Amanece como nos acostamos, lluvia continua y malas previsiones. Hace un frío de muerte con 9 grados. El plan de hoy sería ver Litlanesfoss y Hengifoss, en la zona del lago Lagarfljot. Vamos bien de tiempo, aunque hoy “deberíamos” estar ya por los fiordos del este, según la planificación que hicimos de dedicar dos días a recorrerlos con tranquilidad; en uno de los itinerarios iniciales apenas veíamos posibilidad de incluir estas cascadas, las teníamos “por si acaso”. En nuestra particular lucha contra el tiempo, de querer verlas, que queríamos, hoy sería el día. Tenemos varias opciones: lamentarnos dentro de la AC por el mal tiempo, cambiar de zona e ir directamente hacia el este, intentarlo por lo menos… Nos entretenemos un rato con la AC, vamos al BONUS y nos tomamos un café de máquina en el Subway de al lado que nos sabe a gloria. Son casi las 11, ya no podemos esperar más, abandonamos o nos acercamos un poco a ver qué pasa. Tercos nos decidimos por esta opción.
Desde la N1 nos incorporamos a la 95 y desde aquí cogemos la 931 en dirección Hallormsstaður, bordeando el lago Lagarfljot hacia el sur por su orilla este; cruzamos un puente y giramos a la izquierda, donde la 931 es ya la 933. Este lago, de origen glaciar, alberga al monstruo Lagarfljotsormurinn, según la leyenda.
El aparcamiento se ve enseguida. Según el panel informativo, la primera cascada que veremos es Litlanesfoss, a 1.4 km (unos 30 minutos); desde ella, la famosa Hengifoss, tras otro 1,3 km y 20 minutillos.
Bajo la lluvia y una niebla que nos amenaza empezamos a subir; llevamos la ropa impermeable, dos chubasqueros (el grueso debajo y el cortavientos encima) y calzado impermeable. Viento y frío para regalar. Abrimos una verja. Después de los escalones iniciales metálicos encontramos otra subida elevada.
El camino tiene de todo: escaleras, cuestas, barro, hierba mojada… Vamos siguiendo la orilla izquierda del río Hengifossá, que queda a mano derecha.
De nuevo cortes en la pared de piedra caprichosos y varias caídas de agua nos alegran la vista y el ánimo.
De vez en cuando el camino se expone y se estrecha el único paso por el que ir, aunque en la foto parece más reducido. En estos casos, el niño va siempre por la parte interior, alejado del posible peligro.
Sigue lloviendo mientras avanzamos por el Hengifossárgljúfur y disfrutamos del espectáculo de piedra con el Lagarfljot a nuestra espalda. Otra subidita más y casi alcanzamos la cascada pequeña.
Llegamos a Litlanesfoss, es preciosa, con su humildad frente a la fama de su hermana, brotando encajonada de las columnas de basalto hexagonales nacidas del enfriamiento de la lava volcánica y tallada por el tiempo, el agua, el viento… es un espectáculo maravilloso. Algunas de las columnas más altas están ligeramente curvadas, señal de que cuando comenzaron a formarse la lava aún estaba en movimiento.
A la gente no parecen importarle las malas condiciones, a nosotros tampoco, pero avanzamos con cierto pesar, la niebla cada vez está más baja. Según habíamos leído desde aquí podría verse ya el inicio de la caída de agua de Hengifoss, pero nada de nada.
Más adelante hay un desvío a la derecha con un mirador hacia la nada, hacia un abismo de niebla. Por el cartel adivinamos que detrás de esta cortina blanca tiene que estar Hengifoss. ¿Ya está? ¿Así nos vamos a ir? Me resisto, no podemos haber llegado hasta aquí para esto. Gracias a las indicaciones de Alejandría en su diario sabía que el camino continuaba, aunque en condiciones más que regulares por un terraplén de arena y grava, que hoy eran una papilla espesa de barro.
