![]() ![]() TRIBULACIONES DE UNA PAREJA DE ESPAÑOLITOS EN AUSTRALIA ✏️ Blogs de Australia
18 días recorriendo la isla-continenteAutor: JOTAEME Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (10 Votos) Índice del Diario: TRIBULACIONES DE UNA PAREJA DE ESPAÑOLITOS EN AUSTRALIA
01: Empieza la aventura.
02: PERTH
03: PERTH - City Tour y Fremantle
04: PERTH - Pínnacles.
05: AYERS ROCK
06: ULURU
07: CAIRNS
08: CAIRNS – Wooroonooran
09: CAIRNS - Michaelmas Cay
10: MELBOURNE
Etapas 4 a 6, total 19
Domingo, 4 de Octubre de 2009: PERTH - Pínnacles.
Nuevamente nos levantamos a las 6. APT nos tenía que recoger, esperábamos que con más puntualidad que el día anterior, a la misma hora. La chica del restaurante era distinta y no quiso entender nada de breakfast included o no. No figurábamos en su lista y era de obligado cumplimiento el trámite de rellenar su impreso y firmarlo. Lo firmé, desayunamos y puesto que nos sobraba algo de tiempo aproveché para explicar en recepción que nuestro desayuno estaba incluido y que en el restaurante no lo sabían. Después de hacer una nueva fotocopia de la hoja que mostré, la empleada me aseguró que el tema estaba claro y que no habría más problemas con el desayuno. De todas formas ya solo quedaba uno. Con solo cinco minutos de retraso nos recogió el autobús de APT. Después de pasar por otros tres hoteles, nos llevó hasta el punto de encuentro donde nos acomodamos en una especie de camión de pasajeros con tracción a las cuatro ruedas, que nos iba a llevar hasta el desierto de los Pinnacles. Al igual que el sábado éramos los únicos de habla hispana del grupo, es más, éramos los únicos occidentales que ese día realizábamos esa excursión. Tanto la inmigración como el turismo en Australia está, en estos momentos, dominado por los países asiáticos. De hecho es lógico por proximidad. En Australia los chóferes de los autobuses turísticos ejercen, además, de guía. Probablemente las empresas organizadoras lo harán para ahorrarse un sueldo. No sé si hacen bien o mal su función como guía, pero lo cierto es que no callan durante todo el viaje. Con el micrófono a pocos centímetros de la boca, se pasan el día hablando, proporcionando informaciones históricas y geográficas, contando anécdotas y dando instrucciones. Para ser fieles a la verdad no están todo el día hablando: acostumbran a respetar el tramo final del regreso, sobre todo si ya ha oscurecido, para que los pasajeros puedan echar una cabezadita. El recorrido se inició siguiendo el curso del río Swan. La primera parada la hicimos en el Caversham Wildlife Park. De la mano de una guía propia del parque, y simulando prestar una académica atención a sus explicaciones, tuvimos la primera oportunidad de acariciar y hacernos fotos con koalas y canguros. A estos últimos, además, pudimos darles de comer una especie de rancho facilitado por el personal del parque. A la salida, estratégicamente situada, se encontraba la obligada tienda de recuerdos: koalas y canguros de peluche, llaveros, mochilas, reproducciones de boomerangs, artesanía aborigen, libros, postales, imanes,... Durante los próximos días íbamos a tener la oportunidad de admirar los mismos objetos miles de veces. Al final nuestra distracción era comparar los precios de idénticos recuerdos en distintos sitios. Por cierto, a pesar de que muchos de ellos eran Made in Australia, la mayoría procedían de China. El camino hasta el desierto de los Pinnacles es largo, unas tres horas desde Perth. Sin embargo no se hizo pesado, quizás por que íbamos absorbiendo los verdes paisajes de la región que atravesábamos. Alrededor de la una paramos en un aislado edificio cercano al pueblo de pescadores de Cervantes. Cutre sería una palabra educada para describir el local. Estaba formado por una gran sala, más de la mitad de la cual estaba ocupada por largas mesas y bancos, en el resto unas desvencijadas estanterías contenían, además de polvo, los comunes recuerdos con la pretensión de que alguien los adquiriera. En menos de 5 minutos estuvo todo dispuesto para “disfrutar” de la comida pic-nic prometida en el folleto de la agencia: sopas liofilizadas, ensalada, embutido, queso, pollo frío, fruta y café. No estaba mal