Por fin descanso medianamente bien, así que decido abordar por fin otra de las excursiones imprescindibles en todo viaje a Nueva York: el distrito financiero. “Irregular”, es la palabra con que definiría la impresión que este barrio me causó. Algunas cosas me gustaron mucho, y otras me decepcionaron en la misma medida. Pero vamos paso por paso.
Emerjo del metro junto a Battery Park, justo en la estación donde se toman los famosos ferrys a Staten Island (ferry que no cogí, porque ya había visto perfectamente la Estatua de la Libertad en el crucero del día anterior). Paseo por el Baterry Park en dirección noroeste. Bonitas vistas del skyline de Jersey City, con sus modernos rascacielos, y del río Hudson. La caminata por el parque se hace muy agradable hasta llegar al World Financial Center, un complejo de edificios que quedó bastante dañado en los atentados del 11-S. Claro, que eso no se nota, porque lo han dejado como nuevo. Este complejo está llamado a ser el Rockefeller Center del siglo XXI, y tiene un atrio central acristalado, cuajado de palmeras, chulísimo.
Me dirijo a la Zona Cero para ver qué puedo bichear por allí... que es más bien poco, la verdad. Hay un memorial abierto al público, pero es necesario pedir un permiso de acceso con antelación, y a mí francamente tampoco me interesa tanto. Sí se aprecian de cerca las nuevas torres que están construyendo en el barrio: la más alta, que se llamará “Liberty Tower”, está casi terminada. Será el edificio más alto de la ciudad y lo van a inaugurar el año que viene, si no me equivoco.
Camino de Wall Street me topo con la Iglesia Trinity, con su romántico cementerio anexo. Me parece un rincón con bastante encanto; y es cierto que sorprende encontrar, en medio del caos del distrito financiero, un templo tan recoleto. La visita no tiene más de un cuarto de hora; y de ahí me lanzo a buscar los edificios emblemáticos de Wall Street. Me aguarda una intensa decepción. Tampoco sé muy bien lo que esperaba...
El edificio de La Bolsa está totalmente rodeado de vallas, no te puedes casi acercar a él; el Federal Hall National Memorial es el típico edificio oficial americano, con su estilo neoclásico grandilocuente y un poco frío: no le veo interés a no ser que seas un fanático de la Historia de EE.UU.; la Reserva Federal sí puede visitarse, creo, e imagino que verla por dentro debe ser interesante, pero por fuera tampoco tiene mucho de particular; y el resto del barrio... pues no sé, me resulta bastante insulso. Quizá es que, al estar en pleno mes de agosto, la típica actividad de brilla por su ausencia. Me paro brevemente junto al popular toro de Wall Street (que es mucho más reciente de lo que yo creía); y decido abandonar este barrio y descubrir otras zonas de Manhattan.
Un breve viaje en el metro me deja en el East Village: un barrio que suele quedar fuera de las rutas turísticas. Aquí no hay edificios famosos, ni museos populares, ni monumentos importantes. Pero sí se puede apreciar mejor la vida cotidiana de los neoyorkinos, y admirar esa arquitectura tan bella típica de los barrios residenciales de la ciudad. Además, me topo con el rodaje de una serie de televisión (menos mal, es otra de las cosas que hay que ver en esta ciudad!); doy un breve paseo por el Tompkins Square Park (donde en verano hay conciertos de jazz en directo y se respira un ambiente más de barrio)... Y, bueno, simplemente camino y observo. Es otro de los placeres de visitar esta ciudad: hasta el barrio menos conocido resulta fascinante.
De camino hacia el hotel para hacer un descanso me detengo un momento en el Soho, que de día tiene mucho más encanto. Entro en un par de galerías de arte, sintiéndome uno de esos ricachones que pueden invertir su fortuna en el mecenazgo de algún artista rabiosamente rompedor. Se ve que uno de los galeristas se traga esa fantasía, porque empieza a mostrarme las obras de Picasso que guarda en una sala privada. Qué iluso, si supiera con quién está hablando...
Para la tarde tengo un plan un poco diferente: resulta que hoy el Lincoln Center ofrece dos espectáculos gratuitos. Esto es muy típico del verano en Nueva York, hay actividades culturales sin costo para oriundos y visitantes. La información te la dan toda en la Oficina de Turismo, no lo olvidéis.
De camino al Lincoln paso por Columbus Circle, otro rincón de Central Park que aún no conozco; y ya aprovecho para comprobar cómo se pone el parque cuando empieza a caer la tarde. ¡La cantidad de gente que corre, pasea, monta en bici o deja pasar las horas sobre las frescas praderas de césped! Foto al clásico horizonte de la esquina sureste, que en invierno incorpora una pista de patinaje sobre hielo y ahora está ocupada con un parque de atracciones infantil... Y venga, para el Lincoln, que se me echa el tiempo encima.
El Lincoln Center es un enorme complejo de edificios dedicado a la música clásica en todas sus formas. Como digo, en verano organiza distintas actividades abiertas al público. Yo asisto al concierto de un trío de piano, violín y violoncelo en el David Rubinstein Atrium; y luego me acerco a la explanada del Metropolitan Opera House, donde proyectan una ópera al aire libre. Esto sí que es acercar la cultura al gran público: hay centenares de asientos gratuitos, disponibles para el primero que llegue.
Me quedo un ratillo observando al variadísimo público que ronda por allí, y luego tiro para Hells Kitchen, que está a un tiro de piedra y tiene un ambientillo que me gusta especialmente. Cena... y al hotel, que hay que aprovechar los últimos días en esta impresionante ciudad.