![]() ![]() Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016 ✏️ Blogs de Canada
Relato de un viaje circular por Seattle, Vancouver, parques de las Rocosas de Canadá y Glacier National Park en los meses de agosto y septiembre de 2016.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (29 Votos) Índice del Diario: Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016
01: Introducción
02: Día 00: de Palma a Madrid
03: Día 0: De Madrid a Seattle con escala en Chicago
04: Día 1: Seattle
05: Día 2: Cruzando a Canadá, North Vancouver y Stanley Park.
06: Día 3: Vancouver: Capilano Suspension Bridge, Lynn Canyon y Grouse Mountain
07: Día 4: Wells Gray Provincial Park y sus Moul Falls
08: Día 5: Wells Gray: Helmcken Falls, Dawson Falls y pasando por Mount Robson
09: Día 6: Jasper: Patricia, Pyramid, Maligne, Medicine... y Robson otra vez
10: Día 7: Jasper: Patricia, Pyramid, Angel Glacier, Valley of the Five Lake y SkyTr
11: Día 8: Icefields Parkway: Athabasca Falls, Tangle Creek Falls y Parker Ridge
12: Día 9: Athabasca Glacier, Waterfowl Lakes, Field y Golden
13: Día 10: Lake Louise y el Plain of Six Glaciers
14: Día 11: Lake O'Hara & Oesa, Peyto Lake y Takakkaw Falls
15: Día 12: Emerald y Moraine Lake, ¿cómo elegir?
16: Día 13: La fallida excursión de Sunshine Meadows.
17: Día 14: Johnston Canyon, Vermilion Lakes y un baño caliente
18: Día 15: Tunnel Mountain, Minnewanka Lake y rumbo a Nanton
19: Día 16: Waterton Lakes y sus Bertha Falls
20: Día 17: Osos y jorobas en Waterton Lakes
21: Día 18: Llegamos a Glacier National Park... bajo la lluvia
22: Día 19: El impresionante Grinnell Glacier Trail
23: Día 20: Hidden Lake Overlook
24: Día 21: Regreso a Washington desde Montana
25: Día 22: Día de compras
26: Día 23: Gas Works Park, descanso en Londres y a casa que ya es hora
27: Presupuesto
28: Vídeos
29: Making of
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Etapas 13 a 15, total 29
3 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 10 Ocurre en todos los viajes. Ya sean de cinco o de casi treinta días, siempre hay etapas que según se van preparando, investigando y planificando quedan marcadas en el calendario con un color especial. Esta no iba a ser una excepción, y entre las decenas de excursiones que planeábamos hacer esperábamos con especial ilusión el largo recorrido que nace y muere en las orillas de Lake Louise, en el Parque Nacional de Banff. Pero todavía no sabemos si hoy iba a ser el día. La inestable meteorología en esta zona de Alberta hace complicado saber cuál de los tres días que pasamos en ella es el más adecuado para una actividad que nos va a mantener en exteriores un mínimo de ocho horas. Otros planes menos flexibles en nuestra agenda limitan las opciones al sábado que nos ocupa o el lunes siguiente, y lo primero que hacemos cuando despertamos a las siete tras la mejor noche de sueño –¡más de nueve horas!- hasta la fecha es consultar la previsión del tiempo. Debemos elegir en quién confiar más. Si hacemos caso al Weather Channel el riesgo de encontrarnos tormentas a nuestra llegada a Lake Louise es muy elevado, con previsión de cielos totalmente cubiertos, lluvia a intervalos intermitentes y, lo que más nos preocupa, vientos que en ningún momento bajan de los 15 kilómetros por hora. Pero si recurrimos al servicio meteorológico canadiense tenemos motivos para mantener la esperanza, con probabilidad de lluvia muy baja y ventanas de dos o tres horas en las que el sol puede aparecer entre las nubes. Por interés y por las ganas que tenemos de echarnos a la carretera, está claro con quien nos casamos hoy. Son las 9:00 cuando, tras recorrer los alrededor de 30 kilómetros que separan Field de Lake Louise y dejar atrás a nuestra izquierda otro de esos kilométricos trenes, llegamos al aparcamiento de la zona recreativa. Por ahora las sensaciones son muy buenas, ya que se cumple esa previsión de que el sol se dejaría entrever por algunas ventanas que se abren entre las nubes. Eso sí, hoy los ocho grados centígrados que marca el coche se hacen notar y debemos recurrir a la estrategia de vestir varias capas para estar preparados ante cualquier variación en temperatura durante el día. ![]() Descubriendo el frío en el aparcamiento de Lake Louise Pongámonos en contexto. Lake Louise es muchas cosas. Por una parte, es un pueblo situado ya dentro de los límites del Banff National Park. Por otro lado, es un lago glaciar situado a cinco kilómetros d ese mismo pueblo. Por último, suele usarse también como denominación para toda la zona que comprende dicho lago y sus alrededores, visitables gracias a múltiples senderos de mayor o menor dificultad que nacen desde el mismo punto de partida: el amplio aparcamiento junto al Fairmont Chateau Lake Louise, un hotel de cuatro estrellas situado estratégicamente en la orilla noreste del lago. Por lo que respecta a nosotros nos interesa el recorrido que va desde el lago hasta el Plain of the Six Glaciers, un mirador elevado que, como cuyo nombre indica, permite contemplar balcones a hasta seis glaciares gracias a una panorámica de 360 grados, aunque el retroceso de estos en los últimos años ha hecho que solo tres o cuatro sean fácilmente distinguibles. Esa ruta es nuestro principal objetivo, si bien no descartamos ampliarlo en el camino de vuelta con desvíos a los lagos de Lake Agnes y Mirror Lake, siempre que el temporal y la forma física lo permita. Incluso, y esto ya supondría la guinda, podría presentarse ante nosotros la posibilidad de subir a lo más alto del Big Beehive, una colina situada convenientemente entre los lagos Louise y Agnes premiando al que la ascienda con vistas de infarto a las aguas azul turquesa del primero. La excursión, en caso de hacerla completa, nos llevará algo más de 20 kilómetros a lo largo de los cuales tendremos variaciones constantes de altura con pendientes de mayor o menor inclinación. Bien, pues ya estamos en Lake Louise. Concretamente en ese aparcamiento que a las 9:00 empieza a recibir coches como si no hubiera un mañana ante la atenta mirada de la fachada del hotel Fairmont, que en comparación con el resto del escenario resulta sumamente feo. Según alcanzamos la orilla del lago el alboroto es ya notable, con mucha gente por los alrededores y las primeras canoas de alquiler saliendo del embarcadero. Este paseo, totalmente llano y apto para todos los públicos, representa los dos primeros kilómetros de nuestro exigente plan y nos brinda ya algunas vistas a esa meta que queda frente a nosotros, por ahora parcialmente escondida tras las nubes. La falta de luz solar que ilumine su superfície nos priva por el momento del característico e intenso color turquesa de las aguas de Lake Louise. ![]() Lake Louise bajo la primera luz del día ![]() Colores llamativos, pero no los mejores que puede tener El paseo llano se torna algo más irregular y comienza a ganar pendiente cuando alcanzamos el extremo opuesto del lago. Una amplia orilla fruto del bajo nivel del agua acoge ya las primeras barcas que han recorrido la superficie de lado a lado. Varios de los vecinos de paseo que hemos tenido en estos primeros metros empiezan a dar la vuelta ya que su día no prevé demasiados excesos. Nosotros seguimos adelante rodeados todavía de mucha compañía, y un pequeño puente de madera sobre lo que parece una ciénaga de colores grises nos lleva hasta un bosque donde el terreno empieza a ganar altura a mayor velocidad. Pasamos de largo el desvío que a mano derecha nos llevaría directamente a hasta los 2.135 metros de altitud de Lake Agnes, 400 metros por encima de la altura en la que comenzamos la excursión. El Big Beehive solo es visible a nuestra derecha durante unos breves segundos antes de volver a esconderse tras las nubes. ![]() El lago obliga a pararse cada pocos metros ![]() Seguimos la ruta hasta la orilla opuesta ![]() Los primeros marineros del día ![]() La otra orilla, con el Chateau al fondo ![]() Un atractivo río para despedirnos del lago Según vamos recortando distancia con el Plain of the Six Glacier y el principal y más grande de los glaciares presentes se hace más y más grande en el horizonte, nacen cuestas más empinadas de las que conviene tomarse con calma para no llegar a la meta exhaustos. Nos cruzamos con gente acompañada de sus perros y nos adelanta un grupo de turistas a lomos de caballos. Tenemos que ir esquivando “regalos” ecuestres en aquellos tramos de camino que debemos compartir con ellos. ![]() Las apabullantes cimas que nos rodean ![]() Una ínfima parte de paisaje que atravesamos ![]() Omitimos mostrar sus regalos para evitar herir sensibilidades ![]() Victoria Glacier, cada vez más cerca Nos situamos