Era el Gran día. Todo viajero que haya visitado Noruega, marcará el día de subir al preikestolen con mayúscula en su calendario. Así lo habíamos hecho nosotras, aunque por otro lado sentíamos pena de que nuestro viaje estuviese tocando a su fin.
A las siete de la mañana, abierto el desayuno, bajamos a ver qué nos habían puesto. Teníamos zumos, leche, tostadas, cereales, yogur, y diversas ensaladillas y salmón para quien le guste desayunar salado.
Una delicia. A y media recogimos, nos lavamos los dientes, cargamos la mochila al hombro y cogiendo una calle del hostal toda recta llegamos al puerto en no llega a diez minutos, donde la señal de TAU y los turistas más madrugadores esperaban al primer ferry que nos llevaría al camino.
50 minutos de ferry y unos 15 de autobús, de un salto tocamos tierra firme y lo primero que hicimos fue correr a los baños por última vez. Luego, foto obligatoria con el cartel del preikestolen de comienzo, y echamos a andar.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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La subida a mí se me hizo menos lenta que la bajada. El paisaje me tenía embelesada todo el tiempo, aunque apenas pude verlo al caminar por tanta roca con cuidado de no escurrirme y despeñarme. Las rocas estaban húmedas por la lluvia, pero por suerte en toda la subida no nos llovió nada. Había tramos costosos, pero en cuanto acababan tenías un rato de andar en horizontal que servía para recuperarte antes de una nueva escalada. De todo el camino hubo un tramo que sí que se me hizo muy cuesta arriba, pero ni siquiera en esa nos hizo falta detenernos a descansar.
La llegada, espectacular. En cuanto empiezas a divisar los fiordos a lo lejos, y ya te percatas de que verdaderamente estás muy alto, el pecho se te llena de orgullo y un cosquilleo de emoción.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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El púlpito es grande, pero hay mucha gente (aunque mucha menos que a la hora que nos volvimos) nos situamos en una esquina a comer, con las vistas, y luego procedimos a esperar nuestro turno para hacernos la foto en el borde. Yo, que siempre he tenido muchísimo vértigo, estando allí me dio un ataque de valentía -o de estupidez- y sigo sin poder creerme que colgase los pies por aquel precipicio de 600 metros de caída libre. Eso sí, intentando no mirar abajo más de lo necesario...
Ya que estábamos allí, ¿no íbamos a subir un poco más arriba? Solo dos o tres aventureros se veían por encima, y nosotras nos lanzamos a seguirlos. En esta parte nos llovió, y mucho, entre eso y que había que escalar, me llené las piernas y las zapatillas de barro, pero bien que mereció la pena. Cómo lo logré sin despeñarme, todavía es un misterio para mí. Arriba las vistas eran todavía mejores, y podías ver el Púlpito en chiquitín, y el agua turquesa por abajo. Las nubes de pronto lo cubrieron todo de blanco y yo me refugié bajo mi chubasquero hasta que pasó y volvió a despejarse.
Era precioso.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Sobre las tres de la tarde emprendimos el camino de regreso. Se hizo muy pesado, porque la gente subía ahora en oleadas y había que esperar a dejarlos pasar cada cierto tiempo. Madre mía, la roca iba a llenarse de tanta gente que iba a caerse de su peso. Nos alegrábamos de haber madrugado.
Bajamos despacio, porque varias veces se nos fue el pie en algún resbalón y la señora que subía con toda la espinilla sangrando no nos había dado buen feeling. Los niños noruegos y algunos de mi edad, iban como cabras montesas corriendo cuesta abajo y saltando de roca en roca. Quizás es verdad eso de que cuanto más rápido, menos te escurres, pero no estaba dispuesta a comprobarlo. Además, la segunda lluvia había hecho que todo estuviese aún más mojado y resbaladizo.
Abajo al fin, con las rodillas ya resentidas, nos tomamos una foto de decadencia en el mismo cartel que comenzamos como foto final. Tuvimos que esperar al autobús una hora, así que nos tiramos en un banco con sándwiches.
En el b&b nos moríamos. La ducha nos sentó de maravilla y los gofres de esa tarde también. Ese día habíamos cumplido, estábamos felices de todo lo que habíamos visto. Incluso nos miramos y dijimos: “qué, ¿subimos otra vez?” antes de echarnos a reír y darle otro sorbo a nuestra taza.
*Nota: ¿qué me pongo para subir al preikestolen en julio? Yo llevé pantalones cortos y camiseta de tirantes, y gracias a dios porque con esas subidas acabas empapado en sudor. Y eso que el día era nublado y ventoso. Eso sí, en la mochila llevaba un cortavientos fino y un chubasquero, y una vez estás parado agradeces tener algo para cuando se levanta el aire frío. Yo aconsejo llevar algo cómodo, y corto, aunque siempre tener algo para cubrirte después. Si tuviese que volver a subir no dudaría en cogerme las mallas o los pantalones cortos de deporte que tengo en casa, porque cuando subimos más arriba de la roca, varias veces escalé como un mono por las rocas, y ahí agradeces tener ropa elástica y mucha movilidad.
