Había leído maravillas sobre una playa surfera en isla Isabela y ahí estaba, contemplando como el mar desprendía la misma tranquilidad que el resto del paisaje de Villamil. “Vaya, mi gozo en un pozo”. Un chavalín con una tabla corta observaba el mar a mi lado. “Llevamos más de dos meses sin buenas olas. En esta época las olas están en la isla de San Cristóbal”. “Habrá que esperar a llegar ahí”, pensé mientras me alejaba de la playa en busca de mi café matinal. Un taxi frenó a mi lado. “!Good morning!”. A Neil y Sheila los había conocido la noche anterior mientras cenábamos. Eran canadienses de Ottawa y muy agradables. Se iban a ver el “Muro de las lágrimas”, una pared de piedras impresionante construida en medio de la nada sin ninguna finalidad. Ese fue el castigo impuesto a un grupo de trescientos condenados por diferentes delitos, levantar un muro con piedra volcánica durante meses a 35 grados de temperatura…para nada. “¿Te vienes?”. Paso por el hostel para quedar a la vuelta con Oriol. Botas, gorra, agua y muuucha cremita.
El taxi te deja a cuatro kilómetros del muro…. y no vuelve, por lo que se ha de estar preparado para una caminata de unos diez kilómetros bajo un sol de justicia pero el paseo vale la pena. Numerosos senderos se desvían del camino dando acceso a pequeñas playas solitarias de roca volcánica donde piqueros de patas azules, albatros, fragatas e inmensas iguanas campan a sus anchas.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Por si todo ello no fuera suficiente, a lo largo del trayecto principal numerosas tortugas de tierra van apareciendo por todas partes a ritmo cansino como queriendo recordarte que aminores el paso si no quieres llegar reventado. Todo un espectáculo de naturaleza explosiva a ritmo galapagueño.
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El muro de las lágrimas es eso, un muro. Un rótulo grabado en madera rezaba “Muro de las lágrimas. Donde los fuertes lloran y los débiles mueren”. Debió de ser durillo el tema. Hacía mucho calor.
Frente a la costa de Puerto Villamil hay unos pequeños islotes llamados “Las Tintoreras”. Una barca con guía del Parque (imprescindible para poder entrar en la mayoría de zonas) te lleva y te recoge por 30$. Resulta increíble la explosión de vida que puede llegar a existir en un espacio tan reducido. Tintoreras es una mezcla de “Parque Jurásico” y “Aquarium Barcelona” pero en estado natural. Sin maquetas, efectos digitales, ni cristales que separen a las especies. Una superficie de negra lava volcánica cubierta de líquenes blancos te da la bienvenida. Imposible salirse del sendero marcado. Las rocas de lava, con sus perfiles afilados como cuchillas, hacen de barrera de protección natural. Tintoreras es una zona de anidación de iguanas marinas y ofrece un espectáculo increíble. Cientos de estos bichitos de todos los tamaños por todas partes. Caminaba con cuidado para no pisar a las crías. Su insaciable curiosidad hacía que se acercaran sin miedo mirándome fijamente con leves movimientos de cuello. “¿Y tú?, ¿Qué haces aquí?” parecían preguntar.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Una gran grieta entre islotes hace de canal natural de aguas cristalinas. Varias tintoreras nadando lentamente por la parte profunda y un grupo de tortugas marinas en la superficie se unieron a la fiesta amenizada por el intenso color rojizo de cientos de cangrejos de Galápagos. Los leones marinos no iban a ser menos. Una colonia de cría retozaba en la arena de una pequeña playa situada en las inmediaciones de la zona de anidación de iguanas. Tintoreras era como un minúsculo reducto natural donde todas las especies convivían en armonía respetando sus espacios. Un gran ejemplo a seguir. Una maravilla.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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El Iguana Point Bar es el único bar de copas y música de Isabela. Un sitio tranquilo para acabar el día frente al mar con un roncito frío al son de música “calentita”. Lugar de reunión de locales jovencitos y turistas menos jovencitas con ganas de disfrutar del baile como rompehielos para disfrutar de otras cosas más “íntimas”. Contemplábamos el espectáculo de música y arrumacos mientras el cansancio nos invadía. Un italiano que tiraba la caña a todo lo que se movía se acercó a charlar con nosotros preguntándonos donde estaban las chicas locales. Diana y Andrea aparecieron y se unieron al grupo para explicarnos que las chicas locales estaban o durmiendo porque eran niñas o poniendo a sus hijos a dormir porque eran madres. Por aquí también es frecuente que las mujeres sean madres a edad muy temprana. Diana y Andrea no lo eran y ya pasaban los veinticinco. Seguro que tenían historias interesantes pero todo el mundo andaba cansado (menos el italiano que ya estaba intentando pescar de nuevo en medio de la pista) y quedamos para hacer la famosa mariscada al día siguiente.
