Nuestro segundo día en la ciudad lo dedicaríamos a ver las ruinas de Cartago y el pueblo de Sidi Bou Said, situados ambos al noreste de la ciudad y bien comunicados por tren.
Éste sale desde la estación de Tunis Marine, situada al final de la avenida Habib Bourguiba, a la que fuimos dando un paseo de una media hora aproximadamente.
La avenida toma su nombre del primer presidente de la República Tunecina y líder del movimiento nacional de independencia, del que podemos ver una escultura al final de la avenida, junto a la Plaza 14 de Enero que conmemora la revolución de 2011.
Según avanzamos por la avenida desde la Plaza de la Independencia, los edificios de bonitas fachadas van dando lugar a las construcciones modernas, algunas de dudoso gusto, como la mole del Hotel África o las oficinas del Ministerio de Turismo, conocido como el edificio pájaro.
En medio de la avenida sobresale la Torre del Reloj. Con un cuerpo metálico de 38 metros de altura, se construyó en 2001 en conmemoración de la independencia de Túnez por el dictador Ben Ali, sustituyendo a uno anterior, que a su vez sustituía una estatua de Habib Bourguiba, la cual sustituía una estatua de Jules Ferry, el ministro francés que llevó a cabo la colonización de Túnez.
Se supone que es uno de los puntos de interés turísticos de la ciudad, pero, personalmente, me pareció bastante feo.
Llegamos a la estación de tren y nos encontramos con que las vías estaban en obras, por lo que tuvimos que hacer el trayecto hasta Cartago en autobús. Iba lleno a reventar y como al revisor, que va metido en la cabina con el conductor, le daría pena nuestra pinta de guiris despistados, nos dejó meternos en la cabina con ellos, así que fuimos relativamente cómodos.
Aunque tardó un poco más de lo que hubiera tardado el tren, el bus nos dejó junto al mismo apeadero Carthage Hannibal, desde donde hay unos diez minutos andando hasta el primer yacimiento a visitar. Las ruinas están desperdigadas por toda la zona pero se puede ir andando perfectamente de un punto a otro, aunque si alguien quiere llevar el coche nos pareció que por allí era bastante fácil aparcar. Para la visita hay que pagar una entrada de 10 dinares que incluye todos los monumentos.

De lo que fue la gran ciudad que a punto estuvo de destronar a Roma como dueña y señora del Mediterráneo prácticamente no queda nada, es más interesante por su valor histórico que arqueológico.
Fue fundada por los fenicios alrededor del siglo IX aC, y en poco tiempo se convirtió en una potencia económica que viajó por todo el Mediterráneo expandiendo su influencia y territorio.
Quizás el momento más conocido de su historia es precisamente el fin de esta. Pocos serán los que no conocen la historia sobre como Aníbal Barca cruzó los Alpes con su ejército de elefantes, travesía a la que ninguno sobrevivió. Aunque a mí siempre me pareció que el paso del estrecho hasta la península ibérica con los animales en barcas debió de ser también algo digno de ver.
Aníbal pudo cambiar el curso de la historia al llegar hasta las puertas de Roma para, finalmente, acabar perdiendo la guerra, lo que supuso la destrucción total de la ciudad y sus ciudadanos asesinados o esclavizados.
Sería más de cien años después cuando Augusto manda reconstruir la ciudad para convertirla en la capital de la provincia de África, convirtiéndose rápidamente en una de las ciudades más importantes del Imperio. Y romana-bizantina permanecería hasta el 698, a excepción de los casi cien años que fue invadida por los vándalos, cuando los musulmanes la conquistan y destruyen de nuevo para construir su nueva capital en Kairouan. Las columnas de sus templos fueron utilizadas para construir la mezquita de Túnez y el resto de edificios se utilizaron como cantera para otras construcciones.
De esta época romana proceden prácticamente todas las ruinas que quedan en pie. En primer lugar, visitamos el área arqueológica de la colina Byrsa, donde se pueden ver los cimientos de algunas casas púnicas, restos de un templo y el supuesto palacio de Dido, que, según la leyenda, fue la fundadora de la ciudad, marcando el perímetro con tiras de pellejo de buey, o byrsa en griego.
La misma Dido que según Virgilio, en su Eneida, se suicidó tras el abandono de Eneas, maldiciéndolo y creando así la futura enemistad entre Cartago y Roma.

Junto a las ruinas hay una iglesia del siglo XIX, que estaba cerrada, y la tumba del rey de Francia Luis IX, quien murió allí camino a las cruzadas.

También hay un museo arqueológico, que al parecer era lo más interesante del conjunto, pero estaba cerrado por reformas, así que lo mejor allí son las vistas, que alcanzan a ver parte de la ciudad con su lago, desde aquí podemos apreciar lo grande que es, todo el golfo de Túnez e incluso se ve los puertos púnicos, donde no llegamos a acercarnos.

Cruzando una zona residencial de chalés de lujo y las ruinas de algunas casas romanas, llegamos al teatro, del que lo que mejor se puede apreciar es el graderío con capacidad para 30.000 personas, reconstruido en su mayor parte, todavía hoy está en uso para eventos y conciertos.

