Más historia de San Petersburgo.
Durante el siglo XIX varios sucesos afectaron a San Petersburgo de alguna u otra manera. La guerra contra Napoleón, que llegó a invadir Rusia, aunque finalmente sería derrotado por el tamaño del país y por el clima; la revolución de los Decembristas, donde un grupo de oficiales militares que había conocido otros gobiernos más liberales de Europa y que anhelaba la realización de reformas constitucionales, se rebeló contra el zar Nicolás I, que ordenó a las tropas leales disparar contra los rebeldes, matando a cientos de soldados. Este hecho tuvo lugar en la actual Plaza de los Decembristas, junto a la estatua del “Jinete de Bronce”.
Las diferencias sociales cada vez mayores entre la población de la ciudad. Paseando por Nevski Prospekt se podían ver borrachos, prostitutas y mendigos. Los oficiales normalmente vivían por encima de sus posibilidades y los funcionarios tenían salarios insuficientes para mantener a sus familias. En las zonas rurales, se mantenía la existencia de la servidumbre bajo el dominio de la nobleza. Ante esta situación, el sucesor de Nicolás I, Alejandro II, se vio obligado a promover diferentes medidas como la abolición de la servidumbre, pero obligando a los campesinos a comprar sus tierras en condiciones poco favorables. La llegada de la industrialización hizo emigrar a la gente a las grandes ciudades, estando en condiciones aún más desfavorables que antes. Todas estas situaciones acabaron con el asesinato del zar.
El siglo XX comenzaría con el fracaso de la guerra ruso-japonesa, los hechos del “Domingo Sangriento”, la Primera Guerra Mundial, el creciente número de huelgas. Todo esto unido al comportamiento autoritario del zar Nicolás II haría que la familia Romanov perdiera su prestigio y se terminara produciendo la abdicación y arresto de la familia y la posterior revolución bolchevique al mando de Lenin.
Durante el siglo XIX varios sucesos afectaron a San Petersburgo de alguna u otra manera. La guerra contra Napoleón, que llegó a invadir Rusia, aunque finalmente sería derrotado por el tamaño del país y por el clima; la revolución de los Decembristas, donde un grupo de oficiales militares que había conocido otros gobiernos más liberales de Europa y que anhelaba la realización de reformas constitucionales, se rebeló contra el zar Nicolás I, que ordenó a las tropas leales disparar contra los rebeldes, matando a cientos de soldados. Este hecho tuvo lugar en la actual Plaza de los Decembristas, junto a la estatua del “Jinete de Bronce”.
Las diferencias sociales cada vez mayores entre la población de la ciudad. Paseando por Nevski Prospekt se podían ver borrachos, prostitutas y mendigos. Los oficiales normalmente vivían por encima de sus posibilidades y los funcionarios tenían salarios insuficientes para mantener a sus familias. En las zonas rurales, se mantenía la existencia de la servidumbre bajo el dominio de la nobleza. Ante esta situación, el sucesor de Nicolás I, Alejandro II, se vio obligado a promover diferentes medidas como la abolición de la servidumbre, pero obligando a los campesinos a comprar sus tierras en condiciones poco favorables. La llegada de la industrialización hizo emigrar a la gente a las grandes ciudades, estando en condiciones aún más desfavorables que antes. Todas estas situaciones acabaron con el asesinato del zar.
El siglo XX comenzaría con el fracaso de la guerra ruso-japonesa, los hechos del “Domingo Sangriento”, la Primera Guerra Mundial, el creciente número de huelgas. Todo esto unido al comportamiento autoritario del zar Nicolás II haría que la familia Romanov perdiera su prestigio y se terminara produciendo la abdicación y arresto de la familia y la posterior revolución bolchevique al mando de Lenin.
Hoy era el último día que pasaríamos en San Petersburgo y queríamos aprovechar para visitar por la mañana el Museo del Ermitage. El resto de la jornada ya se decidiría después. El autocar nos dejó junto al río Neva y de allí nos dirigimos al Museo del Ermitage. El museo ocupa varios edificios, de los que el más imponente es el Palacio de Invierno, en estilo barroco. Fue construido por el archiconocido arquitecto Rastrelli por orden de la zarina Isabel. Años más tarde sería nuevamente reformado por orden de Catalina la Grande, que incorporó los edificios del Pequeño Ermitage y Gran Ermitage, para albergar su colección de arte. Varias décadas después se añadiría el Nuevo Ermitage y se abriría al público.
