Serían como las 8:30 de la mañana cuando bajamos a la calle a coger un taxi que nos llevara al aeropuerto. A esa hora las calles estaban todavía vacías, los negocios cerrados y poco hacía presagiar el ajetreo y el ruido que un rato más tarde llena las calles hasta el anochecer.
El cambio de planes con el coche hizo que el plan del día se retrasara. Si lo hubiésemos cogido la tarde antes podríamos haber salido hacia Dougga a primera hora, pero la oficina no abría hasta las 9:00, lo que nos hizo perder un par de horas y descartar la posibilidad de ir hasta las ruinas de Bulla Regia.
El taxi que nos llevó al aeropuerto nos cobró 12 dinares, comprobando que los 30 que nos querían cobrar la primera noche era desorbitado.
Las gestiones en Camelcar fueron más o menos rápidas, el señor nos explicó las condiciones y sobre los daños que ya tuviera el coche nos dijo que hiciéramos un video. Lo que no nos gustó es que él te tiene que acompañar a la barrera del parking para abrirla y, como tenía que volver a la oficina para entender a los siguientes clientes, nos metió un poco de prisa y tuvimos que hacer el video ya en la calle parados sobre la acera, con lo cómodo que hubiera sido en el mismo parking.
El coche te lo dan con un mínimo de gasolina suficiente para unos kilómetros, así que nos paramos en la primera gasolinera que encontramos para llenarlo.
Paramos también en un Carrefour a comprar comida, ya que no sabíamos qué encontraríamos para comer ese día, y estaba bastante bien surtido. Comprobamos que los precios eran lógicamente más baratos que en España, pero menos de lo que esperábamos.
Salir de Túnez no fue difícil, el aeropuerto está bien conectado con la autovía y, aunque había bastante tráfico, la gente conducía ordenadamente y no de la forma caótica que nos esperábamos.
El trayecto hasta Dougga duró casi dos horas, buena parte por autovía y con un tráfico normal.
El paisaje, según nos íbamos adentrando en el país y alejándonos de la costa, se iba volviendo más seco. La carretera cruza infinitos campos de cultivo en los que ya se habían segado el trigo y la cebada, las pacas se amontonaban sobre los campos amarillos y ya resecos, algunos huertos y, sobre todo, el árbol que supone una de las principales de fuentes económicas del país, y es que Túnez es el cuarto productor de aceite de oliva del mundo. Bien pareciera que en vez de en África estuviéramos recorriendo Extremadura, y es que, aun con climas muy distintos, el paisaje era prácticamente el mismo que el de mi pueblo en pleno verano.
A propósito del aceite de oliva. El virgen extra, en los supermercados, estaba a 30 dinares el litro, los mismos 10€ que cuesta en España, con el añadido de la diferencia en el nivel de vida de ambos países. No nos extrañó que la mayor parte del aceite que vimos en tiendas y que se servía en los restaurantes fuera aceites de semillas u oliva de baja calidad.
Pero hay otra planta que crece y se reproduce como una horrible plaga por todo el país, sobre todo en los campos cercanos a las poblaciones. Parasita las chumberas que crecen junto a los arcenes y es habitualmente de color blanco o azul. Me refiero por supuesto a los millones de bolsas de plástico que se desperdigan como malas hierbas, no recorrimos ni un solo kilómetro en la que no viéramos jirones de alguna atrapada en los jaramagos, semi enterradas, ya formando parte del ecosistema, o simplemente volando libre al viento.
Si echamos un vistazo en Google Maps de la ruta que vamos siguiendo, encontramos con que el país está salpicado por multitud de restos romanos y bizantinos, de estos últimos sobre todo fuertes. Las ruinas de algunos asoman a la carretera, dejando ver que poco tienen que ofrecer salvo algunas paredes ruinosas, y otros están en terrenos particulares a los que no siempre se puede acceder. Nosotros no nos paramos en ninguna ruina, ya que teníamos un día de coche muy largo por delante y, después del tiempo perdido con el alquiler, no queríamos que se nos hiciera muy tarde, pero, si hubiésemos parado en algún sitio, nos parecieron interesantes las ruinas de Thignica, que cuentan con restos de un fuerte del siglo VI, un templo, un anfiteatro y otros edificios muy derruidos.
Dougga, o Thugga, fue una importante ciudad romana que llegó a tener unos cinco mil habitantes, con categoría de ciudadanos romanos gracias a Septimio Severo, el primer emperador africano que tuvo Roma. Sus orígenes son mucho anteriores, como demuestran varios monumentos megalíticos encontrados por la zona, varios dólmenes se pueden ver en la parte alta de la ciudad, cerca del templo de Minerva.
El trazado urbano original es númida, conservado por los romanos, de manera que, en vez del habitual trazado romano cuadriculado, nos encontramos con calles sinuosas que más recuerdan a las medinas.

