A eso de las seis ya estábamos en pie. Los primeros rayos cálidos del sol entraban directos hacia la tienda, invitándonos a desperezarnos bajo un cielo de un azul intenso que parecía prometer otro gran día. La noche había sido sorprendentemente tranquila. Solo nos despertamos una vez, en mitad de la oscuridad, para atender una llamada urgente de la naturaleza. Salimos de la tienda con ese respeto instintivo que da la noche cerrada en plena nada, pero todo fue rápido y sin sobresaltos. Con la claridad del amanecer, cualquier resto de miedo se había evaporado.

Desayunamos nuestro ya clásico menú mochilero —las inevitables galletas Chips Ahoy— y comenzamos a recoger el campamento. Tocaba afrontar la primera misión del día: encontrar por fin el Bull Creek Trail. Sin la angustia del día anterior y con todo el día por delante, encaramos la búsqueda con calma.
Pero pronto nos vimos avanzando a las bravas durante casi un kilómetro. Primero atravesando un bosque cerrado, saltando de arbusto en arbusto, esquivando ramas y matorrales. Cansados de tanta vegetación, decidimos dirigirnos al arroyo y seguir su curso. Y allí se reveló el motivo de nuestros problemas: el cauce estaba completamente destrozado. Era evidente que se habían producido inundaciones recientes; el desbordamiento había barrido el sendero original, que discurría pegado al río en este primer tramo. Así era imposible encontrarlo.
Sin embargo, cuando el camino se separaba del arroyo para internarse en el bosque, lo vimos claro: un trazo nítido, inconfundible. El sendero. El verdadero Bull Creek Trail. Lo tomamos de inmediato… y ya no lo perderíamos.
Pero pronto nos vimos avanzando a las bravas durante casi un kilómetro. Primero atravesando un bosque cerrado, saltando de arbusto en arbusto, esquivando ramas y matorrales. Cansados de tanta vegetación, decidimos dirigirnos al arroyo y seguir su curso. Y allí se reveló el motivo de nuestros problemas: el cauce estaba completamente destrozado. Era evidente que se habían producido inundaciones recientes; el desbordamiento había barrido el sendero original, que discurría pegado al río en este primer tramo. Así era imposible encontrarlo.
Sin embargo, cuando el camino se separaba del arroyo para internarse en el bosque, lo vimos claro: un trazo nítido, inconfundible. El sendero. El verdadero Bull Creek Trail. Lo tomamos de inmediato… y ya no lo perderíamos.

A partir de ahí, caminar fue un gusto. El sendero resultó ser sorprendentemente fácil de seguir y estaba en un estado más que decente, especialmente considerando que, con suerte, lo pisarán menos de veinte personas al año. Sólo naturaleza pura, silencio y un camino remoto que parecía esperarnos desde hacía décadas.
Nuestro primer objetivo del día era claro: alcanzar el Bull Creek Divide, un collado a más de 2.800 metros de altitud. El desnivel, en números, no parecía gran cosa —unos 700 metros desde nuestro campamento, repartidos en 10 kilómetros— y aunque la subida no era uniforme, tampoco había tramos que, en condiciones normales, considerara realmente duros. Pero la realidad del cuerpo dijo otra cosa. Los hombros nos dolían de lo lindo tras la paliza del día anterior, y aunque el sendero discurría la mayor parte del tiempo bajo la sombra del bosque, bien definido y sin complicación técnica, la marcha se nos hacía sorprendentemente pesada. Tuvimos que detenernos varias veces; yo, en particular, iba arrastrándome. Ni con mi alma podía. La fauna, eso sí, decidió no darnos sustos: solo encontramos algunas heces secas de oso, nada reciente.
Nuestro primer objetivo del día era claro: alcanzar el Bull Creek Divide, un collado a más de 2.800 metros de altitud. El desnivel, en números, no parecía gran cosa —unos 700 metros desde nuestro campamento, repartidos en 10 kilómetros— y aunque la subida no era uniforme, tampoco había tramos que, en condiciones normales, considerara realmente duros. Pero la realidad del cuerpo dijo otra cosa. Los hombros nos dolían de lo lindo tras la paliza del día anterior, y aunque el sendero discurría la mayor parte del tiempo bajo la sombra del bosque, bien definido y sin complicación técnica, la marcha se nos hacía sorprendentemente pesada. Tuvimos que detenernos varias veces; yo, en particular, iba arrastrándome. Ni con mi alma podía. La fauna, eso sí, decidió no darnos sustos: solo encontramos algunas heces secas de oso, nada reciente.