Nuestro simpático y a veces ineficiente guía nuevamente volvió a tener un lapsus y nos puso a hacer cola en la entrada equivocada (había 2: entradas individuales y entradas en grupo). Para haber estado varias veces en el Ermitage no lo tenía muy claro. Una vez en la cola correcta ya sólo teníamos que esperar a que abrieran a las 10:30, y entonces fue como el inicio de las rebajas en los almacenes Harrods. Avalancha y la gente corriendo para ponerse en la ventanilla de venta de entradas en primer lugar. Con la entrada te daban un plano del museo con todas las salas de exposición, pero he de decir que era un plano bastante confuso. Además se podían comprar audioguías en diferentes idiomas (creo que había en español). Creo que cometí un error no comprando una de estas guías, porque hubiera podido realizar un itinerario más organizado y seleccionando más las obras de interés.
Comencé recorriendo los salones del Palacio de Invierno. Catalina la Grande había quedado tan impresionada con los frescos de San Pedro que mandó hacer copias sobre tela, realizando algunas modificaciones como sustituir el escudo de armas del Papa por el de la casa Romanov. Estos frescos los pude ver en las Logias de Rafael; el Salón del Pabellón, realizado en mármol blanco y oro. Perteneció al príncipe Potemkin, amante de Catalina; los Jardines Colgantes, jardín elevado decorado con estatuas y fuentes; la magnífica Escalera Principal, obra de Rastrelli, desde donde la familia imperial presenciaba la ceremonia de bautismo en el río Neva en el día de Reyes (a semejanza del bautismo de Jesús en el Jordán). Hubo salas que quizás no ví o me costó reconocer por la muchedumbre que había, motivo por el cual tampoco pude fotografiar todos los salones que me hubiera gustado.
Nuestro simpático y a veces ineficiente guía nuevamente volvió a tener un lapsus y nos puso a hacer cola en la entrada equivocada (había 2: entradas individuales y entradas en grupo). Para haber estado varias veces en el Ermitage no lo tenía muy claro. Una vez en la cola correcta ya sólo teníamos que esperar a que abrieran a las 10:30, y entonces fue como el inicio de las rebajas en los almacenes Harrods. Avalancha y la gente corriendo para ponerse en la ventanilla de venta de entradas en primer lugar. Con la entrada te daban un plano del museo con todas las salas de exposición, pero he de decir que era un plano bastante confuso. Además se podían comprar audioguías en diferentes idiomas (creo que había en español). Creo que cometí un error no comprando una de estas guías, porque hubiera podido realizar un itinerario más organizado y seleccionando más las obras de interés.
Comencé recorriendo los salones del Palacio de Invierno. Catalina la Grande había quedado tan impresionada con los frescos de San Pedro que mandó hacer copias sobre tela, realizando algunas modificaciones como sustituir el escudo de armas del Papa por el de la casa Romanov. Estos frescos los pude ver en las Logias de Rafael; el Salón del Pabellón, realizado en mármol blanco y oro. Perteneció al príncipe Potemkin, amante de Catalina; los Jardines Colgantes, jardín elevado decorado con estatuas y fuentes; la magnífica Escalera Principal, obra de Rastrelli, desde donde la familia imperial presenciaba la ceremonia de bautismo en el río Neva en el día de Reyes (a semejanza del bautismo de Jesús en el Jordán). Hubo salas que quizás no ví o me costó reconocer por la muchedumbre que había, motivo por el cual tampoco pude fotografiar todos los salones que me hubiera gustado.
Llegaba el momento de ver las exposiciones de arte. Catalina la Grande había adquirido una de las colecciones de arte más importantes de su época. Con la nacionalización de estas colecciones privadas después de la revolución, el museo adquirió nuevas obras, convirtiéndose en uno de los museos más importantes del mundo. Para hacerse una idea del tamaño de la colección menciono las colecciones que podían verse: Prehistoria; arte clásico; oriental; ruso; italiano y español; flamenco, holandés y alemán; arte francés e inglés; europeo de los siglos XIX-XX; exposiciones temporales.
Yo decidí centrarme en dos colecciones: arte italiano y español; arte flamenco, holandés y alemán. De arte italiano pude ver obras como “Virgen con el Niño” de Fra Angélico, la “Madonna Lita” y “Madonna Benois” de Leonardo de Vinci (Estas dos obras las recuerdo como las que me resultaron más complicadas de ver en el museo, porque estaban en vitrinas cerradas y había una muchedumbre de gente arremolinada alrededor), “Niño en cuclillas” de Miguel Ángel (otra obra que era imposible de ver), y otras obras de Tiziano o Caravaggio por ejemplo. De la sala española también pude ver cuadros de pintores bastante conocidos como El Greco, Murillo, Zurbarán o Velázquez (“Retrato del conde duque Olivares”. La última sala que ví fue la holandesa, con obras de Rubens, como “El descendimiento de la cruz” y de Rembrandt, como “Sacrificio de Abraham” y “El retorno del hijo pródigo”.
