En un principio estaba previsto ir de la costa este hasta la costa oeste pasando por Arthur's Pass. Lo pensamos bien y decidimos cambiar esta ruta puesto que se tardaba entre 6 1/2 horas y 7 horas. En los lugares de información, i-site, puedes preguntar cualquier duda y, los tiempos de conducción entre ciudades suelen clavarlos al minuto! Después entendimos porqué: si te ajustas a la velocidad máxima permitida en cada tramo de carretera, (y la mayoría lo hace) el tiempo es siempre el estipulado en google maps, en los i-site y lo que te dicen los kiwis.
La ruta alternativa: pasando por Hammer Springs, Desfiladero de Lewis y atravesando Victoria Forest Park.
Si en los i-site obtienes mucha información, recomiendo, en la medida de lo posible, hablar con los ciudadanos de a pie. En la gasolinera donde fuimos a repostar pregunté por si íbamos en dirección correcta para Hammer Springs y el encargado me explicó que deberíamos coger otra carretera alternativa puesto que en la "oficial" era probable que encontrásemos hielo. Después me aconsejó desviarnos hasta Wesport (en la costa oeste), puesto que la carretera que atraviesa Victoria Forest Park, en el tramo entre Reefton y Inangahua, era muy bonita. Supongo que mi cara de asombro al agradecerle tantos consejos y recomendaciones le hizo confesar que él "solía vivir en la carretera".
Si coges esta ruta, aunque te desvías en un inicio de Greymouth, para llegar pasas por Punakaiki y puedes visitar ya las famosas Pancake Rocks. De lo contrario, una vez en Greymouth tienes que ir hacia el norte para desandar de nuevo la misma carretera.
Al ser invierno, las Hammer Spring no tenían demasiada agua, pero el desfiladero si lo recuerdo muy bonito. En la ruta nos encontramos los bosques de hayas, rojos con el fondo de las cumbres alpinas nevadas.
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A medida que te acercas a la costa oeste, los lugares señalados como antiguas minas de oro y la posibilidad de visitarlas te recuerdan la fiebre del oro que recorrió estas costas en la década de 1860.
Las Pancakes Rocks, un "must" en la costa oeste. La lástima fue que, cuando pasamos a visitarlas, la marea no era la adecuada y el agua del mar no salía por los orificios, pero se intuía con cierto vapor saliendo en cuanto las olas rompían contra las rocas.
Os dejo dos fotos curiosas del efecto de la erosión de las rocas
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Habíamos pasado casi todo el día en la carretera y llegamos al B&B de Greymouth justo a tiempo para instalarnos y contemplar desde la terraza de nuestras habitaciones esta puesta de sol. Para los que vivimos en el Mediterráneo esta visión no es frecuente, allí vemos como el sol se asoma por el horizonte cada mañana.
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De nuevo, en casa de Glenn y Mary, tras una cena en un restaurante indio recomendado por la Lonely Planet que cubrió nuestras expectativas, nos encontramos con una amigable charla. Glenn, que parecía salido directamente del setting del Señor de los Anillos, era aficionado a los puzzles de miles de piezas y se dedicaba al mismo con una concentración extrema de la que sólo salió cuando rozamos por casualidad el tema de la Biblia. Al parecer era un erudito de la misma (mi hijo lo bautizó como el Gandalf Bíblico). Luego retornó a su puzzle como si el resto no estuviéramos allí.
Mary nos ofreció un magnífico desayuno a la mañana siguiente, en que pusimos rumbo a Fox Glacier en la región de los Glaciares. Más que la nieve en las carreteras, nos asustaba el hielo. No estamos acostumbrados a conducir con nieve o hielo e íbamos preguntando qué hacer en caso de patinar. En todas las respuestas era seguir la carretera y no frenar, ni mucho menos dar volantazos. A ellos les parecía muy fácil, pero nosotros no las teníamos todas...
De Greymouth a Fox Glacier eran aproximadamente unas 2 1/2 horas, por lo que fuimos tranquilamente por la carretera que va pegada a la costa hasta Hokitika y paramos en el i-site para ver qué podíamos visitar por allí.
La chica que nos atendió no tuvo dudas cuando nos recomendó la Hokitika Gorge.
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El azul turquesa de este río es consecuencia del deshielo de los glaciares. Siendo el azul mi color preferido, os podréis imaginar la cantidad de fotos que tengo de este lugar, en el que, como siempre, paseábamos en absoluta soledad de 4.
Llegamos a Fox Glacier a la hora de comer (más o menos) y seguimos esta vez las indicaciones de la Lonely de comer en un restaurante cercano al Lake Matheson (muy bueno) y luego dar un paseo de 1 hora que rodea el lago. Al fondo, siempre majestuoso y con la sensación de estar muy cerquita de tí el Glaciar Fox, que visitaríamos al día siguiente.
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Aquí ya encontramos algún transeúnte más. Entre ellos a Lisa, que se unió a nuestra caminata puesto que viajaba sola y dormía en el coche! Siempre hay gente valiente que no le teme a las temperaturas bajo cero que se alcanzan de noche.
Nuestros nuevos anfitriones en Fox Glacier resultaron ser muy muy simpáticos. Ella, tocaya mía, y él de origen Maori. Estuvieron a nuestra disposición para recomendarnos cosas para ver, paseos para realizar y lugares donde comer o cenar. Con anfitriones así no pasábamos por el i-site claro.
Ya de noche y con las linternas que nos proporcionaron fuimos a un paseo entre bosques muy cerca del pueblo donde nos dijeron que veríamos luciérnagas. Como no pudimos llegar a las cuevas de Waitomo, ésta era nuestra segunda oportunidad, y gratis.
