Montañas de Rila ✏️ Diarios de Viajes de Bulgaria3er día: Los SIETE LAGOS. Nos despertamos a las 7h30, cansados pero muy contentos por haber recuperado la maleta a tiempo; al menos no tendremos que ir reclamándola mientras vagamos de pueblo en pueblo. Nuestra idea es ver los dos grandes...Diario: En Bulgaria: buscar y no encontrar.⭐ Puntos: 5 (13 Votos) Etapas: 8 Localización: Bulgaria3er día: Los SIETE LAGOS Nos despertamos a las 7h30, cansados pero muy contentos por haber recuperado la maleta a tiempo; al menos no tendremos que ir reclamándola mientras vagamos de pueblo en pueblo. Nuestra idea es ver los dos grandes atractivos de las montañas de Rila: el Monasterio de San Juan y el no menos famoso "circuito de los siete lagos". Pero esto no resulta fácil sin alquilar un coche, ya que se encuentran en vertientes opuestas del macizo montañoso y eso complica un poco las cosas. Hemos decidido ir primero a los lagos, a los que se accede mediante un telesilla, y quedarnos a dormir en uno de los pueblos de esa zona, donde ya hemos reservado habitación. Saliendo del hotel en Sofia pedimos un taxi para ir a la Gara Tsentralna; esta vez ya pagamos la tarifa normal de los taxis, que es poco menos de 1 BGN por kilómetro. La estación de autobuses está frente a la de trenes y parece dividida en una zona de salidas nacionales y otra para las compañías que viajan al extranjero. Al principio nos hacemos algo de lío, sobre todo porque no estamos seguros de cuál es la ruta que más nos conviene. Acabamos comprando billetes a Dupnitsa, para un autobús que sale a las 10h. Tomamos la ruta E79, que discurre casi directa hacia el sur hasta la frontera griega, y en poco más de una hora llegamos. En realidad el autobús nos para en plena autovía, junto a unas escaleritas que dan acceso al núcleo urbano de Dupnitsa; nos toca arrastrar las maletas sin saber muy bien dónde estamos, pero todo lo que buscamos es un taxi y lo encontramos en pocos minutos. Preguntamos al taxista cuánto cuesta ir a Sapareva Banya y él nos da una cifra, aclarando que pagaremos lo que indique el taxímetro; el lugar está a unos 15km y no recuerdo si nos dijo 20 o 25 BGN, lo que sí recuerdo es que el taxímetro marcó lo mismo, o sea que la clavó. Rodamos por la carretera que lleva a Samokov y a la estación de esquí de Borovets. Hasta aquí el terreno es bastante llano y pronto llegamos a nuestra guesthouse, que está cerca del centro del pueblo, en el camino de Panichhiste. Nadie abre cuando llamamos al timbre y el taxista, hay que reconocerlo, se porta bien con nosotros y llama por teléfono para que vengan. Se presenta una abuela que sólo habla búlgaro, nos ayuda a instalarnos y nos indica que esperemos a su hijo. La casa se llama Gyuviyski y no tiene nada especial; nuestra habitación se compone de un dormitorio estrecho, una salita un poco menos estrecha y un baño tan estrecho que resulta casi imposible de usar, sobre todo la ducha, que es como una serpiente enroscada sobre la cisterna del W.C. Pagamos 50 BGN a la señora y nos sentamos a esperar en el emparrado del pequeño jardín, que es el sitio más fresco de la casa. Además de sombra, las parras dan unas uvas doradas que justo ahora están maduras y tienen un aspecto... Qué demonios! Aunque quede poco elegante cogerlas sin ser invitados, acabo cortando medio racimo (hay más de 50) y nos las comemos... Uhmm! Son de una variedad moscatel dulce y a la vez muy jugosas. El hijo de la anciana es un joven que vive en Sofia, tiene un buen coche y habla algo de inglés. Nos explica que los pocos taxistas del pueblo están muy ocupados los sábados y no es fácil dar con ellos, así que se ofrece a subirnos hasta Panichhiste y se niega a cobrar por ello. Un 10 para él, que desde luego nos demuestra que no todos los búlgaros son unos bordes redomados xD. Al poco rato nos llama, deja a su niño pequeño con la abuela y nos ponemos en marcha. Pero al final no consigue dejarnos en el acceso al telesilla; se ve obligado a dar la vuelta casi 3km antes de llegar, ya que la carretera es estrecha y los coches que han ido dejando aparcados impiden el paso. Emprendemos la marcha; los accesos al telesilla están plagados de casetas en las que se vende comida y bebida, pero nosotros ya llevamos en una mochila pequeña lo necesario para pasar el día. Tras caminar un buen rato llegamos a la taquilla y compramos los billetes de ida y vuelta por 18 BGN cada uno. Precisamente mi mochila será la causa de un incidente desagradable, al