Yo decidí centrarme en dos colecciones: arte italiano y español; arte flamenco, holandés y alemán. De arte italiano pude ver obras como “Virgen con el Niño” de Fra Angélico, la “Madonna Lita” y “Madonna Benois” de Leonardo de Vinci (Estas dos obras las recuerdo como las que me resultaron más complicadas de ver en el museo, porque estaban en vitrinas cerradas y había una muchedumbre de gente arremolinada alrededor), “Niño en cuclillas” de Miguel Ángel (otra obra que era imposible de ver), y otras obras de Tiziano o Caravaggio por ejemplo. De la sala española también pude ver cuadros de pintores bastante conocidos como El Greco, Murillo, Zurbarán o Velázquez (“Retrato del conde duque Olivares”. La última sala que ví fue la holandesa, con obras de Rubens, como “El descendimiento de la cruz” y de Rembrandt, como “Sacrificio de Abraham” y “El retorno del hijo pródigo”.
Llegado a este punto, después de 3 horas de visita, decidí salir ya del museo, porque estaba extenuado tanto física como mentalmente. Cuando vas a un museo, aunque selecciones sólo un par de salas, como no elijas bien las obras de arte que quieres ver y recorras las salas sin discriminar obra alguna, terminas agotado, al menos una persona que sea ajena al mundo del arte. Fue en este sentido en el que eché de menos la audioguía. De todos modos me dí con un canto en los dientes por todas las maravillas que había podido ver. En las salas de exposición no hice tampoco fotos por la cantidad de gente y preferí relajarme y disfrutar directamente de cada obra. Serían ya aproximadamente cerca de las 2 y era hora de comer. Me junté con un grupito de compañeros y decidimos tirar la casa por la ventana. Nos fuimos al restaurante SENAT en la calle Galernaya Ulitsa, situado cerca de la estatua del “Jinete de Bronce”. Ahí degustamos caviar rojo (25 gr) y negro (25 gr) y también un riquísimo plato de ternera a la Strogonoff. Salimos al final a aproximadamente unos 1000 rublos por persona, bastante caro sobre todo por el precio del caviar negro.
Nos separamos después del almuerzo y yo quise acercarme hasta una isla que no había tenido todavía la oportunidad de inspeccionar: Vasílievski. En esta isla quiso Pedro el Grande que estuviera el corazón administrativo de la ciudad, pero debió abandonar el proyecto por el peligro de inundaciones constantes al que se veía sometida continuamente la isla. Antes de cruzar por el Puente del Teniente Schmidt hice una foto del Museo Kunstkammer (colección de curiosidades biológicas de Pedro el Grande) con las Columnas Rostrales, para una vez ya en la isla Vasílievski irme hacia ellas. Estas columnas eran dos faros que organizaban el tráfico de barcos en el puerto. Tienen 32 m y aún se encienden en festivales náuticos y en el día de la Armada. Estando aquí tuve la oportunidad de ver un espectáculo de agua en el río Neva, delante de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Por si fuera poco se creó un precioso arco iris.
Nos separamos después del almuerzo y yo quise acercarme hasta una isla que no había tenido todavía la oportunidad de inspeccionar: Vasílievski. En esta isla quiso Pedro el Grande que estuviera el corazón administrativo de la ciudad, pero debió abandonar el proyecto por el peligro de inundaciones constantes al que se veía sometida continuamente la isla. Antes de cruzar por el Puente del Teniente Schmidt hice una foto del Museo Kunstkammer (colección de curiosidades biológicas de Pedro el Grande) con las Columnas Rostrales, para una vez ya en la isla Vasílievski irme hacia ellas. Estas columnas eran dos faros que organizaban el tráfico de barcos en el puerto. Tienen 32 m y aún se encienden en festivales náuticos y en el día de la Armada. Estando aquí tuve la oportunidad de ver un espectáculo de agua en el río Neva, delante de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Por si fuera poco se creó un precioso arco iris.
Aquí no podía entretenerme más porque quería subirme en un barquito para recorrer los canales de la ciudad. Sí, ya sé, un poco ñoño, pero me hacía ilusión ver la ciudad desde otro punto de vista. Así que velozmente crucé por el Puente del Palacio, y bajé por la Plaza del Palacio hasta la avenida Nevski Prospekt, donde cogí un barco en el canal Moika. Hay que aclarar que Pedro el Grande decidió convertir los brazos del delta del río Neva en canales, para imitar en cierto modo a los canales de Amsterdam. El centro de la ciudad está atravesado por varios canales: el Fontanka (el más largo y ancho de la ciudad), el Griboiédov, el Moika y el Kriúkov. Con el tiempo se han ido creando otros canales menores. El paseo en barco que iba a hacer duraba 1 hora. El punto negativo ra que las explicaciones iban a ser exclusivamente en ruso. El recorrido que hizo fue por el Canal Moika; a continuación pasó por el Canal de Invierno, por debajo de tres puentes y el Teatro Ermitage; el río Neva, desde donde pudimos disfrutar nuevamente de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo con el espectáculo de agua en el río; el canal Fontanka, pasando por el Pasaje de Puentes y el Puente Ánichkov, con sus estatuas de domadores de caballos, para volver finalmente al canal Moika. Pude hacer bastantes fotos en el recorrido, a pesar de un parejita que estaba siempre en medio. En definitiva, que lo disfruté una barbaridad y lo recomiendo, por el recorrido y por el descanso de las piernas. Aclaro que estos barcos se pueden coger también en los otros canales.