Imagen de wikipedia por Creative Commons
Aunque la ciudad fue perdiendo importancia con la caída del imperio romano, siguió habitada hasta mediados del siglo XX, sus habitantes vivían entre las ruinas hasta que fueron desalojados para su conservación. Hoy día todavía se ven algunas chozas en la zona y algún cabrero dormitaba a la sombra mientras sus animales pastaban entre piedras y olivos.
Las ruinas se encuentran en muy buen estado de conservación, lo que las convierte en uno de los yacimientos romanos más importantes de África, declarado patrimonio Mundial por la Unesco en 1997.
Según la carretera nos lleva hacia lo alto de la colina donde se sitúa, empiezan a aparecer, a nuestra derecha, los restos de algunas edificaciones. En esta zona se encuentra por ejemplo el templo de Saturno, construido sobre uno más antiguo dedicado al dios púnico Baal Hammon.
Llegamos al punto de acceso, en el que primero encontramos a un policía que nos preguntó por nuestra nacionalidad, de dónde veníamos y hacia dónde seguiríamos el viaje, y unos metros después está la taquilla para comprar las entradas, 8 dinares, y un señor te abre una barrera para que pases con el coche. La zona de aparcamiento no es muy grande, pero es que allí solamente había aparcados seis coches, contando el nuestro, y no habría más de diez personas visitando el lugar.
Al parecer, solamente reciben unas 50.000 visitas al año, mientras que las ruinas de Cartago, que tienen infinitamente menos que ofrecer, reciben unas 250.000. Si tenemos en cuenta que el país recibe unos 10 millones de turistas anuales, supone un triste 0’5% de turistas que se aventuran por aquella zona, menos si consideramos que de esos 50.000 muchos serán locales.
Justo frente al aparcamiento se encuentra el teatro, recibiendo a los visitantes con una bonita y bien conservada columnata y augurándonos que el viaje hasta allí va a merecer la pena.

Se construyó a finales del siglo II, con capacidad para 3.500 personas, casi el total de los habitantes de la ciudad, y a día de hoy sigue en uso, aquí se celebra un festival de teatro clásico y algún que otro evento.
Desde aquí tenemos un fantástico mirador de toda la ciudad, que se desparrama colina abajo.

Siguiendo una bien conservada calle adoquinada, vamos pasando por los restos de un barrio residencial y nos dirigimos hacia el foro.

Entramos en el recinto por la Plaza de la Rosa de los Vientos, llamada así por el grabado en las losas del suelo que indica el nombre del viento que sopla en cada momento.

