Salimos de madrugada rumbo al aeropuerto, facturamos la maleta y pasamos el control de seguridad que debe tener el detector de metales con demasiada sensibilidad, ya que pitamos casi todos, incluso descalzos. Ya pensaba que tendría que pasar en cueros . Tomamos el picnic que nos había preparado el hotel y esperamos el embarque cotilleando en las tiendas del dutie free. Me sobraban 15 levas y compré una botella de vino blanco local. Todavía no lo he probado. El vuelo de la compañía Bulgaria Air salió y llegó en hora, sin ninguna incidencia digna de mención. Durante el vuelo, nos dieron una botella pequeña de agua, un bocadillo, una bebida y una chocolatina.
Resumen y conclusiones.
Antes de ir, había leído comentarios contradictorios de gente que había visitado Bulgaria, a algunos les había gustado y a otros, no tanto o nada. En fin, hay que conocer los sitios para opinar, si bien tampoco es justo calificar todo un país por una visita de una semana o de dos, aunque, en el mismo tiempo, en otros destinos, lo he tenido más claro.
En mi opinión, Bulgaria es un país interesante que merece la pena conocer, pero también se necesita ir con una mentalidad abierta y sabiendo las limitaciones de lo que hay para ver. Porque Bulgaria tiene ciertas carencias que, supongo, se deben a la época de dominación otomana, durante la cual se destruyó gran parte de un patrimonio histórico y medieval que ha sido preciso reconstruir y no siempre se ha hecho con acierto. Así que los monumentos realmente antiguos y las obras originales escasean más que en otras partes. En cuanto a los paisajes, aunque las zonas montañosas son muy bonitas, no terminan de sorprender. Y las ciudades están bien, pero no enamoran. Por eso quizás tampoco aguanta bien las comparaciones con otros países, ni siquiera con sus vecinos.
Lo que más me gustó fueron los monasterios y las iglesias pintadas con sus espléndidos frescos, si bien en su mayoría suelen ser más recientes de lo que te esperas en un principio. También estuve muy a gusto en Plovdiv, una ciudad encantadora y con mucho ambiente. Sofía cuenta con historia, bonitos edificios, museos interesantes y resulta muy accesible moviéndose en metro, pero me dio la sensación de que en el centro lo interesante se acaba pronto.
La comida, con sus influencias balcánicas, griegas y turcas, está bastante bien, salvo que no te gusten las ensaladas: entonces lo llevas chungo porque el tomate y el pepino son parte sempiterna del primer plato. Por lo demás, tienen guisos, carne de cerdo y de ternera, arroces, verduras… También tienen pescado en la zona del Mar Negro. Los quesos son fuertes y las aceitunas están riquísimas. Hay mucha fruta, variada y buena. Y, claro, el yogur. Y la salsa agria. El café, en general, es malo; y en el desayuno no entienden que quieras tomar una taza grande con leche caliente. Además, no falta la cocina internacional en las ciudades, las hamburgueserías de siempre, los kebaps y los restaurantes italianos.
En cuanto al carácter de los búlgaros, he oído muchas cosas. Suele decirse que son muy secos, incluso antipáticos, lo que, a primera vista, puede resultar cierto, si bien conozco personalmente a personas de allí y son muy buena gente. Es cierto que no prodigan sonrisas y que te pueden echar una buena bronca por cualquier tontería, dejándote con cara de póker, pero se ablandan si haces el intento de decirles algo en su idioma, por ejemplo, “blagodarya”, que significa gracias. Al pronunciarlo, te salía cualquiera sabe qué, pero tras varios intentos trataban de corregirte, se lo tomaban con humor y te contaban que ellos también utilizan el más sencillo “merci”.
Por mi experiencia, no hay que confiarse con las tarjetas de crédito, pues en muchos sitios (incluidos restaurantes) no las admiten, así que conviene llevar siempre efectivo cambiado. Vi el diésel a 2,5 levas el litro, algo más bajo que en España, pero no demasiado; igual que lo demás. Las gangas ya no existen, al menos en los lugares turísticos. Las carreteras no están mal en general y hay un par de autovías gratuitas.
Por lo demás, me pareció un país bastante seguro, pues anduve sola, incluso de noche, por Burgas, Plovdiv y Sofía sin ningún problema. En resumen, me alegro de haber ido a Bulgaria; además, creo que el país está haciendo un gran esfuerzo por embellecer las ciudades y recuperar su patrimonio cultural e histórico. Me ha faltado mucho que ver, claro está, pero, al menos de momento, volver no lo considero una de mis prioridades viajeras.