Pese a haber estado muchas veces en Alicante, no fue sino hace poco menos de un mes que me enteré de la existencia de esta caminata, casi más un paseo largo que una ruta de senderismo propiamente dicha, puesto que transcurre por la carretera del faro de la Punta de l’Albir y que actualmente está cerrada al tráfico. De modo que su dificultad técnica es nula; incluso vimos a una persona en silla de ruedas eléctrica haciendo un tramo. Solamente hay que estar dispuestos a caminar (o a pedalear) cinco kilómetros (ida y vuelta), superando una pendiente no demasiado acusada, que se inclina más al final, al encarar el faro. Se trata de una visita a tener en cuenta si se está de vacaciones en torno a Benidorm, Altea o Calpe, ya que cuenta con varios miradores que ofrecen unas vistas espléndidas de la costa, además de poder contemplar los restos de una antigua mina de ocre. Y también es posible bajar a bañarse en una recóndita cala. Como única precaución, algo de sentido común por otra parte, conviene evitar las horas centrales del día en verano pues, si bien hay sombras, algunos tramos se hacen en zonas de solana. Claro que para predicar con el ejemplo, nosotros la hicimos a las cuatro de la tarde porque nos pillaba de paso justo entonces.

Menos mal que no hacía un calor excesivo
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Situación de la ruta en el mapa peninsular según Google Maps.
Esta ruta se desarrolla en la comarca de la Marina Baixa, concretamente en el Parque Natural de Serra Gelada, que comparten los términos municipales de Benidorm, Alea y l’Alfàx del Pi, declarado en 2005 y que cuenta con 5.564 hectáreas, de las que 4.920 son marinas, incluyendo las bahías de Altea y Benidorm. De la zona terrestre, forman parte cuatro pequeñas islas y la costa litoral (Serra Gelada), cuya cota máxima es el Alt del Gobernador (438 metros) y cuyos imponentes acantilados se encuentran entre los más altos de la Península Ibérica.
Datos de la ruta.
Distancia: 5 kilómetros (recorrido total de ida y vuelta por el mismo camino)
Duración: una hora y media, aproximadamente.
Desnivel: 50 metros de subida en la ida y 50 metros de bajada en la vuelta.
Grado de dificultad: muy fácil, ya que transcurre por la carretera que iba al faro, ahora cerrada al tráfico de vehículos a motor. Se puede ir en bicicleta hasta el faro.
Para empezar la ruta hay que llegar al aparcamiento del Far de l’Albir, al final de la calle Neptuno, en Alfaz del Pi. Hay unos seis kilómetros desde Altea y 7,4 desde Benidorm. Dejo la ruta desde ambas localidades, aunque no tiene pérdida porque está bien indicado y figura en Google Maps.
CAMINO AL FARO.
Dejamos el coche en el aparcamiento habilitado, que cuenta con bastante sitio. Cuando llegamos estaba casi vacío, pero hay que tener en cuenta que cuatro días después del final del confinamiento no había demasiada gente. No sé cómo estará todo esto en pleno verano, con la zona a tope. Así que mejor acudir muy temprano o al atardecer, con lo cual se evitará el calor. A las cuatro de la tarde, la ventaja que tuvimos fue que los colores del mar eran maravillosos. Además, todavía no hacía mucho calor y, salvo algunos chavales que se dirigían a una cala cercana, apenas vimos a cuatro o cinco personas, la mayoría que subían corriendo hasta el faro para hacer deporte
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Ya desde el aparcamiento, pudimos ver unas panorámicas muy bonitas de la Bahía de Altea. Allí mismo nos encontramos con un área recreativa y varios paneles informativos, uno de los cuales nos anticipaba lo que íbamos a encontrar en el recorrido, para el que nos proponían doce paradas con sus explicaciones correspondientes. La primera parte de la ruta va entre pinos, con lo cual resultó muy agradable por la sombra que proporcionaban.
Tras un suave ascenso, llegamos al primero de los tres miradores seguidos con que nos topamos. El primero lo anunciaban con mucho bombo, es amplio y está muy bien preparado con barandillas de madera, pero los árboles deslucían un tanto el panorama; así que no nos entretuvimos demasiado. Se contemplaban vistas bastante mejores desde la propia carretera, allí donde podíamos esquivar las copas de los árboles, eso sí. Pero el agua tenía un color… ¡Qué bonito! Con esos colores se perdona todo, hasta las abigarradas edificaciones de la línea costera parecen diluirse en contrate con el mar.
Un nuevo panel explicativo nos contó la leyenda de una brecha en una gran roca (el Puig Campana), que yo ya había observado varias veces desde la N-322 y que, sin saberlo, había relacionado con la famosa Brecha de Roland, en los Pirineos. Y, sí, se trata del “Tajo de Rolando”, el mismo Rolando, en efecto. Según se cuenta, el comandante de Carlomagno llegó a estas tierras y se enamoró de una doncella. Pero la historia de amor se truncó a causa de un maleficio que predijo que la joven moriría cuando el último rayo de sol tocara su piel. Rolando, desesperado, subió a la cima y dio un tremendo golpe con su espada para abrir la piedra y prologar el paso de los rayos del sol y, con ellos la vida de su amante. Por supuesto, pese a sus esfuerzos, la noche llegó, lo que produjo la muerte de la chica y la furia de Rolando, quien, roto de dolor, cogió el trozo de roca que había cortado y lo lanzó al mar, creando así la isla de Benidorm. Bueno, bueno. Me encantan las leyendas
Desde este punto pudimos apreciar bien el tajo en la montaña, de la que veíamos su silueta en sombra. Sin embargo, es mucho mejor la foto que capté desde la carretera, ¿verdad?.
