Parece mentira que después de más de 13 horas de vuelo efectivo en total, una distancia aproximada de 10.478 kilómetros, haber pasado del invierno al verano y del hemisferio norte al sur, ¡no tuviésemos que tocar el reloj al bajarnos del avión! Y es que en Sudáfrica era exactamente la misma hora que en España. ¡Qué cosas deparan los meridianos y los paralelos!

Las maletas llegaron perfectas para todos y los trámites de inmigración fueron rápidos. Así que pronto nos reunimos con la guía local, una chica peruana casada con un sudafricano y que lleva veinte años viviendo en Johannesburgo. El autobús era pequeño, de treinta plazas, pero bastante cómodo, pues disponía de cargador de móviles en cada asiento y aseo para urgencias (aunque se atascaba la puerta). Por cierto que en Sudáfrica se conduce por la izquierda. La guía también nos dijo que desde hace un par de años ya no se producen los cortes de antaño en el suministro de energía eléctrica, y que el agua en las ciudades es potable. No obstante, yo preferí tomar agua embotellada por si las moscas, aunque sí utilicé la del grifo para lavarme los dientes. Igualmente, nos comentó que tendríamos que madrugar bastante (nada nuevo bajo el sol de estos viajes) porque en Sudáfrica, en esa época del año, todo cerraba a las cinco de la tarde. A las seis y cuarto era de noche y ya no había nadie por las calles. Así que se imponía aprovechar la luz del sol, que salía sobre las seis de la mañana.

Nada más dejar el aeropuerto, confirmé que las fotos que hacía con la cámara sobre la marcha no salían con la nitidez de otras veces. Un fastidio, porque me gusta mucho ir captando imágenes cotidianas que me llaman la atención y que tomo casi sin enfocar, algo que me iba a resultar muy complicado en tales condiciones. ¡En fin, resignación! A ver cómo me las apaño a lo largo del diario para que no aparezcan demasiado “birriosas”
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Unos pocos datos sobre Johannesburgo.
Johannesburgo es la ciudad más grande y poblada de Sudáfrica, con unos nueve millones de habitantes (incluyendo el área metropolitana), que la convierten en la cuarta de África. Como curiosidad, es una de las grandes urbes del mundo que no cuentan con salida al mar, puerto, río importante o canal navegable, igual que Madrid, Munich, Milán y Teherán. Sin embargo, pese a no ser una de las tres capitales de Sudáfrica, alberga la sede de la Corte Constitucional.

Aunque su territorio estuvo habitado desde tiempos inmemoriales, la ciudad se fundó en 1886 como consecuencia del descubrimiento de minas de oro. Por eso, en zulú, se la conoce como eGoli, la tierra del oro. Aunque esas minas ya están agotadas y el mineral procede ahora de otras zonas, Johannesburgo continúa siendo el centro financiero, económico e industrial más importante del país, si bien el índice de paro supera el 30 por ciento de la población, lo que incrementa la pobreza, la desigualdad y el consumo de drogas. Todo unido hace que Johannesburgo aparezca en todas las listas de ciudades más peligrosas del mundo por sus elevados niveles de criminalidad, sobre todo en los distritos más céntricos, situación que hace que los extranjeros la descarten como objetivo a visitar: los turistas llegan al aeropuerto (el más importante de Sudáfrica) y, en su mayoría, “salen pitando” hacia otros destinos. Se está intentando revertir esa situación, promocionando tours por barrios donde antaño se confinaba a la población negra, como Soweto o Alexandra.

Un pequeño recorrido por Johannesburgo
Hubo varias cosas que me llamaron la atención al llegar a Johannesburgo. Una, el calor. El cielo estaba despejado y lucía un sol de justicia. Estaba finalizando el invierno y la temperatura rondaba los treinta grados antes del mediodía. Entonces me fijé en un cartel que ponía que la ciudad se encuentra nada menos que a 1.753 metros de altitud sobre el nivel del mar (Madrid se considera una capital alta, a 645 metros…). Según he leído, el clima es subtropical de alta montaña, con inviernos secos y templados y veranos suaves, en los que se concentran la mayor parte de las lluvias.


También advertí que la gente camina por los arcenes de las carreteras, incluso de las desdobladas o autovías, como Pedro por su casa; muchos a la “caza” de las furgonetas que utilizan para trasladarse de un lado a otro, ya que no hay servicios públicos de transporte eficientes para tanta población; y lo mismo sucede con el metro y los autobuses, cuyas líneas solamente recorren unas pocas zonas.
Furgonetas que utilizan los lugareños para desplazarse.


Tampoco funcionan fiablemente los trenes, muchos de sus vagones tristemente abandonados en antiguas y destartaladas estaciones vacías. Los barrios iban surgiendo ante nuestros ojos presentando estampas muy diferentes, pues no a mucha distancia de urbanizaciones de súper-lujo, cerradas a cal y canto, por supuesto, aparecían multitud de chabolas con montones de basura en sus puertas. Según nos comentó la guía local, prácticamente todas las viviendas cuentan con muros coronados por alambre de espino electrificado o protegidos los interiores con sistemas láser. Y las basuras solamente se recogen en aquellas zonas en que los propios vecinos pagan por ello. Así que ya sabemos dónde, ¿verdad?


Sandton City.
El antaño pudiente centro de negocios de la ciudad se ha convertido en un lugar peligroso, dominado por la pobreza, las bandas y la droga, desde que muchos de los antiguos moradores abandonasen sus edificios, bancos, comercios y hoteles para trasladarse a zonas más seguras y exclusivas, como el nuevo centro financiero y comercial de Sandton City, uno de los pocos lugares en Johannesburgo donde los turistas pueden pasear con cierta tranquilidad.

En medio de edificios de oficinas, hoteles, restaurantes y centros comerciales, uno de los lugares más visitados por los extranjeros en Sandton es la Plaza de Nelson Mandela (Nelson Mandela Square), que estuvimos recorriendo a pie durante un rato. Presidida por una enorme estatua de Mandela de seis metros de altura y vestido con la camiseta de la selección sudafricana de fútbol, es uno de los puntos inexcusables en Johannesburgo para tomar unas fotos de recuerdo.

Además de tiendas de lujo y oficinas de información turística, hay fuentes, esculturas de carácter étnico y muchas alusiones al orgullo de la raza negra, sus reivindicaciones y la igualdad social y de derechos de todas las personas, así como intenciones de integración y reconciliación de los sudafricanos a través de frases grabadas en el suelo, principalmente entresacadas de conocidos discursos de Mandela.


Allí mismo, cambiamos algo de dinero para las necesidades básicas, ya que casi todo se puede pagar con tarjeta de crédito. Por entonces, la cotización oficial era de un euro = 20 Rands. Así que resultaba muy sencillo hacer el cálculo mental de la equivalencia de los precios que nos íbamos a encontrar. Por 50 euros, me dieron algo más de 900 Rands, no recuerdo el pico. Los billetes me parecieron muy bonitos: por una cara, el omnipresente Mandela, y por la otra, los animales del “big five”, elefantes, leones, leopardos, búfalos y rinocerontes.