Algunas personas seguían adelante por la izquierda, incluso alguna familia con niños de la mano y un pequeño en la mochila portabebé, para atravesar Hengifossárgljúfur. Decidimos intentarlo un poco y al mínimo peligro, para atrás.
Seguimos, entonces, por un camino a la izquierda de piedras y barro, de vez en cuando pasamos un pequeño arroyo por encima de piedras, pero con paciencia y buena voluntad avanzábamos con una desesperanza cada vez mayor... ¡Qué largos se me estaban haciendo los 20 minutitos! Tan pendientes íbamos del suelo y de no resbalar que cuando subimos la cabeza ya no había tanta niebla; igual había desaparecido hacía rato, pero no lo habíamos notado. ¡¡Y ya estábamos viendo Hengifoss !!
Nos quedamos sin habla, una belleza difícil de transmitir, la piedra, los cortes simétricos, esas franjas rojas… ¡Lo habíamos conseguido! Nos acercamos todo lo que pudimos, qué espectáculo, un auténtico regalo.
No solo es la verticalidad del salto que arroja agua a casi 120 metros, la pared con varias capas de estratos rojos y de basalto, los cortes de roca caídos al suelo… el escenario es imponente. Parece increíble que todo esto sea acción de la naturaleza.
Nuestro niño estaba como si le hubiera tocado un premio y nosotros dándole de paso una leccioncita de que hay que intentar las cosas aunque sean difíciles. Cuarto flechazo, este bien profundo. De las grandes cascadas de la isla, estas dos son de mis preferidas.
Ambiciosos nos acercamos un poquito más hasta que el agua del propio río nos pone freno; ahora sí hay que abandonar o nadar.
Desandamos el camino en las mismas condiciones del suelo y con menos niebla, pero con la barbilla muy alta (es un decir, los ojos fijos en la tierra para no resbalar). Apenas reconocemos la estampa que encontramos al girar la cabeza. ¿Por aquí habíamos venido?
¿Y este montículo desde el que ya se veía Hengifoss? Tampoco nos pareció haber pasado por aquí, pero vaya que sí lo hicimos, medio cegados por la niebla.
Y Litlanesfoss se ve mucho mejor ahora. Llevamos casi tres horas aquí; aunque las condiciones no hayan sido las más adecuadas, no nos pareció difícil ni peligroso, sí guarrete por los bajos de los pantalones y las deportivas. Lo repetiría mil veces más.
La niebla parece que nos abandona y de vuelta al punto de inicio hay unas mejores vistas del lago que esta mañana. Podemos seguir hacia los fiordos del este para recorrerlos en día y medio o hacer una parada en otro lugar muy recomendado, el buffet de Klausturkaffi (Fljotsdalsvegur, Skriduklaustur), en el extremo sur del lago. Ya no llegamos al menú del almuerzo, que es hasta las 14.30. Nos merecemos una recompensa, estoy agotada mentalmente después de conseguir nuestra pequeña victoria, así que llegamos al antiguo monasterio de piedra a las 14.40 dispuestos a descubrir el “cake buffet”. Nos resulta muy acogedor, el interior es pequeño, un comedor con una mesa donde están servidos distintos platos y bebidas calientes; nos ponemos alejados, en el corredor que da entrada al restaurante, con ventanales hacia el exterior, donde hay también una zona de mesas.
Nos atienden muy bien, una joven siempre atenta con nosotros. Aunque se anuncie como buffet de tartas, hay un poco de todo, en pequeñas cantidades que van reponiendo; también se pueden pedir platos de la carta.
Comemos como reyes: varias ensaladas frías de atún, gambas, mayonesa, huevo… que nos tomamos de primero junto a un poquito de pan (hay de varios tipos) con mantequilla y unos tomates tipo cherry; un pudding caliente de bacon y puerros que está para morirse… y de postre varias tartas (de queso y frutos rojos, happy married con arándanos, de caramelo) y algo de fruta (ciruelas, uvas, manzanas pequeñas); para la bebida tenemos una pequeña mesa cerca de donde nos sentamos: infusiones, café y chocolate caliente. El local tiene baños con ducha (me llamó la atención) y una sala de juegos con puzzles, muñecos, pizarra, juegos, retirada de la zona de comedor. Un gran acierto nuestra única incursión en un restaurante en Islandia. No me extraña que lo recomiende todo el que pasa por aquí. No nos cobraron por el niño.