Alrededor de la plaza se sitúan los restos del mercado, que actualmente es poco más que una explanada, el muy derruido templo de Mercurio y otros templos de los que poco queda. Sobre uno de ellos se construyó más tarde una mezquita que todavía está en pie, aunque cerrada con su correspondiente puerta y no se podía visitar por dentro.
Separan la plaza y el foro un muro que formó parte de la fortificación posterior en la que los bizantinos transformaron esta zona de la ciudad, reutilizando los materiales de otros edificios, y el Capitolio, sin duda el monumento símbolo del yacimiento.
Data del siglo II y se dedicó, como era habitual en los asentamientos romanos, a la triada capitolina, Júpiter, Juno y Minerva. Construido para celebrar la declaración de los habitantes de Dougga como ciudadanos romanos por los emperadores Marco Aurelio y Luicio Vero, nos impresionan sus bien conservadas columnas corintias de 8m de altura sujetando el frontón en el que podemos apreciar un águila.

Bajando la escalinata nos adentramos en la plaza del foro, antiguamente porticada, en la que podemos apreciar muy bien los elementos que formaban parte de la construcción antigua y el añadido de los muros del fuerte bizantino.

Este muñecajo estaba grabado en un escalón del foro, si alguien conoce su significado, se agradecería la explicación
Si seguimos la calle que pasa por detrás del foro, llegando al campo de olivos que marca las afueras del yacimiento, encontramos el arco de Alejandro Severo. No es muy grande, con tan solo cuatro metros de altura, pero está bien conservado.

Detrás de este está una de las dos redes de cisternas con las que contaba la ciudad. Su estado es bastante ruinoso, pero hay otras mejor conservadas colina arriba, junto al templo de Minerva. En esa zona también hay restos de un circo al que no llegamos, ya que un guía que acompañaba a una pareja nos dijo que no quedaba prácticamente nada y no merecía la pena.
Continuamos por esta zona hasta el templo de Juno Celeste, sucesora de la diosa púnica Tanit, que fuera la esposa del dios Baal Hammon, el del templo de Saturno. Conserva restos de un edificio principal con sus columnas sobre un pedestal y está rodeada por una pared curva, ya que al parecer una media luna era el símbolo de esta diosa.


Volvimos a la ciudad para ir bajando por sus calles, dejamos atrás las ruinas del templo dedicado al emperador Caracalla para encontrarnos con la llamada casa de Venus, en la que encontramos algún mosaico de los pocos que quedan que no se hayan llevado al Museo del Bardo, se haya robado o se haya estropeado de estar a la intemperie.

El siguiente edificio es Dar el Acheb, del que se desconoce su uso, pero llama la atención por su bien conservada puerta de entrada. Su nombre se debe a la familia que vivía en el edificio antes de ser desalojados.

En una calle a la izquierda, entre un enjambre de muros de casas en el que podemos jugar a adivinar en qué estancia estamos y así darle uso a aquellas lecciones de cultura romana de las clases de latín del instituto, está el templo dedicado a la diosa Tellus.
Llegamos a uno de los edificios que más nos gustó, las termas de Licinio. Entramos en ellas desde la planta de abajo, por lo que según subimos nos sorprendió encontrarnos con un bonito edificio que conserva varias de las estancias en las que estaba dividido, como el frigidarium o el caldarium, y un bonito mosaico.


Salimos de las termas pasando por un pequeño teatro dedicado a Dionisios y un poco más abajo encontramos las termas de los Cíclopes, llamadas así por un mosaico encontrado en su interior que está, como no, en el museo del Bardo.

La estancia más interesante del edificio es en la que encontramos un semicírculo de letrinas en perfecto estado de conservación. Como en el resto del Imperio, aquí también se compartían momentos de charlas y confidencias mientras realizaban sus necesidades más básicas. El espacio cuenta con hasta doce huecos en los que sentarse a pasar el rato con vecinos y amigos. No sé en qué momento se perdió la costumbre de hacerlo en público, pero, personalmente, me alegro de que ahora sea algo privado.
Detrás de los baños está la Villa Trifolium, casa de la que se cree que es posible que los baños formaran parte de esta. Se encuentra muy bien conservada su planta baja y parte de la primera, pero desafortunadamente no se puede visitar. Desde la calle, al estar un poco más alta, tenemos muy buenas vistas del interior y podemos comprobar que el dueño debió ser algún personaje acaudalado, aunque también se cree que pudo haber sido un prostíbulo.