ya a un solo kilómetro de la “Plain of the Six Glacier Tea House”, la casa de té que hace las veces de punto de avituallamiento para los visitantes que llegan hasta aquí. Estos últimos 1.000 metros nos cogen desprevenidos con una pronunciada cuesta atestada de grandes rocas y raíces de árboles que nos obligan a estar muy concentrados en dónde pisamos. Las fuerzas flaquean por primera vez en lo que va de día, pero con mucha paciencia y tras superar un último tramo que gana altura a pasos agigantados gracias a un recorrido en zig-zag, alcanzamos la Tea House. Las “Tea House”, típicas en todo el territorio de la Commonwealth y especialmente en Canadá debido a su frío clima, son locales –o edificaciones enteras, como este caso- que ofrecen un punto de parada y descanso en el que disfrutar de un té caliente. En el caso de la zona recreativa de Lake Louise, dos de sus principales puntos de parada vienen acompañados de una casa de té en forma de coqueta cabaña de madera en la que los excursionistas “pican” y se toman un té con pastas por nueve dólares o pasan directamente a los menús completos por más de 24. A nosotros no nos despierta mayor interés que verla desde fuera y enseguida damos media vuelta para sentarnos, sin tener que pagar por ello, en uno de los bancos de madera habilitados alrededor de la casa. Desde aquí podemos ver el final de nuestro recorrido todavía a 1,4 kilómetros de distancia. Distancia que nos llevará al verdadero mirador de los seis glaciares. Quizás sea por lo cercano de la meta o quizás porque las nubes son ahora más benevolentes, pero parece que los distintos glaciares y cimas son ahora más perceptibles que cuando iniciamos la excursión. ![]() Lake Louise, cada vez más lejos ![]() La Plain of the Six Glaciers Tea House ![]() Un detalle de la casa de té ![]() La buena señalización de todo el área de Lake Louise Comparado con lo recorrido hasta ahora este último esfuerzo hasta el mirador no supone ningún reto. Solo los últimos metros remontan un poco para alcanzar la altura definitiva desde la que poder otear el paisaje, pero lo que más llama la atención es la cantidad de gente presente. El estrecho camino, de apenas medio metro de amplitud, nos obliga a unos y otros a hacernos a un lado para dejar pasar a los excursionistas que llegan en dirección contraria. En nuestro caso la cantidad de gente con la que nos cruzamos y la nula presencia de excursionistas en nuestro mismo sentido es tal que comenzamos a creer que tendremos el mirador para nosotros solos. Y así es. Hay momentos en los que las palabras se quedan cortas y describir el altiplano del Plain of the Six Glacier es uno de ellos. Cuesta encontrar el modo de explicar lo que los sentidos perciben en un paraje en el que, a lo largo de los 360 grados de tu campo de visión, no sabes decidir hacia dónde mirar porque no hay un solo rincón que luzca menos que los demás. Una muy tímida nieve empieza a caer sobre nosotros mientras no paramos de maravillarnos ante las vistas. Mira ese bloque de hielo de allí. Mira esa puntiaguda cima de allá. Mira ese eterno pedregal hacia allí. Mira… podríamos estar así hasta el fin de los días. Aún quedando todavía mucho por visitar, lo que se extiende a nuestro alrededor justifica holgadamente la actividad de hoy. ![]() Ya casi, ya casi... ![]() Plain of the Six Glaciers... sin palabras Llega el momento de comernos uno de los bocadillos de tortilla -con tomate y cebolla, la duda ofende- más lejano del hogar hasta la fecha. No es hasta llenar el estómago cuando, mientras L continúa descansando en el altiplano que hace las veces de mirador oficial, yo me empeño en completar el extra de 300 metros más que lleva hasta literalmente la última piedra que puede pisarse sin caer por un acantilado. Y aunque no me juegue la vida sí que me juego el aliento ya que los 45 grados de pendiente del último tramo, ese que transcurre sobre pequeña grava que hace extremar la precaución en cada paso ante el riesgo de un resbalón, me obliga a entregar mis últimas reservas de energía. Pero a cabezón no me gana nadie y ahí tengo las dos mayores lenguas glaciares del lugar a apenas… ¿100, 200 metros? Y el cielo empieza a abrirse para dejarme ver toda la negra pared sobre la que el hielo se agarra resistiéndose a caer definitivamente. Guau. ![]() Uno de esos puntos es L ![]() La empinada subida del último tramo... ![]() ... que, sin embargo, merece la pena Regreso al altiplano, donde nos queda completar la agenda con nuestra sesión de fotos familiar. La presencia de Pato causa furor para una pareja procedente de Montana que desde el instante cero se muestran dignos de pertenecer a su club de fans. Procediendo del estado que aloja el Glacier National Park es inevitable comentarles que nos dirigimos hacia allí, a lo que responden que vamos a disfrutar muchísimo ya que Glacier es extremadamente similar a lo que estamos contemplando en estos momentos. Cuando ya nos disponemos a coger nuestras mochilas e iniciar el camino de vuelta, la planicie nos depara una última sorpresa. El cielo se abre y por primera vez podemos ver el hielo de los glaciares brillando por el sol, con alguna de sus cimas fusionándose con el intenso azul del cielo. Ante nuestra inminente partida, los Six Glaciers parecen querer retenernos a toda costa. ![]() Él no podía faltar, y menos ahora que tiene fans ![]() Difícil elegir cuando marcharse ![]() Las nubes se concentran provocando que empiece a nevar ![]() Y finalmente, iniciamos el regreso Alcanzamos de nuevo la casa de té a las 14:22. Muchísimo más concurrida que a nuestro paso previo por ella el alboroto es importante, obligándonos a alejarnos varias decenas de metros para poder disfrutar de un relativo silencio. Tras una breve pausa continuamos el viaje de vuelta con vistas ahora hacia Lake Louise, intermitentemente iluminado en la distancia y exhibiendo por primera vez el irreal color turquesa de sus aguas. Con un ritmo mucho más ligero que a la ida gracias a la pendiente negativa, hemos desecho ya 2,7 kilómetros desde Plain of the Six Glacier y se nos presenta el desvío que en 1,9 kilómetros de subida nos llevará hasta Lake Agnes. Si quisiéramos conformarnos con lo hecho hasta ahora y siguiéramos rectos todavía nos esperarían cinco kilómetros por terreno conocido hasta regresar al aparcamiento. Cogemos aire, pedimos a las piernas que nos fallen y nos lanzamos a por ello. Estamos más cerca de finalizar la excursión haciendo pleno. ![]() Lake Louise vuelve a crecer ligeramente en el horizonte ![]() Izquierda para Lake Agnes, derecha para Lake Louise El sendero, ascendente desde bien temprano, se adentra enseguida en un bosque y vuelve a exigirnos concentración para no tropezar con las gruesas raíces que crecen emergen por todas partes. Cuando la densa vegetación a mano derecha lo permite podemos ver como la diferencia de altura con el camino de vuelta hasta Lake Louise crece y crece, confirmándonos que estamos ganando metros a cada paso que damos. Las sombras provistas por árboles y que el sol vuelva a nublarse intermitentemente se agradece para aliviar el esfuerzo. ![]() Comenzamos el desvío Llega el momento de una importante decisión. Un nuevo desvío señalizado aparece ante nosotros. Siguiendo recto, Lake Agnes espera a 1,3 kilómetros. Pero a mano izquierda y dejando ver ya una fortísima cuesta que anuncia que no va a ser fácil, 2,3 kilómetros llevarían al mismo lago pero con una parada intermedia en… redobles, emoción, sonido de platillos: Big Beehive. Solo necesitamos cruzar una mirada para saber lo que pasa: L, y hace bien, no se plantea ni por un segundo subir hasta los 2.270 metros de altura que suponen la colina. Yo… maldita sea, yo ya estoy aquí. Y me va a costar, pero sé que puedo hacerlo. No hay motivos para discutir. Somos adultos, somos responsables, y hay bastante gente recorriendo los senderos como para tener miedo a hacer un tramo en solitario. Decidimos separarnos y acordar que, si a las 18:00 no nos hemos encontrado en la casa de té de Lake Agnes, nos dirigiremos cada uno por nuestra cuenta hacia el aparcamiento para reencontrarnos allí. L se marcha continuando con la moderada subida directa a Lake Agnes. Yo giro a la izquierda y empiezo a morir lentamente. Son las 15:55. ...silencio... ...más silencio... ...sonido de fuerte respiración... La madre que parió al Big Beehive y todos sus ancestros. Estaba mentalizado para un esfuerzo de los grandes, pero esto se ha ido de madre. Un kilómetro. Un puñetero kilómetro de subida sin descanso por una pendiente más cercana a los 45 que a los 30 grados de inclinación. Y con las raíces, las malditas raíces de varios centímetros de grosor