encontrarnos con un búlgaro que sí es ejemplo de borde redomado: al acercarnos al punto en el que se aborda el telesilla nos sale al paso un armario ropero, un joven musculitos con toda la pinta de un matón de discoteca. Se pone a gritar como un demente, no entiendo lo que nos quiere decir y sigo avanzando, entonces se me echa encima y agarra con los dedos el tirante de mi mochila, tirando de él sin dejar de chillar. Pilar está indignada y quiere encararse con él, pero yo le indico que no le haga caso ya que en ese momento he comprendido lo que le pasa: es un pobre desgraciado que se toma en serio su función de perro guardián, tal vez sea la única emoción de su vida, y por eso se afana en ladrar con entusiasmo aunque sabe que no le está permitido morder. El telesilla asciende lentamente por la ladera de la montaña, mientras vemos bajo nuestros pies la pista polvorienta por la que suben trabajosamente grupos de gente a pie y algún vehículo todoterreno; ya estamos comprobando que esta montaña no es precisamente un lugar tranquilo, y menos aún los sábados de verano. Al llegar arriba contemplamos una verdadera romería. El telesilla nos ha dejado en una cota que, según nuestros cálculos, estará en torno a los 2100m.; hay un refugio de montaña del tamaño de una catedral gótica (se llama Hizha Rilski Ezera) y de allí parte un sendero que, de tan pisoteado, es imposible no verlo: una franja de dos metros de ancho sin una sola brizna de hierba se extiende hasta las alturas, probablemente rodeando el macizo entero. Nos sentimos poco motivados en medio de una afluencia tan masiva, ya que hay cientos de personas moviéndose y alborotando en cada rincón; pero ya que estamos aquí nos ponemos en marcha, subiendo por el sendero durante una hora, hasta unas rocas desde las que se ven los 3 lagos inferiores. El tiempo es bastante soleado, pero la altura preserva del calor y no se está mal; de todos modos emprendemos pronto el regreso, somos conscientes de que, con el lento funcionamiento del telesilla, evacuar tal cantidad de personas va a requerir horas de espera. En efecto, cuando llegamos al punto de partida ya hay una fila considerable. Aunque llevamos comida, preferimos tomarnos un descanso y entramos en el refugio a beber algo; hay un mostrador tipo autoservicio justo a la entrada, con unas cuantas mesas, y la verdad es que está bastante bien surtido y atendido. Pedimos una sopa fría y una ensalada, además de unas latas de cerveza; lo malo es que al salir vemos que la fila ha crecido mucho más, la gente sabe que el telesilla deja de funcionar a determinada hora (creo que a las 18h) y tal vez no tienen mucha fe en la flexibilidad del personal xD Esperamos poco más de una hora a pleno sol hasta que nos toca el turno... La verdad es que sentimos alivio al salir de una montaña que no nos ha resultado nada agradable. Hay unos 12km hasta nuestro alojamiento; vamos haciendo gestos de autostop hacia nuestra espalda, mientras bajamos despacio por la carretera, sorteando los muchos vehículos que maniobran para salir. Al cabo de un rato nos montamos en uno; la pareja que va a bordo nos cuenta que son propietarios del Hotel Sonata, en Samokov, que al parecer recibe a excursionistas de muchos países a lo largo del año. Tras descansar una hora en la terraza de nuestra GH salimos a buscar un sitio para cenar. Nos indican la dirección del centro del pueblo, pero no nos resulta fácil orientarnos; además de que hay muy poca luz, el trazado de las calles nos parece extraño. Lo que sí comprobamos es que aquí, y en toda Bulgaria como veremos, se toman muy en serio el asunto de las parras: en casi todas las casas hay una, perfectamente podada y cargada de frutos. Nos imaginamos que muchos nativos de Sapareva Banya viven fuera y apenas pasan en sus casas unos días al año... pues incluso estos puede que vengan a veces expresamente para podar, sulfatar, injertar y lo que haga falta. Nos sorprende porque sabemos que en el campo español la mayoría de la gente ha desistido de esos cuidados hace ya tiempo; el que los búlgaros lo sigan haciendo nos parece un detalle revelador de su apego por la tierra y hace que el país nos parezca un poco menos ingrato. Finalmente encontramos el pequeño parque con fuentes y el sector de carretera donde se concentran unos pocos restaurantes y cafés. Tras pasar revista a los 4 o 5 que hay abiertos, elegimos uno que se llama algo así como San Nicolás. Es una terraza instalada en un hueco entre dos