Aunque siempre tuvimos claro que queríamos ir a Nueva York algún día, nunca se había colado entre nuestras prioridades viajeras y la idea de hacerlo precisamente ahora surgió de una forma un tanto inesperada. A finales de marzo me apunté con una amiga a un viaje a Irlanda en una de las rutas culturales de la Comunidad de Madrid para personas mayores de 55 años, unos viajes preparados por agencias (Halcón, El Corte Inglés…) con determinadas características y un precio tasado y único para todas las salidas en cualquier fecha. Al consultar el folleto, vi que entre los muchos destinos que se ofrecían figuraba Nueva York y, de pronto, me picó el gusanillo. El precio resultaba interesante y para hacer la reserva solamente pedían 50 euros, pudiendo cancelar en cualquier momento sin gastos adicionales, lo que suponía una ventaja teniendo en cuenta que por entonces la evolución de la pandemia todavía estaba un tanto en el aire. En una situación normal, sin duda lo hubiera preparado todo yo misma, pero con tanta incertidumbre de por medio, se me ocurrió que era una buena oportunidad de tener en la recámara un viaje caro sin arriesgar prácticamente nada de antemano. Más adelante, dependiendo de cómo se desarrollaran los acontecimientos, nos plantearíamos seguir adelante o no. El viaje duraba una semana, seis días allí, teniendo en cuenta que el día de ida se pierde, aunque para compensar la vuelta se hace de noche. La fecha que elegimos para la salida fue el 5 de octubre, ya que junto con el mes de mayo nos parecía el mejor momento para ir a Nueva York, evitando el calor del verano y el frío del invierno. Así, en abril, dejé hecha la reserva y el viaje quedó en “stand by”. Y, por extraño que parezca, sobre todo por lo que a mí respecta, no volvimos a pensar en ello hasta que a primeros de septiembre me llamaron de la agencia para abonar el importe total del viaje, que debía liquidarse antes de emitir los billetes aéreos. Ni siquiera habíamos pedido el ESTA. Y la pregunta fue: “Entonces, ¿qué hacemos? ¿Vamos?” “Pues vamos”.
En unos días, esperábamos ver nítidamente esta imagen.

Por fortuna, la situación de la pandemia había mejorado y ya no se requería PCR ni prueba de antígenos para entrar en los Estados Unidos, con lo cual, los documentos necesarios se limitaban al pasaporte, el certificado de vacunación COVID con pauta completa (sé que el nuestro con 3 dosis no caduca, ignoro que pasa si solo se tienen dos dosis), el formulario CDC para las autoridades americanas, donde el pasajero declara su situación sanitaria respecto al covid, y el ESTA, un documento con validez de dos años que permite a los ciudadanos de determinados países entrar en los Estados Unidos sin necesidad de obtener un visado, y que se puede solicitar online hasta 72 horas antes del viaje. Respecto a la validez del pasaporte, aunque nos dijeron que se necesita una vigencia mínma de seis meses (requisito que cumplíamos), según me han apuntado en el foro (gracias, isquina), dado que España pertenece al Six-Month Club, es suficiente con que sea válido durante el periodo que dure la estancia en Estados Unidos.
No obstante, iba a surgir una complicación insospechada.
De repente, peligraba caminar por ahí.

