SUDESTE DE FRANCIA: TOULOUSE Y CARCASSONNE ✏️ Blogs of France

Este verano de 2017, mi gran ilusión era visitar Carcassonne para ver con mis propios ojos la fabulosa fortaleza cátara que tantas veces había nombrado mi querido profesor Barrio en sus clases de Historia Medieval. Esta fue la excusa perfecta para comenzar a preparar el circuito por el sudeste francés.
Volamos desde Alicante con Volotea (vuelo directo) hasta Toulouse el 16 de agosto. La llegada es a la 01:00 de la madrugada, por lo que cogimos un taxi hasta el hotel que nos costó 25 euros después de negociar. Elegí el hotel Mercure Toulouse Centre Wilson Capitole por su céntrica ubicación para recorrer la ciudad cómodamente.




Toulouse, capital de Midi-Pyrénnées, y antigua capital del Languedoc, es una de las ciudades más grandes de Francia, pero nosotros solamente visitaríamos el centro histórico que tiene un tamaño reducido y se puede hacer paseando tranquilamente.
Lo primero, fue dirigirnos al Parque Charles de Gaulle, a la oficina de información y turismo que se encuentra en el interior del Donjon, una magnifica Torre del Homenaje preciosa de contemplar. A sus espaldas se encuentra la Plaza del Capitolio, centro neurálgico de la ciudad, actual sede del Ayuntamiento y del Teatro Nacional. No pudimos acceder al interior porque celebraban algún tipo de reunión institucional y estaba prohibida la entrada aquel día. Paseamos por los bonitos soportales llenos de cafeterías, restaurantes y terrazas llenas de gente tomándose algo, recorrimos algunos puestos a modo de mercadillo en el centro de la plaza, y nos fijamos en los doce signos del zodiaco grabados en el suelo. En este mismo lugar, por la tarde-noche, tuvimos la ocasión de disfrutar de un agradable espectáculo callejero.
Desde aquí, tomamos la rue León Gambetta hasta llegar al Convento de los Jacobinos: sin duda uno de los imprescindibles de Toulouse. Se trata de una construcción en ladrillo rojo (símbolo de la ciudad de Toulouse) de los siglos XIII y XIV, en la que destaca la bóveda de 22 metros de altura, soportada por una columna estrellada de once brazos, conocida como La Palmera. Su interior, prácticamente vacío de decoración, pero lleno de altas columnas y vidrieras alargadas, te impresiona y te hace sentir pequeñito. Desde 1368 la iglesia de los Jacobinos alberga los restos del teólogo y filósofo Tomás de Aquino, el principal representante de la enseñanza escolástica.




A la salida, tomamos la bulliciosa rue du Taur (toro), repleta de terracitas y tiendas. Nos sorprendió una impresionante fachada de ladrillo rojo que pertenece a la iglesia de Notre-Dame du Taur. Al fondo de la calle se llega a San Sernín, extraordinaria basílica, cuya construcción comenzó en el año 1080 sobre una iglesia primitiva del siglo V, levantada en honor a San Saturnino, primer obispo de Toulouse, que fue martirizado en el año 250 por no rendir culto a los dioses romanos, siendo atado a un toro y arrastrado por todo Toulouse hasta su muerte. La ampliación de la iglesia se debe al creciente número de fieles que en aquella época seguían la peregrinación dentro del Camino de Santiago y al culto de las reliquias que albergaba en su interior.




Seguimos callejeando por Toulouse y disfrutando del paseo, observando la variedad de sus casas, de sus pequeñas puertas de colores, de sus balcones… y así llegamos hasta la Basílica de La Dorada, al lado del rio Garona. Su interior es oscuro, destaca una figura de la Virgen Negra vestida con un gran manto blanco, y rodeada de muchas flores, sobre un altar recargado y lleno de colores. Se trata de una imagen muy venerada por los tolosanos. También nos llama la atención las paredes cubiertas de placas de mármol blanco, a modo de exvotos, con inscripciones “MERCI A N. D ... y una fecha”. En adelante, las veríamos en otras iglesias.




Tras una intensa mañana de turisteo, decidimos comer en uno de los restaurantes de la rue Jean Suau, al lado de donde nos encontrábamos, y que anteriormente habíamos visto con muchas terracitas y mucho ambiente. La comida no nos defraudó, y nos gustó muchísimo el detalle de poner una botella de agua y dos vasos, sin necesidad de pedirlo. Este servicio, comprobaríamos, que lo dan en todos los restaurantes franceses de la zona.

Después de comer, seguimos descubriendo las preciosas calles y plazas de la ciudad, y disfrutando de los escaparates y la variedad del pequeño comercio de Toulouse. Vimos algunas tiendas donde exponen distintos objetos en color azul pastel, conocido como el” oro azul”. Este color característico se obtiene de una pequeña planta, gracias a la cual, se enriqueció considerablemente esta zona francesa en la Edad Media.

