El café de Angel estaba en calma a las ocho de la mañana. “Por aquí todos los turistas sólo vienen a bucear al León Dormido, hacen un poco de” snorkel” y luego se van. Con la de tesoros que tiene San Cristóbal”. Angel se lamentaba sonriendo. “Mira amigo, agarra un taxi y dile que te lleve a Puerto Chino pasando por la Laguna, la Ceiba y Galapaguera. Vale la pena, creeme”. “Si cogemos un taxi entre cuatro nos saldrá más barato”, Irene volvía a guiñar el ojito izquierdo mientras sorbía su café. Ana también era viajera solitaria, además era argentina y de pocas palabras. Se unió al plan.
La carretera que conecta Puerto Baquerizo con Puerto Chino es la única que hay en toda la isla. Quince kilómetros de sinuoso recorrido de tierra y piedras que discurren por el interior de la isla enlazando la costa del oeste con la del este. El interior de la isla de San Cristóbal, como la mayoría de las islas de Galápagos, está prácticamente deshabitado. El trayecto asciende suavemente entre hectáreas de terreno donde la reina es la escalesia, el árbol endémico de Galápagos por excelencia, hasta llegar a la Laguna del Junco, un cráter colapsado donde se acumula el agua de lluvia. Desde la laguna la explosión natural de la isla de San Cristóbal se hace evidente en forma de un inmenso manto verde que sólo el mar logra frenar. ¡Grande!.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Durante la etapa de corsarios de Galápagos la población de tortuga terrestre sufrió de lo lindo. Al ser resistentes y fáciles de cazar, los pobres animales eran cargados en los barcos como reserva de carne durante los largos viajes. Como resultado esta especie estuvo al borde de la extinción. En el centro de recuperación de tortuga terrestre de Galapaguera cerca de quinientos especímenes campan a sus anchas asegurando la continuidad de la especie. Empezaba a hacer un calor de cojones.
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Sonreí recordando al “Mestre Surís” mientras alzaba la vista hacia la inmensa copa de la Ceiba centenaria. Decían que tenía más de trescientos años. A pesar de ser una especie introducida parecía que se había adaptado de maravilla y ahí estaba, imponente. Algún Robinson Crusoe tuvo la idea de construir una pequeña casa de madera utilizando el espacio que dejaban sus inmensas ramas y aprovechó parte del tronco para hacer una refrescante habitación bajo tierra. Bajo la ceiba se respiraba una especie de calma protectora muy agradable.
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El calor ya era demoledor pero San Cristóbal nos tenía reservada una sorpresa al final del trayecto. Había que caminar unos quince minutos bajo el sol abrasador pero valió la pena, sin duda. Puerto Chino era un regalo de la naturaleza. Arena blanca entre negras paredes de roca volcánica envueltas por el verde intenso de la scalesia y los azules del mar. Paraíso refrescante donde poder sentir el delicado aleteo de las mantas raya mientras uno se baña a escasos metros de una colonia de leones marinos. Sublime.
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Con Oriol nos estábamos acostumbrando a las parrilladas de pescado y marisco. El problema es que una buena parrillada sin su vino blanco correspondiente es como un polvo con marcha atrás. Como que no acaba de completarse el tema, vamos. En Ecuador te encuentras con una situación curiosa. Parrillada y botella de vino para dos sale por unos 55$ de los cuales 20$ se van en la comida y 35$ en el vino (chileno sencillito que en España saldría por 10-12 euros). Entre los aranceles por alcohol y los aplicados a los productos de importación en Ecuador el vino sale a precios exorbitados. Con Oriol íbamos de “mochileros tribuneros” (término aplicado a viajeros que van con mochila buscando alojamiento barato pero que aplican el “que no falte de ná” cuando les apetece algo de verdad) y las parrilladas con vino empezaban a ser un denominador común en este viaje.
Esta noche era víspera de elecciones generales y se había decretado la ley seca en todo el país. En el restaurante Rosita de Puerto Baquerizo eran más negociantes que legales y al pedirles parrillada con vino para dos se pasaron la ley por ese sitio. Irene y Ana se apuntaron al plan y el grupo se amplió con Mar, barcelonesa con una marcha importante, Elena, guipuzcoana sin tanta marcha y Lorena, ecuatoriana y azafata de la compañía aérea LAN Ecuador. Los del Rosita se frotaban las manos mientras las bandejas de pinzas y las botellas de vino saltaban sobre la mesa y Oriol y el menda también por estar en tan agradable e inesperada compañía. Mientras tanto la policía pasaba por nuestro lado haciendo la vista gorda aplicando la ley no escrita “Turista que no da problemas y suelta divisa no debe ser molestado”.
La última noche en Isabela la liamos con Diana y Andrea. Todo apuntaba a que esta última noche en San Cristóbal no iba a ser menos y así fue. Paso por el “Iguana Rock” para las primeras rondas de roncitos con la calma y final en la discoteca “Neptuno”, lo más “in” de la noche de San Cristóbal. Un auténtico tugurio con paredes forradas con terciopelo, láseres que te queman las pupilas y música infumable mezcla de regetón, trance chungo y baladas José Luís Perales. Todo ello acompañado por un perfume a putiferio barato de lo más delicioso. Optamos por barra y roncitos hasta que el efecto etílico permitió bailar todo lo que sonaba (excepto José Luís Perales y similares).
