El programa que teníamos para hoy era visitar todo el centro de Valencia. Tras una noche de sueño reparador desayunamos en el buffet del hotel, que era bastante bueno (como he descrito en la primera etapa), y nos pusimos en camino. Aunque a paso normal hubiéramos tardado unos 40 minutos hasta el centro de Valencia, el trayecto nos llevó algo más de una hora, porque fuimos paseando a lo largo de los Jardines del Turia y todo el camino merecía irse deteniendo a saborear cada paso y tomar fotos de cada rincón.
Los Jardines del Turia son un inmenso parque que atraviesa Valencia a lo largo de más de 11 kilómetros, (el mayor parque urbano de España), construido sobre el cauce desecado del río. A raíz de la última gran riada del Turia, el 14 de octubre de 1957, que causó 81 muertos, se decidió desviar sus aguas fuera de la zona urbana y convertir su cauce en este enorme jardín longitudinal para evitar más inundaciones.
Como ya comenté en la etapa anterior, lo primero que encontramos junto al hotel en los Jardines del Turia es la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un complejo de varios edificios culturales y de ocio, todos ellos diseñados por Santiago Calatrava y Félix Candela, a cual más llamativo y espectacular. Esta “ciudad” fue inaugurada en 1998, aunque aún hoy en día queda algún edificio por concluir.
Atravesamos el impresionante puente del Assut de l'Or, cuyo fantástico diseño se asemeja al de un arpa gigantesca. Su cumbre alcanza 125 metros de altura y es el punto edificado más alto de la ciudad. Tiene calzadas para coches, aceras para peatones y carril-bici. ¡Hemos visto mucha afición a la bicicleta en esta ciudad!
A continuación caminamos por L’Umbracle, un agradable paseo ajardinado delimitado por grandes arcos en celosía y lleno de palmeras y otras plantas autóctonas. A lo largo de L’Umbracle va quedando a tu derecha un gran estanque, del que parecen emerger sucesivamente el Museo de las Ciencias y el Hemisfèric (cine 3D).
L’Umbracle desemboca junto al Palacio de las Artes Reina Sofía, un edificio en forma de huevo de otra galaxia, que es la Ópera de Valencia. Es alucinante observar el cascarón de cubierta que, arrancando desde el suelo en la parte posterior del edificio, sobrevuela todo el volumen edificado para ir a morir literalmente colgando sobre la fachada de acceso; un diseño que parece estar desafiando las leyes de la gravedad.
Una vez rebasada la Ciudad de las Artes y las Ciencias, enseguida encontramos el Parque Gulliver. Se trata de un recinto circular vallado, aunque de entrada libre, donde yace un gigante descomunal lleno de toboganes, escaleras, cuerdas de trepar y otras diversiones para los “liliputienses”.
A nivel de vista humana resulta un poco complicado advertir la figura de Gulliver, por su gran tamaño:
Pero visto desde el aire tiene mucha gracia:
Imagen tomada de Google Maps
Un poco más adelante, a la altura del Puente de Aragón, abandonamos los jardines y nos adentramos en la zona del Ensanche de Valencia por la Gran Vía del Marqués del Turia. Nuestra primera visita en esta zona es el Mercado de Colón.
El Mercado de Colón (calle Jorge Juan, 19) fue construido entre 1914 y 1916 y es uno de los mejores ejemplos de arquitectura modernista en Valencia. Está declarado Monumento Nacional y, tras la restauración que se hizo en 2003, se ha convertido en un centro de hostelería. No tiene fachadas laterales; su estructura metálica queda vista desde el exterior y la actividad se desarrolla únicamente al resguardo de su cubierta. Cuando nosotros estuvimos había un mercadillo navideño de artesanía.
La fachada posterior es preciosa, llena de mosaicos con motivos referentes a los productos que se vendían en el mercado.
Muy cerca de allí, y siguiendo camino hacia el centro, está la Casa Judía (calle Castelló, 20). Es un curiosísimo edificio de viviendas construido en 1930 en un estilo indescriptible, una especie de Art-Decó con influencias indias y toques árabes. Un auténtico tesoro escondido en la ciudad. El caso es que resulta una fachada muy graciosa y llena de color y me hubiera encantado poderlo ver por dentro. Estilo Art-Decó… Indio… Árabe… ¿y la llaman Casa Judía? Pues la razón está en la estrella de seis puntas que hay sobre el portal.
Seguimos hacia el centro y lo siguiente que encontramos es la Estación del Norte, la principal estación de trenes de Valencia (aunque no es la terminal del AVE, que, como ya dije, deja en la Estación Joaquín Sorolla), construida a principios del S. XX.