y por el precio de la excursión probablemente no se podía esperar más. Antes de las dos de la tarde ya estábamos camino del cercano Parque Nacional Nambung donde se ubicaba nuestro destino. El desierto de los Pinnacles es espectacular: una arena amarilla, salpicada por pequeños monolitos que le dan su típica apariencia. Me lo imaginaba más grande, ya que en todas las fotos que había visto solo se podía ver arena y monolitos, sin la aparición de ninguna persona u objeto que pudiera servir de referencia para calibrar su magnitud. Me sorprendió que estuviera permitida la circulación de vehículos entre los monolitos. Intentamos evitar, sin conseguirlo en todas las ocasiones, la aparición de coches y personas ajenas en nuestras fotos y tratamos de integrarnos en el paisaje para impregnarnos de la sensación de irrealidad que provocaba. No hizo falta atender las múltiples indicaciones de precaución por el calor y la deshidratación: el día era fresco y algo nublado. Finalizamos la visita pasando por el centro del visitante que contenía una pequeña exposición de fotografías e informaciones sobre el parque y, por supuesto, la tienda de recuerdos. A la hora convenida regresamos al camión. El camino de vuelta se hizo por otra ruta. Recorrimos una de esas famosas carreteras sin asfaltar. Nos sorprendió lo bien cuidada que estaba, la velocidad del camión era prácticamente la misma que sobre el asfalto y no se notaban baches ni irregularidades. Después de un par de paradas para admirar flores silvestres, muy fotografiadas por el resto de pasajeros y rebaños inmensos de vacas llegamos hasta Lancelin, población turística junto al mar, destino vacacional de los habitantes de Perth y cuyo principal atractivo son unas inmensas dunas de arena por las que estuvimos dando vueltas con el camión, subiendo suaves cuestas y bajando por pendientes de 60 grados. A la tercera vuelta paró en lo alto de la pendiente más pronunciada, sacó del maletero un montón de tablas de surf y nos invitó a deslizarnos por la arena. Así lo hicieron la mayoría de pasajeros, el resto nos divertimos viendo como se revolcaban por la arena. El día llegaba a su fin. La última etapa se desarrolló en silencio aprovechando para dormir un poco mientras anochecía. Ya en Perth descubrimos que el centro peatonal se hallaba prácticamente desierto en la noche del domingo. Cenamos dimos una vuelta y regresamos al hotel. Etapas 4 a 6, total 19
Lunes, 5 de Octubre de 2009: AYERS ROCK
Había llegado el fin de la primera etapa de nuestro periplo australiano. pero no nos libramos de madrugar. El autobús nos recogía a las 8:45 por lo que a las seis y media nos levantamos y a las siete entrábamos en el comedor para comprobar que por fin figurábamos en la lista de los que tenían el desayuno incluido. Desayunamos y regresamos a la habitación para preparar maletas y mochilas. En todos nuestros viajes anteriores las maletas se deshacían a la llegada y no se volvían a tocar hasta el día de regreso, pero este era un viaje atípico y éramos conscientes de que íbamos a estar deshaciendo y haciendo maletas todo el tiempo. Al hacer el check-out el empleado me preguntó si habíamos hecho uso del mini bar. Le respondí que no (el bar nos lo habíamos montado nosotros por nuestra cuenta). Luego me mostró una hojita y me indicó que tenía un cargo por un desayuno. Vuelta a la carga para explicar que nuestro agente de viajes nos había informado que los desayunos estaban incluidos y vuelta a mostrar el documento que lo indicaba. El empleado, como no, me pidió permiso para fotocopiar mi hoja y nos dijo que todo estaba correcto. Como el asunto ya empieza a aburrirme, a partir de aquí no voy a hacer más mención de los desayunos incluidos o no, simplemente comentar que en todos los hoteles tuve que mostrar el famoso documento, que en cada ciudad hicieron varias fotocopias de él (creo que es el documento más fotocopiado en Octubre en toda Australia) y que casi cada día tuve que pelearme con el personal del restaurante. Al final me lo tomaba con filosofía y los días en que nos brindaban el paso sin exigir la firma con el tipo de desayuno elegido, echaba en falta el debate sobre si correspondía o no. El autobús