Uzbekistán: Samarcanda, Bujara, Jiva y Taskent. ✏️ Blogs de UzbekistanViaje de ocho días por las ciudades legendarias de la Ruta de la Seda del actual Uzbekistán: Samarcanda, Bujara y Jiva. Además, pasamos un día en la capital, Taskent.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (19 Votos) Índice del Diario: Uzbekistán: Samarcanda, Bujara, Jiva y Taskent.
01: Nos vamos a Uzbekistán. Itinerario.
02: Viaje a Uzbekistán.
03: Llegada a Samarcanda.
04: Samarcanda (I): Plaza Registan.
05: Samarcanda de noche. Espectáculo de luz en la Plaza Registan.
06: Recorriendo Samarcanda (II).
07: Samarcanda (III).
08: Bujara -Bukhara- (I).
09: Bujara -Bukhara- (II).
10: Bujara -Bukhara- (III).
11: Bujara de noche, con los monumentos iluminados.
12: De Bujara a Jiva: por la carretera del desierto.
13: Jiva -Khiva- (I).
14: Jiva de noche. Una iluminación muy acertada recrea las mil y una noches.
15: Recorriendo Jiva -Khiva- (II).
16: Recorriendo Jiva -Khiva- (III).
17: Recorriendo Jiva -Khiva- (IV).
18: Taskent.
19: Regreso a casa y conclusiones.
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Confieso que, hace cuatro años, cuando una amiga me comentó que se iba de viaje a Uzbekistán, me la quedé mirando, perpleja. ¿Uzbekistán? ¿Y qué hay que ver allí? Entonces, al oírle referirse a “Samarcanda” mi expresión cambió por completo. ¡Claro! La legendaria ciudad de la no menos legendaria Ruta de la Seda, con sus caravanas, mercados de especias, alfombras, camellos, desiertos y palacios de fábula, la que nos evoca las Mil y Una Noches, con sus emires y princesas, y los viajes de Marco Polo; esa que nos imaginábamos de niños viendo películas de aventuras en las olvidadas sesiones continuas de los cines de barrio mientras tomábamos el bocata que nuestras madres nos preparaban cuando aún no se estilaban las palomitas…
Así que apenas en un segundo pasé del escepticismo al más vivo interés. ¡Samarcanda! ¡Qué bien sonaba ese nombre! Los de Bujara y Jiva no me decían demasiado, pero Samarcanda… Y me despertó definitivamente el gusanillo al enviarme sus fotos por whatsapp. ¡Qué bonito todo! De auténtico cuento. Mi amiga regresó encantada y me animó a ir. Sería cuestión de pensarlo. Al poco, llegó la pandemia y los destinos lejanos quedaron guardados en el cajón de los “quizás alguna vez…”.
El año pasado, una vez que la cuestión sanitaria empezó a normalizarse, otra amiga me comentó que sus hermanas habían vuelto de allí muy satisfechas. Así que nos decidimos nosotras también y cuanto antes. Aunque me enteré por el foro de que el viaje no es difícil de preparar por libre, los años no pasan en vano y preferimos no complicarnos, así que nos apuntamos a una de las rutas culturales para mayores de 55 años patrocinados por la Comunidad de Madrid, que ya conocíamos por experiencias anteriores; tienen buen precio y suelen resultar bien, asumiendo sus pros y sus contras.
A la hora de elegir la ruta y la fecha, seguimos los consejos que nos dieron, en especial, evitar el invierno y el verano, por las temperaturas extremas que se alcanzan en ese país. Viajando en primavera, nos recomendaron que no fuese más allá de la segunda quincena de mayo para librarnos del calor. Así que elegimos un circuito que salía el día 10 de mayo.
El itinerario era el típico y básico de una semana (en destino), en el que se visitaba lo esencial del país y que nos pareció suficiente para cumplir nuestras expectativas: las tres ciudades míticas, Samarcanda (Samarkand), Bujara (Bukhara) y Jiva (Khiva), además de la capital, Taskent (Tashkent). También seguía el mejor orden, de menos a más en cuanto a belleza e interés, salvo Taskent, que se hace al principio o al final según convenga en función de los vuelos y que, en nuestro caso, cerró el viaje.
El perfil en Google Maps sería más o menos el siguiente, con un total de 1.024 kilómetros.