Entrar en ella es como transportarte en el tiempo, porque en su vestíbulo conserva toda la ornamentación de mosaico, en las paredes y en el techo, y el mobiliario de taquillas de madera originales. Todo ello en un precioso estilo modernista. ¡Una auténtica joya! Con razón fue declarada Monumento Histórico Artístico en 1961.
En uno de los laterales del vestíbulo, que ahora mismo es una tienda de dulces, se conservan unos mosaicos verdaderamente bonitos en las paredes y en el techo.
También nos llamó la atención que en las pilastras del vestíbulo se puede leer en teselas doradas la inscripción “Buen Viaje” en un montón de idiomas diferentes. ¡Qué cosmopolitas eran ya en aquella época!
Regresamos al presente y nos dirigimos a la Plaza del Ayuntamiento, que tiene una singular forma triangular. Como eran fechas navideñas, en el centro habían instalado una pista de patinaje sobre hielo. Aquí volveríamos a la noche para vivir las campanadas del cambio de año en directo desde el reloj de la torre del Ayuntamiento.
Desde allí, por la Carrer de les Barques y luego por la del Poeta Querol, llegamos hasta el Palacio del Marqués de Dos Aguas (calle Marqués de dos Aigües). ¡Qué preciosidad! Fue construido en 1740 al más puro estilo rococó y, aunque éste no es de ningún modo mi estilo arquitectónico favorito, tengo que reconocer que este edificio me pareció bonito de verdad y, sobre todo, me llamó la atención el trabajo tan esmerado y minucioso que decora cada una de sus ventanas y balcones.
Pero todo eso se queda en nada cuando descubrimos la puerta principal, toda ella bordeada por una exuberante decoración labrada en alabastro.
Queríamos haberlo visto por dentro porque, según la información que llevábamos, los domingos se podía visitar gratuitamente hasta las 14:00, pero… ¡oohh!... Estaba cerrado por ser 31 de diciembre, así que no pudo ser.
Caminando desde el Palacio llegamos en pocos minutos a la Plaza Redonda, una coqueta plazoleta con la forma que su nombre indica, a la que hay que acceder a través de arcadas por debajo de las edificaciones.
Imagino que en su día fue bonita y acogedora, con sus tiendecitas de costura y sus pequeños negocios de bordados tradicionales. Pero hoy en día hay unos kioscos en plan mamotreto plantados todo alrededor, con un techado metálico circunvalando el espacio, que desvirtúa totalmente la placita y quita las vistas del conjunto.
Salimos de la Plaza Redonda por otra arcada diametralmente opuesta a por la que habíamos entrado y desembocamos en la Plaza de Lope de Vega.
Aquí está la Casa más Estrecha de Europa y segunda del mundo. Su fachada tiene tan sólo 107 centímetros de anchura. El motivo de tanta estrechez es que hubo una época en que los impuestos se pagaban en función de los metros de fachada que tenía la casa. Supongo que por el fondo el edificio será más ancho porque, si no, veo imposible que ahí dentro quepa una escalera para ir subiendo a las cinco plantas que tiene.
En esta misma plaza tenemos ya la trasera de la Iglesia de Santa Catalina, antiquísimo templo gótico construido en la Edad Media. También estaba cerrada, como casi todo aquel día, por lo que sólo pudimos verla por fuera, con su torre-campanario barroca del siglo XVII.
Bordeando la Iglesia de Santa Catalina por la Calle Sombrerería llegamos a la Plaza de la Reina, donde está la Catedral.
Llegados a este punto ya eran casi las 14:30, así que antes de visitar la Catedral teníamos que ir a al restaurante donde habíamos hecho la reserva para comer. Era un restaurante italiano llamado Mangia Tutto y estaba allí mismo, a sólo unos pasos de la Plaza de la Reina. Comimos bastante bien: una ensalada de tomate y mozzarella de búfala, dos pizzas enormes, un plato de pasta rellena, un tiramisú, una pannacota, dos refrescos, dos cervezas y un café por 44 € (llevábamos un descuento del 30% al haber reservado a través de una popular web de reservas de restaurantes con descuentos). Todo muy bueno.
Después de comer fuimos, ya sí, a ver la Catedral. No es de las más espectaculares que hemos visto, pero siempre merece la pena visitar las catedrales porque todas tienen algo arquitectónicamente interesante. Ésta, concretamente, comenzó a construirse en el siglo XIII y en el XVIII todavía andaban a vueltas con ella, así que podemos encontrar en ella rasgos de todos los estilos por los que fue pasando a lo largo de tantos siglos: románico, gótico, renacentista, barroco y neoclásico.
La entrada a la Catedral es libre. En su interior hay varios cuadros de Goya, y además en ella se guarda el Santo Cáliz. Para verlo hay que entrar en la Capilla del mismo nombre, donde encontraremos un impresionante retablo gótico labrado en alabastro enmarcando el mini-tesoro. ¡Y es que realmente el Santo Cáliz es muy chiquitito para tanto retablo!
