Día 9: La Sorpresa de Auray y los megalitos de Carnac ✏️ Diarios de Viajes de Francia

---

Nos despertamos después de, más o menos, haber dormido. Todavía no son las siete de la mañana, así que pensamos que podemos aprovechar para darnos una ducha antes de dejar el camping. Llegamos a las instalaciones y vemos lo que parece ser una máquina en la que insertar algún tipo de tarjeta. El agua sale helada así que el agua caliente tiene que tener alguna relación con la máquina. No podemos salir de allí hasta las ocho, así que vamos recogiendo y hacemos tiempo paseando entre las parcelas.

Conseguimos salir del camping, habiendo comprobado, efectivamente, que el agua caliente se pagaba a parte, cosa de la que no nos habían informado, pero que estaba perfectamente indicado en la recepción. La noche aquí nos ha costado unos sorprendentes 10,75€, en un camping de 2 estrellas que, en nuestro caso, no volveríamos a pagar.

Auray

Llegamos a Auray a eso de las nueve y conseguimos aparcar cerca del centro y gratis, por la rue du Verger, en un parquing de tierra. No tenemos una imagen muy definida del municipio, del que solo hemos visto algunas fotos de su puerto, que parece muy pintoresco. Lo hemos puesto en la ruta por las recomendaciones que leímos y porque está muy cerca de Vannes, así que pasaremos aquí la mañana con la intención de llegar a Vannes para comer.

Empezamos a caminar hacia el centro. La primera impresión que recibimos es la de un pueblo (o ciudad, porque tiene algo más de 13.000 habitantes) muy tranquilo, con calles bonitas y vida real transcurriendo en ellas. Encontramos una placita de esas en las que hay que parar a tomar algo, y lo hacemos en l'Epicerie. Un café con leche y un té con leche por algo menos de 5€. Está en la palce aux Roues que, desde este momento, ha pasado a ser uno de mis rincones favoritos de Auray. La terraza está bastante animada, y la plaza está decorada con flores que cuelgan de los árboles.


Salimos de allí, damos 5 pasos y entramos en la boulangerie que hay justo en frente.
Caminamos calle arriba y llegamos a la capilla du Saint-Esprit, que está cerrada. Desde aquí, nos dirigimos a la iglesia Saint-Gildas, que tiene una exposicón fotográfica delante de la rampa de entrada, y a la que sí entramos. Sus dos campanas están al final de la nave, en el suelo, y se puede leer sobre su historia. Las vidrieras de la iglesia son muy coloridas y hay un barco de vela colgado del techo, lo que nos recuerda que tenemos que acercarnos hasta el puerto de Saint-Goustan.

Seguimos por la rue du Lait y encontramos la oficina de turismo, que ocupa el espacio de una antigua iglesia, al igual que en Rennes. Hay mucha información sobre la península de Quiberon y el golfo de Morbihan. Nos sentamos a leer un rato y empezamos a descubrir todo lo que no vamos a tener tiempo para ver. Así que cogemos un montón de folletos para preparar la ruta de, posiblemente, el año que viene, un plano de Auray, y empezamos a movernos hacia el puerto.
La calle es muy comercial, aunque el comercio es local, y desemboca en la plaza de la república, donde está el ayuntamiento.


Seguimos por la rue du Château y empiezan a aparecer un montón de ateliers. Estamos en otra de esas calles con pendiente, llena de talleres de artistas y de encanto, y nos entretenemos mirándolo todo.

Descubrimos a un ilustrador, Ronan Pincemin, que vende allí algunas reproducciones de su trabajo, y compramos una lámina. También, a Patricia Rémy, una acuarelista de Auray, que se convierte en una de nuestras favoritas por la suavidad con la que representa la naturaleza, y también compramos alguna lámina suya. Está bien que en estas tiendas haya la opción de escoger entre comprar el original, o, como en nuestro caso, una reproducción por bastante menos.

Conseguimos llegar hasta el final de la calle sin habernos arruinado, y, de repente, se presenta ante nosotros el puerto de Saint-Goustan.


Lo primero que hacemos es contactar con nuestro anfitrión de Airbnb y decirle que vamos a llegar después de comer, a eso de las 16:00. Hoy, sí que me apetece comer unos mejillones con patatas aquí.
Cruzamos el puente de piedra y damos una vuelta antes de buscar un restaurante. Vemos que hay un mercado medieval de artesanía y nos entretenemos en algunas de las paradas.
Conseguimos mesa en La Table de St. Goustan. Unos 30€ por unos mejillones con patatas y una hamburguesa con patatas. Todo bien.