que nos iba a llevar al aeropuerto llegó con retraso. El vuelo partía a las 10.25 y alrededor de las nueve y media nos poníamos al final de una interminable cola para facturar el equipaje y obtener las tarjetas de embarque. De nuevo me embargaba una sensación de inquietud, un miedo a quedarnos en tierra sin saber que hacer, sin saber si sería fácil o no volar a Ayers Rock en otro vuelo. Era algo que de haber ido por libre nunca hubiera pasado ya que hubiéramos estado en el aeropuerto con mucho tiempo de antelación, aunque luego termináramos aburriéndonos paseando por la terminal, curioseando en tiendas en las que nunca compramos nada, pero con la tranquilidad de saber que a la hora del embarque estaríamos en la puerta listos para subir al avión. Ya he dicho que mi inglés es malo y que mi dificultad para entender a los australianos preocupante, pero no tuve ningún problema para entender a la empleada del aeropuerto que recorría la cola de pasajeros preguntando por los que se dirigían a Ayers Rock. La seguimos y cinco minutos después ya estaba el equipaje facturado y nos encaminábamos con nuestras tarjetas de embarque hacía el control de seguridad gozando de una inmensa tranquilidad. Mientras esperábamos el momento del embarque recordamos que en la mochila llevábamos una botella de agua que, con las prisas, habíamos olvidado tirar antes de pasar el control de seguridad. Nos sorprendió que no la hubieran detectado y que nadie nos hubiera dicho nada. Días después averiguamos que la prohibición de transportar líquidos en cabina solo vale para los vuelos internacionales. El vuelo resultó espectacular. A un día despejado se le unió un asiento de ventanilla y por delante del ala. La visibilidad era muy buena y gocé contemplando las extensiones de prados y bosques que fueron dando paso al desierto con sus aisladas construcciones acompañadas de pistas de aterrizaje. Salpicando el paisaje se distinguían los contornos de lo que parecían lagos, supuse que serían lagos, ahora secos, que solo contendrían agua en época de lluvias y por el color lo más probable era que su contenido en sal fura muy elevado. El colofón, la traca final, cuando el avión iba perdiendo altura para aterrizar en Ayers Rock, fue la visión del monolito de Uluru y los Montes Olgas destacando en un inmenso casi desierto y digo casi porque la baja altura de esos momento me permitió observar bastante vegetación, dispersa entre la arena roja, pero que denotaba la existencia de muchos tipos de vida en ese desierto. Aterrizamos, atrasamos el reloj media hora para adecuarlo a la hora local, recogimos las maletas y sin posibilidad de error ni duda de ningún tipo ya que en Ayers Rock solo hay un Resort, con varios hoteles pero pertenecientes todos al mismo Resort, nos subimos al autobús que llevaba a los pasajeros a sus respectivos destinos. Repasando el programa del día me había percatado que la llegada al aeropuerto de Ayers Rock estaba prevista a las 13.50 y la salida de la visita a Uluru para disfrutar de su anochecer a las 14:15. Muy justo me parecía pero confiaba que el autobús nos esperaría. La llegada al hotel ya fue posterior a la hora de salida de la excursión y allí no había ningún autobús de APT esperando. Después de realizar el check-in en el Desert Gardens pregunté por la excursión y me informaron que ya había partido. Al preguntar qué podía hacer, el empleado, muy amablemente llamó a APT y negoció la excursión para el día siguiente. No hubo ningún problema, solo que al día siguiente nos esperaba un verdadero empacho de Uluru: a primera hora el amanecer y la visita a los Montes Olgas y por la tarde recorrido por el monolito y el anochecer. La tarde libre que nos iba a quedar al día siguiente se adelantó un día. En el avión nos habían dado de comer, así que el hambre, de momento, no apremiaba por lo que nos dispusimos a explorar el Resort. Nuestra habitación estaba en la planta baja y disponía de una terraza que daba a un pequeño jardín. Formaba parte de un bloque de planta baja y un solo piso y disponía de unas 16 habitaciones. Paseamos entre jardines hasta la piscina que sin estar abarrotada se encontraba, a esa hora, concurrida. Llegamos al Centro de