Nos llamaron la atención los simpáticos capiteles de los que arrancan los nervios de las bóvedas de esta capilla:
En la Catedral también se puede ver el brazo incorrupto de San Vicente, que se conserva en una especie de urna en una capillita de la girola.
Como siempre en nuestros viajes, nos gusta subir a algún lugar en altura para ver la ciudad desde arriba, así que aquí tocaba subir al Miguelete, la torre-campanario de la Catedral. La subida cuesta 2 € y un poco de sacrificio, porque se hace por una escalerilla de caracol de 207 peldaños considerablemente altos. Pero merece la pena, porque tampoco es para tanto el esfuerzo físico ni el económico y a cambio puedes ver toda Valencia a vista de pájaro. Eso sí… ¡hacía un viento tremendo allí arriba!
Además, no lo sabíamos, pero resulta que a esas horas había un mini-concierto de campanas tocadas a mano, con motivo de la Nochevieja, y tuvimos la gran suerte de que, como en ese momento estábamos en lo alto de la torre, nos permitieron acceder al recinto de las campanas para poder presenciarlo en directo. Nunca había visto algo así y fue interesante. Aquí dejo el enlace al vídeo que grabamos de este recital, por si alguien tiene curiosidad en ver cómo se tañen las campanas:
Saliendo de la Catedral, en la parte posterior está la Plaza de L’Almoina, donde hay un Centro de Arqueología con restos de la historia de Valencia, desde unas termas romanas del siglo II antes de Cristo hasta un pozo medieval. Creo que los festivos la entrada es gratuita, pero cerraban a las 14:00, por lo que no pudimos verlo.
Esta es la plaza de L’Almoina:
Desde aquí fuimos a la Plaza de la Virgen e hicimos unas cuantas fotos de la Fuente del Turia, que, como estaba atardeciendo, ya estaba iluminada.
A continuación nos metimos por la calle Caballeros, la que en su día fue la vía principal del casco antiguo de Valencia cuando era ciudad romana. El primer edificio que encontramos a mano derecha es el Palacio de la Generalitat, otro interesante edificio del gótico del siglo XV. Es el que se puede ver en la foto anterior con el piso superior iluminado en rojo.
Ya nos estamos adentrando en el Barrio del Carmen, el más antiguo de la ciudad, el que creció entre murallas, que aún conserva sus calles adoquinadas llenas de edificios medievales.
Al llegar a la Plaza Manises nos dirigimos por la calle de Serranos hacia las Torres de Serranos. Son una de las doce puertas de acceso que había en las murallas de la ciudad medieval, y se encuentra muy bien conservada. Es curioso cómo, vistas desde dentro de la ciudad, parecen estar cortadas a tajo, como si les faltara la mitad de la parte de dentro de la muralla y así hubieran quedado mostrando su interior. Me pregunto si han sido así siempre o es que han perdido parte de la construcción en algún momento de su historia.
Sin embargo, desde “fuera” sí tienen el aspecto que todos imaginamos cuando pensamos en torreones:
Creo que se puede subir a lo alto, pero a las horas en que estuvimos nosotros había verjas cerrando los accesos.
Diametralmente opuestas a esta puerta se conservan también las Torres de Quart, otra de las puertas de la muralla medieval, de la misma época y con el mismo diseño que la anterior. Por la parte de fuera pueden verse las señales de los impactos de los cañonazos sufridos durante la Guerra de la Independencia.
Caminando a paso normal no hay más de diez minutos de una a otra puerta, pero nosotros tardamos más porque estuvimos deambulando por el laberinto de calles del Barrio del Carmen para ir descubriendo algunos de los murales y graffitis que decoran muchas de las medianeras y fachadas de los edificios en esta zona.
En la calle Museo nº 9 encontramos esta valla tan graciosa:
La llaman La Casa de los Gatos. Si no fuera por el detalle de la gatera sería un muro vulgar y corriente pintado de azul. Pero alguien, a principios del pasado siglo, se molestó en acicalar la entrada de los gatos recreando una casita en miniatura, con su portalón de piedra, sus balcones, su tejado y todos los detalles que se puedan imaginar. Incluso le pusieron una mini-plaquita conmemorativa hecha con seis teselas donde pintaron a mano cuatro gatitos en azul y la siguiente inscripción en valenciano: “A la memoria de los cuatro gatos que quedaron en el Barrio del Carmen en el año 1904. Jamás se les oyó decir un miau más alto que otro”.
Por si fuera poco, al lado hicieron una jardinera simulando ser la mini-tapia del jardín de la casita. Y en lo alto de la tapia verdadera colocaron un gato de piedra de tamaño natural, que quedó ahí quieto, siempre vigilando su territorio.
