Temprano, puntuales, nos reunimos en el Sinnouk con la manager del barco que sería nuestra casa durante tres días, el Vat Phou. Miriam es francesa, pero de madre española y estaba encantada de practicar el idioma.
En el barco nos reuniríamos tan solo ocho pasajeros. Todo un lujo, ya que el barco esta pensado para casi treinta.
Nuestra preciosa casa flotante
Lo primero que hicimos al llegar al Vat Phou fue descalzarnos. Las sandalias, sucias y llenas de barro, no entran en el barco, de madera reluciente. Se dejan abajo, en un mueblecito al llegar y te las pones justo antes de salir El resto del tiempo… ¡descalzos!
Las cabinas eran pequeñas, pero bonitas y con todo lo necesario, incluída una ducha.
El aire acondicionado solo funciona de 6 de la tarde a 6 de la mañana, pero era suficiente. Durante el día estás en cubierta, viendo pasar el Mekong o de excursión.
La comida en el barco, exquisita Allí probé por primera vez el sticky rice y el laab, mis platos laosianos favoritos. Por las tardes nos solían recibir con un batido de frutas y, antes de cenar o durante la cena mismo, la beer Lao fresquita habitual.
Al mediodía, las comidas se hacían en cubierta. Por las noches, en el comedor con aire acondicionado, abajo.
El barco navega solo de día, de noche queda atracado. La navegación en sí misma ya es un atractivo (a mi se me hizo corto, yo le pondría un día más), pero además visitas sitios preciosos.
Uno de los ferrys que cruzan el Mekong
La primera tarde se visitan las ruinas de Champasak. Son del mismo estilo de Angkor, aunque, claro, no tan grandiosas. He leído por ahí que si has dio a Angkor, Champasak no vale la pena, pero yo creo que sí. No son tan espectaculares, pero el paisaje es bonito y los restos interesantes. Casi muero de calor, pero que se le va a hacer.
A que parece fresquito??
De vuelta al barco, antes de cenar, dimos una vuelta por el pueblo cerca del que habíamos atracado. De ese paseo y algún otro del día siguiente guardo algunos de los mejores recuerdos del viaje y también de los más tristes. Miriam nos explicaba que aquella zona de Laos está tan olvidada que ni siquiera llegan las ONGs. Los pueblos no tienen médico, por supuesto. Algunos tienen colegio, pero no todos. Algunos niños no tienen apenas ropa con que vestirse. Pero lo que todos, todos (pequeños y grandes) sí que tienen es una sonrisa para el visitante.
En el barco nos reuniríamos tan solo ocho pasajeros. Todo un lujo, ya que el barco esta pensado para casi treinta.
Nuestra preciosa casa flotante
Lo primero que hicimos al llegar al Vat Phou fue descalzarnos. Las sandalias, sucias y llenas de barro, no entran en el barco, de madera reluciente. Se dejan abajo, en un mueblecito al llegar y te las pones justo antes de salir El resto del tiempo… ¡descalzos!
Las cabinas eran pequeñas, pero bonitas y con todo lo necesario, incluída una ducha.
El aire acondicionado solo funciona de 6 de la tarde a 6 de la mañana, pero era suficiente. Durante el día estás en cubierta, viendo pasar el Mekong o de excursión.
La comida en el barco, exquisita Allí probé por primera vez el sticky rice y el laab, mis platos laosianos favoritos. Por las tardes nos solían recibir con un batido de frutas y, antes de cenar o durante la cena mismo, la beer Lao fresquita habitual.
Al mediodía, las comidas se hacían en cubierta. Por las noches, en el comedor con aire acondicionado, abajo.
El barco navega solo de día, de noche queda atracado. La navegación en sí misma ya es un atractivo (a mi se me hizo corto, yo le pondría un día más), pero además visitas sitios preciosos.
Uno de los ferrys que cruzan el Mekong
La primera tarde se visitan las ruinas de Champasak. Son del mismo estilo de Angkor, aunque, claro, no tan grandiosas. He leído por ahí que si has dio a Angkor, Champasak no vale la pena, pero yo creo que sí. No son tan espectaculares, pero el paisaje es bonito y los restos interesantes. Casi muero de calor, pero que se le va a hacer.
A que parece fresquito??
De vuelta al barco, antes de cenar, dimos una vuelta por el pueblo cerca del que habíamos atracado. De ese paseo y algún otro del día siguiente guardo algunos de los mejores recuerdos del viaje y también de los más tristes. Miriam nos explicaba que aquella zona de Laos está tan olvidada que ni siquiera llegan las ONGs. Los pueblos no tienen médico, por supuesto. Algunos tienen colegio, pero no todos. Algunos niños no tienen apenas ropa con que vestirse. Pero lo que todos, todos (pequeños y grandes) sí que tienen es una sonrisa para el visitante.