ante las cuales más vale ir con la mirada atenta si no quiero acabar de bruces en el duro suelo. Y las rectas. Interminables rectas tras cada giro de 180 grados que evaporan tus esperanzas de que “esta será la última”. Tengo que parar varias veces a coger aire ya que la intención de caminar ligero para no hacer esperar a L más de la cuenta no ayuda a dosificar las fuerzas. Pero a las 16:20, 25 minutos después de habernos separado, alcanzo la señal que indica que solo estoy a 300 metros del “Big Beehive Lookout”. Vale, esto debería ser fácil. ![]() Ese sonido soy yo muriéndome ![]() La ansiada señal de los últimos 300 metros Y sería fácil si acabase de levantarme de la cama y estuviera como una rosa, pero los 300 metros de grandes bloques de piedra que ir superando no son poca cosa con lo que llevo acumulado en las piernas. Pero lo alcanzo. Alcanzo el pequeño refugio para resguardarse de las tormentas, y miro hacia la derecha y… venga ya, no es justo. Ahí está Lake Louise. Su azul está brillando. Pero hay una infinidad de árboles entre él y yo que me privan de una vista despejada. No me queda más remedio que seguir hacia delante, donde la colina empieza a descender. Bajar no es un problema, pero sé que cada metro en esa dirección será un metro que remontar después. Pero ya no puedo dar media vuelta, y continúo varios metros. Y por fin. Los árboles se espacian entre ellos y consigo una vista despejada que otra vez hace insuficientes las palabras. A 500 metros bajo mis pies los dos kilómetros y medio de largo de Lake Louise emiten un azul turquesa radioactivo, consecuencia del polvo de roca que arrastra el glaciar que le abastace de agua. En su extremo más lejano el imponente hotel Fairmont parece ahora insignificante. Un poco más cerca de mi posición puedo ver un muy modesto en comparación Mirror Lake. Pero todavía queda más. Empieza a nevar, y esta vez no es la tímida nieve que nos ha sorprendido esta mañana. Durante cinco largos minutos nieva con fuerza y espero que en cualquier momento aparezca Macaulay Culkin con un jersey con renos bordados. Y el remate final: un arcoíris… no, un doble arcoíris aparece más allá del lago. Le perdono al Big Beehive las pendientes, las raíces, las piedras del final, el descenso adicional. Lo único que no le perdono es haberlo puesto tan difícil que L no haya podido ser físicamente capaz de ver este espectáculo. Es mi deber retratarlo de todos los modos imaginables para conseguir transmitirle la experiencia. ![]() Big Beehive. Sí, guau. ![]() El ahora diminuto sendero de vuelta a Lake Louise ![]() Y por si era poco, ahora un arco iris ![]() Cuidado... cuidado... Tras unos 20 minutos boquiabierto comienzo la operación “conseguir que L no me dé por desaparecido”. Recupero la altura perdida y me encuentro en el refugio para tormentas a cinco estadounidenses pasándose un canuto de marihuana. Allá cada cual con lo que se fume, pero no me parece la decisión más sabia colocarse cuando te espera un descenso sobre piedras de varios cientos de metros. Cojo el giro a la derecha que inicia el kilómetro de descenso hasta Lake Agnes y enseguida lo veo desde las alturas. El camino entre Lake Agnes y el Big Beehive parece estar en mejor estado que el que yo he tomado, aunque la altura de inicio a fin es la misma y ahí radica su mayor dificultad. Alcanzo la orilla de Agnes y no puedo evitar hacer esperar a L otros diez minutos a cambio de más fotos. Ahora sí, el esfuerzo final de recorrer un lateral de Lake Agnes lo realizo prácticamente corriendo, con excursionistas abriéndome paso esporádicamente. Me encuentro a L sentada sobre un árbol mirando al horizonte del lago. Son las 17:15. Misión cumplida. ![]() La subida a Big Beehive, ahora desde Lake Agnes ![]() Lake Agnes tras el descenso L lleva aquí desde las 16:30 y ha tenido ocasión de verme bajar y atravesar un pedregal que desde aquí parece imposible de atravesar. Su periplo hasta Lake Agnes tampoco ha sido precisamente un paseo: resulta que los últimos 400 metros escondían el mayor desnivel y ha tenido que sacar fuerzas de donde no sabía que las tenía para alcanzar la casa de té. No puedo sentirme más orgulloso de ella. La mejora de su forma física en cada viaje ha sido exponencial y en esta aventura canadiense, entre lo que me mostró en Parker Ridge y lo que ha hecho hoy, ha alcanzado un nuevo techo. ![]() Tea House de Lake Agnes Miro desde aquí cuán lejos queda la cima del odiado y amado a partes iguales Big Beehive. Tras de mí se levanta el muy modesto Little Beehive, pero ya puede irse olvidando de mí. He hecho pleno de todo lo que tenía en mi agenda y con eso ya me siento tremendamente satisfecho. Nos levantamos y, juntos de nuevo, iniciamos el descenso desde Lake Agnes hasta Lake Louise. Y vaya descenso. Soy testigo de esos 400 metros que L me narraba y no quepo en mi asombro por lo bien que los ha aguantado en subida. Una vez superados nos quedan unos largos, monótonos pero muy agradables dos kilómetros hasta que nuestros pies vuelven a estar a la misma altura que Lake Louise. ![]() Mirror Lake y el Big Beehive detrás ![]() De Lake Agnes a Lake Louise A diferencia de esta mañana el color turquesa del lago ahora sí puede distinguirse desde la propia orilla. Rodeados de montones de gente paseando y con poco aspecto de haberse dado una paliza como la nuestra, añadimos más fotografías a unas tarjetas de memoria que van a acabar la jornada más llenas que nunca. Son las 19:00 cuando morimos al sentarnos en el coche, diez horas después de haber salido al exterior. ![]() Lake Louise, nueve horas después ![]() Normal que las vistas desde el Big Beehive fueran tan buenas... ![]() El Victoria Glacier, de nuevo en la distancia Aprovechamos la cercanía con el pueblo de Lake Louise para hacer una parada rápida en el “Village Market”. Literalmente, nos gastamos 18 dólares en queso rallado, cereales y 100 gramos de snack oriental. Solo nos queda conducir los casi 30 kilómetros de regreso a Field y abandonar de nuevo la provincia de Alberta para reentrar en la Columbia Británica. Aunque nos lo planteásemos durante el mediodía la hora que es hace imposible una última parada para tachar más cosas de la agenda. Habrá que esperar para ello a las dos siguientes tardes, previsiblemente menos apretadas y con las piernas más descansadas que en estos momentos. Llegamos a casa tras superar una fuerte tormenta en el camino entre Lake Louise y Field, acompañados de música a todo volumen en el coche –Uptown Funk, volvemos a encontrarnos- para no venirnos abajo. Meter los pies en la bañera a las 20:00 es un alivio como pocas veces he sentido. Mi pulsera de actividad dice que he recorrido 26 kilómetros. Tras volver de entre los muertos vida, es hora de optimizar el tiempo que nos queda antes de caer rendidos en la cama. Preparamos algunas comidas para días futuros, cenamos y vemos un capítulo de Masterchef USA. Comparar quién abandona el concurso y quién se queda nos sugiere que deberíamos dejar de ver un reality tan descaradamente guionizado. La conexión a Internet de la Mount Stephen Guesthouse no va demasiado bien esta noche, así que tras subir una complicada selección -¡cómo elegir!- de los mejores momentos del día renunciamos a seguir navegando por Internet. Son las 22:00 y tengo toda una etapa memorable por escribir, pero esta vez voy a hacer la excepción y dejarlo para la mañana siguiente. Lo que necesitamos ahora mismo es dormir en el cómodo y silencioso dormitorio, y ya habrá tiempo de robarle una hora al amanecer para poner el diario de viaje al día. Mañana nuestra agenda no acepta improvisación alguna. A las 8:30 nos espera un autobús lanzadera que nos llevará a, si el tiempo lo permite, otro de los puntos destacados del calendario. Lake O’Hara asoma en el horizonte. Etapas 13 a 15, total 29
