Nos levantamos a las 6:30. Lo bueno de viajar con Dani es que compartimos ciclo circadiano: madrugadores, de los que comen temprano, cenan temprano y caen rendidos pronto. Vamos, compañeros de viaje ideales. Nos duchamos, recogimos todo lo necesario para el día y bajamos al desayuno… aunque oficialmente abría a las 8:00, a las 7:40 ya estábamos ahí sentados, picoteando lo que iban sacando poco a poco.

Y qué desayuno. Mermeladas caseras, zumos naturales, postres, pan recién hecho, frutas, huevos… Un espectáculo. Repetiríamos sin dudar. A las 8:15, justo cuando acabábamos de desayunar tranquilamente, llegó puntual nuestro guía. Todo parecía ir como la seda. Spoiler: no.
Apenas diez minutos después de salir, nos suelta que hay cambio de planes: no se puede hacer el trekking previsto entre Valbona y Theth. Por qué aún hay nieve este año (el año pasado en esta época si estaba abierto ) y que quizás ni el el ferry sería viable lo que implicaría una ruta por carretera mucho mas larga, esto último se lo confirmaría por la noche , En su lugar… ¡nos vamos a Kosovo! Sorpresón. Lo dice así, como si fuéramos a cruzar la calle, pero claro, yo tenía el pasaporte en el coche, que se iba a quedar aparcado tres días en el alojamiento. Tuvimos que dar la vuelta. Me alucina, porque justo el día anterior hablé con ellos y no me dijeron nada. Pero bueno, adaptarse o morir. Confiamos.
Durante el trayecto, el guía nos fue contando la historia de Albania de una forma que, entre risas y anécdotas, te hacía sentir parte de ella. Me explicó que este país, sorprendentemente diverso en lo religioso, se reparte aproximadamente a la mitad entre musulmanes y cristianos, sin que ninguna creencia imponga una barrera real en el día a día. Es impresionante cómo, a pesar de tener una población dividida en fe, la vida cotidiana se vive sin conflictos religiosos notorios.
Albania estuvo bajo el dominio del Imperio Otomano durante más de cuatro siglos, lo que dejó huellas inconfundibles en la arquitectura, la gastronomía y hasta en algunas costumbres. Luego, tras la Segunda Guerra Mundial, entró en una etapa muy oscura: el comunismo tomó las riendas, y durante décadas se convirtió en uno de los regímenes más aislados y represivos de Europa gracias a Enver Hoxha. Fue, sin duda, el último bastión comunista del continente, hasta que en los años 90 se inició el difícil camino hacia la democracia.
La transición no fue sencilla. A finales de la década de los 90, en 1997, una crisis económica y el colapso de diversos esquemas financieros desencadenaron una violenta agitación social, prácticamente una guerra civil de corta duración, que dejó el país en una especie de limbo donde lo antiguo y lo nuevo se entrelazaban en un caos ordenado. A pesar de haber emergido hacia un sistema democrático, la corrupción sigue siendo un reto diario, y muchos aspectos de la administración pública aún deben modernizarse.
El guía también se detuvo en detalles insólitos: Albania posee importantes reservas de petróleo, aunque sin refinerías, por lo que se vende en crudo; además, su producción hidroeléctrica es notable. Esto ha ayudado a que el país se valga de sus recursos naturales para generar fuerza en un ámbito donde otros podrían tambalearse. Además, la diversidad de paisajes –montañas, ríos y lagos– le confiere un valor turístico que se está explotando poco a poco, aunque aún se conserva ese encanto casi enigmático de lo inacabado, de lo en construcción. Las montañas del norte, aunque modestas con apenas 2.000 metros, albergaban glaciares y conservan nieve durante todo el año, algo excepcional en una latitud tan meridional. De hecho, esta zona es una de las más húmedas de Europa, con al menos 3.100 mm de lluvia anuales, lo que refuerza ese ambiente enigmático de lo siempre inacabado.
Tras unas tres horas de trayecto por carretera bastante decente ( asfaltada, sin baches, como una carretera general, antigua española) , hicimos parada en el hotel Kulla e Bajraktarit. Un sitio de ensueño, de esos que te hacen replantearte la vida. Piscina climatizada, vistas de infarto, cafetería con terraza panorámica. Recomendadísimo para una parada (o para quedarse directamente). Tomamos algo rápido y seguimos.