casas, sin embargo no resulta demasiado agobiante. Al fondo está el mostrador-cocina, con una parrilla en la que están asando pescados de río, que es lo que están comiendo casi todos y que desprenden un olor alentador. Pedimos lo mismo y nos sentamos en una de las grandes mesas de picnic... No hemos previsto, ni tampoco nos han avisado, que nos harán esperar más de una hora y que nos cambiarán ese pescado por otro, seguramente carpa, que está más bien malo. Pero por esta vez podemos decir que no hay mal que por bien no venga; mientras esperamos llegan un par de chicas extranjeras, que nos piden permiso para compartir nuestra mesa porque las demás están muy llenas. Vienen de Israel y son muy simpáticas; durante la larga espera bebemos cervezas y hablamos un poco de todo (más bien lo poco que podemos "hablar de todo" en inglés). Pero lo mejor es que disponen de un coche y nos invitan a ir al día siguiente al Monasterio Bien! Una vez más hemos tenido suerte y no perderemos la mitad del día esperando autobuses. 4º día: MONASTERIO de RILA Hemos quedado temprano con Katia y Amber, nuestras amigas israelíes, ya que después de visitar el monasterio ellas van a continuar hasta Plovdiv. Nos reunimos a las 8h frente al parque de las fuentes de Sapareva Banya, el mismo punto donde tienen su parada los autobuses. Hay un pequeño bar abierto y aprovechamos para tomar un café, comprobando de paso que a los búlgaros les gusta el café fuerte, lo cual está bien xD Encajamos como podemos nuestras maletas en el coche y partimos. Katia conduce con seguridad y prudencia, sin alterarse con los adelantamientos suicidas que le hacen de vez en cuando; son chicas muy jóvenes y anoche creímos entender que ambas están casadas. Y también que son de orígen ruso, por lo que entienden un poco el idioma de aquí. Hay unos desvíos por obras en la salida de la E79 y a partir de ahí la carretera se hace cada vez más estrecha y sinuosa. Contando con una parada en la gasolinera, el trayecto hasta el monasterio nos ha costado casi 2 horas. Como todavía no ha llegado mucha gente, podemos aparcar en una de las escasas plazas (de pago) junto a la gran puerta del monasterio o Puerta Oeste. Allí bajamos nuestras maletas y quedamos con las chicas para comer hacia el mediodía. El Monasterio de Rila es un lugar que, éste sí, impresiona al visitante y le atrapa a primera vista. Es como un búnker encajonado entre montañas abruptas, con dos únicos portales abiertos en sus macizos muros de piedra. Asomando por la Puerta Oeste descubrimos lo esencial de los elementos que lo componen: la Iglesia de la Natividad, con sus 3 cúpulas y su pórtico abovedado, la Torre Hreliova que hace función de campanario, un vasto patio empedrado con puntiagudos adoquines y, alrededor de todo esto, 4 pisos de dependencias monásticas, con elegantes balconcitos revestidos de madera en el piso superior. Pero a la vez se puede decir que todo es fruto de una reconstrucción y que no queda casi nada que relacione a este santuario con la época de su fundador, el ermitaño Ivan Rilski. El primitivo monasterio del siglo X ni siquiera estaba aquí, sino en otro lugar a pocos kilómetros; es en el siglo XIV cuando se refunda en su actual ubicación y alcanza su mayor esplendor, pero una serie de saqueos a manos de los turcos y, sobre todo, el gran incendio sufrido en 1833, obligaron a reconstruirlo casi de cero y con planteamientos arquitectónicos radicalmente distintos. La única estructura superviviente de la época medieval es la Torre Hreliova, pero incluso ésta quedó desfigurada por un extraño campanario adosado a su fachada. Nos instalamos en un hotel situado en terrenos del monasterio, a unos 100 metros del portal opuesto o Puerta de Samokov. Frente a esta puerta hay una excelente pastelería, y aprovechamos para tomar algo antes de volver a la iglesia. Pasamos el resto de la mañana disfrutando del animado ambiente de esta iglesia, en la que van entrando cada vez más peregrinos a efectuar sus rezos y encender velitas. Hay una especie de carrera continua alrededor de estas pequeñas velas, ya que un equipo de 4 personas se ocupa de apagarlas y llevarlas de vuelta al nártex... donde nuevos fieles las recogen para encenderlas y plantarlas de nuevo ante los iconos. Puesto que cada uno entrega un donativo a cambio de su vela, el trasiego es muy beneficioso para la administración del templo; pero en fin, a nosotros nos parece más bien una carrera de locos. Eso sin contar con que la humareda