Varanasi ✏️ Diarios de Viajes de India

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Varanasi. Imposible de contar, imposible de fotografiar. Podría sacar una foto de un niño remontando una cometa a orillas del sagrado Ganges, pero eso no tendría nada de particular. Lo que tiene de particular verlo en vivo y en directo es que al lado del niño con la cometa hay un grupo de hombres vestidos con telas anaranjadas que están alimentando un fuego en el que quemarán al cuerpo envuelto en telas y flores que espera en el piso, posado sobre una estructura de cañas. Eso no lo puedo fotografiar porque ellos lo prohíben, pero aún si pudiera tomar al niño al lado del fuego crematorio y el cuerpo en el piso cubierto de flores anaranjadas, tampoco esa imagen transmitiría lo que se vive aquí. Porque al lado de ese cuerpo hay otro, que están quemando, y al lado de ese hay otro, que como es de quien fue un hombre santo no es para cremar, sino para tirar al Ganges como está, al igual que hacen con los niños de hasta cinco años. A menos de 10 metros hay uno lavándose los dientes en el agua de ese mismo río donde se pudren los cuerpos humanos y flotan las bolsas de plástico llenas de basura, y cuyo color está oscurecido por los deshechos industriales que tiran las fábricas río arriba sin ningún tipo de control. Al lado hay varios lavanderos y lavanderas y las telas coloridas de los saris húmedos se extienden por sobre las escalinatas de los ghats, recién lavados en las aguas contaminadas y puestos a secar. Las vacas los pisan y una mujer las ahuyenta, y otro hombre intenta alejar a pedradas a tres búfalos a los cuales les dió por comerse las flores anaranjadas que cubren a uno de los muertos, y a pocos metros están los monos buscando comida, y las cabras vestidas con camisetas de ser humano y con cara chata de otro mundo también buscan comida y comen basura y cartones, y pasan 3 turistas japonesas, una de ellas vestida de princesa y otra de Caperucita Roja, y pasa un bote con 20 hindúes del sur de la India usando coloridos turbantes, y muchos se bañan en el Ganges y salen temblando en medio de frío, y veo un hombre santo desnudo y blanco porque está completamente cubierto de ceniza, con un tercer ojo pintado en medio de las cejas, compartiendo el manto donde está sentado en posición de loto con 4 perros sarnosos y uno que en lugar de una de sus patas tiene un agujero sangriento e infectado, Sandino se tropieza con una cometa que una niña intentaba levantar y se la rompe (le dimos plata para que se comprara otra) y yo casi me tropiezo con un feto pegado a un órgano, no sé si era un estómago o hígado o páncreas, y creo que era de mono porque parecía humano pero tenía cola. En la foto no puede salir todo eso, y tampoco pueden salir los olores que saturan el olfato todo el tiempo. El olor a bosta de vaca no es nada comparado con el olor a meo humano, pero esos vapores se mezclan con deliciosos aromas a flores amarillas y rosas rojas, que las hay por todos lados como ofrenda a los dioses hindúes, flotando en el Ganges con pequeñas velas, como bienvenida a los dioses, que cuando quieren bajar a la tierra lo hacen por aquí, por Varanassi. De repente se siente un aroma celestial y es un sahumerio de sándalo espectacularmente rico que está quemando alguien, y eso se mezcla con el olor a carne humana quemada que trae el viento junto con el humo del crematorio que estamos contemplando. Tampoco saldrían en la foto los ruidos, como el que hace la leña al quemarse, el de los remos de madera contra el agua, el de las monedas en el cántaro de los hombres santos que piden limosna porque de eso viven, el del mugir de las vacas y el chillido de una cabrita bebé que perdió a su mamá, el grito de los niños jugando al cricket, los gargajos de hombres y mujeres que son bastante ruidosos antes de proceder a escupir, el rumor de los múltiples rezos, los ladridos de los perros en eternas disputas, el trinar exótico de pájaros de picos largos y espalda de un azul intenso. Todo esto que describí en este párrafo pasa al mismo tiempo, en el mismo lugar. Varanasi es la saturación de todos los sentidos. Uno podría recorrer el río millones de veces sin dejar de sorprenderse. Es una ciudad tomada de un cuento, salida de la imaginación de un escritor o de un director de cine. Esta ciudad no está dentro de lo posible en mi universo mental.