4 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 11 Arranca nuestro segundo día en Field, a pocos kilómetros de la frontera entre las provincias de la Columbia Británica y Alberta y manteniendo, supongo que por conveniencia, la zona horaria MDT que manda en las Montañas Rocosas. Nuestro sótano independiente en la Mount Stephen Guesthouse nos gusta más y más a cada hora que pasa. Acogedor, cálido, completísimo. El único aspecto que podría mejorar sería una conexión a Internet cuyo ancho de banda y microcortes no nos desesperaran cuando más la necesitamos. Hoy toca madrugar más de lo habitual. La agotadora etapa de ayer nos dejó cuerpo y mente agotados de tal forma que era imposible dedicar la típica larga hora de cada noche a escribir la etapa del diario, así que algo antes de las seis de la mañana ya estoy aporreando el teclado en el escandalosamente cómodo sillón del salón bajo una suave y acogedora manta. Cuando dan las siete de la mañana el diario ya vuelve a estar al día, justo a tiempo para desayunar antes de que a las 7:45 salgamos por la puerta. Los planes de hoy no admitían modificaciones. Pese a planear pasar tres días en Field con el margen que ellos nos permite a la hora de encajar las diferentes actividades según la meteorología o el tiempo disponible, para hoy teníamos claro cuáles eran los planes desde hace muchos meses. Una de las estrellas para nosotros en Yoho National Park es la visita a la zona de Lake O’Hara y esta presenta una problemática: el acceso está tan estrictamente restringido que solo puede alcanzarse a pie –tras unos exigentes 22 kilómetros- o a través de un autobús lanzadera cuyas plazas diarias a la venta por Internet se agotan a los pocos minutos de publicarse con cinco meses de antelación. Permitidme una breve pausa en el relato del viaje para explicar cómo conseguimos ser los afortunados poseedores de dos pasajes para la lanzadera. L, que en otra vida debió ser la persona más eficiente del mundo, dispuso todo para tener el proceso de compra online lo más avanzado posible ese mediodia de abril en el que estaba anunciado que se abriría la veda. El usuario para la web, ya creado y con la sesión iniciada. La pestaña del navegador situada en el paso más lejano posible al que se podía llegar antes de la hora señalada, con el cursor del ratón sobre el botón de “Continuar” que hasta ese momento devolvía un mensaje de "El proceso está cerrado, vuelve a intentarlo más tarde”. Y aun así, no fue fácil. A los pocos segundos de cumplirse el plazo según el horario MDT, el mensaje desaparecía y comenzaba un flujo que requiere demasiados formularios que ir superando, con lentas transiciones entre ellos por la saturación del sistema. Tras el último paso la web pareció haberse quedado colgada pero el cargo en la cuenta corriente ya estaba aplicado. Cuando unos minutos después la web volvió a la vida, pudimos acceder al área personal de nuestra cuenta y ver que allí estaban, confirmados y con un número de reserva como prueba: nuestros billetes al protegido espacio de Lake O’Hara. Más información sobre el procedimiento de reserva aquí. Nuestro autobús sale a las 8:30, se exige estar presente 20 minutos antes de la salida y estamos a unos 15 minutos del punto de partida, así que como decía a las 7:45 nos ponemos en marcha. Y la tragedia más tonta está a punto de ocurrir cuando damos los primeros pasos. Los tres escalones de la entrada a casa, empapados por la lluvia de la noche, no se llevan bien con la suela de mis botas y salgo disparado tras pisar el segundo escalón. Caigo a plomo, con la suerte –o el puro instinto- de mantener la vertical para evitar que la cabeza salga disparada hacia atrás. La parte baja de la espalda se lleva la mayor parte del golpe, que afortunadamente coincide más con el plano del escalón que con su esquina, pero cualquier cosa podría haber ocurrido. Si la espalda llega a dar con el borde del escalón, adiós. Si la cabeza llega a ir hacia atrás… adiós de verdad. Me quedo blanco durante un minuto por el susto pero de nada sirve preocuparse por el "¿Y sí...?”. Seguimos adelante con la promesa de cuidar vigilar dónde piso más allá de durante las excursiones. La previsión meteorológica es de nubes sin lluvia hasta las 14:00, un escenario que de cumplirse ya nos bastaría para nuestro propósito. Por ahora, según avanzamos esos 15 kilómetros hacia el punto de salida de la lanzadera, parece que así es. Nos recibe un aparcamiento mucho más abarrotado de lo que esperábamos, probablemente debido a la cantidad de coches perteneciente a visitantes que han accedido al lago en días pasados y están pernoctando en uno de los refugios –cuyas plazas tampoco es sencillo conseguir- disponibles en el lugar. No nos cuesta localizar el punto exacto de salida, donde dos viejos autobuses escolares ahora reconvertidos en transporte turístico están esperando junto a una empleada que confirma los datos de los que intentan subir a él. Antes de ponernos en marcha una segunda empleada que exhuma disciplina nos cuenta el guión que debe haber explicado cientos de veces con el objetivo de hacernos sentir especiales: entre otras cosas, nos recalca el hecho de que solo el 1% de la gente que intenta acceder a Lake O’Hara finalmente lo consigue por las fuertes restricciones, insiste en que seamos extremadamente respetuosos con los caminos habilitados para no interferir en la fauna y flora y que, sobre todo, no escatimemos en momentos de pausa en los que respirar hondo, escuchar el silencio y disfrutar de la experiencia. Dicho esto, el que será nuestro conductor toma el relevo y procede a repartir las fichas verdes que nos servirán para ser admitidos en uno de los autobuses de vuelta. La temperatura es de menos de 10 grados y el destartalado autobús no activará la calefacción hasta que arranque el motor, así que recibimos con alegría el momento en el que se cierran las puertas y echamos a rodar, adelantando ya a los primeros senderistas que afrontan los largos 22 kilómetros a pie de la única alternativa al autobús. ![]() Nuestro transporte hasta Lake O'hara ![]() La ficha que nos garantiza una plaza para volver ![]() Dos valientes senderistas comenzando la travesía a pie El trayecto se hace mucho más corto de lo que esperábamos, y es entretenido por lo bacheado del terreno y la dura suspensión del autobús escolar. Tras unos 15 minutos estamos ya frente al “refugio de día” en cuyo interior hay calor, mapas e información práctica. En la puerta, un canasto lleno de bastones de senderismo -muy recomendados para superar desniveles y suelos resbaladizos- que poder tomar prestados y devolver a la vuelta. Con ellos en la mano, damos media vuelta y nos dirigimos al claro en el que ya se intuye el Lake O’Hara. Y vaya... ![]() Viiiva nuestro conductor, conductor, conductor... Es tal cual habíamos visto durante nuestra investigación. Las aguas completamente estáticas reflejan con detalle el frondoso bosque del primer plano, y harían lo propio con las cumbres nevadas si las nubes no las estuvieran todavía cubriendo. Empezamos a rodearlo en el sentido de las agujas del reloj y asoman a mano derecha las pequeñas cabañas junto a la orilla. El ambiente es de completo silencio solo interrumpido por el suave ruido de los bastones apoyándose sobre la mojada tierra. Y según avanzamos con los ojos como platos por la orilla izquierda, empieza a sonar a lo lejos el agua cayendo desde unas pequeñas cataratas en el extremo opuesto. Ninguna fotografía le haría justicia a esta barbaridad de la naturaleza. ![]() Con ustedes, Lake O'Hara ![]() Detalle de varias de las cabañas a pie de lago ![]() Una de las vistas opuestas al lago ![]() Nuestro transporte queda ya a un lago de distancia Según avanzamos por el perímetro del lago se pierde algo de vistosidad ya que el agua empieza a estar más agitada y los reflejos se pierden. Nos adelantan grupos que, además de la ropa de abrigo habitual, van equipados con cascos que dan a entender que su objetivo es realizar alguna de las rutas denominadas “alpinas”, solo al alcance de aquellos que tengan una muy buena forma física y la paciencia para realizar sus largos recorridos. Tras unos 40 minutos que hubieran sido 30 de no haber hecho tantas paradas, un camino en pendiente nace a la izquierda del que continuaría rodeando Lake O’Hara. Es nuestra señal: dentro del muy respetable número de excursiones y senderos disponibles del complejo, el que nos interesa a nosotros por no entrañar una dificultad ni distancia prohibitiva es el de Lake Oesa. Comenzamos a recorrerlo y ganamos altura enseguida, consiguiendo miradores a O’Hara ahora desde otro punto de vista. Podemos distinguir una cabaña más grande que las demás, probablemente destinada a servicios o a dar cobijo a los agentes del parque, con humo emanando de la chimenea de su tejado. El sonido de las cataratas se hace más y más fuerte gracias a que las tenemos a unos escasos 100 metros bajo nuestros pies. ![]() O'Hara y sus cabañas ahora desde las alturas ![]() El refugio grande asomando entre los árboles Empezamos la verdadera ruta hasta Lake Oesa, algo más de tres kilómetros en los que ganar una altura de aproximadamente 280 metros. Sabíamos que Lake O’Hara nos iba a dejar boquiabiertos y tenemos la casi total certeza de que Lake Oesa hará lo propio, pero con lo que no contábamos es que la excursión en sí también iba a parecer de otro planeta. Con la única compañía de una pareja asiática con la que nos vamos relevando al no hacer las mismas paradas, los algo más de tres kilómetros se hacen largos por el esfuerzo pero los hubiéramos disfrutado enormemente aunque la distancia fuera del doble. A cada 100 metros el paisaje cambia completamente. Ahora tenemos vistas desde las alturas al lago. Ahora enormes bloques de piedra cubierto de musgo. Ahora un río bravo a nuestro lado. Ahora una serie de cataratas que prácticamente podemos tocar. Y ahora pequeños lagos que intentan amenizar con sus escalonados tonos verdes la tensa espera hasta alcanzar la meta. ![]() Ríos... ![]() Cascadas... ![]() Paisajes de otro planeta en nuestro camino hasta Lake Oesa Y entonces llegamos. Apareciendo como un espejo bajo el glaciar al que llevábamos varios minutos acercándonos, nos deja sin palabras. Es grande, más grande de lo que esperábamos, y en cuanto lo alcanzas comprendes y agradeces los controles para limitar la presencia de excursionistas. El lugar se mantiene inmaculado con apenas algunos hitos para delimitar las zonas de paso recomendadas para no interferir con la naturaleza. Y aunque podamos ser a lo largo de toda la orilla del lago 10 o 15 personas, e incluso en algunos momentos llegue un grupo más numeroso, la mayor parte del tiempo la sensación es de completa soledad gracias a los múltiples escondites fruto de las grandes rocas y desniveles junto a la orilla. ![]() Lake Oesa, omitiendo el sonido de mandíbula desencajada El tiempo vuelve a estar de nuestro lado. Según hemos avanzado en la etapa el cielo se ha ido abriendo, las cumbres han pasado a ser totalmente visibles y tras unos minutos echados junto a las aguas de Oesa sale un sol que nos obliga a quitarnos capas de ropa. A su llegada los colores del agua se vuelven todavía más intensos, teniendo en un mismo punto un verde radioactivo, el glaciar reflejado y el lecho de piedras bajo el agua pseudotransparente. No hay adjetivos. ![]() Los colores, la forma, las cumbres que lo arropan... todo suma Según mantenemos la vista ¡–cómo apartarla!- en el lago, vemos por el rabillo del ojo como a nuestra izquierda algunos valientes ya están siguiendo por el camino alpino que tiene en Oesa solo una parada intermedia. Por un estrecho sendero que se abre paso a través de un pedregal la cuesta gana altura a pasos agigantados hasta perderse en lo que desde la distancia parece un pequeño cañón. Transitarlo me parece de locos a la par que admirable, y con unos toques de envidia al pensar que toda esa gente probablemente tiene previsto pernoctar en el refugio que les espera al final del camino. ![]() Las inclinadas pendientes que nos rodean ![]() Insignificantes puntos en el camino... ![]() ... no tan insignificantes cuando el grupo crece ![]() Imposible dejar de mirar Tras digerir la segunda parte de los bocadillos de tortilla de ayer las nubes que se acercan a nuestra espalda procedentes de Lake O’Hara recomiendan que comencemos a volver antes de que una posible tormenta dificulte el regreso. Nos resistimos a dejar atrás esta maravilla, pero cuando rondan las 13:00 cargamos de nuevo con las mochilas y nos ponemos en marcha. Como es lógico, el descenso se hace más llevadero concentrando el esfuerzo en los gemelos y en amortiguar los pasos cuando perdemos altura, pero tampoco resulta precisamente corto. Los grandes escalones de más de 30 centímetros de altura requieren pensar cada paso con el fin de evitar dar con la cara en el barro. ![]() Donde hay comida... ![]() ... no puede faltar él ![]() Un último vistazo... ![]() Vale, de verdad, este sí que es el último ![]() Lefroy Lake tiene la mala pata de estar a pocos metros de Oesa Son las 14:00 cuando volvemos a alcanzar la orilla de Lake O’Hara. Con el día más despejado que esta mañana, las vistas son ahora impresionantes incluso en su mitad a priori menos atractiva. Pero tenemos un problema: el próximo autobús de regreso sale a las 14:30 y el siguiente no lo hará hasta dos horas después. Por mucho que nos encante la zona, preferiríamos poder volver en el primero para así tener todavía toda la tarde disponible para saldar cuentas pendientes. Así que las últimas fotos de Lake O’Hara en óptimas condiciones de luz las tenemos que hacer a toda prisa, separándonos incluso para que yo pueda recuperar distancia respecto a L tras perderla al detenerme para hacer fotos que requieran plantar el trípode y configurar una larga exposición. Son las 14:25 cuando nos estamos haciendo la foto familiar a pocos metros del “punto de extracción” y escuchamos llegar el autobús. Cuando lo alcanzamos, todavía quedan disponibles unos 10 o 12 asientos. Entregamos nuestras fichas verdes ganándonos el derecho a un pasaje de vuelta. Misión cumplida. ![]() El largo pero precioso camino de vuelta ![]() Otra vez cascadas, otra vez fotos ![]() O'Hara, ahora despejado ![]() El reflejo en el agua es ahora casi perfecto ![]() Los autobuses ya se preparan para el próximo turno... ![]() ... pero nosotros tenemos serios problemas para no seguir deteniéndonos Nos entregan durante el regreso una encuesta voluntaria sobre nuestra experiencia e impresiones durante la visita. Pese a las dificultades de rellenarla mientras saltamos al ritmo de la carretera bacheada, la rellenamos con una puntuación alta y solo dos sugerencias: que mejoren el sistema de reservas para evitar las saturaciones de la web y que amplíen la de todos modos buena señalización de los caminos añadiendo junto a cada indicación la distancia restante hasta alcanzar la meta. Dejamos atrás este celosamente protegido paraíso, entendiendo perfectamente las estrictas medidas tomadas para preservarlo en un estado lo menos alterado posible. No es fácil visitar Lake O’Hara pero puede que sea lo mejor de todo un ya de por sí espectacular Yoho National Park. Pasan pocos minutos de las 14:45 cuando entramos de nuevo en nuestro Chevrolet. Visto lo inestable de un tiempo en el que un chaparrón se puede convertir en un sol de justicia en menos de una hora, decidimos dirigirnos hacia un gran "debe" de nuestra agenda sin siquiera consultar la previsión. 60 kilómetros al norte, deshaciendo parte del camino que nos trajo desde Jasper, nos espera Peyto Lake. ![]() Rumbo a Peyto Lake... Aunque nuestra intención sea avanzar a toda velocidad y alcanzar el brillante lago lo antes posible, vemos desde la ventanilla a nuestro paso por Crowfoot Glacier que el sol está iluminando su densa capa de hielo. Siendo un mirador a pie de carretera, podemos permitirnos una parada de diez minutos para contemplarlo. Coincide nuestra llegada con la de un autocar de Brewster procedente del Columbia Icefield. Sus decenas de turistas bajan, disparan dos fotos y vuelven a subirse en tiempo récord, antes siquiera de que yo haya hecho un solo disparo. Es la versión terrestre de viajar de crucero. El glaciar frente a nosotros, cuyo nombre se lo otorga su forma similar -echándole imaginación- a la de la huella que dejaría un cuervo, permanece impasible a las idas y venidas de turistas. ![]() ... pero antes, una parada ante Crowfoot Glacier Alcanzamos Peyto Lake a las 15:50 con un parking a rebosar y, qué sorpresa, una lluvia creciente. Dado el amplio margen de tiempo del que disponemos decidimos aguardar en el interior del coche hasta que la situación mejore. L aprovecha la larga media hora para una merecida siesta y yo aprovecho para limpiar los filtros y objetivos de la cámara de fotos. Son las 16:40 cuando la lluvia ha dado paso a una luz radiante y un cielo azul, circunstancias perfectas para asomarnos al lago. Sin pretenderlo, subimos a pie hasta el mirador por la carretera reservada para autobuses y vehículos para discapacitados, carretera que luego descubriríamos que es mucho más cómoda que el sendero oficial para ascender. Llegamos al “Bow Summit” y ahí lo tenemos. Aunque con un menor impacto dado que ya vimos un fenómeno similar ayer con el agua celeste de Lake Louise, es innegable que no se puede ver algo así todos los días. El alargado Peyto Lake queda varios cientos de metros bajo nuestros pies, con el sol bañando sus aguas de ese color turquesa tan irreal. Hay que hacer turnos para conseguir una foto despejada de árboles y personas, tanto en el mirador oficial de madera como en las zonas “fuera de pista” igualmente transitadas. A alguien se le cae una botella de agua y esta rueda, y rueda, y rueda… hasta quedar a escasos metros de la orilla del lago. Invertimos aquí entre 20 y 30 minutos sabiendo que, de no hacerlo, lamentaríamos no haberle prestado a este espectáculo la atención que merece. ![]() Peyto Lake y el reencuentro con el turquesa imposible ![]() El mejor mirador 'fuera pista' ![]() Un vistazo al entorno más allá de lago ![]() El color turquesa también refleja Pasan pocos minutos de las 17:00 y debemos aprovechar que por ahora las cumbres sigan despejadas. A nuestro regreso hacia Field hacemos una primera parada en Bow Lake, un enorme lago un poco al sur desde Peyto en el que esperamos ver un impresionante reflejo panorámico sobre las aguas. No es así ya que el viento hace que se pierda el efecto, por lo que la visita queda algo deslucida. Vemos a nuestra derecha los invitados de una boda a buen seguro pasando frío con sus vestidos sin mangas y a nuestra izquierda una concentración de fotógrafos. Tras pasar varios minutos preguntándome a qué fenómeno están esperando o cuál es ese motivo tan interesante que retratar, la teoría más plausible es que debe tratarse de algún curso o club de fotografía que se reúne para compartir su afición. Regresamos al coche a las 18:05. ![]() Valientes damas de honor junto al frío Bow Lake ![]() Aguas tranquilas y el sol provocando demasiadas sombras ![]() Otro sitio de infarto Antes de dar por cerrada la jornada aprovecharemos las últimas horas de luz para una última visita que nos permita aligerar la agenda de mañana. Ya nuevamente en el Parque Nacional de Yoho, es un buen momento para visitar una de esas cataratas que tan poco nos apasionan -nótese la ironía-. Tras un desvío de ocho kilómetros por una carretera de montaña en perfecto estado que nace cerca de Field alcanzamos el aparcamiento de las Takakkaw Falls, un muy notable salto de agua de 254 metros que poder contemplar desde su base. Tras apearnos del coche debemos caminar unos 10 minutos incluyendo atravesar un puente para alcanzar los miradores más cercanos. A escasos metros de su base y con la posibilidad de ascender a un pedregal junto los últimos metros de su caída, la postal es perfecta con el gran caudal de agua precipitándose sobre un río que continúa su paso junto a nosotros a gran velocidad y con ese color brillante que parecía reservado para ciertos lagos. Otra muy recomendada visita. ![]() Takakkaw Falls, antes de cruzar ![]() Takakkaw Falls, después de cruzar Yoho National Park presenta un problema: cuando pasas en él varios días, corres el riesgo de empezar a dar por sentadas cosas que deberían dejarte asombrado cada vez que te topas con ellas. Por ejemplo, durante el regreso hasta Field prácticamente no damos importancia a la impresionante cordillera del horizonte con puntiagudas cimas parcialmente nevadas, una imagen que en cualquier otro momento y lugar nos hubiera obligado a bajar del vehículo y hacer cientos de fotografías. Son las 19:48 cuando llegamos, desgraciadamente por última vez, a nuestro acogedor sótano de la Mount Stephen Guesthouse. Aprovechamos el paso por la entrada principal para tramitar con Kim el pago de la reserva que acaba subiendo a algo más de 450 dólares canadienses por las tres noches. Al cambio se queda en 106 euros por noche, lo cual teniendo en cuenta cómo hemos disfrutado del lugar consideramos un buen precio. Nos despedimos de nuestra anfitriona muy agradecidos y deseándonos suerte mutuamente. Bajamos al hogar para aprovechar el tiempo que nos queda en su cocina completa para preparar aquellas cosas que tengan riesgo de estropearse por no mantenerse suficientemente frescas. Ya buscaremos huecos en días futuros para consumir la pasta, las salchichas y pizza que dejamos lista además de los bistecs, sopa y ensalada para la cena de hoy. Con tanto ajetreo en la cocina, solo queda despejar el fregadero antes de darle la despedida que se merece a nuestra cómoda cama. Como la niebla de las mañanas rara vez se disipa antes de las 10:00, nos proponemos apurar todo lo que podamos la hora de salida de las 11:00 para la próxima jornada. Yoho ha dejado huella en nosotros y no pensamos despedirnos de él hasta que no nos quede más remedio. Etapas 13 a 15, total 29
5 de septiembre de 2016
![]() Mapa de la etapa 12 Última mañana en Field, en el corazón del Parque Nacional de Yoho. Últimas horas para disfrutar de un entorno que, hasta el momento, se ha proclamado nuestro favorito de entre todos los visitados sin con ello desmerecer a los demás. Últimos instantes para despedirnos de ese sótano habitable que nos ha dado sensación de hogar desde el primer instante y del que nos apena alejarnos creyendo que ningún alojamiento futuro podrá igualarlo, aunque ya hemos visto durante estas semanas que esa es una sensación recurrente que no siempre se cumple. Tal y como nos prometimos anoche, nos tomamos esta nueva mañana con absoluta tranquilidad. Con una agenda de lo más despejada y la certeza de que de todos modos no merece la pena visitar nada antes de las 10:00 ya que hasta entonces la niebla no se disipa dejando ver las montañas, podemos permitirnos apurar casi al máximo nuestra estancia en la Mount Stephen Guesthouse, cuya hora límite para la salida son las 11:00. Tras un doble repaso para asegurar que no dejamos nada atrás salvo los recuerdos y tras varios viajes cargados hasta el maletero del coche, nos ponemos en marcha parando unos instantes en el Visitor Center de Yoho situado a las puertas de Field. Nos interesa conocer si es posible anticipar los horarios de los trenes que atraviesan los “Spiral Tunnels” y nos atiende tras el mostrador una señora tan amable y entregada como todos los “rangers”, ya sean estadounidenses o canadienses. Lamentablemente no es posible garantizar los horarios –el sistema no es tan puntual como el europeo, dice…- pero sí puede adelantarnos que a lo largo de una hora raro es no ver pasar un tren u otro. Salimos al exterior, hacemos una foto de despedida ante el atractivo cartel del pueblo y salimos a la carretera principal por última vez desde las calles de Field. ![]() Mount Stephen Guesthouse, la cocina (I) ![]() Mount Stephen Guesthouse, la cocina (II) ![]() Mount Stephen Guesthouse, el salón ![]() Mount Stephen Guesthouse, el dormitorio ![]() Mount Stephen Guesthouse, el baño ![]() Mount Stephen Guesthouse, el exterior ![]() Hasta pronto, Field No tardamos prácticamente nada en llegar a Emerald Lake, un lago situado a solo 12 kilómetros de Field. Nos recibe con sus aguas en calma, las cumbres frente a él despejadas y un efecto espejo que las refleja casi a la perfección, solo interrumpido por las ondas de las dos solitarias canoas que ya están navegando. Encontramos una notable afluencia de turistas de avanzada edad, probablemente provocado por ser uno de los entornos con senderos más asequibles de la zona. Aunque es posible rodearlo íntegramente en un recorrido de 5,5 kilómetros nos limitamos a avanzar unos cuantos cientos de metros por su orilla izquierda, lo suficiente para conseguir nuevos puntos de vista con el hotel junto al lago frente a nosotros y el Mount Burgess con 2.600 metros de altura en el fondo de la imagen. Aunque creamos estar dedicando poco tiempo a este “lago esmeralda” ha pasado ya una larga hora cuando regresamos al parking, que muestra un aspecto inesperadamente abarrotado. Claro, hoy es el Labor Day, uno de los –pocos- días festivos en Norteamérica para deleite de los locales de ambos países en esta mitad norte del continente. Nos resignamos a que nuestras visitas de hoy vendrán acompañadas de una afluencia de público mayor que en etapas anteriores. ![]() Emerald Lake desde el puente que lleva al hotel ![]() Emerald Lake, ahora desde la orilla opuesta ![]() Primeras embarcaciones... ![]() ... y primeros animales ![]() Menos popular que otros pero igualmente impresionante Ponemos rumbo a la parada estrella del día: Moraine Lake, uno de los lagos más populares de todo Banff, de todo Alberta e incluso podríamos decir que de todo Canadá. Pero primero hacemos una parada rápida aprovechando nuestro paso junto al mirador de los “Spiral Tunnels”, una pareja de túneles que forman bajo la superficie una curva en espiral –de ahí en nombre- y que los trenes atraviesan superando el fuerte desnivel del terreno que suponía la ruina a la hora de transportar bienes en ferrocarril hace ya más de 100 años. Vamos con la convicción de que podremos ver simplemente los accesos al túnel sin nada circulando por ellos, pero cuando abrimos la puerta del Chevrolet distinguimos perfectamente el sonido del silbato de una locomotora. Mientras L recoge sus cosas y cierra el vehículo yo salgo disparado hacia el mirador situado a algo más de 200 metros de nuestra plaza de aparcamiento. Lo que encuentro al alcanzarlo es desolador: el mirador está abarrotado y cuesta ver algo asomando la cabeza entre la masa de gorras, gorros, sombreros y calvas. Sin embargo, y cuando L ya me ha alcanzado, vemos que subiendo al peldaño superior del mirador no es tan complicado atisbar las dos hileras de los incontables vagones que arrastra el tren