Ya solo quedaba realizar los preparativos. Aunque se trate de un viaje organizado, siempre lo preparo como si no lo fuese. No quiero pasar el tiempo libre en tiendas, de siesta en el hotel o sentada en una terraza, eso lo puedo hacer tranquilamente en casa. Así que aprovecho todo lo que puedo para moverme a mis anchas; y eso requiere una planificación previa. En fin, cada cual tiene su sistema. Para viajes turísticos a Uzbekistán de hasta 30 días, los ciudadanos españoles no necesitamos visado, solamente el pasaporte con una caducidad no inferior a tres meses a partir de la fecha de finalización de la estancia. Además, existe la obligación de registrar el pasaporte en la policía durante los tres primeros días laborables de estancia en el país y en cada una de las ciudades que se visiten. Si te alojas en hoteles, como era nuestro caso, suelen ocuparse en recepción. Al menos esas eran las condiciones en mayo de 2023.
Respecto a la moneda, me quedé con los ojos a cuadros al ver que, por entonces, un euro se cambiaba a 12.000 soms. ¡Uff! Nos íbamos a llenar los bolsillos de millones… Por fortuna, íbamos con muchos gastos pagados, así que no tendríamos que utilizar demasiado la calculadora ni las tarjetas. O eso pensábamos. En cuanto a los datos y al teléfono móvil, nos decantamos en principio por utilizar el wifi en los hoteles. Luego ya veríamos.
En cuanto al tema sanitario, se habían eliminado las restricciones por el Covid y tampoco se requieren vacunas obligatorias. Sin embargo, conozco a personas que tuvieron problemas estomacales allí y me puse a investigar. Leí que el agua no es potable y que conviene ponerse la vacuna de la hepatitis A. Así que acudí a Sanidad Exterior, donde me indicaron que no me hacía falta dado el tipo de viaje que iba a realizar, si bien debería adoptar ciertas precauciones, como tomar siempre agua embotellada y evitar bebidas con hielo añadido, frutas con cáscara y alimentos crudos o lavados con agua del grifo. En fin, lo habitual en estos casos. Hasta ahora (toco madera) nunca me ha pasado nada en destinos donde mucha gente cae, con lo cual me quedé más tranquila. Además, como es lógico, preparé un pequeño botiquín con paracetamol, ibuprofeno, suero oral, antidiarreicos… También contraté un seguro médico adicional y otro por gastos de cancelación. Respecto a la ropa, nos aseguraron que en esa época no pasaríamos frío, pero que llevásemos alguna chaqueta o jersey por si bajaba la temperatura; además, un chubasquero y un paraguas -según algunas previsiones meteorológicas, nos podía llover-.
Nota. Los nombres de las ciudades y, sobre todo, de los monumentos los he encontrado escritos de diversa manera, así que en el relato utilizaré los más conocidos o según lo que aparezca en la documentación que esté consultando en el momento de escribir el diario. Etapas 1 a 3, total 19
Hasta que no lo ves en un mapa, cuesta darse cuenta de lo lejos que está Uzbekistán de España: en avión, hay casi seis mil kilómetros desde Madrid a Taskent y por carretera nos iríamos a más de siete mil.
Al no existir vuelos directos en ese momento (parece que se van a establecer próximamente), el viaje requería al menos una escala. Según he leído, hace unos años era habitual ir vía Moscú, pero con la situación bélica actual tal opción resulta imposible, con lo cual lo más fácil es trasbordar en Estambul. Los vuelos fueron con Turkish Airlines, que nos cambió un par de veces los horarios, algo “normal”, al parecer, por parte de esta compañía en los últimos tiempos. La escala de la ida era de menos de dos horas y el avión salió de Madrid con más de treinta minutos de retraso, de modo que cruzamos los dedos para no perder la conexión con Taskent. Es cierto que al ser billetes de la misma aerolínea emitidos juntos (de hecho, llevábamos impresas las dos tarjetas de embarque y las maletas iban al destino final), suelen esperar si existen demoras, pero nunca se sabe. El vuelo duró cuatro horas y media y, afortunadamente, un empleado situado a la salida del finger nos guio hasta la puerta de embarque y nos sobró tiempo. Teníamos por delante un vuelo de otras cuatro horas.
Al margen de los problemas citados, los aviones de Turkish me resultaron bastante cómodos comparados con los de otras compañías aéreas. Disponen de pantallas individuales con entretenimiento variado y películas en español; también sirvieron un menú decente en ambos vuelos y llevábamos una maleta facturada de hasta 23 kilos, todo incluido en el precio. Además de manta y cojín, nos facilitaron un pequeño neceser muy mono con antifaz, tapones para los oídos, auriculares y unos calcetines suavecitos, que me vinieron muy bien después, para utilizar en las mezquitas.