Rodeando la casa y bajando por el olivar que hay por detrás encontramos el Mausoleo Libio-Púnico, único ejemplo de arquitectura númida que existe junto con otro situado en Libia.

Data del siglo II aC y llegó a nuestros tiempos en muy buen estado de conservación, pero, desafortunadamente, a mediados del siglo XIX el cónsul británico de turno decidió que una inscripción bilingüe que contenía quedaría mejor en el British Museum, de manera que al retirarla, las dos plantas superiores colapsaron y todo el edificio quedó gravemente dañado. Fue el arqueólogo francés Louis Poinssot quién reconstruyó los trozos que habían quedado dándole su aspecto actual.

Volvimos cuesta arriba hacia la zona del teatro, pasando por las ruinas de algún otro templo, casa o el muy dañado arco de Septimio Severo. Se podrían pasar varias horas más explorando la ciudad mucho más a fondo, pero nosotros decidimos sentarnos un rato a la sombra de un olivo en el pequeño café que da servicio a los visitantes y comernos allí nuestro bocata, antes de continuar nuestro viaje hasta Sbeitla.

Para los interesados en visitar más yacimientos, a nosotros nos hubiera gustado llegar hasta Bulla Regia, a algo más de una hora hacia el oeste de Dougga, cerca ya de la frontera con Argelia.
Al parecer son muy interesantes las construcciones de sus casas, en las que las habitaciones se disponen alrededor de un patio central, con una planta a nivel del suelo y otra subterránea, protegiéndose así de las altas temperaturas, lo que hace pensar además que pueden tener relación con las llamadas casas trogloditas de la zona de Matmata.
Fueron tres horas de conducción por carreteruchas que cruzaban pueblos a cada cual más pequeño, en los que casi no se veía vida, si acaso algunos niños jugando a la salida del colegio y algún hombre pasando el rato en la puerta del café de turno.
El paisaje se volvía más árido por momentos, los olivos eran más escuálidos, muchos estaban secos, y ya pocos huertos se veían. El poco verde del norte se había desteñido en amarillo por completo.
A Sbeitla llegamos por la tarde poco tiempo antes de que cerrara el parque arqueológico, que también es verdad que desde fuera se ve buena parte de lo que tiene que ofrecer, pero no íbamos a ir hasta allí solo para entrar corriendo y ver parte desde fuera, preferimos esperar al día siguiente.
Las opciones de alojamiento en esta ciudad son muy pocas. Hay un hotel junto a las ruinas llamado Hotel Sufetula y otro un poco más arriba llamado Hotel Byzacene, que en su página web parecía que estaban más orientados a celebraciones y solo daban opción de reservar por teléfono, así que no hubo mucho que decidir y nos quedamos en el primero. Hicimos bien, porque en el segundo estarían celebrando algo y tenían la música a tope.
El hotel nos pareció muy correcto, la habitación era muy amplia, cómoda, limpia y con vistas a las ruinas. Cuenta con piscina, aunque no había nadie bañándose y a mí me daba un poco de reparo ponerme en bikini frente a todos los hombres que estaban en la terraza del bar tomando una cerveza, así que nos decidimos por sentarnos nosotros también en la terraza a tomarnos un par de ellas bien fresquitas.
Para cenar, aunque el recepcionista nos había avisado de que en el pueblo no había nada, decidimos acercarnos e ir con el coche dando una vuelta por las calles donde veíamos que en Google Maps marcaba un restaurante, pero o eran simples cafés, o no existían o estaban cerrados, así que volvimos al hotel y pedimos allí la cena. Ésta fue aceptable, aunque algo cara para lo que ofrecían, creo que fue 30 dinares. Tomamos otra cervecita y nos fuimos a descansar.