Por detrás del teatro encontramos un barrio residencial por el que podemos pasear entre las estructuras de las antiguas casas. Está bien cuidado y lo más interesante que ofrece esta zona son los mosaicos que se conservan, aunque daba un poco de pena verlos apilados a la intemperie. Como en el resto de estructuras que fuimos visitando se echaba en falta algunos paneles informativos, ya que con ellos la visita cobraría más sentido.


Un poco más arriba de las villas hay un odeón y un anfiteatro, pero habiendo leído que estaban muy ruinosos no llegamos a subir, ya que a esa hora la calor apretaba y allí la sombra escasea.

Bajando la calle principal en dirección a la costa llegamos a lo más interesante del conjunto arqueológico, las termas de Antonino. Llamadas así porque se construyeron en la época de este emperador, aproximadamente a mediados del siglo II dC.

Entramos en otro recinto de ruinas entre las que destacan la necrópolis, en la que estaban realizando algunos trabajos de excavación, y las propias termas.
Si le echamos bastante imaginación, podemos hacernos una idea de lo colosal de la estructura y transportarnos al momento de mayor esplendor de la ciudad, pues hoy día solo quedan restos de los sótanos, algunos mosaicos y un par de columnas en pie. Los árabes aprovecharon las ruinas que antes dejaron los vándalos como cantera para construir la ciudad de Túnez.


Situados en un lugar privilegiado junto al mar, fueron los baños más grandes del imperio fuera de la ciudad de Roma. Recibían agua del acueducto de Zaghouan, del que todavía quedan algunas partes en pie, y, como curiosidad, contaba con una zona de letrinas de hasta ochenta asientos, lo que debía suponer una estampa que mejor no imaginarse.
Volvimos al apeadero del tren para continuar el viaje hacia Sidi Bou Said. Aquí no había nadie en la taquilla para comprar el billete, pero el dueño del kiosco que hay junto a las vías fue muy amable explicándonos en qué andén paraba, el contrario al sentido, ya que, aunque hay dos vías con sus respectivos andenes, solo utilizan una de ellas. Luego el billete se lo compramos a un revisor que pasó ya montados en el tren, costó dos dinares, si mal no recuerdo.
Sidi Bou Said era uno de los lugares claves del viaje. Todavía conservo una postal que una amiga me mandó desde allí hace ya veinte años. Me encantó aquel pueblo pintoresco de puertas azules y me hacía mucha ilusión poder visitarlo al fin.
Aunque en tiempos romanos el promontorio sobre el que se sitúa el pueblo era una extensión de la ciudad de Cartago, el pueblo actual data de la edad media. Fueron los árabes los que le dieron esa imagen de pueblo mediterráneo que bien pudiera estar en las costas de España. Y es que Túnez fue el destino de muchos de los musulmanes expulsados de España en el siglo XVI.
Entrando al pueblo desde la estación de tren mi ilusión se fue disipando, ya que todos los turistas que no habíamos visto ni en Túnez ni en Cartago estaban allí metidos entre tiendas de imanes, alfombras y alguna cafetería.

Si bien el pueblo es muy bonito y tiene mucho encanto, sufre de esa enfermedad de la que todos nos quejamos, a la vez que todos somos culpables: la turistificación masiva que arrasa con todo signo de identidad, cultura u originalidad de un lugar para sustituirlos por tiendas de recuerdos, calcadas unas de otras, que venden los mismos imanes made in China, mientras los turistas nos hacemos todos la misma foto y en el mismo sitio que hemos visto antes en Instagram para poder darle a nuestro perfil ese toque viajero que consigue likes.

Después de comer algo en un sitio modernito que hay en la cuesta que da entrada a la zona turística del pueblo, que servía sándwiches, ensaladas y similares y no estaba mal, creo que se llamaba Blue, nos fuimos a dar un paseo por las abarrotadas calles.

Uno de los lugares más interesantes para visitar, el palacio Ennejma Ezzahra, estaba ya a punto de cerrar, a las 16:00, así que no pudimos entrar a verlo. Es de estilo árabe andalusí y, según las fotos, cuenta con bonitos artesonados y decoración en las paredes, muy al estilo Alhambra o Alcázar de Sevilla.
Paseando por el pueblo, encontramos también la mezquita donde está enterrado el santo que da nombre al pueblo. Abou Saïd Khalafa Ibn Yahya era un ermitaño sufí que llegó a estas costas allá por el siglo XIII con la intención de impartir sus enseñanzas.
Su tumba es hoy lugar de peregrinación para los musulmanes, a la que solo ellos tienen acceso, los no musulmanes solamente podemos entrar al patio.

En conclusión, el pueblo me gustó, tenía encanto y, por supuesto, lo visitaría si estoy en Túnez, pero no fue ni de lejos de lo más interesante del viaje.
Para volver a la ciudad cogimos otra vez el autobús, que tardaría casi una hora en dejarnos en la misma estación de tren donde lo cogimos a la ida.

El plan para la vuelta en principio era ir desde el pueblo al aeropuerto para recoger el coche de alquiler, pero, al cambiar la reserva de compañía, no podíamos recogerlo hasta la mañana siguiente. Por lo que preferimos ir a descansar un poco y tomarnos unos últimos tés en la medina que tanto nos había gustado.
Dimos un último paseo por la zona hasta que, ya de noche, la gente empezó a desaparecer de nuevo, momento en que nos fuimos a nuestro apartamento a descansar.