A la vuelta del Camino de Santiago, que hicimos a primeros de septiembre, con el viaje ya pagado y a punto de solicitar el ESTA, se difundió una noticia que nos puso los pelos de punta. El 12 de enero de 2021, EE.UU. había incluido a Cuba en una lista de Estados que no colaboran en la lucha contra el terrorismo y, como consecuencia, todas las personas que hubieran viajado o residido en ese país, independientemente de su nacionalidad, ya no se consideraban elegibles para el ESTA y tendrían que pedir un visado. No es que fuese una situación nueva, pero el aviso apareció precisamente a mediados de septiembre de 2022 en la página web donde se solicita el ESTA. Lo que no quedaba claro era si afectaba solo a quienes estuvieron en Cuba a partir del 12 de enero de 2021 o a todos los que hubiesen visitado ese país en alguna ocasión anterior; esto último no tenía mucho sentido, pero cualquiera se fiaba. Nuestro viaje fue en 2015 y no teníamos sellos cubanos en los pasaportes, pues ya los habíamos renovado; sin embargo, ¿qué íbamos a decir si el agente de aduanas nos preguntaba sobre eso? Estaba claro que no podíamos mentir. Sin saber a qué atenerme, hice una consulta a través de un contacto a la Embajada Americana en Madrid, desde donde me contestaron por correo electrónico que teníamos que pedir el visado. El problema era que su tramitación requiere una entrevista en una Embajada o Consulado americano, para la que en Madrid, por ejemplo, están tardando un año en dar cita. Como tantas otras personas en la misma situación, pasamos unas horas de angustia, conscientes de que incluso con el ESTA aprobado podían denegarnos la entrada, bien antes de embarcar o incluso una vez allí. En ese preciso momento, pensé de todo, hasta cancelar el viaje, perdiendo los gastos del vuelo, que no eran reembolsables. Afortunadamente, aparecieron publicadas en twiter varias respuestas de la Embajada Americana, aclarando que afectaba a quienes hubiesen estado en Cuba a partir del 12 de enero de 2021, información que empezó a circular también en otros medios y que igualmente me confirmó la agencia de viajes, donde me pasaron las instrucciones que les habían enviado para aplicar en estos casos, dado el gran revuelo que se había montado. Ya más tranquilos, solicitamos el ESTA, respondiendo “no” a las famosas preguntas, y facilitando el resto de datos obligatorios, como el lugar de alojamiento en Estados Unidos, un email y teléfono de contacto y el nombre de una persona en España a la que pudieran dirigirse las autoridades americanas en caso de emergencia, igualmente con su teléfono y correo electrónico. Nos lo aprobaron en apenas veinte minutos.
El panorama parecía aclararse.

Una vez desembrollado aquel lío, tocaba preparar el viaje en sí, al que, contrariamente a lo que suelo hacer normalmente, no le había prestado demasiada atención, ninguna en realidad, por si no salía adelante. Y la primera evidencia era que el dólar cotizaba por encima del euro, lo que suponía una pésima noticia, pues todo resultaría más costoso en un destino muy caro ya de entrada. Menos mal que los gastos mayores del viaje los teníamos pagados. Así que había llegado el momento de indagar sobre otros asuntos.

- Llamadas telefónicas e internet en Estados Unidos. Hay varias tarjetas de datos que se pueden comprar, pero, al consultar las opciones, me llevé la grata sorpresa de que, desde el pasado mes de agosto, Yoigo ofrece a sus clientes (por contrato, no en las tarjetas prepago) el roaming en Estados Unidos con la misma tarifa de España y Unión Europea. Y fue tal cual en los datos, si bien las llamadas telefónicas no estaban operativas, lo que tampoco nos importó demasiado, pues las pudimos hacer por whatsapp.
- Seguro médico. El que ofrecía la agencia no me convencía en absoluto, dado que solo cubría 100.000 dólares de gastos médicos. De modo que contraté con IATI un seguro estrella, con las coberturas habituales y unos gastos médicos de hasta 4.500.000 dólares. Quizás parezca exagerado, pero si te sucede alguna eventualidad o accidente en Estados Unidos te puedes empeñar de por vida. Me costó 55 euros por persona.
- Tarjetas turísticas. Tardé en comprender su utilidad y cómo funcionan, pero al final me quedó claro que si se quiere acceder a atracciones (miradores, barcos, museos, tours…) resulta necesario hacerse con una de estas tarjetas para ahorrar un buen dinerito, ya que las entradas son muy caras (cuarenta y tantos dólares por persona para subir a cualquier Observatorio, por ejemplo). Las principales tarjetas son la New York City Pass, la NYC Sightseeing y la Go City New York (antigua New York Pass). La primera incluye unas visitas fijas, lo cual no nos interesaba. Las dos últimas funcionan de manera parecida, si bien varían algunas de las atracciones incluidas. Hay dos modalidades, por número de días (se puede entrar a todas las atracciones incluidas en la tarjeta durante los días contratados) o por número de atracciones, que se pueden visitar cuándo se desee. No es preciso elegir de antemano las atracciones, pero sí determinar su número, ya que el precio va en función de los días o de las atracciones. Finalmente, opté por la Go City New York Explorer de seis atracciones, fundamentalmente porque incluía un crucero alrededor de la isla de Manhattan que no figuraba en la Sightseeing. La solicité por internet con un código de descuento (hay que bichear por la red para obtenerlos y también los facilita la propia web de la tarjeta al registrarse). Inmediatamente después del pago, me la enviaron al móvil con una guía muy completa en español y enlaces para hacer las reservas de aquellas atracciones que las requieren obligatoriamente (el Empire State, por ejemplo). También se puede imprimir para que te escaneen el código QR que contiene en las taquillas de los sitios. Es muy cómoda, supongo que su funcionamiento es similar al de las otras. Lo iré contando en las diferentes etapas.