A las siete de la mañana, abierto el desayuno, bajamos a ver qué nos habían puesto. Teníamos zumos, leche, tostadas, cereales, yogur, y diversas ensaladillas y salmón para quien le guste desayunar salado.
Una delicia. A y media recogimos, nos lavamos los dientes, cargamos la mochila al hombro y cogiendo una calle del hostal toda recta llegamos al puerto en no llega a diez minutos, donde la señal de TAU y los turistas más madrugadores esperaban al primer ferry que nos llevaría al camino.
50 minutos de ferry y unos 15 de autobús, de un salto tocamos tierra firme y lo primero que hicimos fue correr a los baños por última vez. Luego, foto obligatoria con el cartel del preikestolen de comienzo, y echamos a andar.
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La subida a mí se me hizo menos lenta que la bajada. El paisaje me tenía embelesada todo el tiempo, aunque apenas pude verlo al caminar por tanta roca con cuidado de no escurrirme y despeñarme. Las rocas estaban húmedas por la lluvia, pero por suerte en toda la subida no nos llovió nada. Había tramos costosos, pero en cuanto acababan tenías un rato de andar en horizontal que servía para recuperarte antes de una nueva escalada. De todo el camino hubo un tramo que sí que se me hizo muy cuesta arriba, pero ni siquiera en esa nos hizo falta detenernos a descansar.

La llegada, espectacular. En cuanto empiezas a divisar los fiordos a lo lejos, y ya te percatas de que verdaderamente estás muy alto, el pecho se te llena de orgullo y un cosquilleo de emoción.
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El púlpito es grande, pero hay mucha gente (aunque mucha menos que a la hora que nos volvimos) nos situamos en una esquina a comer, con las vistas, y luego procedimos a esperar nuestro turno para hacernos la foto en el borde. Yo, que siempre he tenido muchísimo vértigo, estando allí me dio un ataque de valentía -o de estupidez- y sigo sin poder creerme que colgase los pies por aquel precipicio de 600 metros de caída libre. Eso sí, intentando no mirar abajo más de lo necesario...
Ya que estábamos allí, ¿no íbamos a subir un poco más arriba? Solo dos o tres aventureros se veían por encima, y nosotras nos lanzamos a seguirlos. En esta parte nos llovió, y mucho, entre eso y que había que escalar, me llené las piernas y las zapatillas de barro, pero bien que mereció la pena. Cómo lo logré sin despeñarme, todavía es un misterio para mí. Arriba las vistas eran todavía mejores, y podías ver el Púlpito en chiquitín, y el agua turquesa por abajo. Las nubes de pronto lo cubrieron todo de blanco y yo me refugié bajo mi chubasquero hasta que pasó y volvió a despejarse.
Era precioso.
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Sobre las tres de la tarde emprendimos el camino de regreso. Se hizo muy pesado, porque la gente subía ahora en oleadas y había que esperar a dejarlos pasar cada cierto tiempo. Madre mía, la roca iba a llenarse de tanta gente que iba a caerse de su peso. Nos alegrábamos de haber madrugado.
Bajamos despacio, porque varias veces se nos fue el pie en algún resbalón y la señora que subía con toda la espinilla sangrando no nos había dado buen feeling. Los niños noruegos y algunos de mi edad, iban como cabras montesas corriendo cuesta abajo y saltando de roca en roca. Quizás es verdad eso de que cuanto más rápido, menos te escurres, pero no estaba dispuesta a comprobarlo. Además, la segunda lluvia había hecho que todo estuviese aún más mojado y resbaladizo.
Abajo al fin, con las rodillas ya resentidas, nos tomamos una foto de decadencia en el mismo cartel que comenzamos como foto final. Tuvimos que esperar al autobús una hora, así que nos tiramos en un banco con sándwiches.
En el b&b nos moríamos. La ducha nos sentó de maravilla y los gofres de esa tarde también. Ese día habíamos cumplido, estábamos felices de todo lo que habíamos visto. Incluso nos miramos y dijimos: “qué, ¿subimos otra vez?” antes de echarnos a reír y darle otro sorbo a nuestra taza.
*Nota: ¿qué me pongo para subir al preikestolen en julio? Yo llevé pantalones cortos y camiseta de tirantes, y gracias a dios porque con esas subidas acabas empapado en sudor. Y eso que el día era nublado y ventoso. Eso sí, en la mochila llevaba un cortavientos fino y un chubasquero, y una vez estás parado agradeces tener algo para cuando se levanta el aire frío. Yo aconsejo llevar algo cómodo, y corto, aunque siempre tener algo para cubrirte después. Si tuviese que volver a subir no dudaría en cogerme las mallas o los pantalones cortos de deporte que tengo en casa, porque cuando subimos más arriba de la roca, varias veces escalé como un mono por las rocas, y ahí agradeces tener ropa elástica y mucha movilidad.