DÍA 9. ITINERARIO.
SALERS - TOURNEMIRE -LUZ SAINT-SAVEUR.
497 kilómetros, unas seis horas de viaje en coche.
SALERS.
Nuestras vacaciones en Auvernia tocaban a su fin. Después de un viaje de más de una hora desde Lanobre, surcando carreteras secundarias que serpenteaban entre bosques espesos y barrancos, llegamos a nuestro alojamiento en Salers, el hotel Logis Le Bailliage, muy bien situado a la entrada del pueblo, a unos 200 metros de su centro medieval, ideal para visitarlo a pie. Cuenta con parking, piscina, jardines y un buen restaurante. Además, las habitaciones son amplias, cómodas y decoradas con mucho encanto. El precio 97 euros la noche.
Entorno del hotel.
Tras descansar un rato, nos quedamos a cenar en el restaurante del hotel, ya que nos muy buena impresión. No es barato, pero tampoco puede decirse que 26 euros el menú sea un precio excesivo teniendo en cuenta la calidad y lo bien presentados que estaban los platos. De todas formas, no queríamos cenar tanto así que pedimos cada uno un plato a la carta, que fue más que suficiente pues, además, nos sirvieron un entrante de cortesía. Por cierto, que yo pedí unas mollejas típicas que estaban muy buenas, pero quemaban a tope... ¡Ufff!
Habitación y cena.
Después, fuimos a echar un primer vistazo al pueblo que, desde el primer momento, nos encantó. Incluido en el consabido catálogo de los pueblos franceses más bonitos, éste sí que se merece la distinción sin ninguna duda. Además, apenas quedaban ya visitantes y eso lo agradecían mucho sus encantadores rincones medievales, a los que, además, les sentaba fenomenal la caída de la tarde
Salers se encuentra en el extremo occidental del macizo montañoso de Cantal, a 900 metros de altitud, y cuenta con una población que no supera los 400 habitantes. Surgió en el siglo XV, en torno al castillo de los Señores de Salers, edificado en lo alto de una loma basáltica. Su núcleo histórico medieval es pequeño, pero muy bonito y bien conservado, con casas construidas con la piedra volcánica negra típica de la región, entre las que destacan la Casa de Flogeac, la de Lafarge, la de los Templiers, la de Sevestre y el Palacete de La Ronade. En cualquier caso, lo que más gusta no es un edificio en concreto sino el conjunto en general.
Salers da nombre a una raza bovina de carne muy apreciada por su exquisito sabor, cuyas vacas se pueden ver pastando en los alrededores y que son fácilmente reconocibles por su pelo rojizo y sus cuernos largos y abiertos. Y también elabora un tipo de queso con denominación de origen francés, cuya antigüedad se remonta a casi 2000 años.
Nada más entrar al pueblo, pasamos junto a la iglesia de Saint-Mathieu, cuya portada románica fue reconstruida en el siglo XIX; contiene una sepultura del siglo XV y tapices del XVII.
Seguimos por una calle empinada, donde hay tiendas y restaurantes, que conduce a la puerta-campanario y torre del reloj de la antigua muralla. Aquí, el conjunto ya se muestra tan bonito que obliga a detenerse para hacer algunas fotos.
En unos pocos pasos, llegamos a la plaza central que presenta un aspecto encantador, con mansiones rodeadas de torrecitas, una fuente de piedra negra y las casas de paredes de lava y tejados de lajas, todo adornado con maceteros de flores estratégicamente colocados.
Las calles adyacentes no desentonan de este aire medieval: algunas de sus casas presentan escudos o figurillas y otras tienen puertas góticas. Tras cruzar un arco, salimos a una calle más amplia que, girando a la izquierda, nos conduce a otro de los puntos que no hay que perderse: el mirador de la Esplanade de Barrouze, un parque desde donde se contemplan unas vistas preciosas de los valles de la Maronne y Aspre, especialmente sugerentes al atardecer.
Ya de noche, pudimos disfrutar de la atractiva iluminación de sus principales edificios históricos, especialmente en la Plaza.