Cerca de las 12:30 alcanzamos por fin el Divide. El último tramo carecía por completo de sendero —imagino que la nieve de otros años lo habrá borrado—, pero allí estaba la marca, caída en el suelo, indicando que habíamos llegado. Las vistas, sinceramente, no eran ninguna maravilla. Aunque ya no estábamos en pleno bosque, aún había muchos árboles incluso a esa altura que robaban panorámica.


El descenso, sin embargo, nos cambió el ánimo al instante. El sendero reapareció claro, casi amable, y las vistas mejoraron con cada paso. Pasamos el cruce con Tucker Creek Trail y, a partir de ahí, el camino se volvió glorioso: bajábamos por una ladera abierta con vistas enormes a las praderas infinitas de Buffalo Creek. En mitad de aquella inmensidad, en el lugar más insospechado del planeta, a mi sobrino le dio por pillar cobertura. Aprovechamos para llamar a la familia y, ya puestos, conectarnos un momento a internet. Surrealista.



El descenso final fue el más espectacular… y también el más vertiginoso. Aquí sí que no se podía distraer uno: sacar medio pie del sendero y adiós muy buenas. No es que el camino fuera estrecho, pero daba respeto. Yo no paraba de imaginarme la peor escena posible: un oso subiendo por la senda hacia nosotros, sin opción de apartarnos ni medio metro hacia ningún lado.
Al terminar la bajada entramos de nuevo en un bosque denso, fresco, hasta que finalmente asomaron las primeras praderas. Las cruzamos y alcanzamos la Buffalo Patrol Cabin, una de las cabañas de los guardas forestales, completamente desierta y situada en un lugar idílico: las montañas al fondo, Buffalo Creek susurrando al lado… un cuadro perfecto. Eran las 14:30 cuando nos sentamos a comer en su porche, bajo aquel silencio absoluto. Nuestro destino teórico estaba ya solo a cuatro kilómetros, pero esos cuatro kilómetros suponían subir 400 metros de golpe hasta Telephone Basin.
Al terminar la bajada entramos de nuevo en un bosque denso, fresco, hasta que finalmente asomaron las primeras praderas. Las cruzamos y alcanzamos la Buffalo Patrol Cabin, una de las cabañas de los guardas forestales, completamente desierta y situada en un lugar idílico: las montañas al fondo, Buffalo Creek susurrando al lado… un cuadro perfecto. Eran las 14:30 cuando nos sentamos a comer en su porche, bajo aquel silencio absoluto. Nuestro destino teórico estaba ya solo a cuatro kilómetros, pero esos cuatro kilómetros suponían subir 400 metros de golpe hasta Telephone Basin.

Estábamos cansados, los hombros al límite, y además subir a Telephone Basin nos obligaría a, al día siguiente, bajar por un camino sin referencias fiables: Elk Creek Trail, para luego conectar con Coyote Creek y Poacher’s Trail, del cual sí tenía referencias… pero ninguna buena. Decían que era fácil perderlo. Así que, entre el cansancio, los hombros reventados y lo muchísimo que nos había gustado aquel lugar, tomamos una decisión que nos sentó de maravilla: nos quedábamos allí. Y si luego nos apetecía, ya iríamos por la tarde a ver Hidden Lake, que no quedaba lejos. Para eso estábamos fuera del parque nacional, para poder improvisar y plantar la tienda donde nos diera la gana.
Montamos la tienda y nos dejamos caer en una siesta deliciosa. Nos despertó un tronazo de tormenta. Empezó a llover con ganas, pero dentro estábamos más que protegidos. Cuando la lluvia cesó, salimos… y nuestras ganas de visitar Hidden Lake se habían evaporado por completo. Así que optamos por otra misión: un intento de aseo rápido en el arroyo. Dios, qué agua más fría. En cuanto salimos, los mosquitos nos rodearon como un enjambre, obligándonos a vestirnos casi a la carrera.
Montamos la tienda y nos dejamos caer en una siesta deliciosa. Nos despertó un tronazo de tormenta. Empezó a llover con ganas, pero dentro estábamos más que protegidos. Cuando la lluvia cesó, salimos… y nuestras ganas de visitar Hidden Lake se habían evaporado por completo. Así que optamos por otra misión: un intento de aseo rápido en el arroyo. Dios, qué agua más fría. En cuanto salimos, los mosquitos nos rodearon como un enjambre, obligándonos a vestirnos casi a la carrera.

Nos refugiamos en el porche de la cabaña y echamos unas cartas mientras unas marmotas curiosas se dejaban ver por allí. Luego cenamos con calma, viendo caer la luz sobre Buffalo Creek, y cuando la noche cerró por completo, dimos por terminada la jornada.


Hoy 15 kms.