Visitantes que disponía de paneles explicativos con fotos y un gigantesco terrario donde se podían contemplar las plantas y los animales (disecados) propios del lugar, simulando su habitat natural. Los recuerdos de la tienda resultaron más caros que en cualquier otro lugar. Después de pasar junto al Auditorio atravesamos el conjunto de apartamentos del Emu Walk y llegamos hasta la Shoping Square que, además de varias tiendas, dispone de una hamburguesería, una pizzería restaurante y un supermercado. Recorrimos todas las tiendas y, pensando en la cena, curioseamos la oferta culinaria del lugar. Finalmente acabamos en el supermercado y decidimos comprar algo para cenar: ensaladas preparadas, fruta, pan y algo que nos hizo mucha ilusión: “Chorizo Español”. No había alcohol, pero por suerte habíamos traído en la maleta un par de latas que nos sobraron en Perth. Allí tuvimos nuestro primer contacto con aborígenes que, como nosotros, realizaban la compra del día. Regresamos a la habitación para dejar la cena y salimos de nuevo para, atravesando la duna central del Resort, encaminarnos hasta el Outback Pioner. Pronto comprobamos que se trataba del lugar más animado de la zona. Dispone de un establecimiento con comida para llevar o para comer en el recinto, un amplio bar, con música en directo y una serie de barbacoas donde cada uno se cocina lo que previamente ha comprado en el mismo bar. Había salchichas, hamburguesas, pollo, filetes de ternera, pinchos de carne de canguro, de emú y de cocodrilo. La oferta era extensa y no excesivamente cara para lo que íbamos viendo. Además los clientes de la barbacoa disponían de forma gratuita de un buffet libre de entrantes y postres. Nos arrepentimos de las compras realizadas en el super pero finalmente decidimos aprovechar lo que habíamos comprado y dejar la barbacoa para el día siguiente. Nos tomamos unas cervezas y nos fuimos a la habitación para cenar. Como era pronto y sentíamos curiosidad por el tema de la barbacoa regresamos de nuevo al Outback Pioner. La animación era muy superior a la de la tarde, casi todas las mesas estaban ocupadas y había cola en las barbacoas. El aroma activó nuestros jugos gástricos y a punto estuvimos de cenar de nuevo, pero el horario de la barbacoa estaba llegando a su fin y lo dejamos, como habíamos acordado, para el día siguiente. Etapas 4 a 6, total 19
Martes, 6 de Octubre de 2009: ULURU
Es harto conocido que amanece muy temprano y si se pretende disfrutar del amanecer al pie del impresionante monolito de Uluru (o en cualquier otro lugar) hay que madrugar. Nos despertamos a las cuatro y cuarto ya que la hora de recogida era a las cinco. Nos proveímos del desayuno para llevar que preparaban en el hotel y nos subimos al autobús. Después de parar en el resto de hoteles del Resort para recoger pasajeros y con las extensas explicaciones del chofer nos dirigimos hacía el parque de Uluru a pocos kilómetros y cuya silueta se distinguía a la luz de la luna durante todo el camino. Rodeamos el monolito casi de forma completa hasta llegar a uno de los lugares habilitados para contemplarlo durante el amanecer. Enseguida tomamos posiciones para no perdernos ni un ápice de lo que iba a pasar, suponiendo que con un montaje de ese tipo sería espectacular. Poco a poco la claridad fue aumentando y la silueta del monolito definiéndose. Durante la espera se nos ofreció café con galletas. Hacía menos frío del que esperaba, y el café, aguado pero caliente, resultó de agradecer. Efectivamente, durante el amanecer, el monolito cambia de color. No sé si todos los amaneceres son iguales, pero este me estaba resultando bastante anodino. Quizás porque no le daba ningún valor mágico ni religioso a lo que simplemente es una piedra gigantesca aflorando en la superficie de un desierto rojo. Cuando empezó a salir el disco del sol la tonalidad rojiza del monolito lo hizo más interesante, pero ¿valía la pena el madrugón? Sinceramente creo que no, sin embargo uno al Uluru no va cada día y puesto que nos encontrábamos allí quizás por única vez en nuestra vida había que sacar todo lo positivo del momento y así lo hicimos tomando fotos y videos para poder contar que disfrutamos de un amanecer