En nuestro segundo día en Varanasi y después de una noche cómoda en que pudimos dormir plácidamente, Sandino se despertó antes del amanecer. Desde nuestra habitación en el Leela Guest House, que conseguimos tras mucho caminar por los ghats y tiene un hermoso balcón al Ganges, Sandi se puso a mirar la agitada actividad religiosa y me despertó. Un indio nos llevó en su bote a remo por una hora y pico río arriba, observando desde una perspectiva inmejorable toda la actividad del “Ganga”, como lo llaman los indios a su río sagrado. Nos subimos al bote al lado de un hombre que se está bañando en el Ganges. Hace un frío espantoso pero es agua sagrada purificadora, así que el hombre se hunde varias veces, se pasa los dedos por las encías, se refrega la piel. Empieza su actividad nuestro remero. Imposible que no nos llame la atención un tipo casi desnudo y pintado todo de blanco con cenizas de los crematorios de cuerpos humanos. Está en lo alto de una estructura de piedra y hace todo tipo de gesticulaciones imponentes, un verdadero showman. Con una mano toca una campana en forma permanente y con la otra forma grandes círculos, maneja el fuego, se mueve, hace ofrendas mirando al Ganges. Otro hombre con un micrófono y parlantes enormes está detrás de él, en una escalinata. Respira contra el micrófono y el ruido de su respiración todo lo inunda. De repente empieza a hablar y después respira otra vez; más tarde lanza carcajadas como de película de terror, y acribilla los tímpanos el sonido. Nuestro remero nos explica que el hombre que gesticula y toca la campana es un agori. Come la carne de los muertos que flotan en el Ganges. Yo reacciono con demasiada expresividad: los cuerpos humanos??!!, Sandi me apreta la mano; “sí, los cuerpos humanos, de hombres santos y de niños, que se tiran sin quemar”, nos explica. Los recoge del río y se los come? “Sí, no todos los días, pero lo hace a veces. Es un agori, renunció a todo, no puede vestirse, no puede tener posesiones terrenales. Es hijo de un comerciante muy muy rico de Delhi, pero muy muy rico, no más o menos rico sino muy rico, pero él se vino acá para ser un agori”. Yo lo miro en todas sus gesticulaciones y movimientos y trato de comprender. Qué puede incentivar a alguien a renunciar a todo para comer carne humana que flota en el Ganges y vivir de la caridad? En este momento, no soy capaz de comprenderlo.

Varanasi es una de las ciudades vivas más antiguas de la Tierra. Y es una ciudad sagrada desde hace 26 siglos. Mi guía dice que en el siglo VI antes de Cristo ya había peregrinos que llegaban a Varanasi a bañarse en su río sagrado. Los hindúes creen que si uno muere acá, o si su cuerpo es cremado a orillas del Ganges y sus cenizas arrojadas en sus aguas, podrán acabar con el ciclo de vida-muerte-resurección del cual no se puede escapar de otra manera, por la ley del karma. Así que cientos de cuerpos son quemados aquí. Los que pueden pagar las 6.000 rupias para hacerlo como indica la tradición hacen que sus familiares muertos sean colocados en la camilla hecha de caña, de ahí se lo traslada a la pira funeraria, que es a orillas del río y que demora 4 horas en quemar un cuerpo. Los pobres son quemados por 300 rupias en una especie de fábrica que hay al lado del ghat crematorio, y el fuego lo come todo en pocos minutos. Todas las cenizas van al río.