Según íbamos subiendo, los árboles iban quedan a nuestros pies y las panorámicas, al abrirse y extenderse, resultaban magníficas. Y, sí, soy un poco pesada, pero ¡qué colores más bonitos tiene el Mediterráneo cuando está bañado por el sol!
Justo antes de entrar en un túnel, apareció a la izquierda, un estupendo mirador, con otro panel informativo informándonos de las cimas pétreas que podíamos admirar sin ningún problema en aquel estupendo día, luminoso y completamente despejado. Se apreciaba casi con todo detalle la Iglesia de Altea y, por si fuera poco, a la derecha del todo, se distinguían perfectamente Calpe y el Peñón de Ifach.
Un nuevo panel informativo nos contó que el túnel y la pista que estábamos recorriendo se construyeron en 1961, pues el camino anterior que utilizaban los fareros desde 1863, cuando se construyó el faro, era una senda recóndita y muy peligrosa incluso para los animales de carga. Al parecer, aún se conservan en algunos puntos las marcas de los taladros que se hicieron con barrenos para introducir los explosivos que se utilizaron para dinamitar las rocas.
Seguimos en ascenso y, poco después de pasar el túnel, ya fuimos capaces de vislumbrar la Barreta de les Mines y el Faro, en lo alto de un acantilado, a cuyos pies aparecía una cala tan escondida que apenas conseguíamos localizarla.
Continuamos ganando altura, ahora por la zona de solana con muy poca agua, donde la vegetación era sobre todo de matorral, con espartales y tomillares, así como lavanda y un endémico rabo de gato.
La carretera dio un pronunciado giro a la izquierda, que nos hizo poder contemplar el camino que habíamos traído dibujado en la montaña y tener el faro ya casi de frente. Las vistas seguían siendo fantásticas hacia Calpe y el barranco, junto al cual vimos un sendero que anunciaba la bajada a la cala que habíamos venido observando.
De nuevo con la pista flanqueada por los pinos, llegamos hasta unas antiguas minas de ocre rojo que estuvo en funcionamiento entre mediados del siglo XIX y principios del XX. Entre los restos que se conservan están la boca de la mina, los alojamientos del capataz y los pilares que soportaban los raíles por donde iban las vagonetas que transportaban el mineral a la orilla, desde donde era transportado por barcas a navíos más grandes en la bahía. El ocre es una mezcla de arcilla y óxido de hierro utilizado como pigmento desde tiempos muy antiguos.
Un poco más adelante, vimos unas escaleras que subían hacia la izquierda, anunciando el Mirador dedicado a Alfonso Yébenes Simón, investigador y divulgador de la geología de la Serra Gelada. La verdad es que nos quedamos un tanto fríos porque esperábamos ver la línea costera hacia Benidorm, pero solo se aprecia la caída vertical de un acantilado cerrado por una gran roca.
Por enésima vez nos encontramos con un panel explicativo, referido en esta ocasión a las atalayas que se construyeron en los puntos elevados para prevenir los ataques de piratas y corsarios que amenazaban estas tierras entre los siglos XVI y XVIII. La Torre Bombarda de este lugar fue destruida en tiempos de la Guerra de la Independencia contra los franceses, aunque todavía se conservan los basamentos de mampostería maciza. En los alrededores también se encuentra un antiguo aljibe.
Apenas nos quedaban cien metros hasta el Faro de la Punta de l’Albir, pero bastante empinados. En la verja de entrada figuran sus características, entre ellas sus 8 metros de altura, una elevación de 112 metros y un alcance de 15 millas náuticas. Aunque prohíbe el paso a toda persona no autorizada, esto no es así ya que en el interior del faro se encuentra un Centro de Interpretación con entrada gratuita, cuyo horario de apertura no nos coincidió.
Desde esa parte tan elevada, podíamos contemplar unas panorámicas espléndidas mientras otro panel nos comentaba el proceso de formación de los altos acantilados de la Serra Gelada.
Detrás del faro hay un gran mirador, adonde daba gusto asomarse por la sombra y por el viento fresquito que convertía en una delicia el asomarse al mar mientras leíamos en otro panel la presencia en estas aguas de algunos de los escasos ejemplares de Delfín Mular que habitan en la Península Ibérica, siendo este faro un enclave excepcional para su observación.
Y ya solamente nos quedaba el camino de retorno, cómodo y casi todo cuesta abajo, aunque en algún punto notamos demasiado la incidencia del sol. Bonita ruta para, entre otras cosas, contemplar todas las fantásticas gamas de azules de nuestro Mar Mediterráneo.