A la mañana siguiente una buena siesta reparadora en Playa Mann antes de coger la lancha hacia Santa Cruz. Nos quedaba una semana en Galápagos y queríamos ver algunas islas más antes de volver.
La carretera que conecta Puerto Baquerizo con Puerto Chino es la única que hay en toda la isla. Quince kilómetros de sinuoso recorrido de tierra y piedras que discurren por el interior de la isla enlazando la costa del oeste con la del este. El interior de la isla de San Cristóbal, como la mayoría de las islas de Galápagos, está prácticamente deshabitado. El trayecto asciende suavemente entre hectáreas de terreno donde la reina es la escalesia, el árbol endémico de Galápagos por excelencia, hasta llegar a la Laguna del Junco, un cráter colapsado donde se acumula el agua de lluvia. Desde la laguna la explosión natural de la isla de San Cristóbal se hace evidente en forma de un inmenso manto verde que sólo el mar logra frenar. ¡Grande!.
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Durante la etapa de corsarios de Galápagos la población de tortuga terrestre sufrió de lo lindo. Al ser resistentes y fáciles de cazar, los pobres animales eran cargados en los barcos como reserva de carne durante los largos viajes. Como resultado esta especie estuvo al borde de la extinción. En el centro de recuperación de tortuga terrestre de Galapaguera cerca de quinientos especímenes campan a sus anchas asegurando la continuidad de la especie. Empezaba a hacer un calor de cojones.
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Sonreí recordando al “Mestre Surís” mientras alzaba la vista hacia la inmensa copa de la Ceiba centenaria. Decían que tenía más de trescientos años. A pesar de ser una especie introducida parecía que se había adaptado de maravilla y ahí estaba, imponente. Algún Robinson Crusoe tuvo la idea de construir una pequeña casa de madera utilizando el espacio que dejaban sus inmensas ramas y aprovechó parte del tronco para hacer una refrescante habitación bajo tierra. Bajo la ceiba se respiraba una especie de calma protectora muy agradable.
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El calor ya era demoledor pero San Cristóbal nos tenía reservada una sorpresa al final del trayecto. Había que caminar unos quince minutos bajo el sol abrasador pero valió la pena, sin duda. Puerto Chino era un regalo de la naturaleza. Arena blanca entre negras paredes de roca volcánica envueltas por el verde intenso de la scalesia y los azules del mar. Paraíso refrescante donde poder sentir el delicado aleteo de las mantas raya mientras uno se baña a escasos metros de una colonia de leones marinos. Sublime.
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Con Oriol nos estábamos acostumbrando a las parrilladas de pescado y marisco. El problema es que una buena parrillada sin su vino blanco correspondiente es como un polvo con marcha atrás. Como que no acaba de completarse el tema, vamos. En Ecuador te encuentras con una situación curiosa. Parrillada y botella de vino para dos sale por unos 55$ de los cuales 20$ se van en la comida y 35$ en el vino (chileno sencillito que en España saldría por 10-12 euros). Entre los aranceles por alcohol y los aplicados a los productos de importación en Ecuador el vino sale a precios exorbitados. Con Oriol íbamos de “mochileros tribuneros” (término aplicado a viajeros que van con mochila buscando alojamiento barato pero que aplican el “que no falte de ná” cuando les apetece algo de verdad) y las parrilladas con vino empezaban a ser un denominador común en este viaje.
Esta noche era víspera de elecciones generales y se había decretado la ley seca en todo el país. En el restaurante Rosita de Puerto Baquerizo eran más negociantes que legales y al pedirles parrillada con vino para dos se pasaron la ley por ese sitio. Irene y Ana se apuntaron al plan y el grupo se amplió con Mar, barcelonesa con una marcha importante, Elena, guipuzcoana sin tanta marcha y Lorena, ecuatoriana y azafata de la compañía aérea LAN Ecuador. Los del Rosita se frotaban las manos mientras las bandejas de pinzas y las botellas de vino saltaban sobre la mesa y Oriol y el menda también por estar en tan agradable e inesperada compañía. Mientras tanto la policía pasaba por nuestro lado haciendo la vista gorda aplicando la ley no escrita “Turista que no da problemas y suelta divisa no debe ser molestado”.
La última noche en Isabela la liamos con Diana y Andrea. Todo apuntaba a que esta última noche en San Cristóbal no iba a ser menos y así fue. Paso por el “Iguana Rock” para las primeras rondas de roncitos con la calma y final en la discoteca “Neptuno”, lo más “in” de la noche de San Cristóbal. Un auténtico tugurio con paredes forradas con terciopelo, láseres que te queman las pupilas y música infumable mezcla de regetón, trance chungo y baladas José Luís Perales. Todo ello acompañado por un perfume a putiferio barato de lo más delicioso. Optamos por barra y roncitos hasta que el efecto etílico permitió bailar todo lo que sonaba (excepto José Luís Perales y similares).
A la mañana siguiente una buena siesta reparadora en Playa Mann antes de coger la lancha hacia Santa Cruz. Nos quedaba una semana en Galápagos y queríamos ver algunas islas más antes de volver.