He de decir que al principio costó un poco. Te has de acostumbrar a la penumbra, no alumbrar los árboles donde se supone que están y sobre todo esperar un rato con las linternas apagadas. Sólo así, y con paciencia empiezas a ver puntitos de luz que se encienden y se apagan y cada vez ves más. Seguramente no vimos la misma cantidad que en las cuevas, pero no estuvo mal.
El B&B estava situado un tanto alejado del pueblo y por tanto de las luces, en medio de granjas de ovejas y vacas. Con esta ubicación privilegiada, el espectáculo que nos ofrecían las estrellas en el cielo era asombroso: había oído que sólo en el hemisferio sur puedes ver la cruz del sur (en el hemisferio norte sólo en mayo) y con mucha nitidez la Vía Láctea o "Milky way". Patricia, nuestra anfitriona, se ofreció a enseñárnoslas cuando volvimos de nuestro paseo a la caza de luciérnagas. Sólo deciros que nunca he visto tantas estrellas juntas en el cielo. También numerosas estrellas fugaces. Ella, nos decía, suele envolverse en una manta y sentarse en el jardín a contemplar una verdadera noche estrellada, y quién no!!
A la mañana siguiente hicimos una excursión de una hora a pie hasta el Glaciar Fox. Se llega hasta donde acaba el glaciar. Por el camino se puede observar por donde el deshielo ha hecho retroceder al glaciar, que, en su día, llegaba hasta el mar.
En el final de la caminata, si tienes paciencia y esperas, puedes oir truenos, es el glaciar que rompe y caen trozos. El sonido es como el trueno de una tormenta y has de estar atento para poder visualizar el trozo que cae. Vimos uno y luego esperamos, video en mano, más que nada para poder grabar el sonido, pero ya no volvió a romper.
Llegados a este punto, donde puedes ir por libre, sólo está permitido el paso a los grupos que van con guía y equipo adecuado para andar sobre el hielo, que has de contratar previamente en el pueblo.
Nosotras, las chicas de la familia, decidimos ir volando en helicóptero hasta la cima del glaciar.
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En la calle principal, y casi la única, del pueblo hay varias compañías que ofrecen vuelos en helicóptero hasta el glaciar. Hay que comprobar los precios, porque suelen variar. Después de ver un precio, sin parada en el hielo, vimos otra compañía que por el mismo dinero si nos hacía una parada arriba. No recuerdo el nombre pero se encuentra dentro de la tienda de souvenirs, que además tiene una cafetería adosada.
Hay vuelos de 20, 30 y hasta 50 minutos, todos ellos con parada en el hielo. Si no hubiera sido tan caro, el de 50 minutos sobrevuela, además del Fox Glacier, el Tasman Glacier que se encuentra detrás y desde el que se pueden visualizar desde el aire las dos costas, la este con el océano pacífico a un lado y la oeste con el mar de Tasmania de fondo.
Decididas, fuimos acompañadas de dos chicos muy amables hasta el helicóptero. Éramos las únicas para volar. De nuevo la naturaleza sólo para nosotras!
Me encanta volar, pero subir hasta la cima del glaciar tuvo algo de mágico: es como estar en el cielo! (ya me lo dijo Patricia, la anfitriona, la noche antes cuando le preguntamos si valía la pena el vuelo).
Al llegar arriba, estaba todo nevado desde hacía solo un par de días. La nieve, sin pisar, tenía una textura de harina. El sol lucía espléndido. En esos momentos, pensé, el haber venido en invierno tenía sus compensaciones.
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Desde arriba se puede ver el mar de Tasmania a un lado y al otro un conjunto de picos que parecen estar a tu lado y formar un anfiteatro pequeñito, pero el piloto nos explicó que su tamaño es como todo Christchurch, impresionante.
Os dejo también una foto tomada desde el aire, para mostraros otro de los azules a los que me refería. Éste, el del hielo más puro.
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De nuevo en tierra firme, decidimos ir hasta la playa, a sólo 21 km de los pies del Glaciar. Esto es lo que de diferente encontré en este bello país. Tienes el mar y los montañas nevadas el uno junto a las otras!, puedes pasar en cuestión de minutos de las cimas cerca de 3000 metros de altura, al nivel del mar.
Pues eso, en 15 minutos nos plantamos en una playa desierta, Gillespies Beach, de arena negra, con unas piedras y cantos rodados grises, blancos y con partículas doradas, restos del oro tan ansiado por estos lares.
Me sorprendió cómo las olas rompían en la orilla. Luego me explicaron que no son playas donde la gente se pueda bañar tranquilamente puesto que son muy profundas muy cerca de la orilla, y que los barcos tampoco pueden navegar cerca de estas costas por la fuertes corrientes marinas.
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Tuvimos que ir hasta el pueblo Franz Josef para llenar el coche de gasolina, puesto que en Fox Glacier aún estaban contruyendo la gasolinera.
En toda la costa este, has de ir muy pendiente de repostar allí donde hay gasolinera, pues pueden pasar muchos kilómetros sin que encuentres otra. Normalmente, en la carretera suele indicarte dónde se encuentra el surtidor más cercano, pero no pensamos ni por un momento que en un pueblo no hubiera gasolinera.
Por la noche, al saloon, típico restaurante de influencia americana, como su nombre indica, recomendado por nuestros anfitriones, donde cené un exquisito codillo de cordero que se deshacía en la boca. Y a dormir pronto puesto que a la mañana siguiente nos esperaba una larga etapa hasta Queenstown.