Como suelo hacer, aproveché los tiempos muertos para enterarme de algunas cosillas básicas sobre uno de esos países asiáticos que formaron parte de la extinguida Unión Soviética y cuyo nombre acaba en “stán”, entre los que el que más nos suena (Afganistán) no es por nada grato, precisamente. Pero eso no viene a cuento ahora. La República de Uzbekistán, independiente desde 1991, se encuentra en Asia Central y es uno de los dos países del mundo –junto con Liechtenstein- doblemente aislados del mar, lo que significa que se precisa cruzar al menos dos fronteras para llegar al mar, sin considerar como tales el Mar Caspio y el Mar de Aral, ya casi seco. Con una superficie de 447.000 km2, es el país más poblado de su región, superando los 35.000.000 de habitantes, de los cuales más de un 80 por ciento son de religión musulmana. El idioma oficial es el uzbeco -con caracteres latinos desde su independencia-, pero también se utiliza mucho el ruso. Su economía se basa en la producción de materias primas, la explotación de recursos naturales y la minería (oro, uranio, gas natural…). Entre los cultivos destaca el algodón; luego, la seda, el trigo, las frutas y las verduras. También tienen vino. A lo largo del viaje, vimos a muchas personas, hombres y mujeres, trabajando en los campos. Nos tocó estar toda la noche de aviones y aeropuertos. Salimos de Madrid a las 7 y media de la tarde y llegamos a Taskent en torno a las ocho de la mañana, teniendo en cuenta que el horario en Uzbekistán era en mayo de cuatro horas más que en España, lo que durante el verano se reduce a tres. Al principio, el segundo vuelo nos llevaría desde Estambul a Samarcanda, pero unos días antes de partir nos comunicaron que se había cancelado: primera pifia aérea de la lista. Pisamos suelo uzbeco con sol y buena temperatura, sobre veinticinco grados, si bien el cielo no aparecía azul sino grisáceo por la calima, algo bastante habitual, según comprobamos en los días sucesivos. Desayunamos en el bufet de un hotel de cinco estrellas de la capital, quizás para mantenernos con la moral alta, pues aún nos quedaba llegar a Samarcanda. También cambiamos algo de dinero, ya que el uso de las tarjetas no está tan extendido como aquí y, sobre todo, los vendedores callejeros y en los mercados no las aceptan. Los billetes son chulos y tienen motivos relacionados con la historia y los monumentos del país.
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Durante el viaje, llevamos un guía español y otro uzbeco, que había estudiado en Granada y nos fue facilitando todo tipo de explicaciones, datos y anécdotas sobre la historia del país y su actualidad política, económica, social, etc. Aunque prefiero los viajes por libre, reconozco que un buen guía local suele marcar las diferencias para bien y proporciona mucha información a la que de otro modo no tendrías acceso o la pasarías por alto. Lógicamente, hay que poner en contexto los datos, informarse por otras fuentes y sacar unas conclusiones propias que no tienen por qué coincidir siempre con lo que te están contando. Aun así, nos enteramos de detalles muy interesantes acerca de un país bastante desconocido para nosotros. Claro que en este diario, voy a obviar las disertaciones y divergencias políticas, sociales y religiosas que inevitablemente salieron a colación y me centraré en las cuestiones meramente turísticas, como que se trata de un país seguro para los extranjeros, bastante permisivo con los atuendos femeninos y con precios baratos, en general, para nosotros, si bien no hay que desdeñar los gastos de entradas, propinas y… cervecitas, que se suelen encontrar con más facilidad que en otros países musulmanes. Al mencionar la palabra “propina”, que cada uno lo interprete como quiera, pues el resultado dependerá de sus respectivas experiencias. Creo que me explico. Nosotros llevábamos incluidas casi todas las actividades y aun así tampoco nos libramos de soltar alguna que otra.
