DÍA 10.
LUZ SAINT-SAVEUR, BRECHA DE ROLANDO, CIRCO DE GAVARNIE, GEDRE.
La etapa del día era corta en kilómetros, sólo 50, pero mucho más larga en tiempo, casi hora y media, y más dura se nos hizo por las caminatas, como ya contaré. Voy a dividir el día en dos etapas para diferenciar bien las dos rutas de senderismo, que son de las más conocidas y atractivas que se pueden hacer en esta zona de los Pirineos Franceses.
Comenzaré el relato con la llegada, el día anterior, a Luz Saint-Saveur, donde retomamos nuestra andadura pirenaica después de terminar la de Auvernia.
LUZ SAINT-SAVEUR.
Llegamos a esta conocida localidad por la tarde. Nos alojamos en el Hotel Términus, de dos estrellas, con aparcamiento gratuito, muy bien ubicado para movernos a pie y un precio de 70 euros. Habitación sin lujos, pero correcta y amplia, aunque había que andarse con un pelín de tiento por el techo abuhardillado, donde me di algún que otro cabezazo. Desde la ventana de nuestro hotel veíamos uno de los sitios que destacan en alto en esta pequeña ciudad: el Castillo de Sainte-Marie, erigido en el siglo X por los Condes de Bigorre. El otro es la Capilla Solferino, con torre bizantina y reconstruida en 1859 por mandato de Napoleón III.
La habitación y las vistas desde allí, con el castillo al fondo.
Dicen que su nombre se debe a los tres rayos de sol que penetran por la mañana entre las montañas del valle triangular en donde se aposenta este pueblo, en el que se alojaron poetas, científicos, fotógrafos, artistas y hasta un emperador, puesto que Napoleón III llegó hasta aquí junto con su esposa, Eugenia de Montijo, atraído por las virtudes medicinales de las aguas de Saint Saveur. Existe un paseo de unas dos horas, llamado el Paseo de Napoleón y Eugenia, que va desde el Ayuntamiento hasta el Puente de Napoleón III, pasando por la capilla de Solferino y las Termas. Quizás lo hagamos en alguna otra ocasión fuera de temporada alta (veraniega y, sobre todo, invernal) porque la zona nos gustó.
El río bajaba con bastante agua y muy revoltoso. Apetecía contemplarlo un ratito.
Fuimos a cenar al Hotel Londres, que se encuentra frente al puente que cruza sobre el río, cuyas aguas bajaban con gran fuerza, y que marcan la separación entre Luz Saint-Saveur y Squiere-Sère. En las proximidades se encuentra también la carretera que en pocos minutos lleva hasta la estación de esquí de Luz Ardiden. Para compensar de la comida de bocata del mediodía, tomamos una buena cena, con sidra bretona, si bien las chuletas de cordero estaban algo duras.
A continuación, dimos un paseo que nos llevó hasta la plaza donde se encuentra la Iglesia de Saint Andre (también llamada erróneamente de los Templarios), construida a finales del siglo XI por la familia Saint Andre, a cuyo santo la dedicacion. En el siglo XIV fue cedida a los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y sirvió de refugio para los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. En el siglo XVI, los Caballeros (ya de la Orden de Malta) ordenaron amurallar el recinto para proteger a los lugareños de los bandidos aragoneses llamados “migueletes”.
En el interior de la Iglesia se estaba dando un concierto, así que me detuve muy brevemente en el interior y saque una única y apresurada foto.
Por estos lares no había tanto ambiente como en Cauterets, así que nos fuimos pronto a la cama ya que al día siguiente nos aguardaba la ruta a la Brecha de Rolando (Brèche de Roland en francés).
RUTA DE LA BRECHA DE ROLAND DESDE EL COL DE TENTES (a pie).
Al igual que sucedió durante todo el viaje, las previsiones meteorológicas se cumplieron escrupulosamente y amaneció un día espléndido y soleado: ideal para realizar una buena caminata porque a esas horas todavía no apretaba el calor. Desayunamos (mal, por cierto) en una panadería, donde anunciaban desayunos completos, que luego resultaron ser café de máquina en vaso de papel, croissant industrial y zumo de bote . Menos mal que no fue caro. Luego compramos los bocatas ya preparados, como de costumbre con pan espectacular y unos "rellenos" muy generosos de jamón, chorizo, atún con queso, verduras, tomate, salsas...
