Ingenua de mi, pensaba que, siendo el Perahera un desfile callejero, te plantas en cualquier calle y lo ves. Ah, no, las cosas no son tan fáciles.
Ya en los jardines de Peradeniya nuestro chofer nos ofreció sillas para ver el festival (¿sillas? ¿pero eso no se ve en la calle? No hacen falta sillas…) a un precio desorbitado (60 euros!!). Acabados de instalar, en la guesthouse nos ofrecieron sillas (¿sillas? ¿pero eso no se ve en la calle? No hacen falta sillas…) y, después de hablarlo un rato y entender como iba el rollo, nos decidimos. Tras algo de regateo las conseguimos al nada despreciable precio de 40 euros por persona (las tarifas, por lo que yo vi, iban de los 30 a los 60 euros, dependiendo de tu gracia, y tu paciencia con el regateo, así que no me pareció un mal precio).
Realmente, si no puedes sentarte de buena mañana en la calle y reservarte un sitio en la acera, necesitas comprar una silla, porque si no, no vas a poder ver nada.
Pues bien, comprada nuestra silla a las 4 de la tarde y como aquello no empezaba hasta las 8 de la noche, ingenuamente pensamos que podríamos ir a dar una vuelta. JA! A las 5 y media ya nos tenían instalados y sentaditos en la que iba a ser “nuestra casa” hasta más allá de las 12 de la noche. Hicimos como los locales y compramos bebida y comida, que son muchas horas y nos cargamos de paciencia. Tuvimos la suerte de tener las sillas al lado de un edificio en construcción, con lavabo para los trabajadores. Si no, no sé como hubiéramos solucionado el tema. De hecho, no sé como se las apañan ellos, que están allí desde la mañana temprano.
El ambiente es tremendo. Las calles están tan llenas de gente que es imposible caminar. Los vendedores ambulantes ofrecen de todo: juguetes, maíz, algodón de azúcar, samosas, garbanzos, helados.
Cada vendedor lleva un reclamo sonoro diferente (pandereta, trompetilla, canción, cascabeles…) y por los altavoces suena música, con lo cual el estruendo es considerable. Hicimos amistad con nuestros compañeros de silla (holandeses, italianos, españoles, australianos… allí había de todo) y pasamos con tanta paciencia y buen humor como pudimos las casi 5 horas hasta que el desfile llegó a nuestra altura.
La gente, agotada, aprovecha para echar un sueñecito antes de que empiece la fiesta
Es más que espectacular: bailarines, cantantes, elefantes adornados como si fueran un árbol de navidad, reliquias… Cuesta explicarlo si no se ve, pero una vez empieza, te das cuenta de que las horas de espera han valido la pena. Toda la gente, que ya están durante todo el día en un estado de excitación considerable, entra en una especie de locura colectiva cuando aparece el elefante con la reliquia.
La sagrada reliquia
Las fotos, muy malas, porque no tenía luz, no hacen justicia al Perahera. Si tenéis oportunidad de hacer vuestro viaje en estas fechas, no os lo perdáis.
Al día siguiente por la mañana fuimos a ver el templo del diente, que aún no habíamos visitado. Por las calles, la gente ya empezaba a sentarse en las aceras para tener su sitio para el desfile de la tarde, el Day Perahera.
El templo, espectacular. El precio de la entrada, espectacular también. Como en casi todos los templos budistas de Sri Lanka me pareció que la gente estaba un poco sobreexcitada, falta de la calma que he encontrado normalmente en los templos de otros países. Pero la verdad es que era muy bonito.
Madera para quemar en el templo
De allí nos fuimos a la zona del mercado, buscamos un local desde el que llamar a casa y buscamos los devalis que queríamos visitar aquel día. En uno de ellos, nos encontramos con algo muy interesante que no esperábamos. Se estaban preparando para el desfile de la tarde. Los hombres (algunos muy jóvenes, casi niños) presentaban sus tocados ante el altar y bailaban, algunas mujeres bailaban también, hasta caer redondas en el suelo, desmayadas por la calor, el esfuerzo y la emoción. Casi me gustó más que el Perahera de la noche anterior. Esto me pareció mucho más íntimo, más de verdad.
Después de las emociones, fuimos a comer, chafardeamos algunas tiendas y compramos algo de comida para cenar en la guesthouse.