"autopista" uzbeca, con vendedores en los arcenes
Llegada a Samarcanda. La primera mención escrita de Samarcanda data del año 329 a.C., cuando Alejandro Magno conquistó la ciudad, que por entonces se llamaba Maracanda, donde florecía el comercio y la artesanía. Equidistante entre China y el Mediterráneo, pronto se convirtió en un enclave multicultural al ser parada obligada de mercaderes y caravanas antes de afrontar desiertos y montañas en la gran ruta comercial abierta desde el siglo I entre Oriente y Occidente, y que, siguiendo tendencias románticas, adquiriría la denominación de “Ruta de la Seda” en el siglo XIX. De origen persa, por allí pasaron los chinos, los árabes, los samánidas… En 1220, Gengis Khan la destruyó, pero, en 1369, el conquistador mongol Amir Timur (Tamerlán) la convirtió en capital de su enorme imperio y quiso dotarla de edificios maravillosos que respondieran a su propio esplendor, para lo cual contrató a los mejores arquitectos y los más hábiles artesanos de Asia Central. Su nieto, Ulug Beg, continuó esa labor de embellecimiento. En 2001, Samarcanda fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Todo el mal humor y el cansancio que fui acumulando a causa de las largas horas de un viaje que parecía interminable desaparecieron como por ensalmo cuando llegamos a Samarcanda, si bien no fue un amor a primera vista, pues se trata de una ciudad grande, de más de medio millón de habitantes, que no responde, en principio, a las maravillas antiguas que evoca su nombre: tráfico intenso, atascos, amplias avenidas, manzanas de casas sin demasiado interés arquitectónico y tiendas en plan bazar. Y es que Samarcanda, cuyo trazado actual data de la época zarista del siglo XIX, ya nada tiene que ver con la ciudad legendaria de los mercaderes y las especias, pero sí que conserva, aunque un poco desperdigados, muchos de esos edificios de fábula con que solemos relacionarla, algunos de los cuales atisbamos, al fin, por el camino con enorme curiosidad, hasta alcanzar las mahallas, los barrios residenciales populares en torno al bazar Siyob. Aquello ya prometía más.
Un pequeño inciso antes de empezar el relato. Aunque supongo que todo el mundo lo sabe, como íbamos a ver muchas madrazas y mezquitas, decir que ambas representan lugares de reunión para los musulmanes y la diferencia es que las madrazas están destinadas al estudio –universidades coránicas-, mientras que las mezquitas se dedican a la oración.
Mezquita de Bibi Khanum. Contemplar su imponente fachada nos hizo parpadear, solo faltaba que apareciera Aladino en su alfombra voladora y el Genio con su lámpara.
No obstante, tuvimos que esperar un ratito antes de verla por dentro, ya que primero fuimos a almorzar (en Uzbekistán se come pronto) al Hotel Zargaron, que se encuentra frente al complejo de Bobi Khanum. Su restaurante presenta una decoración interior algo recargada, pero la comida nos gustó y las vistas sobre las cúpulas turquesas de la mezquita son fantásticas. Me pareció que al mirador del hotel (un establecimiento ambientado al estilo de las mil y una noches), se puede acceder libremente para echar un vistazo, si bien exigen un pago por tomar fotografías, que nosotros no tuvimos que abonar al ser clientes (tampoco lo hubiese hecho, la verdad).
Amir Timur inició la construcción de la Mezquita Bibi Khanum en el año 1399, tras su campaña victoriosa en la India, de donde se llevó 95 elefantes para transportar los enormes bloques de piedra que requería una obra de semejantes dimensiones. Está dedicada a una de sus mujeres. Con una capacidad superior a los 10.000 peregrinos, fue en su época la mezquita más grande de Asia Central y uno de los edificios más bellos del mundo islámico. Merece la pena rodearla por el exterior y recrearse en los detalles. El conjunto se compone de cuatro edificios (la portada, una gran mezquita central y dos laterales, más pequeñas), que se conectaban mediante una galería en arco, apoyada sobre 480 columnas de mármol. El pórtico de entrada cuenta con un ivam de 35 metros de altura y un arco central de 8.
El término ivam se aplica en la arquitectura islámica a una sala o espacio, normalmente rectangular y abovedado, amurallado por tres lados, con un extremo totalmente abierto; y se llama pishtag a la entrada con arco elevado que sobresale de la fachada.
La decoración de las fachadas se realizó con azulejos de cerámica formando motivos geométricos y versos coránicos, mientras que la cúpula de la mezquita fue recubierta de cerámica de color turquesa. Tenía dos minaretes de 50 metros de altura que ahora carecen de corona.
El patio interior mide 130 por 102 metros. En el centro, dentro de una gran urna de cristal, se pueden ver los restos de la estructura que servía de soporte para el Corán de Osman.
Tras numerosos terremotos y vicisitudes, se encontraba en estado ruinoso a principios del siglo XX. Fue restaurada durante el periodo soviético, si bien su estado de conservación difiere según las estancias. La visita del interior es de pago (unos 2 euros al cambio, creo recordar). Sin duda, es uno de los monumentos imprescindibles en Samarcanda. Enfrente, sobre una pequeña colina, subiendo unas escaleras, se encuentra el Mausoleo de Bibi-Khanum.
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