Después de comer, damos una vuelta por las calles de detrás del puerto. Parece que nos hayamos transportado de verdad a otra época. Todas las calles están adoquinadas y las casitas tienen ese encanto rústico-marinero que tanto nos gusta. Seguimos encontrando ateliers, muchos cerrados, tiendas de antiguedades, y muchas hortensias, que deberían ser otro de los símbolos de bretaña porque campan a sus anchas por todas partes.


Llegamos a la rue Saint-René, una calle adoquinada, estrecha y con pendiente, sobre la que leemos que era la antigua vía princial de comunicación de Auray.
Volvemos al puente para buscar un helado y las vistas del puerto que hemos visto en la mayoría de imágenes de Auray, que se consiguen subiendo el camino que hay justo en la orilla opuesta, desde la quai Abbé Joseph Martin. Ya tenemos las dos cosas y nos quedamos un rato allí para disfrutar del momento. La marea está baja y pensamos que estaría bien volver más tarde para verla más alta, cosa que dejamos también apuntada para la próxima vez que volvamos a Bretaña.


Apuramos el tiempo hasta las 15:30 y volvemos al aparcamiento para salir hacia Vannes

Vannes

La entrada a Vannes no es demasiado vistosa. Se nota que estamos en una ciudad algo más grande que ha ido creciendo de una manera más desigual. Aun así, pensamos que será un buen punto de partida para muchos de los lugares que queremos visitar, y las fotos que hemos visto del centro nos han gustado mucho.

Llegamos a nuestro alojamiento unos 20 minutos después de salir de Auray, agotados, con moscas y con olor a zombie, y creo que, cuando nos abren la puerta, se lo piensan un poco... Entramos a nuestra habitación con baño, todo en un blanco impoluto que parece no haberse estrenado aún, que además cuenta con aparcamiento privado y un porche en el que se puede desayunar al fresco. Está a algo más de un kilómetro y medio del centro, pero cada noche nos ha costado 24€, así que, seguramente, estamos en el mejor Airbnb en el que nos hemos alojado hasta la fecha. En lugar de pasar la tarde en Vannes, nos decantamos por la bañera y el tan esperado colchón.

Carnac

Nos despertamos después de una siesta reparadora y trazamos el plan para lo que queda de tarde. Iremos a ver los megalitos de Carnac, y a descubrir alguna de las playas de los alrededores para cenar con puesta de sol.

El camino hasta Carnac es agradable, y ya no hace tanto calor.
Las formaciones se pueden ver desde la carretera, y hay merenderos, senderos y parquings de sobras en los alrededores. Supongo que hay alguna modalidad de pago con visita guiada, pero ya es tarde y hacemos lo que teníamos pensado, que es verlos por nuestra cuenta.


Hay varios tramos separados y nombrados de diferene manera, que ocupan una extensión gigante. Nosotros nos encontramos frente a los alineamientos de Kermario, en los que hay algunos de los megalitos más altos. También hay un túmulo funerario. Paseamos un rato por allí mientras el sol empieza a bajar.


Leemos que algunos menhires tienen tumbas y que todo ello forma un gran conjunto funerario. También, que una de las teorías más aceptadas es que funcionaban a modo de observatorio astronómico y de calendario, porque algunas de las alineaciones marcan el punto de la salida del sol en los solsticios y los equinoccios. Fuese cual fuese su función, disfrutamos del regalo que nos han dejado nuestros ancestros del neolítico.

Volvemos al parquing y buscamos una playa. Será la de Carnac mismo, que está a 5 o 10 minutos de allí. Llegamos y vemos que hay mucha gente y mucho ambiente, pero conseguimos aparcar justo en una calle de al lado.
Esta playa sí se parece más a las que tenemos por aquí: hay filas interminables de edificios colocados delante del mar y separados de éste por un paseo, que, eso sí, tiene una zona delimitada y protegida de vegetación local. Aun así, hay la distancia suficiente entre los edificios y el paseo como para que no parezcan demasiado intrusivos, y apenas hay bares o chiringuitos.


Bajamos a la arena para comer el bocadillo y disfrutamos de los colores pastel que han quedado en el cielo cuando el sol se ha escondido. Después, caminamos por el paseo sin mucho que ver y volvemos a Vannes para dormir.

---