de familias judías conversas, que pretendían así reafirmar su fe. En el siglo XV, Juan II de Castilla entregó La Alberca a los dominios de la Casa de Alba, si bien mantuvo cierta autonomía con ordenanzas propias. Ya en el siglo XX, Alfonso XIII se alojó en esta villa durante su célebre visita a Las Hurdes en 1922.
En la fachada de la Casa del Ayuntamiento (la del escudo) hay una placa que recuerda la visita de Alfonso XIII.

Habíamos estado anteriormente en La Alberca, también en día laborable. Y es que, a ser posible, para disfrutar de La Alberca hay que evitar los fines de semana y festivos, cuando se registra un turismo masificado hasta el punto de convertirse en una odisea aparcar cerca del casco viejo (aun pagando) o encontrar hueco en un restaurante para comer. Fuimos un lunes dos de mayo, y aunque había algo más de gente que otros días de diario por ser festivo en Madrid, pudimos aparcar tranquilamente, pasear a nuestro antojo y comprar sin agobios embutidos típicos, contando con los consejos y explicaciones de los tenderos. El pueblo vive en buena parte del turismo y eso se nota con un trato generalmente muy amable por parte de sus vecinos.
Entrada a La Alberca con uno de los cruceros que tiene el pueblo (recuerdo que vimos al menos tres). Aquí aparcamos el coche (casi imposible conseguirlo en día festivo).

El casco histórico es pequeño y se puede recorrer en poco tiempo, pero fijarse en los detalles entretiene más, porque cada casa es diferente y guarda parte de su historia escrita en sus fachadas, una viva muestra de la mezcla de culturas (cristianos, musulmanes y judíos) que aquí se registró. En los dinteles de las puertas suele estar grabada en la piedra la fecha de su construcción, así como símbolos, anagramas e inscripciones de tipo religioso, se dice que a modo de "visible profesión de fe". Para quien le interese profundizar en esta cuestión, hay un par de museos interesantes en La Alberca, el Museo Sátur Juanela (sito en una casa de estructura completamente tradicional) y el Museo de Trajes Típicos.
El conjunto más llamativo es, sin duda, la Plaza Mayor, que bien vale una foto desde cada uno de sus rincones, con sus soportales y sus balconadas de madera repletas de flores, su crucero en el centro y su fuente.
También merece especial atención la Iglesia parroquial del siglo XVIII, que se terminó de construir en 1733 y cuenta con un púlpito de granito policromado del siglo XVI. Aquí se venera el Cristo del Sudor, de Juan de Juni, cuyo nombre se debe a que, según la leyenda, “sudaba sangre”. La Torre es dos siglos más antigua que la iglesia y fue costeada por los primeros Duques de Alba. Hay muchas historias populares relacionadas con el reloj y las campanas.
En un lateral, en el exterior, hay unas escaleras de piedra que conducen a una hornacina cerrada con una verja y una alambrada. Se asegura que dentro se guardan las “ánimas”, ante las cuales continúa yendo a rezar “la moza de las ánimas”. Según la tradición, es una mujer que recorre las calles del pueblo al atardecer, tocando una campanilla, mientras reza una oración. En una ocasión en que la moza no salió a rezar, se dice que se descolgó una campana del campanario y rodó por todas sus calles para recordar la necesidad de la oración.
Pero lo mejor de una visita a La Alberca es pasear tranquilamente por sus calles y sus plazas y jugar a imaginar quién pudo habitar aquellas casas en tiempos pasados mirando sus inscripciones.
MOGARRAZ.
Son apenas 9 Kilómetros los que separan La Alberca de Mogarraz, un cuarto de hora en el coche por una carretera virada, que se retuerce entre bosques, mostrando un hermoso paisaje donde abundan árboles nobles como castaños y robles., Este pequeño pueblo aparece, de pronto, como una isla en un mar verde. Y seguramente ha sido ese aislamiento de siglos lo que más ha contribuido a mantener casi intacta la arquitectura tradicional de sus casas, que narran su historia esculpida en los dinteles, con grabados que indican su año de construcción y la fe de quienes las habitaron. Es Conjunto Histórico Artístico desde 1998.