se hace por momentos bastante densa; en el interior de la iglesia está prohibido sacar fotografías (sobre todo para no molestar a los fieles) y en cambio no se hace nada para evitar el humo, que es el verdadero enemigo de la conservación de frescos e iconos. Cuando nos cansamos del trajín salimos a admirar las compactas pinturas del pórtico. Cada sección de la bóveda está decorada con escenas religiosas, al igual que las pechinas, jambas y todos los espacios disponibles; se cree que algunas de estas escenas fueron realizadas por el famoso pintor Zahari Zograf, cosa difícil de distinguir en medio del estilo general, un poco naïf, de estas obras figurativas. Lo que sí está claro es que todo el pórtico se ha beneficiado de una reciente restauración; las pinturas resplandecen como si fueran nuevas. Invitamos a comer a Katia y Amber, quienes a continuación retoman su viaje. Nosotros volvemos al monasterio y visitamos sus dos museos: el etnográfico (3 BGN) y el religioso (8 BGN). Ambos nos parecen medianamente interesantes y al menos las explicaciones relativas a la historia del monasterio están en inglés. Pero el museo religioso vale la pena sobre todo porque alberga la célebre Cruz de Rila, singular pieza de madera tallada, realizada entre 1790 y 1802 por un tal "Hermano Rafael". La cruz, de menos de 1 metro de altura, contiene a lo largo de sus dos caras nada menos que 140 escenas en miniatura, con más de 600 figuras pacientemente talladas en una labor que, según la leyenda, dejó ciego a su autor. La extraordinaria pieza está expuesta dentro de una vitrina que produce incómodos reflejos de luz; resulta más fácil interpretar las escenas mediante las fotografías ampliadas que también se ven en la vitrina. Decidimos dar un paseo por los alrededores boscosos, pero sin alejarnos mucho. Siguiendo el curso del río llegamos a un cámping; en un terreno próximo se conservan los restos de unas cabañas turísticas, una especie de bungalows cutres que durante décadas sirvieron para los programas de "esparcimiento planificado" de las familias en muchos países socialistas. Cuando nos ve curiosear en ese terreno (que no está vallado) el dueño o vigilante del cámping nos grita desde su garita para que nos larguemos; es otra muestra de la mala leche que algunos se gastan por aquí.. y no será la única: poco después, de nuevo en el patio del monasterio, Pilar está haciendo fotos cuando un pope gigantesco, vestido como un príncipe negro, pasa veloz y se cruza en su objetivo... Cómo se puso el hombre, ofendido por el sacrílego uso de su reverenda imágen! Un poco hartos ya de las malas formas del personal, no podemos por menos que decirle: "tranquilo, tío, que no pasa nada" Pasamos la última hora de la tarde dentro del monasterio, disfrutando del aire fresco y perfumado de la montaña, mientras los últimos visitantes poco a poco se van marchando. Una vez cerrados los portones hay que usar un estrecho callejón para pasar al otro lado, pero para entonces nosotros ya estamos cenando en el hotel. Alojamiento y comidas: Es posible pernoctar dentro del monasterio, en una sección de celdas que sirve de hospedería. Sin embargo las críticas de los usuarios suelen ser negativas, tanto por la dureza de las camas como por la caótica gestión del servicio (traducido: desagradable acogida por parte de los monjes). Nosotros nos alojamos en el Hotel Tsarev Vrah (50 BGN sin desayuno), que está justo al lado. El inconveniente fue que también está gestionado con una desidia infinita; en el fondo no resulta extraña la gran faena que nos hicieron: quedarse con uno de nuestros DNI. Pero por lo demás el hotel no está mal; es una gran casa de piedra que conecta el nivel del monasterio con el del río, junto al cual tienen un agradable restaurante. Las habitaciones son de estilo rústico, amplias y tranquilas; sólo se escucha el rumor del agua ya que el tráfico rodado pasa lejos de la casa. Cenamos pasturvka (truchas), que supuestamente son la especialidad del lugar. Nos parecieron buenas, aunque lo más probable es que procedan de piscifactorías turcas. Antes, para almorzar con nuestras amigas, elegimos el restaurante que se ve arriba, mirando desde la Puerta de Samokov. La terraza también daba al río, que allí forma una especie de cascada, y la comida no estaba mal. Por último, en la carretera entre el monasterio y el pueblo de Rila se encuentran diseminados varios hoteles y restaurantes. 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