Comenzamos el ascenso hacia Theth. La carretera, tipo sierra madrileña, es en serpentina, con zonas de desprendimientos, nieve en las cimas, algún bache sorpresa y cero mallas de seguridad que podías edificar por los pedrolos en la calle. Un 8 sobre 10 si vas con cuidado, y muy recomendable tener un seguro a todo riesgo (por si te cae una roca o algo peor).

Después de unos 45 minutos de curvas, paradas para fotos y respirar aire puro, llegamos a Theth. Fuimos directos a la zona de restaurantes donde comienza el trekking al Blue Eye de Kaprre. El guía nos sugirió comer después del trekking, pero entre el desayuno imperial y la emoción, decidimos saltarnos la comida. No nos cabía nada más.
El trekking, de unos 5,2 km con 240 metros de desnivel y un total de 2 horas y 3 minutos (incluyendo paradas), resultó fácil-moderado, accesible para cualquiera con ganas de aventura. Comenzó de forma llana, se inclinó notablemente en un tramo del 70% y terminó con una bajada directa hacia el Blue Eye. Nuestro recorrido se diseñó para ofrecernos panorámicas desde todos los ángulos, a pesar del sol que no perdonaba. Un pequeño error: confié en el consejo del guía y no llevé bañador porque aseguraba que el agua estaba helada; me arrepentí en el momento al ver aquel azul imposible.
Están en obras, cambiando las viejas escaleras de madera por unas metálicas y construyendo un mirador. Tiene pinta de que lo dejarán listo para verano. Nos quedamos un rato contemplando el lugar. Algunos valientes se bañaban en ropa interior. Nosotros, de regreso.

La vuelta, mucho más amena: todo bajada. Vimos gente recogiendo basura (bien ahí) y disfrutamos de un airecillo salvador. Paramos en un restaurante para unas Coca-Colas. Yo aproveché para cambiarme, ponerme los escarpines y enfundarme el bañador, que aún quedaba naturaleza por conquistar.
Siguiente parada: nuestro alojamiento en Theth, el Bujtina Polia & Restorant. Otra vez cama de matrimonio y una individual. Confirmamos: en Albania no existen las camas separadas. Ni una. Dejamos las cosas, cogimos toalla del hotel y salimos andando a la cascada de Grunas.
La ruta hasta la cascada, de 5,6 km con 194 metros de desnivel y un recorrido total de 1 hora y 48 minutos (paradas incluidas), empezó de forma llana para luego subir con fuerza hasta alcanzar una impresionante cascada que, aunque no cubre más allá de la rodilla, descarga agua con ímpetu. Esta vez, me animé y me bañé –sí, con agua fría pero revitalizante–, y después me recosté en unas rocas para tomar el sol.

En el alojamiento descansamos un rato. Dani tenía ya hambre pero no servían la cena hasta las 19:30. Lo curioso es que el menú es cerrado, y no nos lo dijeron hasta que ya estábamos sentados. Sorpresa again. Pagamos al final 37 euros por la cena dos personas (desconocimos el precio hasta pagar , por supuesto solo efectivo ). Sorpresa que nos gustó recibir mientras cenábamos con el guía fue que mañana si podríamos coger el ferry, aunque implicaba salir a las 5:00 de la mañana. Notición ¡
De primero, crema de champiñones. De segundo, carne a elegir. Nos pusieron también ensalada, patatas y un mezze de pimiento con queso. Todo casero y delicioso. La chimenea encendida le daba un toque acogedor a la cena.
Mientras comíamos, dejé el móvil grabando un timelapse del anochecer. El cielo, poco a poco, se iba apagando.
El hotel es sencillo, pero cumple. Y el día, aunque empezó con un volantazo de guion, unas vistas impresionantes y unos trekking preciosos, un baño en cascada y terminó con una buena cena. Nada mal.