Llegamos a Estambul sobre la una del mediodía. Al tratarse de un vuelo doméstico, los trámites fueron muy rápidos y no tardamos mucho en reunirnos con nuestro conductor y su autobús, que habían llegado por carretera desde Izmir, para lo cual el buen hombre tuvo que conducir durante buena parte de la noche. El aeropuerto de Estambul (IST), el más importante de la ciudad, al que llegan los vuelos de Turkish Airlines y compañías asociadas, se encuentra a 42 kilómetros del centro, adonde se tarda unos 50 minutos en llegar por carretera siempre que el tráfico no esté demasiado complicado. En el cielo había algunas nubes y hacía fresquito.

Como ya era casi la hora de almorzar, fuimos directamente a un restaurante en la zona de Taksim, donde había muchos lugareños comiendo. Nos fueron poniendo al centro varias bandejas con diferentes platos tradicionales, componiendo una especie de menú degustación que nos gustó mucho. El pan recién hecho estaba delicioso.

El restaurante se hallaba cerca de la calle Istikal y del Boulevar Tarlabasi, lo que nos dio la oportunidad de tomar un primer contacto con algunas de las calles comerciales más animadas de Estambul, aunque no más eminentemente turísticas al estar situadas en la orilla del Bósforo contraria al centro histórico. Vimos tiendas de todo tipo, hoteles, bancos, cafés, restaurantes locales y franquicias, mezquitas, el estadio del Beksitas y un montón de tráfico surcando unas calles sumamente concurridas en un ambiente multicultural, donde no faltaban anuncios sobre la celebración del primero de mayo (el día siguiente) y enormes cartelones con la omnipresente imagen de Ataturk unida a la bandera turca.

Nuevamente, me volvieron a llamar la atención las boutiques de vestidos de novia y de fiesta, aunque no serían nada en comparación con las que nos encontraríamos después. De todas formas, en las tiendas de moda de diario los modelitos de la temporada de verano lucían en general con un aspecto muy recatado para nuestros estándares. A continuación, nos dirigimos hacia nuestro alojamiento de las cuatro siguientes noches, el Hotel Günes Merter (Merter es el barrio), situado a nueve kilómetros de la Mezquita Azul, por poner una referencia conocida. Al principio, nos pareció que estaba lejísimos; luego no pintó tan mal y nos pudimos mover perfectamente. Pero eso ya lo contaré.

De camino, además de los enormes contrastes que caracterizan a Estambul, pudimos observar su caos circulatorio, la multitud de personas y vehículos que se mueven por todas partes, los atascos y las aglomeraciones que dejan en pura anécdota los de Madrid, por ejemplo. Y es que Estambul cuenta con más de dieciséis millones de habitantes. Total nada.


La habitación nos pareció correcta y, tras hacer el check-in, salimos a investigar, pues necesitábamos confirmar de primera mano los medios de transporte con que podíamos contar. El hotel se localiza en un barrio de clase media –me pareció-, donde aún quedan bastantes tiendas tradicionales de ropa, comestibles, cafés y pastelerías que elaboran dulces artesanalmente. Sin embargo, se está desarrollando mucho en sus inmediaciones, al estar cerca de una de las autovías norte-sur (D-100 Yanyolu), en torno a la cual no paran de construirse modernos bloques de edificios residenciales y grandes centros comerciales, algunos de lujo.
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Tras caminar menos de 10 minutos, llegamos a la estación de Metro “Merter”, donde intentamos enterarnos de cómo podíamos llegar al centro desde allí. Mientras mirábamos el plano, un amable guardia se acercó y nos explicó medio en inglés medio por señas la forma de ir a Santa Sofía (la primera dirección que se nos ocurrió para que nos entendiera). También nos ayudó a comprar en un expendedor la tarjeta de transportes “Istanbulkart”, recargable y que pueden utilizar varias personas. A nosotras nos vino fenomenal al ser cuatro. No recuerdo cuánto dinero cargamos, pero debió ser en torno a quince euros al cambio. No tuvimos necesidad de recargar posteriormente.

Pensamos en ir al centro entonces, pero no acabábamos de aclararnos con el plano del metro, era algo tarde y estábamos cansadas, así que decidimos pasear por los alrededores. Teníamos al lado el centro comercial IFC, un complejo de lujo, dedicado en especial a la ropa de fiesta y a los trajes de novia. Y allá que fuimos.


Nos quedamos alucinadas al fijarnos en la cantidad de vestidos de novia y de fiesta que poblaban los escaparates de las diferentes marcas: nunca habíamos visto semejante variedad y cantidad de modelos de todo tipo. Más tarde descubrimos que se trata de uno de los establecimientos más importantes de Europa y Asia a este respecto.


Las fotos que yo pueda poner aquí no representan gran cosa en comparación con la realidad. Pero tampoco podíamos demorarnos demasiado frente a los escaparates porque enseguida aparecían captadores para invitarnos a pasar al interior, mirar más cómodamente y… probarnos lo que nos gustase. Bueno, un poco más y hubiésemos terminado con algún despampanante vestido en la maleta. Si tenéis algún evento pendiente, os podéis plantear dar una vuelta por allí. Sí que echamos en falta los cartelitos con los precios, así que no puedo ofrecer pistas
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Entre tienda por aquí y tienda por allá, cuando quisimos darnos cuenta se había hecho de noche y nos tocaba cenar. Así que regresamos al hotel, donde nos sirvieron un menú en mesa. No estuvo mal, aunque la ensalada llevaba una hierba o un condimento que no me agradó; quizás fuese cilantro.