en la roca mágica de los aborígenes. Cuando el sol ya brillaba en todo su esplendor empezamos a subir al autobús para proseguir nuestra ruta. Según la programación del viaje facilitada en España, después de ver el amanecer habría dos opciones: subir a la roca o pasear por su base. Sé que la subida es algo que no gusta a los aborígenes y unos meses antes leí la noticia de que se había presentado una propuesta para prohibir totalmente la subida, pero yo quería subir, se trataba de uno de mis objetivos y había descartado otros circuitos porque no contemplaban la posibilidad de realizar la ascensión. Me sorprendió que el autobús no parara en el punto donde se permite la subida. Repasando las hojas que APT me había pasado por fax vi que estaba programado al revés de lo informado en España: visita a Kata Tjuta (montes Olgas) después del amanecer y paseo por la base durante la otra excursión, antes de la puesta del sol. Nos fuimos alejando de Uluru hasta que su inconfundible silueta despareció de nuestro horizonte para ser reemplazada, por el otro lado, por la de los montes Kata Tjuta. Forman una sucesión de rocas graníticas no tan espectaculares como Uluru pero, a mi parecer, con más encanto. Paramos en una zona de aparcamiento que disponía de unos aseos con tratamiento químico, un equipo de radio para usar solo en caso de emergencia y un gran deposito de agua con indicaciones en varios idiomas de lo peligroso que es adentrarse en el desierto sin agua y con el consejo de llevar por lo menos un litro por persona y hora que vaya a durar la caminata. También tuvimos la oportunidad de ver un camello salvaje, supongo que pariente de los que trajeron los indios encargados de la construcción de la línea ferroviaria y que abandonaron al finalizar el trabajo. Disponíamos de una hora para recorrer una garganta que discurría entre las formaciones rocosas. El camino estaba convenientemente señalizado con la indicación de no salirse de la ruta marcada para no ofender las creencias religiosas de los aborígenes e invadir zonas sagradas. Hacía más frío que calor y no parecía que debiéramos preocuparnos por el agua. Había otro elemento mucho más preocupante: las moscas. La tarde anterior, curioseando por las tiendas, descubrí unos sombreros de los que colgaban una especie de mosquiteras. Me asusté porque soy propenso a que me piquen los mosquitos y a que mi cuerpo reaccione con unos habones endiablados por el picor que producen. Sin embargo por la noche no sufrí ninguna picadura y supuse que no era temporada de mosquitos. Esa mañana comprobé que el enemigo tenía forma de mosca y no de mosquito. La verdad es que no picaban pero no podían ser más molestas. Resultaba gracioso ver los gestos de la gente intentando apartarlas del rostro con poco o con nulo éxito (supongo que tan gracioso como verme a mí haciendo lo mismo). Al abandonar la zona arbolada y continuar por el camino pedregoso recibimos un aliado: el viento. Obstaculizaba nuestro paso pero impedía que las moscas se nos acercaran. Andamos durante una media hora y dimos la vuelta, calculando que de esa manera estaríamos a la hora convenida de nuevo en el autobús. Cuando todos estuvimos de nuevo a bordo proseguimos la ruta hasta llegar a un mirador perfectamente urbanizado desde donde se podía admirar con una buena perspectiva la formación recién visitada. Quince minutos de parada y vuelta al autobús para finalizar la excursión de la mañana. Sobre las 10:30 llegamos al hotel. Dedicamos lo que restaba de mañana a tomar el sol y bañarnos en la piscina, bueno en realidad solo me bañé yo. Cuando llegamos solo había 3 personas, mientras tomábamos el sol llegaron unas cinco más, entre ellas una joven pareja que parecía estar de luna de miel y que se colocó frente a nosotros al otro lado de la piscina. Tomar el sol en el desierto y en Australia es algo muy peligroso según dicen, así que protegimos nuestros cuerpos con cremas adecuadas y no pasamos demasiado tiempo por si acaso. Aunque creo que Octubre no es el peor mes del año en cuanto a calor en Ayers Rock, por lo menos nosotros así lo vivimos las pocas horas que pasamos allí. Paseamos por el Resort, comimos y a las dos de la tarde ya