A la mañana, como llovía, decidimos pedir en la recepción del hotel de Heidelberg un taxi para ir a la estación de tren, donde tomamos uno a Frankfurt, aproximadamente una hora de viaje, y combinamos con otro hasta Amsterdam, unas 5 horas de viaje aproximadamente.
En Amsterdam nos alojamos en un departamento, Orange Suite Studio, a unas 4 calles de la estación central. No fue muy fácil encontrar el departamento porque estaba en una calle muy poco transitada que más parecía un callejón, pero que resultó ser muy segura y tranquila. El dueño es un muchacho español muy amable, que por supuesto hablaba nuestro mismo idioma, por lo cual fue muy sencilla la comunicación. El departamento es pequeño, tiene cocina-comedor-living completo y baño (sólo ducha) abajo y una escalera de terror para subir al dormitorio en un entrepiso. De todas formas, una vez que le perdimos el miedo a la escalera, el lugar resultó cómodo. Obviamente las valijas quedaron abajo. Como venía siendo costumbre en nuestros viajes, y que no sería la última vez, Amalia se fue al suelo por culpa de esas escaleras y se dio un golpazo bárbaro.
Nuevamente elegimos un apartamento cerca de la estación de trenes porque haciendo base en Amsterdam queríamos hacer la excursión de un día por tres pueblos muy bien comunicados por bus y barco, Edam, Volendam y Marken y otra también de un día a Zaanse-Chans, Delf y Leiden.
La primera impresión que tuvimos de Amsterdam fue de caos, obra gigantesca a la salida de la estación de trenes

Muchas bicicletas, mucha gente, muchos tranvías, canales a cada paso en los que pierdes la orientación y bastante suciedad en las calles y en los canales.

Una vez instaladas, fuimos caminando por la calle principal Damrak hasta la Plaza Dam y nos volvimos agobiadas, ya en los siguientes días nos acostumbramos y lo disfrutamos mucho. En la Plaza Dam, aparte de ser el centro neurálgico de la ciudad, se encuentra el Museo de Madame Tussaud y el Palacio Real.

En Holanda mandan las bicicletas, en mi vida había visto semejante cantidad de ellas, no podíamos entender cómo había tantas estacionadas en el enorme parking de bicis de tres pisos que hay a un costado de la estación central, si parecía que cada holandés estaba montado a una en la calle. La prioridad de paso en los cruces de calles no parece tenerla el peatón, como en el resto de Europa, sino las bicicletas. Y no hay prácticamente veredas, por lo que caminar no es fácil en algunas calles y si no te haces a un lado a tiempo suenan sus bocinas demostrando muy poca paciencia. No logramos acostumbrarnos al tráfico de bicicletas de Amsterdam, que por otro lado es una de sus características.

Al día siguiente nos levantamos temprano, ansiosas porque teníamos turno para visitar la casa de Ana Frank. La entrada la sacamos por internet y al llegar comprobamos que realmente hacerlo así es un gran acierto. Había una cola larguísima para aquellos que no tenían reserva, pero nosotras esperamos en la puerta especial para el ingreso de tickets con reserva y entramos junto con otras 6 personas, sin hacer fila, a la hora exacta de nuestra reserva, que era el primer turno de la mañana, fuimos las primeras en entrar.
El lugar es sobrecogedor, muy bien organizado, sin ninguna morbosidad, narrando la historia por algunos de sus protagonistas. Yo había leído el libro en la adolescencia y lo volví a leer antes del viaje y me estremeció estar en el mismo lugar de los hechos. Una visita absolutamente recomendable. Por fuera la construcción es igual a cualquier otra de la ciudad, lo asombroso se desarrolla dentro y por supuesto, no está permitido sacar fotos.

A la salida fuimos a la Iglesia del Este que queda sobre la misma calle, muy cerca. Muy sencilla por dentro.