En el ghat crematorio grande (hay uno más pequeño al lado de nuestro hostal) había tres barcos con leña, y contra el casco de uno de esos barcos una enorme bola apestosa. Era una vaca muerta en estado de putrefacción. Esto no molesta en absoluto a los devotos, que se bañan con, justamente, devoción. La basura en general no es algo que les moleste. Por ejemplo, vi a un devoto llegar a orillas del Ganges acarreando dos bolsas de plástico llenas de basura, procedió a arrojarlas al río al lado de otro señor que se estaba bañando y haciendo sus respectivas gárgaras de agua sagrada, y a continuación se metió entre la basura a darse su propio baño sagrado. Ni él ni su vecino vieron nada de extraño en esto, ni tampoco nuestro remero, que nos contó que se baña todos los días en verano, pero no ahora en invierno. Anoche, al salir del hotel rumbo a la cena, vi un niño salir de su casa hasta la puerta, y desde allí revolear la bolsa de basura y tirarla un par de metros más allá, contra la calle. Lo mismo en la puerta de un hotel en Agra, a 50 metros de la entrada al Taj Mahal. De varias casas vimos que tiran la basura desde la ventana del segundo piso: la bolsa explota contra el piso y todo queda regado. Vienen las vacas y los perros a comer lo que se pueda y después queda todo hecho un basural, por el cual los mismos que arrojaron la basura desde el segundo piso caminarán más tarde al salir de su casa. Todas las calles son enormes basurales en todos lados que he estado en India, y estos enormes basurales son la fuente principal de comida de vacas, chanchos, monos, perros y cabras. Estas observaciones me hicieron concluir que era relativamente mejor, en estas condiciones, arrojar cáscaras de banana y otros deshechos comestibles a la calle o por la ventana del tren, porque allí lo comen los animales. En cambio, si la meto en el bolsillo el día entero como hacía antes, para tirarla en la papelera del hotel junto al papel higiénico, por ejemplo, todo acabará igual en la calle, pero entreverado con papel higiénico, plásticos y otros deshechos. No hay un sistema eficiente de procesamiento de la basura, así que son más confiables las vacas, para lo que se pueda comer.

Este tema de la basura es uno de los que hace difícil viajar por la India. Otro es el acoso. Uno ve la India pero desde atrás de una cortina de gente que ofrece cosas, una cortina que es visual, porque te rodean físicamente y aunque digas no, gracias, te persiguen y te insisten y te siguen cuadras y cuadras. La India se escucha desde atrás de una cortina auditiva, porque no paran nunca de hablarte, preguntarte de dónde sos, intentar establecer esa comunicación que esperan terminar con la venta de algún producto o servicio. Uno sufre de un mareo permanente, se hace difícil pensar, se hace difícil razonar, se hace difícil ver las cosas, contemplar, meditar. Todo está filtrado por esa marea humana que te sigue a donde vayas, y que no se da por vencida con nada. Son trabajadores tratando de ganarse la vida honestamente, pero si uno responde con una sonrisa, esto es tomado como posibilidad de entrada y ya nunca te dejarán en paz. Entonces no está clara la manera de decir que no en forma respetuosa y amable pero que sea interpretada como un no. La manera más efectiva que hemos encontrado es no responder nada. Decirles que no entendemos inglés no es eficiente porque empiezan a preguntar: parla italiano? Habla español? Parlez francaise? Y siguen en cuanto idioma conocen. Algunos turistas con quienes hemos conversado en hostales y restaurantes expresaron su desilusión con el comercialismo rampante con que se encontraron en India. Tres españoles, una pareja de argentinos y una pareja de peruanos con quienes interactuamos en Varanasi, Jodpur y Jaisalmer nos comentaban que esperaban encontrarse con la India espiritual que se vende en Occidente, la India de los New Age: yoga, meditación, el dinero no importa, el consumo tampoco. Lo que se encontraron fue esta India consumista, hundida en deshechos de plástico, donde toda interacción con los indios está filtrada por lo que te quieren vender. Nosotros no veníamos con esa idea mística, así que en nuestro caso no hay desilusión. Por el contrario, los dos esperábamos que fuera así, porque no puede ser de otra manera en un país tan pobre como es India. Pero las proporciones del asunto no se pueden imaginar desde lejos, y tampoco el impacto que todo esto tiene sobre vos. Algunos días resulta extenuante. La mayoría de los días.