Nuestra siguiente parada fue en el Hôtel d'Assézat, palacio construido entre 1555 y 1557 de estilo renacentista. Detrás de una monumental puerta de madera se esconde un patio interior, renovado en 1993 donde se ubica una cafetería en la que, sin duda, apetece tomarse algo.
Seguimos paseando y paseando, hasta llegar al Convento y Museo de los Agustinos, visita que recomiendo, donde, además del claustro y la iglesia de estilo gótico, se encuentran expuestas obras de arte de todas las épocas. Entre ellas, una colección de las gárgolas que adornaban el convento y que resulta impresionante verlas de cerca, así como una preciosa y original exhibición de capiteles románicos y góticos.




A continuación, y a toda prisa, temiendo que nos cerraran la entrada, nos dirigimos hacia la catedral de Saint- Etienne. En ella destacan las vidrieras originales del siglo XIV.

Después de todo el día pateando, decidimos ir a descansar al hotel, para luego salir a pasear por la zona del rio, y ver el ambiente tolosano de noche; el picnic a orillas del Garona, y cenar en una terraza en el Parque de la Daurade, donde saboreamos algunas delicatesen francesas.


Pasito a pasito, nos fuimos caminando hasta el hotel para dormir hasta la mañana siguiente, no sin antes, vernos un estupendo partido de Nadal, en la pantalla gigante de nuestra habitación.

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Lo primero que hacemos, el segundo día, es acercarnos al aeropuerto, para recoger el coche de alquiler. Desde aquí, y ayudados por el GPS, nos acercamos a ver el Canal du Midí o Canal del Mediodía, que era una de las cosas que más nos llamaba la atención desde la planificación del viaje. Se trata de una vía navegable de Francia que comunica Toulouse con el mar Mediterráneo. Si unimos este canal con el Canal de Garona, que se extiende desde Toulouse hasta Burdeos, ya tenemos unidos Atlántico y Mediterráneo. La faraónica construcción del canal del Mediodía se realizó entre 1666 y 1681, facilitando el transporte de mercancías al evitar la circunvalación de la Península Ibérica. El Canal pasa por Carcassonne y por Narbona, de manera, que nos acompañó durante todo el viaje.




Nuestro siguiente destino sería Moissac, una pequeña localidad situada a unos 70 km. al noroeste de Toulouse que podríamos visitar en solo una mañana. Aparcamos el coche con facilidad y nos acercamos a la abadía de St. Pierre, razón fundamental de nuestra visita a esta población. En la abadía se mezclan los estilos románico y gótico y es interesante saber que forma parte del Camino de Santiago. Merece la pena una visita al interior de la iglesia con abundantes policromías en vivos colores, así como al sobrio claustro, pero lo más destacable es el tímpano del siglo XII situado en la portada sur. También me quedé fascinada por el cruce de arcos de la entrada que te hacen sentir que entras en una fortaleza medieval.



A la salida, nos dispusimos a tomar algo ligero en uno de los restaurantes de la plaza, donde descansamos y repusimos fuerzas para la ruta de la tarde que nos llevaría hasta Montauban, una villa cuyos orígenes se remontan a 1144. A la llegada, dimos unas cuantas vueltas con el coche, hasta que nos reubicamos en esta nueva localidad. Aparcamos debajo de uno de los puentes en rue de la Mandoune. Aquí subimos en un ascensor acristalado que nos dejaba en la zona alta o centro de la ciudad. Lo primero que vimos fue la fachada del teatro Olympe de Gouges, un homenaje a una importante mujer, feminista, política y filosofa francesa de finales del siglo XVIII, que nació en Montauban, a la que le debemos la redacción de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”. Callejeamos por las calles en dirección a la Plaza Nacional, centro neurálgico e histórico de la villa.


La plaza es realmente bonita, toda en ladrillo rojo, está rodeada de dobles soportales, con arcos sobre gruesas columnas, entre las que se encuentran las terracitas de los restaurantes y cafeterías. Algunos bastante chulos con sofás de estilo chill-out que invitaban a sentarse y tomar algo. Seguimos paseando por las calles, a pesar de que el ambiente era un poco apagado y el comercio no nos resultó demasiado atractivo. Entramos en la catedral y posteriormente nos acercamos a la iglesia de Saint Jacques, de época medieval. Una de las visitas importantes de esta ciudad es el Museo de Ingres, pero a aquellas horas se encontraba cerrado. Caminamos hasta el coche, dimos por concluida la visita a Montauban y nos pusimos rumbo al hotel.

Para estas dos noches, elegimos un hotel a las afueras de Toulouse, el Ibis Toulouse cité de l'espace, que para realizar nuestras excursiones nos parecía muy adecuado. Hicimos el check-in, descansamos un poco, y salimos a cenar por allí cerca, sin demasiadas pretensiones, únicamente con ganas de acostarnos pronto y descansar.