Al igual que ocurre en otros pueblos de la Sierra de Francia, enseguida llama la atención el colorido de sus fachadas, de adobe, piedra y entramado de madera, todas diferentes y con su propio encanto. Es muy agradable recorrer sus callejuelas y sus plazas, bastante más tranquilas que las de otros pueblos serranos mucho más concurridos, aunque no le faltan servicios para atender al turista pues tiene incluso un Hotel con Spa.


Además, hay algo muy peculiar de este pueblo que lo diferencia de cualquier otro, y es que allá por donde vas, las fotografías de 388 de sus vecinos te saludan desde las fachadas de sus casas, humanizando la piedra. Es como conocer al mismo tiempo moradas y a moradores, aunque algunas de estas personas ya han fallecido o no residen allí puesto que las fotos se tomaron en 1967 para los documentos de identidad. La explicación a esta exposición fotográfica la encontramos en una placa que hay en la Torre Campanario de la Iglesia, cuya fotografía pongo aquí para que se entienda mejor.
La Torre Campanil data del siglo XVII. Está exenta de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de las Nieves y pertenece a la llamada arquitectura militar, ya que fue torre defensiva en su momento.
Por lo tanto, Mogarraz es un buen lugar para deleitarse con la típica arquitectura serrana sin los agobios de otros pueblos de la zona; si se visita evitando festivos y fines de semana, estaréis casi solos para recorrer sus calles, sus plazas y ver sus fuentes.
MIRANDA DEL CASTAÑAR.
A nueve kilómetros de Mogarraz, siguiendo una carretera sinuosa pero con muy buen firme, en un cuarto de hora se llega a Miranda del Castañar, otro de los pueblos más bonitos de la Sierra de Francia. Antes, por el camino, nos detuvimos en un mirador con fantásticas vistas de la Sierra, apareciendo los pueblecitos como motas blancas con tapas rojas salpicando el verde paisaje boscoso. Increíble la vegetación y la serenidad que infunde este panorama.

Cuando llegas a Miranda por la carretera SA-225, la ves allá arriba, colgada de un risco arbolado. Luego, al hacer el giro para entrar en su casco antiguo, la subida con el coche parece dar la falsa impresión de que no es para tanto. Pero sí lo es, porque al pasear por la localidad y asomarse a los recovecos y miradores que ofrecen sus murallas, se contempla el campo a los pies y a lo lejos, todo alrededor. Dejamos el coche en el aparcamiento (gratuito) que hay junto al castillo y, como corresponde, hicimos caminando la visita del casco antiguo, que fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1973, en reconocimiento a su bella muestra de arquitectura popular serrana.

Como todos los pueblos de esta zona, su mayor desarrollo se produjo a finales del siglo XII y principios del XIII con la repoblación emprendida por el Rey Alfonso IX de León. Como comenté en el apartado de La Alberca, fue entonces cuando llegaron muchos franceses a esta zona como consecuencia de la boda de Raimundo de Borgoña con Urraca, la hija del rey de Alfonso VI. Miranda desempeñó un papel destacado en la historia del medievo hasta el punto de que en 1457 se convirtió en condado, siendo Diego de Zúñiga su primer conde.

El Castillo, en forma de trapecio, es lo primero que salta a la vista al llegar al pueblo y aparcar el coche. Perteneció a los Zúñiga, cuyo escudo aparece en la Torre del Homenaje, donde también hay una mención de que se construyó en 1461, si bien es posible que no se trate de la fecha originaria sino de una posterior remodelación. Actualmente es de propiedad privada, está cerrado y no se puede visitar. En la fachada había una pancarta colocada por una plataforma de vecinos, denunciando el estado de abandono en que se encuentra, incluso se hablaba de “ruina inminente” y de peligro para la integridad de vecinos y turistas por el riesgo de que puedan producirse derrumbes.
El espacio que está delante del castillo, el patio de armas, conforma la Plaza de Toros, que data del siglo XV y es una de las más antiguas de España. Tiene planta rectangular y conserva los tradicionales burladeros en forma de arco de medio punto (enguarias).
Murallas:
De los Siglos XII y XIII, contaron con un perímetro de 630 metros. Se abren las puertas de San Ginés, junto al castillo, del Postigo, en el lado sur, Nuestra Señora de la Cuesta y de la Villa. Pasando el castillo, a la derecha, antes de llegar al Arco de San Ginés, está la Alhóndiga, antiguo granero público del siglo XVI. Aquí se encuentra actualmente la Oficina de Turismo.
Arco o Puerta de San Ginés.