Eran las 7 de la tarde y me quedaba algo más de 1 hora hasta que el autocar nos recogiera junto a la entrada principal del Museo Ermitage, junto al río Neva, así que decidí aprovechar este ratillo para dar un corto paseo por el canal Moika hasta el Palacio Yusúpov. La última imagen que tuve del esplendor de la ciudad fue de nuevo de la Catedral de San Isaac.
De regreso en el hotel bajamos para dar una vueltecilla y ver si encontrábamos algo donde picar. Los bares que había en el bloque del hotel eran un poco cutrecillos y nos daba un poco de reparo entrar en ellos. Entramos a un supermercado para comprar algunas cosillas para la excursión del día siguiente y ya que estábamos allí compramos una delicatessen rusa: una bolsita de calamares secos. Aquello era indescriptible, era como comerse una bolsa de gusanitos pero con sabor a plástico o a algo sintético. Como con aquello no íbamos a quitar demasiado el hambre nos marchamos al bar en el que estuvimos la primera noche. La cena estuvo correcta pero tuvimos que aguantar (y sobre todo la camarera) a un borracho que no hacía nada más que importunar. Después de la cenita nos marchamos al hotel y pensamos en ir a la cafetería para tomar algo. Aquí el panorama también era bonito: una prostituta ya de cierta edad, con sus zapatos de tacón, su ropa llamativa y escotada, allí jugando a las cartas y tomando copas a costa del señor con el que estaba. La verdad es que menudo hotel el Okhtinskaya éste, jajaja.
Bueno, lo bueno se había acabado. Esta ciudad me había encantado, a pesar de su a veces exagerada ostentación (el arte barroco es demasiado recargado). Toda la monumentalidad del centro histórico, las tiendas de ropa de marca en Nevski, las celebraciones de boda en las limusinas y otros muchos detalles, podían hacer pensar que esa era la única realidad existente en la ciudad, la de la riqueza. Pero estaba claro también que en esta ciudad, supongo que al igual que en el resto de Rusia, había cada vez más diferencia entre la gente más adinerada y la más pobre. En fin, a lo que se refiere al centro de San Petersburgo 2 días me parecían insuficientes. Muchos cosas se me habían quedado en el tintero: visitar el interior de la Iglesia de la Sangre Derramada o de la catedral de San Isaac, el Palacio Yusúpov, el Museo Ruso o el Teatro Maríinski, por poner sólo algunos ejemplos. También me dió rabia no haber tenido tiempo para comprar algún detalle. Me suele gustar adquirir algo de artesanía en los viajes (cuando no estoy en plan rácano) y aquí podría haber comprado algún juego de ajedrez, un instrumento musical o un juguetillo de madera.
Era hora de hacer el equipaje. Al día siguiente abandonaríamos Rusia definitivamente, no sin antes hacer un par de visitas sorprendentes.
Bueno, lo bueno se había acabado. Esta ciudad me había encantado, a pesar de su a veces exagerada ostentación (el arte barroco es demasiado recargado). Toda la monumentalidad del centro histórico, las tiendas de ropa de marca en Nevski, las celebraciones de boda en las limusinas y otros muchos detalles, podían hacer pensar que esa era la única realidad existente en la ciudad, la de la riqueza. Pero estaba claro también que en esta ciudad, supongo que al igual que en el resto de Rusia, había cada vez más diferencia entre la gente más adinerada y la más pobre. En fin, a lo que se refiere al centro de San Petersburgo 2 días me parecían insuficientes. Muchos cosas se me habían quedado en el tintero: visitar el interior de la Iglesia de la Sangre Derramada o de la catedral de San Isaac, el Palacio Yusúpov, el Museo Ruso o el Teatro Maríinski, por poner sólo algunos ejemplos. También me dió rabia no haber tenido tiempo para comprar algún detalle. Me suele gustar adquirir algo de artesanía en los viajes (cuando no estoy en plan rácano) y aquí podría haber comprado algún juego de ajedrez, un instrumento musical o un juguetillo de madera.
Era hora de hacer el equipaje. Al día siguiente abandonaríamos Rusia definitivamente, no sin antes hacer un par de visitas sorprendentes.