Durante el viaje, llevamos un guía español y otro uzbeco, que había estudiado en Granada y nos fue facilitando todo tipo de explicaciones, datos y anécdotas sobre la historia del país y su actualidad política, económica, social, etc. Aunque prefiero los viajes por libre, reconozco que un buen guía local suele marcar las diferencias para bien y proporciona mucha información a la que de otro modo no tendrías acceso o la pasarías por alto. Lógicamente, hay que poner en contexto los datos, informarse por otras fuentes y sacar unas conclusiones propias que no tienen por qué coincidir siempre con lo que te están contando. Aun así, nos enteramos de detalles muy interesantes acerca de un país bastante desconocido para nosotros. Claro que en este diario, voy a obviar las disertaciones y divergencias políticas, sociales y religiosas que inevitablemente salieron a colación y me centraré en las cuestiones meramente turísticas, como que se trata de un país seguro para los extranjeros, bastante permisivo con los atuendos femeninos y con precios baratos, en general, para nosotros, si bien no hay que desdeñar los gastos de entradas, propinas y… cervecitas, que se suelen encontrar con más facilidad que en otros países musulmanes. Al mencionar la palabra “propina”, que cada uno lo interprete como quiera, pues el resultado dependerá de sus respectivas experiencias. Creo que me explico. Nosotros llevábamos incluidas casi todas las actividades y aun así tampoco nos libramos de soltar alguna que otra.
"autopista" uzbeca, con vendedores en los arcenes
Llegada a Samarcanda.
La primera mención escrita de Samarcanda data del año 329 a.C., cuando Alejandro Magno conquistó la ciudad, que por entonces se llamaba Maracanda, donde florecía el comercio y la artesanía. Equidistante entre China y el Mediterráneo, pronto se convirtió en un enclave multicultural al ser parada obligada de mercaderes y caravanas antes de afrontar desiertos y montañas en la gran ruta comercial abierta desde el siglo I entre Oriente y Occidente, y que, siguiendo tendencias románticas, adquiriría la denominación de “Ruta de la Seda” en el siglo XIX. De origen persa, por allí pasaron los chinos, los árabes, los samánidas… En 1220, Gengis Khan la destruyó, pero, en 1369, el conquistador mongol Amir Timur (Tamerlán) la convirtió en capital de su enorme imperio y quiso dotarla de edificios maravillosos que respondieran a su propio esplendor, para lo cual contrató a los mejores arquitectos y los más hábiles artesanos de Asia Central. Su nieto, Ulug Beg, continuó esa labor de embellecimiento. En 2001, Samarcanda fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Todo el mal humor y el cansancio que fui acumulando a causa de las largas horas de un viaje que parecía interminable desaparecieron como por ensalmo cuando llegamos a Samarcanda, si bien no fue un amor a primera vista, pues se trata de una ciudad grande, de más de medio millón de habitantes, que no responde, en principio, a las maravillas antiguas que evoca su nombre: tráfico intenso, atascos, amplias avenidas, manzanas de casas sin demasiado interés arquitectónico y tiendas en plan bazar. Y es que Samarcanda, cuyo trazado actual data de la época zarista del siglo XIX, ya nada tiene que ver con la ciudad legendaria de los mercaderes y las especias, pero sí que conserva, aunque un poco desperdigados, muchos de esos edificios de fábula con que solemos relacionarla, algunos de los cuales atisbamos, al fin, por el camino con enorme curiosidad, hasta alcanzar las mahallas, los barrios residenciales populares en torno al bazar Siyob. Aquello ya prometía más.
Un pequeño inciso antes de empezar el relato. Aunque supongo que todo el mundo lo sabe, como íbamos a ver muchas madrazas y mezquitas, decir que ambas representan lugares de reunión para los musulmanes y la diferencia es que las madrazas están destinadas al estudio –universidades coránicas-, mientras que las mezquitas se dedican a la oración.
Mezquita de Bibi Khanum.
Contemplar su imponente fachada nos hizo parpadear, solo faltaba que apareciera Aladino en su alfombra voladora y el Genio con su lámpara.
No obstante, tuvimos que esperar un ratito antes de verla por dentro, ya que primero fuimos a almorzar (en Uzbekistán se come pronto) al Hotel Zargaron, que se encuentra frente al complejo de Bobi Khanum. Su restaurante presenta una decoración interior algo recargada, pero la comida nos gustó y las vistas sobre las cúpulas turquesas de la mezquita son fantásticas. Me pareció que al mirador del hotel (un establecimiento ambientado al estilo de las mil y una noches), se puede acceder libremente para echar un vistazo, si bien exigen un pago por tomar fotografías, que nosotros no tuvimos que abonar al ser clientes (tampoco lo hubiese hecho, la verdad).
Amir Timur inició la construcción de la Mezquita Bibi Khanum en el año 1399, tras su campaña victoriosa en la India, de donde se llevó 95 elefantes para transportar los enormes bloques de piedra que requería una obra de semejantes dimensiones. Está dedicada a una de sus mujeres. Con una capacidad superior a los 10.000 peregrinos, fue en su época la mezquita más grande de Asia Central y uno de los edificios más bellos del mundo islámico. Merece la pena rodearla por el exterior y recrearse en los detalles.
El conjunto se compone de cuatro edificios (la portada, una gran mezquita central y dos laterales, más pequeñas), que se conectaban mediante una galería en arco, apoyada sobre 480 columnas de mármol. El pórtico de entrada cuenta con un ivam de 35 metros de altura y un arco central de 8.
El término ivam se aplica en la arquitectura islámica a una sala o espacio, normalmente rectangular y abovedado, amurallado por tres lados, con un extremo totalmente abierto; y se llama pishtag a la entrada con arco elevado que sobresale de la fachada.
La decoración de las fachadas se realizó con azulejos de cerámica formando motivos geométricos y versos coránicos, mientras que la cúpula de la mezquita fue recubierta de cerámica de color turquesa. Tenía dos minaretes de 50 metros de altura que ahora carecen de corona.
El patio interior mide 130 por 102 metros. En el centro, dentro de una gran urna de cristal, se pueden ver los restos de la estructura que servía de soporte para el Corán de Osman.
Tras numerosos terremotos y vicisitudes, se encontraba en estado ruinoso a principios del siglo XX. Fue restaurada durante el periodo soviético, si bien su estado de conservación difiere según las estancias. La visita del interior es de pago (unos 2 euros al cambio, creo recordar). Sin duda, es uno de los monumentos imprescindibles en Samarcanda. Enfrente, sobre una pequeña colina, subiendo unas escaleras, se encuentra el Mausoleo de Bibi-Khanum.