- Transporte. Mirando en internet, vi que se emplea la metrocard, una tarjeta que cuesta un dólar, es recargable (importe mínimo de recarga, 5,50 $), la pueden utilizar varias personas y sirve para el metro, el autobús, trasbordos entre metro y autobús y el PATH (tren de cercanías). El importe de cada viaje con tarjeta es de 2,75 $. Hay una versión individual para viajes ilimitados, de 7 o 30 días; la semanal cuesta 33 $. Otro sistema de pago es el OMNY, que permite pagar acercando a un lector digital el móvil o una tarjeta de crédito o débito sin contacto. Para nuestro tipo de viaje, la mejor opción era la metrocard normal (Pay-Per-Ride).
Nuestra metrocard, con un curioso mensaje en el reverso en español.


- Tras consultar por internet varias guías de viaje, me apunté un pequeño glosario de cosas para ver y cómo verlas, pues en Nueva York conviene llevar planificado lo máximo posible para aprovechar mejor el tiempo, si bien luego no resulta fácil seguir al pie de la letra todo lo que se tiene pensado. Hay demasiado que ver y hacer, aunque desde el primer momento descartamos los eventos deportivos y los espectáculos musicales, a los que no somos muy aficionados y no acudimos ni en Madrid.
- Adaptadores y cargadores.La corriente en Estados Unidos va a 125 en lugar de a 220 voltios, lo que no supone ningún problema para cargar las baterías de nuestros móviles, cámaras y demás. Sí que se precisa un adaptador, ya que las clavijas son diferentes. Para estos casos, utilizo -supongo que como casi todo el mundo- un aparato universal (sirve para los modelos de EEUU, UK, UE y Australia), muy cómodo para viajar y que permite cargar varios dispositivos a través de USB y también con enchufe.
Adaptador/cargador universal con clavija utilizada en Estados Unidos.


- Maletas. En los controles de aduana, los americanos suelen abrir sobre un veinte por ciento de las maletas que les llegan, así que si se facturan es obligado llevar una maleta con candado de seguridad TSA, de modo que puedan abrirla sin romperla, lo que no dudan en hacer dado el caso. Son las que tienen un rombo rojo. Nosotros ya teníamos, por lo tanto, sin problemas.
Maleta con candado de seguridad TSA, por si la quieren abrir en la aduana.

- En cuanto a los medicamentos, me dijeron que es conveniente llevar un informe médico o una receta si se sigue algún tratamiento, siempre dentro de su caja original y en el equipaje de mano. En teoría, no existe problema con las medicinas habituales de libre dispensación. Luego, en la aduana no nos preguntaron nada acerca de esta cuestión.
Celebraciones a la vista: Halloween y día de España, 12 de octubre.


- El pronóstico meteorológico se presentaba muy halagüeño: después de varios días lluviosos por los coletazos del huracán que había asolado Florida, se preveía una semana con pleno de sol y temperaturas muy agradables. Nuestra buena suerte con el tiempo en los viajes parecía continuar.
El cielo se preveía despejado.

Y, por fin, estábamos listos para partir rumbo a New York, New York…

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