Al día siguiente nos recogía el que sería nuestro chófer los siguientes 15 días.
Ya en los jardines de Peradeniya nuestro chofer nos ofreció sillas para ver el festival (¿sillas? ¿pero eso no se ve en la calle? No hacen falta sillas…) a un precio desorbitado (60 euros!!). Acabados de instalar, en la guesthouse nos ofrecieron sillas (¿sillas? ¿pero eso no se ve en la calle? No hacen falta sillas…) y, después de hablarlo un rato y entender como iba el rollo, nos decidimos. Tras algo de regateo las conseguimos al nada despreciable precio de 40 euros por persona (las tarifas, por lo que yo vi, iban de los 30 a los 60 euros, dependiendo de tu gracia, y tu paciencia con el regateo, así que no me pareció un mal precio).
Realmente, si no puedes sentarte de buena mañana en la calle y reservarte un sitio en la acera, necesitas comprar una silla, porque si no, no vas a poder ver nada.
Pues bien, comprada nuestra silla a las 4 de la tarde y como aquello no empezaba hasta las 8 de la noche, ingenuamente pensamos que podríamos ir a dar una vuelta. JA! A las 5 y media ya nos tenían instalados y sentaditos en la que iba a ser “nuestra casa” hasta más allá de las 12 de la noche. Hicimos como los locales y compramos bebida y comida, que son muchas horas y nos cargamos de paciencia. Tuvimos la suerte de tener las sillas al lado de un edificio en construcción, con lavabo para los trabajadores. Si no, no sé como hubiéramos solucionado el tema. De hecho, no sé como se las apañan ellos, que están allí desde la mañana temprano.
El ambiente es tremendo. Las calles están tan llenas de gente que es imposible caminar. Los vendedores ambulantes ofrecen de todo: juguetes, maíz, algodón de azúcar, samosas, garbanzos, helados.
Cada vendedor lleva un reclamo sonoro diferente (pandereta, trompetilla, canción, cascabeles…) y por los altavoces suena música, con lo cual el estruendo es considerable. Hicimos amistad con nuestros compañeros de silla (holandeses, italianos, españoles, australianos… allí había de todo) y pasamos con tanta paciencia y buen humor como pudimos las casi 5 horas hasta que el desfile llegó a nuestra altura.
La gente, agotada, aprovecha para echar un sueñecito antes de que empiece la fiesta
Es más que espectacular: bailarines, cantantes, elefantes adornados como si fueran un árbol de navidad, reliquias… Cuesta explicarlo si no se ve, pero una vez empieza, te das cuenta de que las horas de espera han valido la pena. Toda la gente, que ya están durante todo el día en un estado de excitación considerable, entra en una especie de locura colectiva cuando aparece el elefante con la reliquia.
La sagrada reliquia
Las fotos, muy malas, porque no tenía luz, no hacen justicia al Perahera. Si tenéis oportunidad de hacer vuestro viaje en estas fechas, no os lo perdáis.
Al día siguiente por la mañana fuimos a ver el templo del diente, que aún no habíamos visitado. Por las calles, la gente ya empezaba a sentarse en las aceras para tener su sitio para el desfile de la tarde, el Day Perahera.
El templo, espectacular. El precio de la entrada, espectacular también. Como en casi todos los templos budistas de Sri Lanka me pareció que la gente estaba un poco sobreexcitada, falta de la calma que he encontrado normalmente en los templos de otros países. Pero la verdad es que era muy bonito.
Madera para quemar en el templo
De allí nos fuimos a la zona del mercado, buscamos un local desde el que llamar a casa y buscamos los devalis que queríamos visitar aquel día. En uno de ellos, nos encontramos con algo muy interesante que no esperábamos. Se estaban preparando para el desfile de la tarde. Los hombres (algunos muy jóvenes, casi niños) presentaban sus tocados ante el altar y bailaban, algunas mujeres bailaban también, hasta caer redondas en el suelo, desmayadas por la calor, el esfuerzo y la emoción. Casi me gustó más que el Perahera de la noche anterior. Esto me pareció mucho más íntimo, más de verdad.
Después de las emociones, fuimos a comer, chafardeamos algunas tiendas y compramos algo de comida para cenar en la guesthouse.
Al día siguiente nos recogía el que sería nuestro chófer los siguientes 15 días.