Como ya he mencionado anteriormente, la ida la hicimos en el AVE. El tren salió puntual y el viaje se hizo cortísimo; en una hora y media estábamos en la Estación de Joaquín Sorolla de Valencia. En el vagón había un monitor informativo en el que pudimos ver que la máxima velocidad alcanzada fue de 299 km/hora.
Desde la estación cogimos un taxi que, por unos 10 €, nos llevó al hotel Ilunion Aqua 4. Desembarcamos, tomamos posesión de la habitación y, como aún era pronto para comer, nos acercamos a hacer unas fotos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, aprovechando el magnífico sol que lucía.





Sobre las 14:00 fuimos al centro comercial que hay en las plantas bajas del hotel para comer algo rápido antes de entrar al Oceanogràfic. Habíamos leído que se tardaba unas 5 horas en verlo entero, y ese día cerraban a las 8, así que no queríamos entrar mucho más tarde de las 15:00.
El Oceanogràfic es un gigantesco acuario, el más grande de Europa. Forma parte de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y está compuesto por varias edificaciones y zonas exteriores. En él se pueden ver especies marinas de todas las partes del mundo: tropicales, mediterráneas, del Ártico, etc., cada una de ellas dentro de su ecosistema por separado.
Habíamos sacado las entradas con antelación por internet (29,10 € por adulto y 24,74 € los estudiantes) porque se suponía que habría largas colas en las taquillas y que comprándolas on-line ahorraríamos ese tiempo. La realidad fue que aquel día a aquella hora no había colas en las taquillas, así que no mereció la pena haberlas sacado con antelación, porque si al final no hubiéramos podido ir habríamos perdido el dinero.También se suponía que nos pedirían el carnet acreditativo de estudiante a la entrada, pero a nosotros nadie nos pidió nada. Directamente escaneamos nosotros mismos en los tornos de entrada los códigos que tenían los resguardos de la reserva y pasamos adentro del recinto.
La entrada del Oceanogràfic, adornada de Navidad:

Pasamos toda la tarde en el Oceanogràfic, aunque no llegamos a estar 5 horas. Quizá yendo con niños la visita se hace más lenta y te entretienes más; pero nosotros somos ya tres adultos y con 4 horas y media tuvimos tiempo de verlo todo.
Realmente, aquello es un laberinto de espacios, tanto interiores como exteriores. Creo que, para el precio que cobran, bien podrían dar a la entrada un mapita del complejo, porque una vez dentro no sabes muy bien qué orden seguir para no dejarte nada en el tintero.






Por cierto, nosotros dejamos los abrigos en unas taquillas que había a la entrada (2 €) porque no sabíamos que algunas partes de la visita eran en zonas exteriores (delfinario, cocodrilos, etc.), y luego lo lamentamos bastante porque en esas fechas del año hace ya frío para ir a cuerpo, y más después de las 18:00 horas, cuando ya se había puesto el sol.






La visita nos gustó bastante; sobre todo nos impresionaron las medusas… ¡las hay preciosas!




También son muy impactantes los túneles de vidrio donde ves a los tiburones y a las mantas nadando en torno a ti.




Eso sí, nos dieron pena las belugas, las focas, y otras especies de gran tamaño, cuyos hábitats nos parecieron demasiado pequeños para poder considerar que llevan una existencia digna. De hecho, había un par de belugas dando vueltas como locas en su acuario-jaula… No sabemos si de júbilo por el Fin de Año o de desesperación por la triste vida que llevan.


Cuando terminamos la visita era noche cerrada. Nos acercamos de nuevo a la zona del Museo de las Ciencias y el Hemisfèric para hacer más fotos, esta vez con diferente iluminación.





El edificio que se ve más al fondo, remarcado con líneas de luz azul, era nuestro hotel:

Después fuimos a descansar un ratito al hotel antes de cenar. Teníamos reserva en Saona Alameda, restaurante de una cadena bastante famosa en Valencia, que nos habían recomendado, y que nos pillaba muy cerquita del hotel. No fue caro (12,90 € el menú de noche, bebidas aparte) pero tampoco nos gustó demasiado. Los nombres de los platos en la carta eran muy sofisticados pero las cantidades eran escasas y los sabores decepcionaban porque eran muy simplones y no estaban a la altura de la sugerente descripción.
De vuelta al hotel para dormir, las vistas que teníamos de la noche en la Ciudad de las Artes y las Ciencias desde nuestra ventana eran estas:
