Japón - 14 días de templos y neones. ✏️ Blogs de JaponNotas, anécdotas, datos y rarezas de Japón, ese país del que se regresa con muchas más preguntas y enigmas de los que se llevan en la cabeza. Octubre 2017.Autor: Dakota36 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (5 Votos) Índice del Diario: Japón - 14 días de templos y neones.
01: DÍA 1: en el aire y en China.
02: DÍA 2: Tonkatsu en Shinjuku
03: DÍA 3: de Tsukiji a Asakusa vengo por toda la orilla. Y después Shibuya.
04: DÍA 4: Nagoya existe
05: DÍA 5: Magome y Tsumago sin osos.
06: NOCHE 5: hotel cápsula en Nagoya
07: DÍA 6: de Nagoya a Kioto en busca de carne de Kobe
08: DÍA 7: Arashiyama, macacos, geishas y bares enanos
09: DÍA 8: Fushimi Inari, Kiyomizu-dera y ceremonia del té
10: NOCHE 8: entre maikos en Miyagawacho.
11: DÍA 9: del Mercado de Nishiki a los templos de Koyasan
12: DÍA 10: tumbas, templos y jardines secos de Koyasán
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Etapas 4 a 6, total 12
Nos levantamos pronto. Recogemos todo. Nos despedimos de nuestra roñosa cortina de ducha. Y salimos con la mochila a cuestas en busca de un lugar en el que comprar nuestro particular desayuno japonés de cada día: una lata de café y el bollo más original que veamos en la tienda.
Vamos en metro hasta la estación de Ueno y hacemos uso de la consigna. Son muy prácticas, pero no siempre resultan baratas porque depende del tamaño que necesitemos y el tiempo que vayamos a utilizarlas. En este caso fue un mal negocio porque nos costó 700 yens (5 euros) la enorme taquilla en la que comprimimos ambas mochilas un par de horas. Entramos al parque Ueno, saludamos al pasar a Saigo Takamori y a su perro (en él -en el señor, no en el perro- se inspiró la película "El último samurai") y nos encaminamos al Museo Nacional de Tokio. Entrada, 620 yens. Aunque sobre el arte japones -y sobre el asiático en general- no sé nada y hacemos la visita con algo de prisa, me pareció muy interesante, sin duda merecedor de un par de horas. Nuestro plan contempla únicamente el museo, dejando el resto del parque y sus alrededores para otro día, así que regresamos a la estación. Nuestro próximo destino es Nagoya. Descubrimos que podríamos haber dejado las mochilas en la estación de Tokio porque tenemos que volver a ella, pero tampoco pasa nada. Desde la estación de Tokio hasta Nagoya se tarda poco más de dos horas en llegar a nuestro destino. A pesar de las barreras lingüísticas, no resulta difícil encontrar nuestro andén. Por el camino disfrutamos de un bento mientras Japón pasa a toda velocidad al otro lado del cristal. Nagoya es una ciudad peculiar. Es un Teruel de más de dos millones de habitantes en medio de Japón. Lo digo por aquello de "Teruel existe". Siendo la cuarta ciudad de Japón en población y estando más o menos a medio camino entre Tokio y Osaka resulta complicado encontrar a Nagoya en las guías de viaje y en algunas aplicaciones que sí incluyen muchos municipios más pequeños. Nagoya fue arrasada por los bombardeos de 1945, y eso creo que tiene bastante que ver con lo antedicho. Nuestra presencia en Nagoya no se debe, en realidad, a nuestro interés por Nagoya. En la próxima entrega de este diario sabréis por qué elegimos en Nagoya. Llegamos a la estación de Nagoya y debemos sentarnos a tomar una cerveza para buscar alojamiento en internet. La segunda la noche la pasaremos en un lugar que nos apetece mucho, y dónde reservar nos ha costado lo suficiente como para que Ken Follet escriba una novela de 900 páginas sobre el asunto. Una cerveza después tenemos habitación en un hotel que no merece comentario, aparte de lo curioso que nos ha parecido ver un “buffet de champú” junto al mostrador de recepción. Decidimos hacer una incursión por el barrio en el que se encuentra el templo Osu Kannon, que se supone que es una de las zonas más animadas de la ciudad. Nos perdemos un poco por el camino, pero nuestro wi-fi portátil nos salva. Al llegar al Osu Kannon tenemos la suerte de encontrarnos con una fiesta de algún tipo (un montón de banderolas con una franja roja, otra amarilla y una tercera morada nos hacen pensar que se ha proclamado la república en Japón; pero no es el caso). En las escaleras del templo unos bailarines hacen una coreografía extraña y poco tradicional con antorchas. El show no es muy bueno, pero la localización y el ambiente hacen que nos guste. A un par de manzanas de allí nos encontramos en una calleja una pequeña obra de teatro, pero llegamos justo cuando se acaba. Aplaudimos con entusiasmo. La zona comercial por la que es conocido el barrio está algo vacía y desangelada. Decidimos buscar un lugar en el que cenar. Cenamos un rico unajū (anguila a la parrilla con salsa dulce sobre arroz servido en una caja negra) en un sitio cuyo nombre no logro encontrar.... pero que mi compañera de viaje me ha recordado rauda y veloz: Hitsumabushi Hanaoka. Muy rico, nada tourist, pero creo recordar que un poco caro. Nos vamos a dormir temprano, con la excursión del día siguiente bien presente. Todo bien. Imagenes relacionadas Etapas 4 a 6, total 12
Una vez más nos levantamos pronto, desayunamos lata de café con bollo extraño y nos ponemos en marcha. Hoy vamos a recorrer el tramo que discurre entre Magome y Tsumago de la famosa ruta Nakasendo que conectaba Tokio con Kioto pasando por el valle de Kiso. Este es el motivo por el que decidimos pasar dos noches en Nagoya.
Con paso decidido y la cara de quienes van a encontrarse con su destino entramos en la estación de Nagoya. Y unos minutos después salimos por donde hemos entrado. Es lo que pasa por no revisar los horarios de los trenes y suponer que, como estás en un país muy moderno, habrá trenes a todas partes a todas horas. Bravo. Esto tiene, sin embargo, la virtud de permitirnos dar un paseo por el barrio, en el que encontramos un par de calles con casas algo menos modernas, y descubrimos un bonito templo. Al volver a la estación no podemos dejar de comentar con asombro el impresionante dispositivo antiterrorista que hay en ella: dos policías -uno en cada extremo del enorme edificio- miran a la gente que pasa con cara muy seria de pie sobre una especie de taburete. El cartel que hay junto a ellos y anuncia el nivel de alerta parece hasta un poco de broma. Debe funcionar, en cualquier caso, porque Japón es un país muy seguro. Resulta llamativo comprobar que en Japón hay un número similar de presos que en España, pero el país de Yukio Mishima tiene casi 127 millones de habitantes y el de Leticia Sabater ronda los 46 millones y medio. Pensaba introducir información detallada sobre cómo llegar a Magorme, pero tras demostrar nuestras habilidades al respecto en el segundo parrafo creo que es mucho mejor compartir ESTE ARTÍCULO de japonismo.com en el que lo explican muy bien. Al llegar a Magome hay dos grandes tiendas de souvenirs que nos vinieron muy bien para hacernos con un paraguas, porque de nuevo parecía que iba a ser un día pasado por agua, y para comprarme una especie de bufanda. Las tiendas, afortunadamente, están antes de entrar realmente al pueblo, en el que las pequeñas tiendas y locales de comida no dan al lugar un aire excesivamente turístico. Parece que se han cuidado de que se convierta en un sitio masificado e hipercomercial. También es cierto que hablamos de octubre, y no precisamente de un fin de semana soleado, así que quizá no siempre sea así de bucólico. El pueblo nos pareció muy bonito y agradable. Y al salir iniciamos la ruta por el campo con buen ánimo, aunque la primera parte del recorrido es cuesta arriba. Habíamos acordado no hacer sonar las campanas que hay cada cierta distancia para ahuyentar a los osos porque nos parecía una muerte muy épica que nuestros amigos contarían con entusiasmo en los bares, pero varias veces escuchamos como algo más adelante o por detrás de nosotros otra gente las hacía sonar, eliminando cualquier peligro real. En cualquier caso, nos da la impresión de que con este día tan desapacible los osos deben estar tranquilamente en casa viendo la tele en pijama. Al llegar al punto más alto del camino, junto a una estrecha carretera que cruzamos en perpendicular, hay un pequeño bar. Lo visitamos, claro. Tras la subida con sirimiri por el monte es una gustazo sentarse a tomar una cerveza con la certeza de que el camino será ya cuesta abajo. Apenas llevamos unos minutos de vuelta en el camino cuando nos encontramos con la casa de té Tateba-chaya. Este lugar era, como dice japonismo.com, “una antigua estación de inspección de la ruta Nakasendo. Desde aquí se controlaba la prohibición de transportar alguno de los cinco árboles más importantes de la región […] se trasladó aquí en 1749 y estuvo en funcionamiento hasta 1869”. Ya me imaginaba yo a un policía en 1804 muy serio encima de su taburete, mirando al paisano que pasa y preguntándose si llevará escondido bajo la chaqueta uno de los árboles de 30 metros que abundan en la zona. Hacemos una nueva parada, por supuesto, y por un rato sentimos que estabamos en el antiguo Japón rural mientras bebemos té. Seguimos nuestro paseo entre enormes árboles, cruzando puentes sobre arroyos que corren entre piedras y sin que venga unos oso a devorarnos (ni a preguntarnos la hora, vaya). En varias ocasiones el camino nos obliga a cruzar una carretera, un par de veces en plena curva con poca visibilidad, pero recordamos que estamos en Japón y cruzamos con cierta calma. Por fin llegamos a Tsumago, un pueblo que me parece más bonito que el que abría nuestro periplo, pero lamentablemente llegamos con el tiempo justo para coger el autobús que debe llevarnos a Nagiso y debemos atravesar sus calles a paso ligero. Madrugad y mirad bien los horarios de todo, u os pasará algo similar. Fue una pena no poder ver el pueblo con más detenimiento, pero nos marchamos de allí alegres tras la aventura. Al llegar a Nagiso comprobamos los horarios del tren de regreso a Nagoya y hacemos lo que haría cualquier persona sana que se ha saltado la comida porque estaba ocupada caminando por el monte: comprar cerveza y patatas fritas de sabores extraños. Poco después el tren nos aleja bajo la lluvia del pueblo y de la encantadora taquillera de la estación de Nagiso. El día no termina aquí. CONTINUARÁ Imagenes relacionadas Etapas 4 a 6, total 12
El día está lejos de acabar. Al llegar a Nagoya nos encaminamos hacia otra experiencia que nos ilusionaba más que la mañana de Reyes a un hijo único. Nos costó bastante trabajo reservar habitación en el Apaiser, pero queríamos probar lo que es dormir en un hotel cápsula y por fin vamos a hacerlo. Siendo dos personas un hotel cápsula no supone ahorro alguno, porque pagar dos nichos sale más caro que muchas habitaciones dobles, y al ser un hombre y una mujer además nos toca dormir en zonas distintas, pero el plan nos encanta. Dejamos nuestras cosas en las taquillas del hotel y salimos a buscar un lugar para cenar. Una cena que resulta ser una de las más memorables del viaje.
Damos una vuelta por el barrio, una zona llena de pachinkos y bares con no pocas luces de colores. Compramos unas latas de cerveza con diseños espectaculares en un supermercado. Finalmente nos decidimos por un restaurante de shabu-shabu (una versión japonesa de la fondue de carne francesa) de la cadena Onyasai. Sirven el shabu-shabu con dos caldos diferentes, a elegir entre seis o siete variantes, y hay unos diez tipos de carne. WOW. Elegimos nuestros caldos y nos decantamos por la opción “come todo lo que puedas”. Por un momento dudamos si pedir también la opción “bebe todo lo que puedes”. ¿A quién pretendemos engañar? Claro que la cogimos. Una cena espectacular. Un lugar muy recomendable. Tras una cena estupenda nos adentramos al hotel cápsula como si fueramos Yuri Gagarin camino al espacio, aunque nos reíamos más y es poco probable que los libros de Historia mencionen nuestra gesta. Vamos a los vestuarios a ponernos los pijamas que nos dieron y que es obligatorio llevar por todo el hotel. Ir totalmente descalzos por un sitio tan grande se hace muy raro, pero con lo limpio que está todo no hay problema. La zona común, compartida por hombres y mujeres, incluía una sala de fumadores con media docena de maquinas de pachinko, un área con estanterías repletas de cómics manga en la que un tipo dormía plácidamente hecho un ovillo con varios libros a su lado y un amplio salón con sillones reclinables en los que un montón de japoneses y japonesas veían cada cual su televisor. Todo nos parecía bastante asombroso. De pronto descubrimos que teníamos un ticket para una cerveza gratis, y enseguida estábamos en el bar del hotel, con nuestro pijama morado, muertos de risa con una jarra de cerveza. Al dormir en zonas distintas, tuvimos que descubrir cada cual por su cuenta cómo funcionaba todo, pero el concepto es sencillo. En lugar de una habitación tienes un nicho, y todo lo que no hayas dejado en la taquilla va dentro contigo. Hay un televisor con una docena de canales, entre los que figuraban dos que emitían ese porno pixelado tan curioso que impone la legislación japonesa, hay una lamparita y hay un sistema para ponerte la alarma. El espacio apenas es más ancho que la cama y la altura es más o menos adecuada para sentarse. Y allí me senté unos minutos, en mi habitación, saboreando ese momento tan peculiar. El lugar es muy tranquilo, no se escuchan ronquidos y si pasa alguien lo hace con un sigilo casi ninja para no molestar. Ha llovido poco esta noche. Se me caen los párpados. Todo bien. Imagenes relacionadas Etapas 4 a 6, total 12
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