Aunque habíamos hecho propósito de madrugar, entre unas cosas y otras no salimos hasta cerca de las nueve y media y tardamos más de tres cuartos de hora en cubrir los treinta kilómetros que nos separaban del Col de Tentes, donde se encuentra el aparcamiento desde donde sale la ruta a pie hacia la Brecha de Rolando, el camino más corto y asequible para alcanzar la famosa grieta que abre una inconcebible puerta en la montaña que separa Francia de España. Por el camino fuimos recorriendo los preciosos paisajes pirenaicos, con sus bosques y cascadas, trazando al final los bucles de la carretera que ganaba altura rápidamente hasta los 2.200 metros.
Longitud: 11 kilómetros y medio, aproximadamente (total ida y vuelta por el mismo camino).
Duración:entre seis y siete horas con paradas (pero depende mucho de cómo esté el terreno).
Dificultad: moderada, dependiendo igualmente de cómo estén los senderos.
Se trata de una ruta bastante transitada y ya había un buen número coches en el parking, pero no fue necesario dejar nuestro vehículo en el arcén. Hacía fresquito y tuvimos que abrigarnos aunque no demasiado pues sabíamos que la temperatura subiría bastante según transcurriese la mañana. Vimos unos paneles informativos, consultando los cuales nos enteramos entre otras cosas de que el Refugio de Sarradets (frente a la Brecha) estaba inutilizable por obras. Empezamos la andadura, cuyo inicio va por una pista asfaltada pero cerrada al tráfico, y con el piso deteriorado por algunos desprendimientos en varios puntos. Esta zona, de un kilómetro y medio, aproximadamente, resulta bastante cómoda pues el continuo ascenso es, sin embargo, muy paulatino. Las vistas eran espléndidas ya desde el principio, con la cara norte del Tallón frente a nosotros.
Salimos desde el Col de Tentes, llevando a nuestra izquierda la empinada zona que deberíamos alcanzar como preámbulo a la subida definitiva hacia la Brecha. De camino vimos también el sendero que lleva al circo de Gavarnie, otra posibilidad para iniciar la ruta hacia la Brecha, si bien es bastante más larga.
Sin mayores complicaciones, alcanzamos al Puerto de Bujaruelo o Port de Boucharau (2.271 metros de altitud), donde paramos a sacar unas fotos y a disfrutar de un muy corto descanso. Justamente aquí se gira hacia la izquierda, tomando un sendero de piedras que recorre la cara montañosa que habíamos contemplado desde el otro lado del barranco durante una media hora, aproximadamente, sin que apenas lográsemos distinguirlo en la distancia. Los indicadores señalaban una hora y media hasta el Refugio.
Pista desde el Col de Tentes vista desde el Puerto de Bujaruelo.
Panorama de picos desde el Puerto de Bujaruelo.
Durante unos minutos, el camino de piedra empezó a picar hacia arriba muy notablemente pero sin convertirse en demasiado duro y pasamos una zona de cortados más espectaculares viéndolos en las fotos que in situ. De momento, todo iba estupendamente y podíamos disfrutar del panorama, a tramos bastante sobrecogedor, si bien la tardía llegada del verano había preservado unas intensas pinceladas verdes que alegraban la vista de un entorno de apariencia lunar en algunos puntos.
Una media hora después nos encontramos con las primeras sorpresas en forma de neveros que cubrían el sendero, sin haberse fundido aún pese a que estábamos en la segunda mitad de julio. Ya nos habían advertido sobre esta posibilidad, pero no lo esperábamos tan pronto pues aunque habíamos visto manchas blancas desde la pista no imaginábamos que el camino pasase justamente a través de ellas. Así que tocó afrontarlo con las debidas precauciones.
Tuvimos que pasar otros tres neveros antes de llegar a la famosa cascada, mencionada por todos los que han hecho la ruta, cuyas aguas procedentes del glaciar se deslizan sobre las escalonadas rocas negras de la pared del Tallon. La verdad es que tenía bastante caudal y no resultaba fácil decidir por dónde sortearla. Según parece (al menos eso había leído) hay unas cadenas para sujetarse, pero no las vimos por ningún sitio, así que cruzamos por donde nos pareció más asequible. Tuvimos que pisar agua, pero (esta vez al contrario de lo que había leído) las piedras apenas resbalaban y con el debido cuidado no encontramos mayores problemas.
Desde este punto, tuvimos que empezar a trepar por las rocas para ganar altura sobre el barranco hasta el col de Sarradets. La pendiente es bastante acusada y se ha de llevar cuidado si se tiene vértigo; aunque no nos pareció una zona especialmente peligrosa, requiere esfuerzo y atención. Afortunadamente no había hielo por allí.
