Amanecía un sábado soleado en Reikjavik. Este sería nuestro último dia completo en Islandia, y nuestra idea era recorrer la ciudad a pie. Nos habian informado de que este fin de semana era festivo y estaba repleto de actividades lúdicas, así que estábamos dispuestos a aprovecharlo.
Tras un buen desayuno en la habitación, salimos en dirección a la calle Laugavegur, la calle comercial por excelencia de Reikjavik. Aprovechamos para pasear por los principales escaparates y realizar las últimas compras, aquí se encuentra mucha más variedad que en los pueblos. Tuvimos la oportunidad de caminar y descubrir callejones con encanto, bares súper originales frecuentados por gente joven local y muros repletos de grafittis. Como curiosidad, en el número 116 de la calle Laugavegur se encuentra el llamado Museo del Falo. Un curioso museo que recoge muestras fálicas de un montón de especies de mamíferos, Nosotros no entramos por su elevado precio, pero nos quedamos por las ganas.
Tras recorrer casi toda la calle, acabamos por llegar hasta el pintoresco Puerto Viejo de Reikjavik. Fue construido entre 1913 y 1917, siendo una de las zonas más populares de la capital. Muy cerca, topamos con el edficio que más llama la atención de la ciudad, el Harpa. Se trata de un centro de conciertos y conferencias ubicado en las orillas del mar. Además, también es la sede de la Orquesta Sinfónica de Islandia y de la Ópera Islandesa. Debido a su diseño moderno y rompedor, en 2013 ganó el Premio Mies van der Rohe, el premio de arquitectura contemporánea más importante de la Unión Europea. Merce la pena verlo tanto por fuera como por dentro. Su fachada está formada por un entramado de hexágonos de cristal capaces de reflejar el cielo, el mar y el viejo puerto. Y su interior una sinfonía de luz y colores. Por cierto, la entrada es gratuita, así que aprovechamos para visitar los comercios que hay en su interior (bastante más caros que el resto, que ya es decir) y usar los baños, que también son gratuitos.
Seguimos por el paseo marítimo hasta llegar al “Viajero del Sol”, la escultura más famosa y conocida de la ciudad. Se hizo en homenaje al 200 aniversario de la ciudad y representa un barco que viaja hacia los sueños, el progreso y la libertad. La verdad es que es un lugar muy hermoso y fotogénico, con el mar y las montañas de fondo. Merece la pena plantarse allí y reflexionar sobre el increíble viaje a Islandia que estás a punto de finalizar.
Volvimos al centro callejeando por las repletas calles de la ciudad y tras hacer un break para reponer fuerzas llegamos a la calle más pintoresca de Reikiavik: Rainbow Street. Como bien indica su nombre la calle se caracteriza por tener pintado un arco íris en el asfalto. Junto con las casas de colores, comercios y restaurantes que la rodean y la Hallgrímskirkja al fondo, la postal es inmejorable. Sin duda, una parada imprescindible que nos llevó hasta la Hallgrímskirkja, que para mí es sin duda el principal reclamo de la capital. La iglesia mide 74,5 metros de altura y es el segundo edificio más alto del país. Se encuentra situada en la plaza de Austurvöllur, un espacio siempre a rebosar de gente y con mucha animación. En el centro de la plaza encontramos la estatua de Leif Eriksson que fue un regalo de EEUU para conmemorar la creación en Islandia del Parlamento más antiguo de Europa y le da un aire muy especial a esta Iglesia. El templo está dedicado al poeta islandés Hallgrímur Pétursson (quien le da su nombre), uno de los personajes nacionales más destacados. En su interior destaca el enorme órgano, que es muy llamativo, aunque la decoración es sencilla y no muy recargada.
Para finalizar este largo paseo nos dirigimos a los alrededores del lago Tjörnin, que se encuentra justo al lado del ayuntamiento y es el hogar de 40 especies de patos, gansos, cisnes y gaviotas. Junto al lago se encuentra la catedral luterana de Reikjavik, uno de los edificios más antiguos de la ciudad, un templo bonito y sencillo que ha sido testigo de importantísimos hechos históricos del país, como el establecimiento del Reino de Islandia o el canto del himno nacional por primera vez. Estábamos ya agotados y decidimos volver al alojamiento para comer, descansar y afrontar lo que sería también una tarde muy larga.
Después de comer y descansar un rato, cogimos el coche y nos dirigimos a la piscina de Laugardalslaug situada a 2,5 km del alojamiento. Nuestra casera nos la había recomendado el día anterior y así aprovecharíamos para ducharnos y relajarnos . Las instalaciones nos decepcionaron un poco en comparación con las otras piscinas en las que habíamos estado. Consta de 2 piscinas con el agua no muy caliente, una para nadar y otra pensada para niños con poca profundidad. Luego tiene la piscina a 39 grados, pensada para relajarse (ahí es donde estuvimos casi todo el tiempo) y otras pequeñas tipo jaquzzi a diferentes temperaturas, desde una de 10 grados (no pudimos meter ni el pie) hasta una a 42. Todo bastante normalito, la verdad. Eso sí, aquí encontramos pocos turistas y todas las instalaciones estaban cuidadas. El precio aproximado al cambio es de 8,7€ y justo al lado hay un parking gratuito bastante grande.
Tras el baño y una relajante ducha nos preparamos para volver al centro de la ciudad. Esa tarde debían celebrase varios conciertos y según nos habían informado las calles estarían llenas de música, bailes y gente. Y así fue, todo el mundo estaba de fiesta; no habíamos visto tanta gente en los últimos 11 días, parecía que toda la población del país se concentraba en su capital ese sábado.
En la plaza del ayuntamiento había un gran escenario donde diversos solistas y grupos (supongo que locales) hacían las delicias del entusiasmado público. La verdad es que lo pasamos genial, e incluso nos atrevimos a entrar en un bar de moda a probar por fin una buena cerveza islandesa; a 20 euros por dos cervezas nos salió la broma.
En la plaza del ayuntamiento había un gran escenario donde diversos solistas y grupos (supongo que locales) hacían las delicias del entusiasmado público. La verdad es que lo pasamos genial, e incluso nos atrevimos a entrar en un bar de moda a probar por fin una buena cerveza islandesa; a 20 euros por dos cervezas nos salió la broma.