Después de comer, nos aprestamos nuevamente a bajar a tierra para ver otro conjunto de templos nubios. Por fuera no parecían gran cosa, pero lo que nos encontramos dentro nos sorprendió y mucho.
Entorno de los nuevos templos.
Templo de Amada.
Dedicado a Amón-Ra y a Ra-Horakti, este templo fue mandado construir por Tutmosis III y Amenofis II, con ampliaciones posteriores de Tutmosis IV; otros faraones como Seti I y Ramses II también colaboraron a completar su decoración. Es el templo nubio más antiguo de los que se conocen y fue trasladado a 3 kilómetros de su ubicación original para salvarlo de las aguas, lo que se convirtió en una operación muy compleja por la necesidad de proteger sus magníficos relieves de colores.
Debo confesar que al verlo por fuera no esperaba gran cosa, pero las apariencias engañan y mucho, pues su interior me dejó impresionada al ver las paredes completamente cubiertas de relieves, gran parte de ellos muy bien conservados, destacando sobre todo sus colores. Uno de los mejores se encuentra en la parte trasera del santuario, donde aparece Amenofis II dando muerte a los prisioneros que había capturado en la guerra contra los sirios.
Templo de Derr.
Nos tocaba dar un paseíto por el desierto para acercarnos a este nuevo templo, del que no sé muy bien por qué no tengo fotos del exterior. Trasladado once kilómetros desde su ubicación original, fue construido también por Ramses II y dedicado a Ra-Horakti. Estaba excavado en la roca y su parte exterior se encuentra bastante deteriorada, por lo cual nos volvió a sorprender al hallar dentro unos relieves realmente magníficos cubriendo gran parte de sus muros, casi todos dotados de un fantástico colorido, que destaca por ser mucho más brillante y contrastado que el de otros templos egipcios. En la segunda sala de columnas, había uno que me llamó mucho la atención y que muestra al faraón ofreciendo vino y rosas a los dioses. También me gustaron las paredes llenas de inscripciones.
Igualmente tiene una curiosa sala, muy parecida a la de la cámara del sagrario del templo mayor de Abu Simbel, aunque está más deteriorada, pues solo conserva la impronta pero no las estatuas mismas de los cuatro deidades que reciben la luz del sol dos veces al año.
Tumba de Pennut.
Una nueva corta caminata nos llevó a la tumba del que fue virrey de Nubia con Ramsés IV, que tuvo que trasladarse nada menos que 40 kilómetros desde su ubicación original, en Aniba, lugar de enterramiento de los imperios Antiguo y Nuevo. Está excavada en la roca y en sus paredes presenta escenas de la vida de Pennut, en la que aparecen miembros de su familia.
Camino a la Tumba de Pennut escena interior.
A nuestro regreso al barco, teníamos un simpático muñeco encima de la cama. Esa tarde nos aguardaban varias horas de navegación, las últimas que pasaríamos en el barco, así que a la hora del té me senté tranquilamente en cubierta para contemplar la, a veces, monótona travesía con ojos diferentes, es decir, tratando de descubrir lo que había más allá de las tierras desérticas que se vislumbraban más cerca por estribor que por babor.
Sin embargo, en el paisaje apenas encontré nada que no fueran rocas, arena y un cielo que pocas veces tiene nítido su casi perenne color azul; con contadas personas o apenas sin evidencia de ellas, excepto las ruinas de barracones o viejas construcciones y alguna que otra barca solitaria.
Esa noche nos ofrecieron una cena de gala, durante la cual nos sirvieron unos manjares especiales, todo muy decorado, incluso con velas. Estuvo bien, nos divertimos bastante. Y para terminar la jornada tuvimos una sorpresa: la pareja argentina que estaba de luna de miel sufrió un contratiempo al iniciar el crucero, ya que les perdieron una maleta del equipaje en el aeropuerto, con lo cual la chica tuvo que apañarse todo el recorrido con lo puesto y algo nada sofisticado que se compró en un bazar de Asuán. Para compensarles, les prepararon una fiesta en la discoteca, a la que nos invitaron al grupo de españoles. Bailamos y lo pasamos muy bien.
Qsar Ibrim.
A una hora que no recuerdo, pero ya de noche, nos avisaron de que fuésemos a cubierta para ver las ruinas de la ciudad-fortaleza de Qsar Ibrim, que se encuentran en su ubicación original, pero casi al nivel de las aguas cuando en tiempos se asentaba 60 metros por encima, en una meseta que dominaba el valle. Fue edificada por los nubios en el siglo X a.C., restaurada después y ampliada por los romanos, época durante la cual llegó a albergar siete templos dentro de sus murallas. Posteriormente la habitaron los coptos y se construyó una catedral en el siglo X. Resistió las acometidas de los musulmanes hasta el siglo XVI, en que fue tomada por los bosnios, que convirtieron la catedral en mezquita. En 1812 la ocuparon los mamelucos y, luego, fue destruida casi por completo. En la actualidad se encuentra en fase de excavación y no se permite visitarla, por lo que tuvimos que contemplar las ruinas desde la cubierta del barco. Aunque apuntaron hacia ella unos potentes focos, en la oscuridad no distinguimos gran cosa. Sí que vimos gente, posiblemente arqueólogos, que tenían montado allí un campamento.
Para terminar la jornada, subimos a la cubierta y nos echamos en las tumbonas para volver a contemplar las miles de estrellas que brillaban en el cielo. Al día siguiente nos aguardaba otra estrella, la estrella del viaje: Abu Simbel.