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Nuestro tercer día iba a ser uno de los mejores y más aprovechados del viaje. Pusimos en el GPS dirección a Cordes-sur-Ciel, un pequeño y turístico pueblo a unos 85 kilómetros al norte de Toulouse, clasificado como uno de los pueblos más bellos de Francia. Al llegar, vimos gente concentrada en torno unos puestos o mercadillo artesanal, pero nosotros decidimos aparcar el coche y comenzar a subir a la cima del pueblo lo antes posible para intentar verlo con la menor cantidad de gente posible.


El pueblo es realmente bonito, hay que esforzarse un poco en la subida de calles empedradas, pero vale la pena. A cada minuto ves una foto de un rincón, de una torre, una fachada, una ventana, una cuesta, la plaza, el pozo, una fuente, una puerta… Es el lugar donde más fotos hicimos de todo el viaje. Todo nos parecía precioso, y a cada paso, encontrábamos algo artístico y digno de fotografiar.
Cordes se creó para los negocios, en un cruce de caminos, y lo más destacable en el pueblo es la plaza del mercado o halle. Dicha plaza porticada, se encuentra cubierta, protegida por un gigantesco techo soportado por altas y firmes columnas de madera. A un lado el pozo de 133 metros de profundidad excavado en la roca.


Llama poderosamente la atención, algunos de sus palacios o casonas medievales de gran tamaño y de fachadas lujosamente decoradas, pertenecientes a los ricos comerciantes de la época. Los comercios de artesanía, de comida gourmet y souvenirs en general, están minuciosamente cuidados y son muy agradables de visitar. Nosotros compramos unas latitas de paté y unas muestras de mostazas, para recordar aquel lugar. No podría olvidarme de las exposiciones de algún bohemio artista que se enamoró de la zona y se quedó aquí para siempre, y que se pueden visitar tranquilamente.



Lo cierto es que se nos pasó la mañana recorriendo las callecitas del pueblo y ya se nos echaba encima la hora de comer. Decidimos comer por el camino, dirección a Albi, pero a la salida de Cordes, frente a la gasolinera, vimos un restaurante con una buena terraza soleada, que nos resultó bonito y paramos. Se llama “Billyssimo”, la comida fue muy buena y agradable, es muy recomendable, especialmente un postre típicamente francés llamado “ile flotante”.

Ahora, solo nos quedaba poner rumbo a Albi, ciudad situada a unos 25 km. desde Cordes. Para aparcar el coche, no hay pérdida. Siempre, siempre, lo más cerca de la catedral, y en Albi se ve desde lejos.



Esta gigantesca construcción de ladrillo rojo me ha dejado enamorada completamente. Es impresionante, majestuosa y parece una verdadera fortaleza inexpugnable más que una autentica catedral. No en vano, Albi fue un feudo cátaro, y de ahí tomó el nombre la Cruzada contra los albigenses.



La antigua ciudad de Albi creció en torno a dos fortalezas: el Palacio Berbie, donde ahora se encuentra situado el Museo de Toulouse Lautrec, y la Catedral de Santa Cecilia. El interior de la catedral también es bellísimo. Tiene una sola nave central y conserva todas sus paredes pintadas con dibujos geométricos de diseños maravillosos y vivos colores (muy actuales, parecen creados en nuestros días). En el frontal y a ambos lados del altar mayor sobresale el mural que representa el Juicio Final, profusamente detallado, lleno de demonios y pecadores rodeados del fuego eterno por todas partes, en su perfecta labor de infundir miedo y temor entre sus fieles.


A espaldas de la catedral se encuentra el Palacio Barbie levantado en el siglo XIII. No entramos a visitar la exposición, pero solo mirar el edificio exteriormente resulta maravilloso. También se pueden contemplar los jardines, el puente y las vistas del rio Tarn, que son preciosas y desde donde salen unas fotos estupendas.
A partir de este momento, callejeamos por la ciudad, paseamos por sus tiendas, entramos en la iglesia Collégiale Saint-Salvi y visitamos el claustro más animado que he visto en mi vida; donde tocaba un músico callejero, y las plantas decorativas se mezclaban con las de huerta: las rosas y margaritas unidas con los tomates, los pimientos y girasoles. Desde aquí, caminamos hasta la espalda de la catedral y entre unas calles estrechas pudimos escuchar el ensayo de un futuro concierto que darían por la noche. La visita a Albi terminó con una parada al otro lado del rio para contemplar la ciudad en todo su esplendor.

En menos de una hora llegaríamos a nuestro hotel a descansar un ratito. Esta noche nos despedíamos de Toulouse y queríamos cenar en la zona del rio Garona, para disfrutar, de nuevo, de su animado ambiente.

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