que atraviesa el túnel en estos momentos. Los vagones en el tramo más elevado se adentran en la penumbra mientras los del tramo inferior salen de las tinieblas y continúan su curso hacia la siguiente ciudad. Aunque las fotografías puedan parecer insulsas y carentes de interés en comparación con el resto del archivo del viaje, la obra de ingeniería para superar el desnivel de la "Big Hill" sin consumir excesivo combustible es digna de admirar. Lamentablemente la historia de los túneles tiene un lado trágico y es que el ingeniero responsable de su diseño, John Edward Schwitzer, se quitó la vida semanas antes de finalizar su construcción sucumbiendo al sentimiento de fracaso, convencido de que sus cálculos erran erróneos y las dos mitades del túnel no podrían conectarse por un excesivo desajuste en sus alturas. Sin embargo la disparidad fue de unos escasos nueve milímetros siendo perfectamente remediable y permitiendo conectar por completo el paso, dejando así los túneles en espiral como gran legado de un hombre que jamás supo que realmente había hecho un buen trabajo. ¿Trágico, verdad? Pues que no os afecte demasiado, ya que la versión oficial es que murió de neumonía dos años después de finalizar la construcción por lo que todo podría tratarse de una leyenda urbana. ![]() Los Spiral Tunnels se pueden ver así... ![]() ... pero se entienden mejor así ![]() O incluso así Llega al fin el turno de visitar la parada estrella de la jornada. A unos 60 kilómetros de Field y tomando rumbo claramente hacia el norte para adentrarnos en las entrañas del Banff National Park se encuentra Moraine Lake tras un desvío de 11 kilómetros por una carretera de montaña. Desvío que verifica nuestras sospechas de que hoy es día de máxima afluencia de visitantes cuando nos encontramos la carretera cortada. Tras un par de vueltas y participar en el tremendo caos circulatorio que se forma alrededor del desvío nos enteramos de que el cierre se debe a que el aparcamiento del lago está completo. El plan del equipo de emergencias es esperar a que varios coches abandonen el lugar y no abrirlo hasta tener ciertas garantías de que no se producirá un nuevo colapso, cosa que preveen ocurrirá dentro de unos 20 minutos. Aprovechamos la pausa y que pasan ya las 12:30 para comer nuestra pizza de ayer con el coche parado en el arcén, esperando el momento de salir disparados montaña arriba. Los 20 minutos pasan a ser 30 pero se abre la veda para poder continuar hasta el lago, así que los planes de emergencia para evitar un mayor caos han sido acertados. La valla con el cartel de “Road Closed” desaparece bajo el brazo de un operario y se permite el paso de vehículos a razón de uno cada pocos minutos, según informan al encargado de que un nuevo coche ha abandonado el aparcamiento en el otro extremo. Nos quedan por recorrer 11 kilómetros a un ritmo pesado y cuando finalmente alcanzamos el aparcamiento entendemos las medidas tomadas. Presenta una ocupación casi completa y no es hasta casi terminar el círculo que dibuja cuando encontramos las pocas plazas libres en las que estacionar el vehículo. Por el lado bueno, nuestra llegada ha coincidido nuevamente con esas horas en las que las nubes se abren dejando a las gentes de Banff ver el cielo azul. Lo primero que llama la atención al bajar del coche es la perfecta cordillera que sube a los cielos desde la base del lago. Perfecta porque la componen una serie de cimas casi idénticas en silueta y en su textura rocosa con tramos nevados, casi como si fueran mellizas. Lo segundo, visible cuanto nos situamos ya a pocos metros del lago, es la morrena junto a él. Una montaña de gruesas rocas que sube y sube varias decenas de metros y supone un reto ascender por este lateral. Esfuerzo afortunadamente innecesario ya que vadeándolo por la izquierda se puede ascender a través de un tramo de escaleras y pavimento alisado que alcanza su cumbre de forma más accesible. Y entonces es cuando llega el tercer atractivo: las intensas y tranquilas aguas turquesa del lago con los rayos de sol incidiendo sobre ellas para provocar un efecto espejo de las cumbres siamesas sobre la superficie. ![]() Moraine Lake y por qué viajamos ![]() Ella y el lago ![]() Detalle de la escena El mirador oficial en la cumbre de la morrena es un reto para la paciencia, con demasiados visitantes compitiendo por el metro cuadrado que mejores y más despejadas vistas ofrece. Cumplimos el trámite y comenzamos a bajar la morrena por terreno más salvaje, acercándonos más al lago a cada paso que damos. Es entonces cuando L atisba a mano izquierda el sitio perfecto: un pequeño saliente con una gran roca sobre la que apoyar la espalda y una vista despejada hacia la orilla, el agua, las montañas y lo que se ponga por delante. No desperdiciamos el hallazgo y pasamos aquí una larga hora señalando, charlando, intercambiando sensaciones y también siendo testigos de cuatro jóvenes que en la orilla bajo nuestros pies pasan una larga media hora caminando de un lado al otro hasta finalmente atreverse a meterse en agua hasta la cintura, salir tras cuatro largos segundos al exterior tiritando pero con toda una experiencia para recordar. ![]() Disfrutando de nuestro balcón privado ![]() Algunas piraguas intentando romper la harmonía... ![]() El color del agua, indescriptible ![]() Nos podríamos pasar aquí todo el día Es el gran momento del día y probablemente uno de los grandes instantes del viaje, pero como todo debe terminar. Cuando rondan las 14:00 decidimos iniciar el camino de vuelta, volviendo a la cumbre de la morrena primero y descendiendo después para admirar unas vistas al valle cercano que tampoco desmerecen. Pasamos de largo el desvío al Consolation Lakes Trail, una excursión de seis kilómetros entre ida y vuelta con un escaso desnivel de 60 metros y la recompensa de más espejos en forma de agua al final del camino. La nota distintiva es que, tal y como las señales dejan bien claro, es ilegal realizar esta excursión en grupos inferiores a cuatro personas debido al riesgo de toparse con un oso en distancias cortas. Permitiendo solo grupos grandes la dirección del parque se asegura de que el ruido que provoquen los excursionistas sea el suficiente para ahuyentar a los animales, que lejos de estar ansiosos por cazar humanos prefieren mantenerse al margen de esos extraños bípedos que pasean por su entorno. Nosotros hemos decidido tomarnos un día libre de excursiones y tampoco nos entusiasma la idea de compartir un mínimo de entre dos y tres horas con desconocidos, así que dejamos para otros esa aventura. ![]() La subida a la morrena, desde arriba ![]() Los locales del lugar viendo llegar a turistas... ![]() El inicio, avisos incluidos, del Consolation Lakes Trail ![]() La morrena que da nombre al lago Según bajamos los últimos metros de la morrena con la intención de alcanzar el embarcadero junto a la orilla para más instantáneas, una débil lluvia empieza a caer. En cuestión de segundos, de débil pasa a fuerte, y antes de que nos demos cuenta está cayendo sobre nosotros un temporal de aguanieve de los que dejan la ropa empapada en un suspiro. Qué mejor excusa que esa para refugiarnos durante unos minutos en la tienda de regalos del “Moraine Lake Lodge”, el inevitable alojamiento con precios a buen seguro exorbitados junto al lago. Sorprendentemente los precios de artículos tales como imágenes o pegatinas son bastante discretos, así que hacemos las primeras compras de recuerdos de viaje mientras la nieve no deja de caer en el exterior. Son las 15:05 cuando bajo un cielo que, para desgracia de los que llegan en este momento, no parece que vaya a mejorar durante mucho tiempo, abandonamos el enclave de Moraine Lake. Nuestro siguiente hito será el último del día ya que nos dirigimos directamente a la ciudad de Banff, núcleo urbano estratégico para los turistas que da nombre al Parque Nacional y que será nuestro campamento base durante los días siguientes. Para llegar hasta él abandonamos temporalmente la autopista transcanadiense para transitar la “Bow Valley Parkway”, una ruta escénica que desciende en paralelo a ella y promete vistas más significativas. La ruta escénica en cuestión resulta ser una gran decepción. Según se recorta la distancia con Banff, la carretera transcurre con un denso bosque a lado y lado. Mientras tanto a mano derecha intuimos entre las ramas la impresionante cordillera que según nuestros cálculos debe ser perfectamente visible desde la autopista. Para rematarlo a medio recorrido alcanzamos la tormenta que está cayendo sobre Banff en estos momentos y no deja ver más allá de un limpiaparabrisas a toda potencia. Cuando llevamos media