Llegados a este punto, hacía rato que era noche cerrada. Dirigimos nuestros pasos hacia el centro para pasar por el Mercado Central, uno de los mayores mercados cubiertos de Europa, construido a principios del siglo XX en un estilo modernista. Fue una pena no poderlo ver con luz de día ni por dentro, pero ése es el inconveniente de visitar ciudades en invierno: que las pocas horas de luz te obligan a conformarte con ver la mitad de las cosas cerradas y a oscuras.
Al ladito del Mercado Central está la Lonja de la Seda. Otra espinita que nos quedó clavada por no haberla podido ver por dentro, porque creo que es preciosa. Fue construida en el siglo XV en estilo gótico, en un tiempo en que Valencia era una de las más prósperas ciudades mercantiles. Este edificio está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Tiene un torreón que, por lo visto, fue utilizado ocasionalmente como cárcel para mercaderes en quiebra.
Y allí mismo está también la Iglesia de los Juanes:
Eran sobre las siete y media y aún quedaba mucho tiempo hasta las campanadas de Fin de Año, que queríamos presenciar en vivo en la Plaza del Ayuntamiento. Ninguno de los tres tenía ganas de cenar porque entre el copioso desayuno buffet que habíamos hecho, y las pizzas que nos habíamos metido entre pecho y espalda a mediodía, íbamos bien servidos.
Así que se nos ocurrió acercarnos a la famosa horchatería Santa Catalina, situada en la calle Sombrerería, para hacer tiempo sentados en un lugar calentito mientras tomábamos algo. El establecimiento es un local muy antiguo y bonito, todo decorado con azulejos, incluso en el zaguán de entrada, donde una placa presume de haber tenido como cliente en más de una ocasión nada menos que a la Infanta Doña Isabel.
Sin embargo, ni la horchata nos gustó (demasiado empalagosa), ni la experiencia fue agradable. Un sitio al que no volveremos ni recomendaremos por mucha infanta que hayan tenido entre su clientela. Al entrar preguntamos a qué hora cerraban y nos dijeron que a las 20:00, así que ya sabíamos de antemano que no íbamos a poder estar mucho tiempo. De todas formas nos apetecía descansar, aunque sólo fuese unos minutos, así que nos sentamos a una mesa. Para empezar, no tienen carta para poder leer y decidir con tranquilidad: la camarera, muy seca y mirando al infinito, nos cantó a toda pastilla el listado de los productos, sin margen de reacción. Pero es que, además, a las 8 menos diez ya estaban todas las camareras mirándonos intimidatoriamente como invitándonos a marcharnos de una vez porque no quedaba apenas clientela en el local, así que nos fuimos antes de las ocho porque ya nos sentíamos incómodos.
De nuevo en el exterior, dimos unas vueltas por el centro para respirar el ambiente navideño de las calles por la noche.
Pasado un tiempo decidimos ir ya hacia la Plaza del Ayuntamiento para ir cogiendo sitio, a ser posible sentados, a la espera de que llegase la medianoche. Como todos los bancos estaban ya ocupados, nos sentamos en el bordillo de un alcorque y fuimos viendo cómo la plaza se iba llenando paulatinamente de gente.
A eso de las 21:30 llegó la Policía Municipal a desalojar toda la plaza porque tenían que hacer un barrido con perros por todos los rincones, por motivos de seguridad, de modo que todos los allí presentes tuvimos que salir a las calles adyacentes, que habían bloqueado con vallas, y esperar a que se llevara a cabo la inspección para poder volver a entrar a la plaza, no sin antes pasar varios cacheos y registros de bolsos.
Por fin entramos de nuevo y esta vez cogimos mejor posición, en un bordillo de la acera muy bien situados justo delante de la torre del Ayuntamiento. La espera se nos hizo un poco larga; menos mal que no hacía demasiado frío y que había música ambiental, y eso la hizo más llevadera.
Y llegaron las 24:00 horas y dieron las campanadas. Cada uno de nosotros se tomó las uvas a su manera: uno con uvas normales, con su piel y sus pepitas, otro con uvitas en almíbar ya peladas y sin pipos, y el otro con doce gominolas.
Tras las campanadas hubo una sesión de fuegos artificiales, y a continuación empezó la fiesta urbana con música de DJ en directo y espectáculo de luces sobre la fachada del Ayuntamiento.
Sobre la 1:00 estábamos ya bastante cansados de un día tan largo en la calle y decidimos dar la fiesta por concluida. Así que fuimos a coger el autobús nocturno N9 (normalmente se coge en la propia Plaza del Ayuntamiento pero aquel día, por las circunstancias, se cogía en la calle de Xátiva), que en 20 minutos nos dejó al lado de nuestro hotel. Ya estábamos en 2018. Mañana sería otro día, el último de nuestra fugaz visita a Valencia.