Con una población de 32.000 habitantes, Sighisoara está situada a orillas del río Tarnava, en el distrito de Mures. Es una de las siete ciudades históricas fundadas por los sajones en el siglo XIII y, sin duda, merece la pena visitarla pues está entre las bonitas de Rumanía; no en vano, su casco histórico medieval fortificado es Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1999. Además, es la ciudad natal de Vlad Tepes, que inspiró a Bram Stoker el personaje del Conde Drácula. Ahí es nada.
La Ciudadela. Parte alta de Sighisoara.
Un sol de justicia nos recibió en la ciudadela de Sighisoara, de cuya fortificación aún se conservan nueve torres de las catorce que llegó a tener y dos de sus cinco bastiones. El mejor punto de inicio es, desde luego, la Torre del Reloj, de 64 metros de altura y auténtico emblema de la ciudad. Construida durante el siglo XIV, fue la residencia del Consejo hasta 1556. Hoy alberga el Museo de Historia, aunque se están realizando obras y no se puede acceder a la parte superior para contemplar unas vistas que deben ser estupendas. Destruida por un incendio, se reconstruyó en estilo barroco en 1677.
A principios del siglo XVII, la ciudad perdió su importancia estratégica y sufrió décadas de plagas, incendios e invasiones, siendo la más devastadora la 1603 a manos del general austriaco Basta, que destruyó buena parte de sus torres defensivas.
Aparte de su indudable belleza, Sighisoara puede presumir de detentar uno de los pocos cascos medievales completamente habitados todavía en el sureste de Europa. Tras admirar las casitas de colores que conducen a la ciudadela, en la Torre del Reloj llaman la atención las siete figuritas de madera que aparecen en la fachada, una para cada día de la semana.
Nada más cruzar el arco, se sale frente a la Piata Muzeului, uno de los puntos emblemáticos de la ciudadela, flanqueada por casas de fachadas tan llamativas que invitan a detenerse y sacar algunas fotos, en especial, una de color mostaza, cuya historia contaré más adelante. También es muy bonita una con ventanas de estilo veneciano.
A la derecha, está la Iglesia luterana, cuyo origen se remonta a un monasterio de monjes dominicos del siglo XIII. Construida en estilo de transición entre el románico y el gótico, se reformó en los siglos XV y XVI. Más bonita por fuera que por dentro, hay que pagar (10 lei) para acceder a un interior que no me resultó demasiado interesante, si bien exhibía algunos tapices muy antiguos.
Subiendo una cuestecita, más a la derecha, se encuentra el Ayuntamiento, que ocupa los terrenos del antiguo monasterio dominico, destruido por un incendio en 1888. Se trata de un edificio moderno pero muy bonito, cuyos jardines ofrecen unas estupendas vistas sobre la parte baja de la ciudad, en particular de la Catedral Ortodoxa que se halla junto al río.
La Piata Cetatii es la más importante de la fortaleza, en la cual confluyen varias calles y callejones que conducen a los cuatro puntos cardinales de la ciudadela. Caminando por ellas, se alcanzan las diferentes puertas, bastiones y torres que se abren en la muralla, desde las que se puede descender a la parte baja de la ciudad por senderos arbolados.
Sin abandonar la parte alta, van apareciendo las Torres: la de la Cuerda, la de los Carniceros, la de los Peleteros, la de los Sastres, la de los Curtidores, la de los Zapateros, la de los Hojalateros y la de los Herreros.
En un extremo, existe una escalera de madera cubierta, construida en 1642, llamada la Escalera de los Estudiantes, cuya función era proteger del frío y la nieve del invierno y del tórrido verano a los estudiantes que acudían a la escuela ubicada en la parte alta del cerro.
Subiendo sus 175 escalones se alcanza la citada escuela y también la Iglesia de la Colina, para entrar en la cual había que pagar y no me apeteció hacerlo. Al lado se encuentra un cementerio sajón y un mirador con vistas a la parte nueva de la ciudad y a los montes circundantes. Es posible llegar obviando las escaleras a través de un par de empinadas cuestas. Si alguien no quiere darse la paliza, tampoco me pareció un lugar imprescindible.
Otro aliciente de la ciudadela son sus casas de colores, muchas de las cuales están calificadas como monumento y tienen su propia historia, entre otras, la Casa del Venado, la Casa del Venado, la Casa sobre la Roca… Seguro que cada cual descubrirá su favorita.
La más conocida de todas es la Casa Paulini, supuestamente la más antigua de toda la ciudadela, la primera que llama la atención tras cruzar la Torre del Reloj, a la izquierda. Según la leyenda, en ella nació y creció Vlad Tepes en el siglo XV. Actualmente se ha convertido en restaurante típico, en el cual almorzamos, bastante bien, por cierto. Además, se han configurado un par de habitaciones al estilo “draculino”, cuya visita se cobra aparte. No puedo opinar, ya que no estaba interesada en visitar tales dependencias.