ruta escénica recorrida, aprovechamos una travesía perpendicular para regresar a la Transcanadian y seguir así a mayor velocidad nuestra aproximación a la meta. ![]() La decepcionando Bow Valley Parkway ![]() Mount Rundle desde el acceso a Banff Sabemos que hemos vuelto a la civilización cuando nos sorprende algo tan cotidiano como un semáforo. Es el primero de varios que debemos superar hasta atravesar las numerosas tiendas de Banff Avenue, arteria principal de la ciudad, y alcanzar Buffalo Street, calle que en uno de sus extremos aloja el Odenthal’s Bed and Breakfast que será nuestro hogar durante las próximas tres noches. Estacionamos el coche en la acera frente a la casa particular y llamamos al timbre intentando rebajar nuestras expectativas. Tras los tres maravillosos días en ese sótano de Field que constituían un hogar completo, la perspectiva de una simple habitación privada con baño compartido es algo desalentadora. Pero las cosas iban a dar un giro positivo. Nos abre la puerta Freda, la anfitriona de esta casa reconvertida en alojamiento turístico. Tras unos segundos de extraño silencio hasta aclarar que somos los huéspedes españoles que estaba esperando, nos invita a pasar y descalzarnos en el recibidor. Tras una corta escalera enmoquetada nos señala la puerta que a mano izquierda da lugar a la habitación, y aquí la cosa ya empieza a mejorar. Sí, es un cuarto, pero es suficientemente amplio como para que dos personas convivan en él sin agobios, con suficientes muebles y cajoneras, un gran televisor a los pies de la cama y un conveniente armario. Pero todavía falta lo mejor: el tour por las instalaciones llega ahora hasta una sala de estar con una pequeña nevera y sillas y el cuarto de baño en la misma planta superior. Estancias que deberíamos compartir con los huéspedes del resto de habitaciones cerradas… si es que los hubiera. Resulta que somos los únicos inquilinos en toda la planta por lo que en realidad vamos a sentirnos como si toda ella nos perteneciera. Para ponerle la guinda, este es nuestro primer alojamiento que incluye desayuno, cocinado y servido por la propia Freda, y por el olor que emana la cocina del piso inferior ya anticipamos que malo no va a ser. Ah, y algo más, la conexión a Internet da unos muy agradecidos 10 Mbps, algo que recibimos con especial ilusión tras tres noches sufriendo las limitaciones del acceso a la red del sótano en Field. En resumen: hemos hecho pleno, siendo un microondas en el pequeño comedor privado lo único que echamos en falta. Dedicamos el tiempo mínimo necesario a vaciar el maletero de nuestro coche y almacenar en la nevera nuestras provisiones perecederas. Hay que aprovechar las horas de luz que todavía quedan por delante y que la tormenta parece haber dejado atrás su peor cara, siendo un buen momento para tener una primera toma de contacto con el pueblo de Banff. L dibuja una sonrisa en su cara cuando puede calzarse unas deportivas en sustitución de las botas de senderismo que lleva vistiendo varios días. Tras caminar solo tres manzanas estamos ya transitando por Banff Avenue y el impacto es enorme. Llegar a Banff tras varios días recorriendo las Rocosas es como visitar Nueva York tras pasar 20 años en un pueblo. Vuelves a sentir lo que son las aceras, los pasos de peatones y los escaparates tras haberlos olvidado en favor de los paisajes, los ruidos ambientales y, como mucho, alguna señal de stop. Se nos hace la boca agua ante la abrumadora oferta de sitios para cenar, lamentando no disponer de suficientes días y noches en la zona para probar todo lo que nos entra por los ojos. Y enloquecemos al ver como el alce americano (los “moose”) parece ser la mascota oficial, dando pie a logotipos y merchandising de todo tipo en las innumerables tiendas de souvenirs de la avenida. ![]() Banff y el regreso a la civilización ![]() Morimos ![]() Mr. Sandman, bring me a dream... Y alcanzamos nuestro objetivo secreto: tras varios días viviendo en su mayoría de café soluble por el delicado estómago de L nos reencontramos con la franquicia Starbucks. Saboreamos sendos cafés durante algo más de media hora sin abandonar el local, poniéndonos al día con la conexión a Internet de la franquicia. En el exterior vuelve a llover, como si las nubes hubieran estado esperando a que nos pusiéramos a cubierto. Poco después de las 18:00 salimos a una de nuevo soleada avenida con el único objetivo de respirar el aire de Banff en nuestro camino de vuelta al nuevo hogar. Queda ahora a nuestra espalda Cascade Mountain, la cima de casi 3.000 metros de altura que gracias a estar alineada casi perfectamente con Banff Avenue protagoniza mil y una instantáneas desde un extremo de la calle. Sin embargo ahora está parcialmente en sombra por las nubes así que dejamos para alguno de nuestros siguientes días la misión de retratarla. Nuestras últimas paradas en tiendas de recuerdos nos llevan a comprar algunas cosas más y detectar la obsesión que parecen tener en Banff con el bacon. Caramelos, protector labial… hasta pasta de dientes con aroma a bacon, algo que irónicamente tratándose de Canadá haría las delicias de Ron Swanson. Si has entendido esta referencia, enhorabuena por haber visto una de las mejores comedias de televisión de la última década. ![]() Más calles comerciales que nacen en Banff Avenue ![]() Ron Swanson aprueba esta tienda ![]() Cascade Mountain en nuestro regreso a casa ![]() Sí, parece que hay cosas que hacer en Banff Son las 19:00 cuando estamos de vuelta en casa, donde Freda ya no se inmuta a nuestra llegada y permanece sentada viendo el televisor junto al que suponemos debe ser su marido. Cuando una hora después bajamos a buscar algo para cenar nos damos cuenta de que están viendo el eterno concurso de televisión “[url=https://es.wikipedia.org/wiki/Jeopardy!]Jeopardy![/url]” mientras intentan anticiparse a las respuestas de los concursantes. Es casi como estar presenciando una escena mil veces repetida en el cine y la televisión. La corta investigación en Internet sobre sitios recomendados para conseguir cena para llevar no ha sido del todo esclarecedora, así que volvemos a Banff Avenue con la mente abierta. Cuando estamos ya convencidos de dar media vuelta y entrar en una cafetería que sirve bocadillos calientes que parecen ajustarse a nuestras preferencias, a L le parece ver a lo lejos unos carritos de la compra junto a un gran edificio. Nos acercamos para descubrir con alegría que es un supermercado, y más tarde pasar al jolgorio cuando ya en su interior vemos que dispone de servicio de “deli”, una pequeña sección en la que se sirven comidas calientes a granel. Son un habitual en nuestros viajes desde aquel 2009 en Nueva York, ya que los “deli” suelen resultar una de las formas más económicas de comer sin renunciar a la calidad durante nuestras visitas a Norteamérica. Los precios se aproximan más a los de un supermercado que a los de un restaurante a la carta o de menú y tienes más control sobre la cantidad que te llevas, evitando así pagar de más por atiborrarse más de lo aconsejado. L se decide por un sándwich caliente de pavo y queso y yo quiero probar sendas “samosas”, una especie de empanadas fritas con relleno. Me llevo una de pollo tandoori y otra cajún con vegetales. Lo completamos con unos 300 gramos de ensalada de patata casera y un cuenco de melón naranja para el postre. Me entero a través de la empleada del “deli” de que la hora de cierre son las 23:00… los excesos a los que llega el tejido empresarial a costa de los horarios de sus empleados. La compra no llega a 20 dólares, algo más si sumamos unos “wrap” de pavo que nos llevamos como previsión para días futuros. Lo dicho: bueno, bonito y barato. De vuelta en casa comemos en esa sala de estar con nevera abierta solo para nosotros y sufro la combinación explosiva de picante indio y cajún. Aliviado tras la cerveza, son las 21:30 cuando cumplimos el trámite de la ducha antes del “toque de queda” que solicita a los huéspedes no ducharse pasadas las 23:00 para evitar molestias a los demás. ¿Qué nos queda? Lo de siempre, escribir los párrafos que han conformado las últimas horas mientras L se beneficia de ese descanso extra por haber cumplido ya su parte del trato al investigar y planificar el viaje antes de disfrutarlo. Mañana nos esperan los primeros hitos con la ciudad de Banff como piedra angular. La previsión es hacer un par de excursiones y esperamos que todas las variables necesarias para llevarlo a cabo resulten como esperamos. Banff ya nos ilusiona, y no hemos hecho más que empezar. ![]() Muerte por picante Etapas 13 a 15, total 29
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