Repuestos, volvemos a Egilsstadir para bajar por la 93 a Seyðisfjörður.
Si no quieres entrar en todos los fiordos, puedes seguir desde Egilsstadir por la N1 hasta Reyðarfjörður y seguir bordeando la costa por la circular hasta Höfn; si no quieres bordear la costa, desde Egilsstadir sigues por la 95 y la 939 hasta el paso de Öxi; así conectas de nuevo con la N1 en una hora cerca de Djúpivogur.
Durante el trayecto vemos varias cascadas como Fardagafoss, al principio de la 93, aunque sigue habiendo bastante niebla. Subimos hasta el puerto de Fjardarheidi y a medida que vamos bajando hacia el fiordo, va desapareciendo.
El paisaje nos gusta, altas montañas tapizadas de verde, algunos restos de nieve, caídas de agua y a lo lejos el mar entrando en el pueblo.
Antes de bajar, paramos a la derecha en el monumento de columnas rectangulares a Thorbjörn Arnoddsson, dedicado a transportar viajeros regularmente entre Egilsstadir y el fiordo. Desde aquí habrá una buena vista del pueblo y el fiordo abriéndose al mar que todavía no logramos del todo; cercana está Mulafoss.
Unos metros más adelante paramos para ver la cascada Gufufoss. Son las 17.00 y nos queda tarde por delante.
Dudamos si hacer noche aquí o ir al camping de Mjóifjörður por adelantar algo del día siguiente. Tenemos ganas de tranquilidad, así que le ganamos la partida a la lucha contra el tiempo y decidimos quedarnos.
Dejamos la AC cerca de la curiosa iglesia azul, la Seyðisfjarðarkirkja, y paseamos por este pueblo que nos enamora. Empezamos por la calle que tiene dibujado un arcoiris en el suelo, por la orilla contraria a la iglesia, paralela al lago que ha formado el mar, llamado Fjarðará, y seguimos por la orilla este, por la calle Hafnargata. Es cuanto menos curioso, con sus casitas de distintos estilos, sus colores pasteles, cierto aire artesanal y alternativo. Vemos el ferry que conecta, suponemos, con Dinamarca.
Todo nos llama la atención, la mezcla de estilos, la escuela de música, los grafittis, la reutilización de materiales… Dicen que es el pueblo más bonito de los fiordos del este y, después de pasar por varios, así nos lo pareció. El escenario en el que está también ayuda, con las altas paredes verdes enfrente.
La piscina del pueblo (C/Sudurgata) está enfrente de la escuela y es cubierta. No nos cobran por el niño. Hay una única piscina con cuatro calles, a 24 grados que me parecen helados. Hay varios juguetes para los más pequeños, pelotas, flotadores con distintas formas… La foto está tomada de la web www.sundlaugar.is.
Esto es algo que nos llamó la atención en la isla, los juguetes, las gafas de piscina, los flotadores… están ahí para ser usados y luego devueltos. Además tiene abajo una sauna y dos jacuzzis a 38 y 42 grados. Estamos casi solos, una pareja con un niño y tres chicos españoles con los que coincidimos después en la cocina del camping.
Después de quedarnos casi muertos tras los vapores y aguas calientes, pasamos un rato en un parque infantil enorme que está detrás del edificio de la piscina y de las canchas (no son como aquí, sino un terreno de hierba delimitado por vallas de madera) donde juega un grupo de chiquillos. Son casi las 21.00.
El camping está en un lateral de la iglesia; atiende la recepción un chico español. El ambiente es de gente joven, como nosotros .
MAÑANA BORDEAREMOS LOS FIORDOS DEL ESTE