En parte, uno termina tan cansado debido a que nunca se puede bajar la guardia. En cuanto bajás la guardia, perdés. En India no te van a asaltar a mano armada, como te pasa en nuestra América Latina, ni te van a dar un palo en la cabeza para poder robarte. El tema de la no violencia caló muy hondo, y estas cosas no ocurren. Pero no quiere decir que no haya otros tipos de violencia, quizás más sutiles pero igualmente terribles. Aquí en Varanasi, por ejemplo, hace pocos años murieron dos turistas europeos intoxicados con comida de un restaurante donde los envenenaron a propósito. El esquema lo venían practicando hacía tiempo, y consistía en que te enferman de la barriga, afuera hay un “buen samaritano” que “justo” está ahí, te ve doblado de dolor, y te ofrece llevarte a un médico, el médico empieza a facturarle al seguro de salud para “tratarte”, y para poder cobrar más te da una “medicina” que te mantiene enfermo varios días. El mismo esquema tenían en Agra, donde está el Taj Mahal, y anduvo durante años, y todo el mundo sabía, pero la policía cobraba su backsheesh y no hacía nada. Sólo se desmontó cuando dos turistas que pasaron 15 días enfermos descubrieron la trampa y lo denunciaron a la prensa. Cuando estábamos en Jodpur, salimos de nuesto hostal Yogi para ir hasta el fuerte y el dueño del hostal nos advirtió: cuando vengan bajando del fuerte, unas mujeres sentadas en la puerta de su casa les van a ofrecer chai y dar conversación; no acepten nada, porque el chai tiene una droga que te duerme, y cuando te despertás estás en otro lado y te robaron. Y la policía?, le pregunté. La policía sabe y cobra su backsheesh. Hubo un escándalo hace unos años cuando estas mismas mujeres hacían esto cerca del reloj de la ciudad vieja, entonces las desalojaron de ahí, y todo lo que hicieron fue mudarse en el camino del fuerte para hacer lo mismo.

Relato estas anécdotas, que no son ni remotamente las únicas que hemos escuchado ni los únicos esquemas de joder a los turistas que vimos en India, para explicar por qué uno como turista en este país no puede relajarse mucho. Cada vez que se te acerca un indio, y se te acercan 10 por minuto, puede ser un potencial jodedor de estos. Nunca sabés, así que siempre hay que tener cuidado. No es que pasamos estresados todo el tiempo, pero sin duda que no es lo mismo ir a Rocha y echarte en la hamaca paraguaya a leer un libro y esperar que mamá llame a comer el pollito al limón cocinado lentamente a las brasas o papá saque del horno un strudel casero. El estrés de la guardia en alto, el acoso permanente y la basura que hay en todos lados hacen del viaje a la India un viaje difícil. Pero lo más difícil de todo es la pobreza.

Hay diferentes clases de pobreza. Están los pobres muy pobres pero que lograron tener un trabajo. Por ejemplo, los que manejan las bicis rickshaws. Te cobran medio dólar, un dólar, tal vez dos, dependiendo de la distancia a recorrer, por llevar a dos personas en el carromato, pedaleando ellos solitos con toda esa carga. Siempre muy flaquitos, en general jóvenes pero a veces no tanto, siempre varones, siempre ansiosos de trabajar para hacerse su medio dólar, se te acercan todo el tiempo ofreciendo un viaje. Hace dos días nos tomamos uno en Varanasi. Queríamos ir a un restaurante, Kerala Café, que se especializa en comida del sur de India, pero no sabíamos muy bien cómo llegar, así que contratamos uno. Al final el café estaba a cinco cuadras, lo cual explica que nos haya cobrado un cuarto de dólar (10 rupias). Sandino le dio el doble, y nunca olvidaré los ojos negros dulces de ese muchacho al agradecerle. Torció la cabeza hacia el hombro con una sonrisa apenas dibujada en los labios pero amplia en los ojos, que brillaron al mirar a los ojos de Sandino. Fue un agradecimiento tan profundo por ese cuarto de dólar de propina… y es el indicador de lo que le cuesta la vida, de lo difícil que le resulta todo, de lo inaccesible de cualquier oportunidad para este muchacho de 16 o 17 años. El trabajo infantil se ve en todos lados. Aquí a orillas del Ganges, niños y niñas de hasta 6 años pasan vendiendo ofrendas para los dioses, consistentes en un arreglo de una flor amarilla y una rosa roja con una pequeñísima vela, todo lo cual está en un cartón que flotará sobre el Ganges una vez que el devoto lo ofrende con su luz titilante.