Y es que aquí, a estas alturas, no queda más remedio que volver a la novela de Bram Stoker, porque, nos guste o no, en Rumanía están convencidos de que a los visitantes extranjeros nos apasiona la historia del Conde Drácula, aunque nos traiga al fresco. Por eso, las alusiones al mito surgen por todas partes. Vlad Tepes era hijo del príncipe Vlad II de Valaquia, también conocido como Vlad Dracul, por lo que a su hijo se le llamó Vlad Draculea, es decir, hijo de Vlad Dracul. En realidad, lo del apodo se debió a una confusión. Vlad II pertenecía a la Orden del Dragón (Drac en húngaro), pero como la figura del dragón era desconocida para los rumanos, identificaron la palabra con la local “dracul”, que era el término utilizado para definir al diablo. Así, Vlad Draculea se convirtió en el “hijo del diablo” para los campesinos. Según la leyenda, este príncipe pasó algunos años retenido por los turcos, de los cuales aprendió su crueldad y sus técnicas de tortura, que adoptó cuando llegó al poder. Así, se cuenta que en sus siete años de reinado, que se llevó a cabo en tres periodos, mató a más de 100.000 personas, la mayor parte mediante el empalamiento, razón por la que se le conoce con el apodo de Vlad Tepes o Vlad el Empalador. La leyenda lo convirtió en un personaje aterrador, que sembraba el pánico entre los turcos, incluso se decía que cenaba bebiendo la sangre de sus víctimas. En cualquier caso, hay que poner en el contexto de la época todas sus acciones, teniendo en cuenta que los otomanos tampoco se quedaban cortos a la hora de torturar y ejecutar a los pobladores de los territorios que arrasaban. Por eso, los rumanos consideran un héroe a Vlad Tepes, independientemente de la inspiración que supuso para Bram Stoker y su célebre novela.
Escultura dedicada a Vlad Tepes en Sighisoara y su supuesta imagen.
Por la tarde, tras regresar de Biertan, hicimos el check in en el Hotel Mercure, un establecimiento de cuatro estrellas, decorado en madera con mucho gusto, y situado a menos de tres minutos andando de la Torre del Reloj. Se puede entrar a visitar o tomar un café o una copa.
Por cierto, no hay que perderse un mirador algo escondido, que está a la derecha de la Torre del Reloj, sin bajar las escaleras que conducen a la parte baja de la ciudad. Tiene un entramado de madera, que también sirve de banco para descansar (sin una mala sombra, eso sí) y se pueden tomar unas fotos muy chulas.
Cuando dejó de llover, volví a la ciudadela, que estaba casi vacía de turistas. En esta ocasión, preferí olvidarme de la calle por donde sube todo el mundo y fui hacia la izquierda, tomando otra más pequeña y recóndita, que me ofreció unas perspectivas diferentes, tan bonitas como las del acceso principal y mucho más despejadas. También se puede subir por una y bajar por la otra.
Allí me di cuenta de que, más a la izquierda, aparecían unas escaleras que subían directamente hacia la colina. No me apetecía volver allí, pero pensé que podía obtener alguna panorámica interesante, como así fue; aunque lo que más me gustó fue la vista de una de las torres.
Tras cruzar un arco, sin ascender mas, continué hacia la derecha y me encontre de nuevo en el interior de la ciudadela, que volví a recorrer casi entera, esta vez con poco más de una docena de personas en su interior. Menuda diferencia con el gentío de por la mañana.
La parte baja de Sighisoara.
Muchos visitantes solo recorren la ciudadela, pero la parte baja de la ciudad, en torno al casco antiguo, también tiene mucho encanto. Además, en torno al recinto fortificado, hay bares y restaurantes, instalados en casas antiguas reformadas, pintadas de colores, con numerosos terrazas, alguna cubierta con esos toldos de paraguas que se están poniendo tan de moda.
Luego, crucé el río hasta llegar a la Catedral Ortodoxa, al otro lado del río. Estaba cerrada, pero desde allí pude contemplar unas bonitas estampas de la ciudadela, presidida por el estiloso edificio del Ayuntamiento.
Después de cenar, volví a salir para tomar algunas fotografías nocturnas. Me sorprendió el poco ambiente que había tanto en el interior de la ciudadela, que estaba prácticamente desierta, como en las terrazas de los alrededores. Quizás se debió a la lluvia de la tarde. No lo puedo asegurar porque por la mañana había gente y mucha.
Me gustó mucho Sighisoara. En mi opinión, una visita imprescindible en Rumanía
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