Por la mañana, fuimos desayunar a una de las cafeterías que hay subiendo hacia la muralla, donde nos sirvieron el tradicional “petit dejeuner”. Luego, dimos otra vueltecita antes de que empezase a llegar el grueso de visitantes de la jornada, que empezaban a ser ya muy numerosos.
Un pueblo pequeño, pero que, en mi opinión, sí que hace honor a su calificación de uno de los más bonitos de Francia, sobre todo viéndolo con poca gente.
TOURNEMIRE.
Y no quisimos marcharnos de Auvernia sin visitar antes otro de los pueblos catalogados como más bellos de Francia. A unos 27 de kilómetros de Salers, Tournemire, famoso por su castillo de Anjony, se extiende sobre una cresta volcánica que domina el valle Dora, uno de los trece valles que irradian alrededor del Puy Mary.
Para visitarlo hay que dejar el coche en un aparcamiento que hay al principio del pueblo, en el lado contrario al del castillo. Es gratuito y apenas había un par de coches, media docena de turistas a lo sumo.
Cuenta con una calle principal, en torno a la cual se levantan bonitas casas de lava, con cubiertas de pizarra o laja, que se asoman a un entorno campestre precioso. Muy bonitas las vistas, ciertamente. Caminando hacia el castillo, que se encuentra al lado contrario del aparcamiento, vimos su iglesia románica del siglo XV, donde según se dice hay una espina de la corona de Cristo traída durante las Cruzadas.
El castillo de Anjony, de basalto rojizo, tiene cuarenta metros de altura y cuatro torres con tejados terminados en punta, que lo hacen muy atractivo. El primer castillo se levantó en el siglo XIII, pero el actual data de mediados del XVI. Se puede visitar, pero hay que hacer reserva anticipada y tampoco era nuestra intención. Se sacan bonitas fotos desde las proximidades y mejores aún si se camina hasta la verja de entrada aunque no se quiera visitar.
También es posible verlo desde algunos puntos de la carretera, aunque no es lo mismo. Si se dispone de tiempo, resulta recomendable echar un vistazo: el entorno es muy bonito.
DE CAMINO HACIA ALTOS PIRINEOS.
Nos quedaba un buen trecho por recorrer esa jornada, ya que hay 452 kilómetros desde Tournemire hasta Luz Saint-Sauveur, ya en los Pirineos, donde nos alojábamos esa noche. Más de cinco horas de coche, aunque durante buena parte de la ruta se circula por autopista. Y para complicarlo más, se me ocurrió la “feliz” idea de pasar por otro pueblo bonito, Belcastel, donde, además de visitarlo, podríamos comer. El plan no estaba mal: tres pueblos de los más bonitos de Francia en el mismo día.
Panoramas desde la carretera.
Perdimos mucho tiempo por las consabidas carreteras secundarias, si bien, como era de esperar, los paisajes eran muy bonitos. Sin embargo, era domingo y cuando llegamos a Belcastel, que se encuentra en una especie de hoyo, en plena montaña, no quedaba un solo hueco libre en los aparcamientos de pago que hay a las afueras del pueblo: imposible no ya aparcar sino siquiera pararse un momento para echar una foto al entorno: el pueblo, ni lo vimos. Y casi mejor, porque con tal gentío no sé qué nos hubiésemos encontrado, desde luego pretender comer era de ilusos. Belcastel debe ser uno de esos lugares que se ponen hasta los topes los fines de semana y más en verano. Así que seguimos camino, paramos en otro pueblo y como se nos había pasado la hora de comer de restaurante, entramos en una panadería donde, como suele ser habitual, tenían bocadillos preparados. A unos pocos kilómetros, paramos en un área de pic-nic y nos los tomamos tan ricamente, que quien no se contenta es porque no quiere.
Menos mal que al ir por este itinerario tuvimos la recompensa de volver a pasar por Conques y ver el precioso mirador de Le Bancarel, al que me he referido ya en la etapa correspondiente. Imponente la estampa que nos presentó a medio día, con el sol iluminando uno de los pueblos más bonitos de Francia. Las fotos no le hacen justicia.