Desde Vía Gianantonio Manci en dirección a Vía Roma hay una continua sucesión de palacios de los siglos XVI, XVII y XVIII, junto con galerías comerciales cubiertas de mediados del siglo XX, típicamente italianas.

Al fin, llegué a una de las calles imprescindibles en Trento, la Vía Balezani, que recorrí despacio antes de desembocar en la Piazza del Duomo. Con la Iglesia de San Francesco Saverio de fondo, a ambos lados aparecen palacios llenos de encanto por su arquitectura y sus pinturas murales, algunos de cuyos patios entré a visitar: Torre Mirana, Palazzo Geremia, Palazzo Thun, Palazzo Quetta Alberti-Colico…




La Piazza del Duomo me gustó muchísimo, con la Catedral de San Vigilio, las fachadas de los Palacios Cazuffi y Rella, copadas por hermosas pinturas renacentistas. Además, el Palacio Pretorio, la Torre Cívica y la monumental Fuente de Neptuno (siglo XVII), quien sostiene un tridente en referencia al primitivo nombre de la ciudad, y numerosas casas de colores a su alrededor. Naturalmente, estaba muy concurrida.





Catedral de San Vigilio.
Aproveché para entrar en el Duomo, cuyo acceso es gratuito. Se trata de un edificio de estilos románico y gótico, construido entre los siglos XII y XIII. El campanario es del siglo XVI.

En los brazos del crucero, cuenta con monumentos funerarios y restos de pinturas murales al fresco de los siglos XIII al XV.


Bajando a la cripta, se accede a la basílica paleocristiana del siglo VI, reestructurada posteriormente entre los siglos IX y XII. Cuenta con restos arqueológicos interesantes. Pasé a visitarla abonando una entrada (cinco euros, creo recordar).

Seguí por la Vía Giuseppe Verdi, desde donde se obtiene una atractiva foto de la Catedral. En los alrededores, había mucho ambiente, con terrazas llenas de gente mientras se oía por un altavoz la canción “sapore di sale”, poniendo un romántico toque italiano al inconfundible entorno alemán.

Por la Vía Camillo Cavour, llegué hasta la Basílica de Santa María la Mayor, donde se celebraron algunas sesiones del Concilio de Trento. Estaba cerrada.


Regresé a la Piazza del Duomo, donde giré hacia la Vía Giuseppe Garibaldi, una calle muy animada, que comprende las bonitas fachadas posteriores del Palacio Pretorio y de la Catedral, además de otros palacios, tiendas y heladerías tradicionales. Desemboca en la Piazza de Fiera, donde se encuentran los restos de las murallas del siglo XIII.




Visité otros lugares, como la Puerta de Santa Margarita, la Torre Vanga y la Torre Verde, pero creo que me estoy extendiendo demasiado en el relato, porque lo mejor en Trento es perderse por sus calles y descubrir poco a poco sus casas de colores, sus iglesias y sus palacios pintados, sin saber previamente que vamos a encontrarlos justamente allí.

A última hora de la tarde, me reuní con mi marido y fuimos a cenar a un “ristorante” de la Vía Balezani, desde cuya terraza nos deleitamos con sus preciosas vistas, tomando una pizza, unos ñoquis (canederli), una birra y un aperol spritz.


Ya de noche, un pequeño paseo para hacer algunas fotos con otra luz.




El día había sido largo, pero, al fin y casi sin darnos cuenta nos habíamos metido de lleno en nuestro viaje por los Dolomitas.