Después está la otra pobreza, que es mucho peor, la pobreza de los miserables, de los excluidos por completo, los desocupados que no tienen acceso a nada más que a limosnas. En Delhi, una mañana salimos muy temprano no me acuerdo para dónde; hacía un frío espantoso y una humedad cruel que hacía que el frío fuera insoportable. En mi mente quedó grabada la imagen de aquel grupo de 20 o 30 hombres en cuclillas, semidesnudos, tapados con una arpillera, uno al lado del otro para darse calor, en un rincón oscuro, esperando que amaneciera. Sombras en la ciudad. No son seres humanos, son los intocables, que aunque la ley haya prohibido su existencia, lo cierto es que siguen existiendo. No sólo porque la sociedad perpetúa sus prácticas ancestrales, sino también porque lo que dice la ley, difícilmente se cumple en India. En un documental que vi hace un tiempo, a un niño intocable hijo de una prostituta le negaron emitirle documento de identidad y pasaporte. Leí durante el viaje que los intocables son los que limpian las calles, especialmente los baños, y los que lidian con los cuerpos de los muertos, entre otras cosas. Se me ocurrió que tal vez el origen de la creación de esta casta haya sido para mantener a las bacterias más o menos aisladas de la mayoría de la población. Pero Pasteur ya hace rato nos enseñó cómo lidiar con las bacterias, lo cual hace de esta práctica ancestral, además de abominable e inhumana, totalmente innecesaria. Sin embargo, continúa.

Otra cosa impactante es ver a los niños y adultos que tuvieron polio y que están condenados a arrastrarse por el piso con las manos el resto de sus vidas, porque tienen las piernas atrofiadas. Algunos pueden arrastrarlas, otros las tienen que tirar hacia adelante con los brazos. Se les lastiman de estar arrastrándolas y se les infectan con la basura. Las manos negras, siempre por el piso, por la calle mugrienta, para llegar a algún lugar. Lo más frustrante de todo esto es que existe una vacuna 100 por ciento efectiva para prevenir la poliomelitis, y que ni siquiera necesita una aguja, porque es una gota en la lengua. Las campañas mundiales de la OMS han sido sumamente efectivas y la polio está erradicada en todo el mundo, menos en dos países. Por supuesto, uno es India. Eso es lo que te frustra, que sabés que no es necesario que toda esa gente tenga sus piernas atrofiadas y esté condenada a esa vida terrible. Ver todo esto entristece profundamente.

Y a todo esto hay que sumarle el machismo. Ver la pobreza multiplicada por cuatro porque la persona que estas mirando es mujer. Verlas analfabetas- 75 por ciento de las mujeres en Rajastan son analfabetas! Recluidas en sus casas, sometidas a sus maridos, en custodia de sus suegros cuando sus maridos no estan! Es dificil cuando estas acostumbrada a tener derechos, perderlos de repente. Cuando fui caminando sola hasta el crematorio a orillas del Ganges, un tipo me dijo que no podia pasar por ser mujer. Fue profundamente indignante! Cualquier hombre tiene mas derechos que todas las mujeres. Es realmente dificil lidiar con eso. Todos negocian con Sandino, aunque sea yo la que estoy comprando algo para mi, o aunque sea la habitacion del hotel donde vamos a estar los dos! Es brutalmente indignante.

Todavía no sé cómo decodificar todo lo que vi en India. No sé si algún día entenderé o no entenderé lo que vi. Lo que sí sé es que me cansó profundamente. Es un cansancio anímico, un cansancio del alma. También hay agotamiento físico, porque todo es infinitamente difícil, pero con eso hemos lidiado en muchos otros viajes, como Perú y Camboya, y sin embargo no nos amedrentó. Porque después llegás a un lugar mágico donde sentís paz en el alma. Pero en India estuve muy lejos de la paz.

20 días en India fueron suficientes. Estamos en un avión, sobrevolando los Himalayas, rumbo a Kathmandú.

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