La mañana amaneció soleada, pero el viento no había permitido la salida de los globos turísticos, aunque más tarde vimos tres o cuatro que contaban con permiso para hacer estudios científicos y reportajes. Como de costumbre, tras desayunar a las siete, salimos con las maletas rumbo a nuestras excursiones de la jornada para continuar descubriendo Capadocia hasta después del almuerzo.



Castillo de Uchisar. Valle de las Palomas.
Fue nuestra primera parada del día. Es uno de los destinos por excelencia en la zona por sus vistas espectaculares. Se localiza en el Valle de las Palomas, que toma su nombre de unas aves muy útiles en la región, pues además de servir de alimento, también se utilizaban para enviar mensajes y sus excrementos, de abono.


El Castillo es en realidad una montaña de tufo volcánico, que primero se utilizó de fortaleza defensiva para pasar a convertirse después en una verdadera ciudad excavada en la roca con habitaciones, capillas y graneros, mientras a su alrededor crecían nuevas edificaciones.


Junto a la carretera, hay un concurrido mirador que proporciona unas vistas espléndidas no solo del castillo con las casas colindantes (trogloditas o no), sino también de los palomares y de unas formaciones rocosas de formas onduladas con unos sorprendentes tonos rosas, verdes y azulados a la luz del sol. Dejando aparte los chiringuitos para turistas allí instalados, con árboles cargados de “ojos azules” incluidos, la estampa que ofrece todo el conjunto desde el mirador resulta espectacular.


Después recorrimos otras zonas de Uchisar, oteando el castillo desde la parte posterior, donde también hay aparcamientos-. A contraluz, el lugar ya por sí peculiar, adquiría un aspecto sumamente misterioso.



Se puede llegar a lo más alto del castillo subiendo 120 empinados escalones, igualmente excavados en la roca. Sin embargo, en esta ocasión, preferí no dedicarle tanto tiempo a esa tarea y me dediqué a pasear tranquilamente, apreciando el cambio en la tonalidad de las rocas según la luz del sol.




Caminando entre chimeneas, pináculos gigantes, caperuzas y rocas huecas, la imaginación funciona sola. También es posible entrar en las casas colgantes libremente, sin pagar entrada, lo cual en Turquía constituye una interesante novedad que no dejé de aprovechar.





Enfrente, al otro lado de la carretera, está el Valle Cevizlibag, donde llama poderosamente la atención un compacto conjunto de rocas en forma de ¿helado de vainilla? Aunque según la luz del sol, también pueden adquirir un tono rosáceo. Por especular que no quede, aunque el color y la “textura” resultan mucho más impactantes en vivo y en directo que en las fotos.

Salkim Tepesi.
Es otro mirador bastante interesante sobre Goreme, una especie de panorámica general de Capadocia para llevarse de recuerdo y enviar a los amigos por redes sociales, pues salen unas las fotos muy chulas. Supongo que habrá otros miradores parecidos en otros puntos.




Ruta Panorámica.
Antes del almuerzo, seguimos otra ruta en el bus por lugares que no sabría identificar, algunos inéditos y otros que ya habíamos visto el día anterior. Muy bonito todo.



Tras la comida en un restaurante de Goreme, emprendimos viaje hacia Konya. Nuestro viaje por Capadocia había concluido. El tiempo había pasado demasiado deprisa. Reconozco que nos fuimos con bastante nostalgia: a punto de irnos y ya deseando volver.