El taxi te deja a cuatro kilómetros del muro…. y no vuelve, por lo que se ha de estar preparado para una caminata de unos diez kilómetros bajo un sol de justicia pero el paseo vale la pena. Numerosos senderos se desvían del camino dando acceso a pequeñas playas solitarias de roca volcánica donde piqueros de patas azules, albatros, fragatas e inmensas iguanas campan a sus anchas.
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Por si todo ello no fuera suficiente, a lo largo del trayecto principal numerosas tortugas de tierra van apareciendo por todas partes a ritmo cansino como queriendo recordarte que aminores el paso si no quieres llegar reventado. Todo un espectáculo de naturaleza explosiva a ritmo galapagueño.
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El muro de las lágrimas es eso, un muro. Un rótulo grabado en madera rezaba “Muro de las lágrimas. Donde los fuertes lloran y los débiles mueren”. Debió de ser durillo el tema. Hacía mucho calor.
Frente a la costa de Puerto Villamil hay unos pequeños islotes llamados “Las Tintoreras”. Una barca con guía del Parque (imprescindible para poder entrar en la mayoría de zonas) te lleva y te recoge por 30$. Resulta increíble la explosión de vida que puede llegar a existir en un espacio tan reducido. Tintoreras es una mezcla de “Parque Jurásico” y “Aquarium Barcelona” pero en estado natural. Sin maquetas, efectos digitales, ni cristales que separen a las especies. Una superficie de negra lava volcánica cubierta de líquenes blancos te da la bienvenida. Imposible salirse del sendero marcado. Las rocas de lava, con sus perfiles afilados como cuchillas, hacen de barrera de protección natural. Tintoreras es una zona de anidación de iguanas marinas y ofrece un espectáculo increíble. Cientos de estos bichitos de todos los tamaños por todas partes. Caminaba con cuidado para no pisar a las crías. Su insaciable curiosidad hacía que se acercaran sin miedo mirándome fijamente con leves movimientos de cuello. “¿Y tú?, ¿Qué haces aquí?” parecían preguntar.
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Una gran grieta entre islotes hace de canal natural de aguas cristalinas. Varias tintoreras nadando lentamente por la parte profunda y un grupo de tortugas marinas en la superficie se unieron a la fiesta amenizada por el intenso color rojizo de cientos de cangrejos de Galápagos. Los leones marinos no iban a ser menos. Una colonia de cría retozaba en la arena de una pequeña playa situada en las inmediaciones de la zona de anidación de iguanas. Tintoreras era como un minúsculo reducto natural donde todas las especies convivían en armonía respetando sus espacios. Un gran ejemplo a seguir. Una maravilla.
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El Iguana Point Bar es el único bar de copas y música de Isabela. Un sitio tranquilo para acabar el día frente al mar con un roncito frío al son de música “calentita”. Lugar de reunión de locales jovencitos y turistas menos jovencitas con ganas de disfrutar del baile como rompehielos para disfrutar de otras cosas más “íntimas”. Contemplábamos el espectáculo de música y arrumacos mientras el cansancio nos invadía. Un italiano que tiraba la caña a todo lo que se movía se acercó a charlar con nosotros preguntándonos donde estaban las chicas locales. Diana y Andrea aparecieron y se unieron al grupo para explicarnos que las chicas locales estaban o durmiendo porque eran niñas o poniendo a sus hijos a dormir porque eran madres. Por aquí también es frecuente que las mujeres sean madres a edad muy temprana. Diana y Andrea no lo eran y ya pasaban los veinticinco. Seguro que tenían historias interesantes pero todo el mundo andaba cansado (menos el italiano que ya estaba intentando pescar de nuevo en medio de la pista) y quedamos para hacer la famosa mariscada al día siguiente.