Con los escudos de los Avellaneda, Aza y Zúñiga; por la parte interior de la muralla, tiene la imagen del santo, a la que todos los años se le cambia la ropa y se le coloca un racimo de uvas que se conserva milagrosamente.
Puerta de San Ginés por la parte interior de la muralla. Se aprecia un poco el Santo sobre el dintel, y al fondo, a la derecha, ya fuera del recinto amurallado, se ve una parte de la Alhondiga.

Puerta del Postigo.
Arco de medio punto, con saeteras. Conduce al camino de ronda, donde el tramo llamado “el pasadizo” discurre bajo dos arcos ojivales de los contrafuertes de la sacristía.
Calle Derecha o calle Larga.
Esta calle cruza todo el casco viejo amurallado de norte a sur y conserva gran cantidad de casas tradicionales con entramado de madera, algunas blasonadas. Es muy agradable recorrerla despacio, fijándose en los detalles y asomándose a los callejones, donde los aleros de las casas casi se tocan con los de enfrente.
Puerta de Nuestra Señora de la Cuesta.
Al final de la calle Larga, por la calle de la Escuela, llegamos a la Puerta de Nuestra Señora de la Cuesta, que guarda la imagen de la Virgen en un hueco, sobre el dintel.
Esta zona del pueblo es más tranquila y muy bonita. Al traspasar el Arco, llama la atención unas casas con las fachadas pintadas de colores vivos, me gustó especialmente una decorada con troncos de árboles y el fondo verde, como si quiera mimetizarse con el horizonte. Si se sigue por este camino, a la izquierda, se llega a la Ermita de Nuestra Señora de la Cuesta.
Dimos la vuelta y seguimos caminando por la calle paralela a la que habíamos traído. En la plaza de su nombre, está la iglesia de Santiago y San Ginés de Arlés, pequeña y austera, construida entre los siglos XIII y XIV. Hacer una foto decente a la portada resultó tarea imposible por el sol, las sombras y los coches aparcados que estropeaban toda la perspectiva; en fin, ahí queda lo que salió.
Más suerte hubo con la Torre de las Campanas, del siglo XVII, situada enfrente como campanario exento, que perteneció al Ayuntamiento y a los ciudadanos del pueblo. Me gustó el pintoresco reloj, situado en un lateral de la torre, que se aprecia mucho mejor desde la Calle Larga.

Ese día almorzamos en Miranda del Castañar. Los restaurantes que habíamos visto de refilón al llegar estaban fuera del recinto amurallado. Nos quedamos con el menú del día del restaurante “La Perdiza”. El establecimiento tiene unas vistas sensacionales del pueblo y de toda la Sierra, con la Peña en lontananza. Como hacía muy buen tiempo, comimos en la terraza exterior divinamente. La propietaria fue muy amable y nos contó muchas cosas del pueblo, además nos aconsejó sobre los platos a elegir, que varían todos los días y según temporada. Muy ricas las croquetas, y las patatas revolconas, estupendas, igual que los postres caseros. Quedamos satisfechos, teniendo en cuenta que se trataba de un menú del día de 15 euros (creo recordar).
Vista de Miranda del Castañar desde el restaurante.

La Sierra de Francia tiene muchos otros lugares interesantes (como la Peña de Francia, que ya habíamos visitado anteriormente). En particular, nos gustaría hacer alguna ruta de senderismo por aquí. Así que volveremos con más tiempo en otra ocasión. |