La sorpresa surgió otra vez al coronar el barranco, donde nos encontramos con un nuevo y enorme nevero, los restos del glaciar que llegaba hasta el collado que lleva al Refugio. Confieso que al verlo estuve a punto de darme la vuelta. Caminar sobre un nevero tan grande no entraba en mis planes, ni mucho menos. Sin embargo, mi marido tiró para adelante y yo le seguí, refunfuñando eso sí. Me estoy haciendo mayor .
Coronar el collado me resultó algo duro, sobre todo por el cuidado que debía llevar para no resbalar con el hielo, pero al llegar arriba y ver Gavarnie, con su altísima cascada, el refugio (con obreros trabajando) y la enorme pared abierta por la brecha, todo adornado con enormes retazos blancos, me sentí muy bien: estábamos contemplando una imagen realmente preciosa.
Todavía tuvimos que pasar otro nevero para llegar a las inmediaciones del refugio, encarando ya la magnífica estampa de la Brecha. Espectacular, de verdad que sí.
En ese momento, no sé cómo, me hice una herida en un tobillo al golpearme con una piedra. No fue gran cosa, pero mermó un poco mi valor Además, el panorama que nos encontramos era bastante peor de lo que nos habíamos imaginado. Los neveros cubrían gran parte del terreno ante nuestros ojos y las zonas de acceso estaban complicadas. Entonces me acordé del consejo que me dio una amiga y que no hicimos caso para no ir con tantos trastos: "lleva crampones, que en julio todavía puede haber bastante hielo". Y vaya si tenía razón...
La verdad es que eran muy pocos los que se decidían a continuar la ascensión, la parte más dura y difícil de todo el recorrido, pese a que son apenas doscientos metros. La estrecha zona sin hielo es de gravilla suelta y la pendiente bastante acusada. Vimos a tres o cuatro chicos atascados sin saber qué hacer ni para dónde ir. Otros escogían el hielo, pero incluso con crampones resbalaban y terminaban rodando unas cuantas docenas de metros. En fin, complicado, bastante complicado. Y yo, la verdad, ya no tengo el arrojo de antaño, cuando llegaba al final de las rutas pese a todo, costara lo que costara.
Así que decidí conformarme con aquella hermosa visión de la Brecha. Quizás se presente otra ocasión de conquistarla. Nos sentamos frente a ella y tomamos nuestros bocatas tan ricamente mientras recordábamos algunos datos que habíamos consultado esa misma mañana en internet (wikipedia).
La Brecha de Rolando es un estrecho collado de 40 metros de ancho y 100 metros de altura, situado a 2.804 metros sobre el nivel del mar en el macizo del Monte Perdido. Según una leyenda local, fue abierta por Rolando, un caballero medieval, sobrino de Carlomagno, que resultó malherido en la batalla de Roncesvalles y, cuando intentaba regresar a Francia, se encontró con una montaña infranqueable. Desesperado, arrojó con tal fuerza su espada Durandarte (también se la conoce como Durandal) contra la roca que la partió, abriendo la famosa brecha.
A la vuelta, tocaba otra vez superar los neveros, y el primero, ya en descenso, casi parecía un tobogán. Creo que lo bajé más tiempo sentada que de pie. ¡Señor, qué resbalones! Menos mal que ese punto no era peligroso y las caídas solo suponían pequeñas costaladas más molestas para el ego que para la integridad física .
Al final, la cascada, casi lo que más me preocupaba antes de la ruta, fue el problema menor. El caso es que con el recorte del itinerario llegamos pronto al coche y decidimos alargar la jornada, ya que el día siguiente volvían las tormentas según las previsiones meteorológicas y queríamos aprovechar el buen tiempo hasta la última hora. Así que se nos ocurrió la feliz idea de acercarnos al circo de Gavarnie, una caminata cómoda y sencillita, para terminar el día . Pero eso lo cuento en la siguiente etapa.
En resumen, la ruta de la Brecha de Roland desde el Col de Tentes es muy bonita y el final resulta espectacular. Eso sí, cuidado con la meteorología. Hay que elegir un día con buen tiempo y pensar que puede haber hielo incluso en verano, lo que complica bastante las cosas. Si no se es un montañero experto y muy bien equipado, mejor evitar el invierno y las épocas de deshielo. A finales del verano el paisaje seguramente estará más feo, pero cuanto menos hielo haya más fácil será llegar a la Brecha. En todo caso, una caminata de lo más recomendable.