estábamos a punto para disfrutar de la excursión de la tarde cuyo destino era, como no, Uluru. La primera parada en el Uluru Cultural Center, donde se puede disfrutar de la artesanía aborigen, con pintores y artesanos trabajando en directo y con toda clase de explicaciones graficas sobre el monolito, su significado y la gente que lo venera. Paseando por sus alrededores nos cruzamos con un dingo que pasó sin hacer ningún caso de nosotros. Finalizada la visita se inició un recorrido en autobús por la base del monolito con diversas paradas allí donde había cosas interesantes de ver, como las pinturas estampadas por los aborígenes en las cuevas o las formaciones que el agua había excavado en la inmensa mole del monolito. La penúltima parada se hizo en el punto localizado por la mañana donde se iniciaba la ascensión a la roca. Lamentablemente el acceso estaba cerrado sin indicar el motivo exacto. Un gran cartel indicador señalaba que la ascensión podía estar prohibida por varias razones, entre ellas por viento, o por la realización de alguna celebración religiosa aborigen. Descarté, por tanto, mi intención de “escalada” sabiendo que ya nunca subiría a ese lugar, aunque procurando que ese hecho no me sumiera en ninguna depresión y auto animándome diciéndome que tampoco había subido (ni subiría nunca) a la cima del Everest y no pasaba nada. Después de un recorrido guiado por esa zona de la base nos dirigimos al destino final de la excursión de la tarde: otra zona perfectamente habilitada para comprobar como cambia de color el Uluru durante el ocaso. Me gustó más el atardecer que el amanecer. Quizás porque dispusieron para nosotros de un despliegue de mesas para disfrutar de una copa de vino acompañado por canapés variados. Había hambre y el vino estaba bueno. Esa noche descubrimos que cometimos un error pero disfrutamos del piscolabis y repetimos tanto como quisimos (al final sobró de todo, no vayáis a pensar que arrasamos y dejamos en mal lugar a nuestros conciudadanos, nuestra actuación fue discreta, eso sí nos pusimos hasta las botas). Una foto, una copita de vino, otra foto, un canapé, una secuencia de video, un trozo de queso, otra foto, un palito untado en salsa y un poquito de vino para acompañar,... Así hasta que el sol se ocultó por completo y la gente empezó a tocar retirada subiéndose a los autobuses, porque había decenas de autobuses y, claro, centenares de personas. Cando llegamos al hotel nos cambiamos y atravesando la duna nos dirigimos hasta el Outback Pioner, para descubrir el error cometido al final de la tarde: no teníamos nada de apetito. La barbacoa se nos antojaba un despilfarro porque no nos cabía un ápice de comida. Para hacer tiempo decidimos compartir un cubata (ni la bebida nos entraba) y me acerqué a la barra para pedirlo en mi mejor inglés. “Bourbon with coke” quise decir. Se me antojó raro la forma en que lo sirvió el camarero, pues yo esperaba que abriera una de las latas de combinados iguales a las compradas en Perth y que se mostraban en las neveras acristaladas del bar. También se me antojo raro que el precio fuera inferior a lo esperado. Pero lo que ya fue definitivo fue comprobar que lo servido sabía a cola aguada y nada más. Marga decidió tomar cartas en el asunto, harta de mi incompetencia con el idioma, se acercó a la barra y señaló lo que quería hablando en un puro español. El chico abrió la nevera y sacó una cerveza. Marga dijo “NO” y señaló de nuevo la lata de combinado. El chico, ahora sí, acertó con el deseó de mi mujer y sirvió la bebida correcta. Tantos años intentando aprender un idioma para comprobar que no sirve de nada, que basta señalar con el dedo,... resultaba un poco frustrante, pero por lo menos se había cumplido el objetivo y pudimos compartir una copa y un refresco. El hambre no hacía su aparición. Ni paseando por los alrededores de la barbacoa para ver si sus aromas nos animaban. Disfrutamos de la música en directo, nos tomamos otra copa y muchas horas después de habernos levantado regresamos a nuestro hotel, para jugar un poco a las cartas y acostarnos. Etapas 4 a 6, total 19
📊 Estadísticas de Diario ⭐ 4.8 (10 Votos)
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